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Homilía - 2º Domingo TO (B) 15 de Enero del 2012


Conocer la vocación

P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J.

Lecturas: 1S 3,3-10.19; S.39; 1Co 6,13-15.17-20; Jn 1,35-42



Muy interesante este evangelio. Presenta el proceso fundamental de la vocación cristiana. Lo decisivo es el encuentro con Jesús. Ya hablamos de él el domingo pasado. Si el hombre responde, se transformará profundamente; en su vida comienza una nueva etapa, la de una nueva misión en la realización del plan de Dios, como vemos en el caso de Pedro que será fundamento de la Iglesia de Jesús.

En la Iglesia por voluntad de Dios cada uno tenemos una función distinta de las de los demás. Ya hablamos de los distintos carismas, ministerios y gracias del Espíritu. Misiones y distinciones importantes en la Iglesia son las de los clérigos y religiosos y las de los laicos.

Los clérigos, los religiosos y las religiosas están comprometidos a consagrar su vida a lo que es específica y directamente el servicio de Dios y de su Reino. Es este servicio el de la administración de los sacramentos, el de la palabra de Dios, el de pastorear al pueblo de Dios, el de orar en nombre de toda la Iglesia y por todos los hombres y el de hacer penitencia por sus pecados. Los laicos, aunque puedan participar en las actividades anteriores, normalmente se dedican a otras actividades, que hacen posible o mejoran la vida de los hombres en este mundo temporal. Tales actividades, cuando responden a aspiraciones que perfeccionan la naturaleza humana, son buenas, deseadas por Dios y, realizadas con fe y caridad cristianas, son un modo precioso de honrar a Dios, de consagrarle el mundo temporal, de elevar moralmente a la sociedad humana y de atraer a sus hermanos mediante el testimonio de la belleza de la fe y del amor que Dios manifiesta en ellos. Tanto una como otra vocación son necesarias en la Iglesia y es Dios quien llama a ellas. Precisamente hablamos de “vocación”, cuyo original latino significa “llamamiento”, porque es una llamada de Dios a cada uno. Dios sigue llamando a unos para sacerdotes, religiosos o religiosas; a otros para laicos en diversas profesiones.

Dios sigue llamando. Como nos narra el Evangelio, también hoy el Señor sigue llamando a muchos jóvenes, muchachos y muchachas, que se han encontrado o se encuentran con Él. Es más que un conjunto de cualidades que predisponen a una profesión fundamental en la vida. La vocación cristiana viene de fuera, parte de Dios. Se hace sentir como una invitación de Cristo a seguirle, a estar con Él, a dedicar la vida a su servicio por amor.

Dios suscita las vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa porque la Iglesia las necesita. También las vocaciones laicales le son necesarias a la Iglesia, porque necesita de esposos y padres que muestren la fecundidad de Dios y el valor del amor cristiano, lo enciendan en sus hijos y consagren a Dios con su uso todos los seres del mundo inferiores al hombre e incapaces por sí solos de orientarse al servicio de Dios.

Es normalmente coincidiendo con el final de enseñanza secundaria cuando el joven se pregunta sobre su futuro y debe hacer una elección muy importante para él. Es entonces cuando la mayoría hacen una elección que marcará su vida. Más adelante también normalmente elegirá la persona con la que juntos constituirán una familia. Con ambas elecciones el hombre y la mujer se dotan de las condiciones necesarias para que sus vidas den plenamente el fruto que Dios pretendió de ellos y realicen plenamente los objetivos eternos cuyo logro los hará plenamente felices por los siglos de los siglos. Ese espacio de tiempo, que culmina en la adultez plena, llena de esperanzas y de vigor para cumplirlas, es el momento más general para que el joven se pregunte y pregunte a Dios sobre qué quiere de él, para conocer la propia vocación, sienta su valor y decida realizarla bien.

En esos años los padres, educadores, sacerdotes, consejeros, es necesario que estén dispuestos a ayudar al joven cristiano a descubrir su vocación. La primera ayuda (y la más importante, no cabe duda) es la de la oración. Hemos de orar en este punto por dos intenciones: la primera para que el Señor se digne iluminar a los jóvenes para que tengan luz para conocer la vocación a la que el Señor les llama en la Iglesia y fuerza para seguirla con decisión; la segunda, dado que la Iglesia está hoy muy necesitada de sacerdotes, de religiosos y religiosas, para que elija a numerosos jóvenes, hombres y mujeres, y les otorgue el privilegio de esta vocación sacerdotal y religiosa.

Para concluir quisiera tocar otro punto urgente. Hoy se da el caso de bastantes jóvenes que con una escuela media harto deficiente ni estudian ni trabajan. Faltos de principios, están en una situación grave y peligrosísima. Llevados por lo fácil y placentero, ni siquiera son capaces plantearse el problema de su vocación. Su futuro es muy difícil. Padres y educadores deben cuidar para que todo niño se aficione al estudio y al trabajo desde sus primeros años, oren mucho por ellos y anímenles a salir de su pasividad y a esforzarse por aprender a realizar un trabajo del que ellos puedan vivir y sea un valor humano que les haga capaces de servir a los demás. Partiendo de aquí, es posible que ellos mismos se valoren más a sí mismos, descubran el valor de la vida humana y del servicio, gocen de la eficacia regeneradora del trabajo y del esfuerzo, encuentren felicidad en hacer felices a otros.

Y termino con una reflexión válida para todos. Cualquier momento es apto para volverse a Dios y dirigir el caminar hacia Él. Acordémonos del buen ladrón. Hagamos como dice San Pablo de sí mismo: “Olvido lo que dejé atrás y me lanzo a lo que está por delante, corriendo hacia la meta, para alcanzar el premio al que Dios me llama desde lo alto en Cristo Jesús” (1Cor 3,13-14).



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