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Los Hechos de los Apóstoles: La conversión de San Pablo

P. Fernando Martínez Galdeano, S.J.


El enigma de Pablo

San Pablo no pertenecía al grupo de los doce apóstoles. Pero Pablo había experimentado la luz cegadora del Señor resucitado; y a él, de forma directa, el Señor le había conferido una misión especial; y esto fue aceptado por los apóstoles como don recibido del Espíritu Santo.

Pablo había sido fariseo, de raza judío, aunque bien formado en la cultura griega. Nacido en la ciudad de Tarso de Cilicia (al Sur Este de la actual Turquía), poseía la ciudadanía romana (22,3.25). Asistió y dio su asentimiento a la muerte del primer mártir Esteban, quien rogó por sus perseguidores. “Pero él (Esteban), lleno del Espíritu Santo y con la mirada fija en el cielo, vió la gloria de Dios, y a Jesús de pie al lado de Dios en el lugar de honor” (7,55). “Los que participaban en el hecho (de apedrearle) confiaron sus ropas al cuidado de un joven llamado Saulo” (v.58). “Saulo estaba allí, dando su aprobación a la muerte de Esteban” (8,1). “Saulo asolaba la iglesia; irrumpía en las casas, apresaba a hombres y mujeres y los metía en la cárcel” (8,3). Saulo odiaba a los cristianos, seguidores del nazareno.

Damasco era una ciudad muy comercial y los cristianos en su rápida huída de la persecución judía habían ido formando en ella una comunidad creciente. Esto era ya algo intolerable para el creyente judío Saulo. Pero en su camino, ya muy cerca de la ciudad, Pablo fue sorprendido y cegado por la aparición de Jesús, como resucitado y como Señor: “¿Quién eres, Señor? – preguntó Saulo. – Soy Jesús, a quien tú persigues – respondió la voz” (9,5). A partir de este increíble acontecimiento, Pablo se transformó de perseguidor en verdadero y auténtico apóstol. El libro de los Hechos recoge en tres ocasiones esta memorable conversión (9,1-22; 22,6-16; 26,12-18)

En aquel encuentro, Pablo experimentó al resucitado como resucitado, había sido testigo del Jesús transfigurado y viviente. Sus palabras expresivas de su transformación y conversión serán: “Ahora vivo para Dios, crucificado juntamente con Cristo. Ya no soy yo quien vive; es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,19-20). Y Pablo se siente liberado por ese Cristo. En Jesucristo el cristiano es un hombre libre. “Cristo nos ha liberado para que disfrutemos de libertad. Manteneos, pues, firmes y no permitáis que os transformen de nuevo en esclavos” (Gal 5,1). En aquel camino de Damasco, Saulo quedó deslumbrado por la persona de Jesucristo. Y ésa fue la luz y la fuerza de su conversión que se intensificó día a día.

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Agradecemos al P. Fernando Martínez, S.J. por su colaboración.
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