Una de las características necesarias para la lectura inteligente de la Sagrada Escritura es leerla iluminando la vida con su luz. Sólo proyectándolo sobre nuestra vida y nuestra circunstancia, el texto adquiere claridad y fuerza para conocer y obrar bien en situaciones concretas. No atenerse a esta regla es desvirtuar a la Biblia de su eficacia.
Empezamos hoy un período preparatorio para la Navidad. La Iglesia usa los textos hoy leídos para indicarnos cómo debemos prepararnos ahora para ese gran acontecimiento próximo. Pueden resumirse así: La primera lectura es una oración que recuerda la liberación de Egipto y pide a Dios que venga otra vez. La segunda alude a los grandes dones y carismas espirituales que Dios ya ha dado a los Corintios y quiere seguir dándoles; dones semejantes nos ha dado Dios a nosotros y quiere seguir dándonos. El evangelio avisa de la constante vigilancia con que necesitamos vivir, pues no sabemos cuándo llegará Cristo a juzgar ni a salvar. Jesús se refiere directamente al fin del mundo; pero la Iglesia recuerda que la vigilancia es una necesidad normal de la vida cristiana. Dios viene por sorpresa, es una constante en Él, hay que estar atentos, “temo a Jesús que pasa” –dice San Agustín–. Esta Navidad puede llegar a ti con dones muy grandes; ¡vela!, no sea que pierdas una oportunidad preciosa.
La riqueza de la Navidad es el mayor acontecimiento de la historia. Podría pensarse en el final de la última guerra mundial, en la emancipación del Perú y aun de toda América. La importancia de la Navidad es infinitamente mayor; ha hecho de la historia del hombre una “historia de salvación”. Esto significa que Dios salvador es un actor interno dentro de la historia del género humano; no está al margen más allá de las galaxias ni meramente contemplando, sino que ha intervenido ya y sigue interviniendo. Entendamos bien. El Hijo de Dios ha tomado carne en el seno de la Virgen María, ha predicado el Evangelio, ha fundado la Iglesia católica, que está presente y actúa hoy. Y todavía hay algo más transcendental, que es el fin de todo ello. Porque aquella historia de hace 2.000 años ha de hacerse historia en cada uno: Cristo ha de nacer, morir y resucitar en cada uno de nosotros.
La historia, comenzada en la primera Navidad, se repite hoy. Hoy en el interior de cada uno, gracias a la Iglesia que mantiene y amplifica la presencia y acción salvadora de Cristo, Jesús sigue naciendo, sigue anunciando su Evangelio, sigue curando y perdonando, sigue llamando, muriendo y resucitando. Vigilar es estar atentos a todo lo que hoy Cristo realiza en el espíritu de cada uno; porque Cristo resucitado está vivo y sigue actuando en la Iglesia y en nosotros. Vigilar es advertir, darse cuenta de esta presencia continua del Espíritu de Cristo y de su acción en nuestra mente y nuestro corazón.
Vigilamos si no olvidamos que el Espíritu de Cristo está presente en nosotros cuando, haciendo un acto de fe, le ofrecemos una obra buena hecha de la forma más perfecta posible y con el mayor interés y alegría por ser para él; cuando le pedimos su luz y su ayuda para ello y para hacerlo con el mayor amor posible para con Dios y con el prójimo. Estamos vigilantes cuando tenemos buen cuidado de que egoísmos, presunciones, orgullo infantil y otros instintos malsanos de nuestra alma los rechazamos en la medida de nuestras posibilidades. Estamos vigilantes cuando en la escucha o la lectura de la Palabra somos conscientes de que es la Palabra de Dios y nos hace revisar nuestra vida y advertimos los puntos en que nos desviamos y bajo la luz del Espíritu tratamos de corregirnos. Vigilamos cuando al toque caemos en cuenta de que hemos fallado en algo, aun pequeño, que nos impide ser del todo como Cristo.
Acostumbrémonos a velar como los pastores; seremos invitados a Belén y la alegría del Espíritu nos inundará. Repitamos por eso la oración de Isaías: “¡Ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presencia! Jamás oído oyó ni ojo vio un Dios fuera de ti, que hiciera tanto por el que espera en él. Sales al encuentro del que practica gozosamente la justicia y se acuerda de tus caminos”.
El adviento y la Navidad son tiempos de gracia. Estemos atentos a lo que Dios inspira y hace en nosotros, en los que nos rodean, en toda la Iglesia: “En mi acción de gracias a Dios –hemos escuchado a Pablo– les tengo siempre presentes por la gracia que Dios les ha dado en Cristo Jesús (se habían convertido por la predicación de Pablo). Pues por él han sido enriquecidos en todo: en el hablar y en el saber (también ustedes lo serán, si se mantienen abiertos a la acción de Dios). El testimonio de Cristo se ha confirmado en ustedes, hasta el punto de que no les falta ningún don a los que aguardan la manifestación de nuestro Señor Jesucristo. El los mantendrá firmes (es decir “les seguirá ayudando con su gracia”) hasta el final, para que no tengan de qué acusarlos en el día de la venida de nuestro Señor Jesucristo. Porque Dios es fiel, y Él los llamó a vivir en comunión con su Hijo, Jesucristo Señor Nuestro”.
Que esta comunión con Cristo crezca en ustedes; les hará crecer en la comunión con su familia y con todos los hombres sus hermanos.
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