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Matrimonios: Ser sarmientos de la única Vid, 2º Parte
P. Vicente Gallo, S.J.
2. Los laicos participan de la estructura de la Iglesia
La Iglesia está estructurada en Iglesia Universal, Iglesias Particulares que son las Diócesis, y estas, a su vez, en Parroquias. No por capricho ni por iniciativa de los hombres a través de los siglos; sino al ser la Iglesia gobernada y regida por el Espíritu Santo. Los laicos deben afirmar “Nosotros somos la Iglesia”. Pero los laicos, en sus ministerios, servicios y funciones, desde sus respectivos carismas particulares, han de mantenerse al servicio de la Iglesia organizada en Iglesia Universal, en Diócesis y Parroquias, y concretamente con el propio Párroco y las organizaciones pastorales de la Parroquia.
“Nuestra Parroquia” es la Iglesia localizada en el contorno de mi vivienda, a la que pertenecen nuestros hijos inscritos en ella, y en la que se hace visible la Iglesia de Cristo establecida en toda la tierra, continuadora de la misión de salvar a todas las gentes. En ella, como en algo natural, deben hallar los laicos su lugar propio para realizar los ministerios, oficios, funciones y carismas que, repartidos por el mismo Espíritu Santo, le enriquezcan a cada uno, para ponerlos al servicio del Cuerpo de Cristo “nuestra Iglesia”.
Así, también los laicos, han de hacer presente la evangelización y esa Salvación de Cristo que la Iglesia debe hacer llegar a las múltiples y variadas condiciones de vida de nuestras gentes, para crear con todos la Comunidad del Pueblo de Dios. También, con la ayuda de todos, colaborando a cubrir las necesidades que esta “Iglesia nuestra” pueda tener en lo económico para el funcionamiento de sus servicios y para el ejercicio de caridad con los hermanos. Desde antiguo se estableció el aporte de pagar “los diezmos” de los ingresos económicos a nuestra Iglesia, algo que hoy habría que rescatar y organizar como sea posible o conveniente, y que algunos nuevos Movimientos lo ponen en práctica.
La “Apostolicam Actuositatem” dice: “Dentro de la Comunidad Eclesial, la acción de los laicos es tan necesaria que, sin ella, el mismo apostolado de los Pastores no podría alcanzar, en la mayor parte de los casos, su plena eficacia” (AA 10). También los laicos son necesarios actualmente para conocer y querer resolver los problemas de la Comunidad Eclesial y del mundo, en aquello que cuestiona o dificulta la salvación de las concretas gentes nuestras. Si la Parroquia es la Iglesia que está en torno a nuestras casas, ella vive y obra, mediante los laicos, en la sociedad concreta de sus gentes con sus aspiraciones y sus dramas, anhelando encontrar y cultivar unas relaciones sociales más fraternas y humanas. Todo lo que los fieles puedan aportar es ayuda necesaria para su Iglesia.
La Parroquia, en frase de Juan XXIII, debe ser como la fuente de la aldea, a la que todos acuden para colmar su sed. Realizándose aquello de San Gregorio: “En la Iglesia de Cristo cada uno sostiene a los demás, y los demás le sostienen a él”. Eso hay que hacerlo verdad en la propia Parroquia de cada uno. Siquiera los que somos conscientes de que “Nosotros somos la Iglesia”, hemos de tomarlo con absoluta seriedad. Es necesario superar lo penoso que resulta con frecuencia el desconocimiento de los fieles acerca de lo que es la Parroquia, su propia Parroquia, de la que sólo saben que es “la oficina” a la que hay que acudir para ciertos trámites y documentos; que, a veces, ni aun eso lo saben.
3. Formas diversas de participación
La “Apostolicam Actuositatem, dice:””Los seglares pueden ejercer su actividad apostólica como individuos o reunidos en varias comunidades o asociaciones. El apostolado, que cada uno debe ejercer, fluye con abundancia de la fuente de una vida auténticamente cristiana (Jn 4, 14); es el principio y la condición de todo apostolado seglar, incluso del asociado, que nada puede sustituirlo. A este apostolado, siempre y en todas partes fecundo, y en determinadas circunstancias el único apto y posible, están llamados y obligados todos los laicos, de cualquier condición, aunque no tengan ocasión o posibilidad de cooperar en Asociaciones”(AA 15-16).
Cada fiel laico debe tener siempre la conciencia clara de ser “un miembro de la Iglesia” a quien se le confía una tarea personal, insustituible e indelegable, que debe llevar a cabo para el bien de todos. Desde esta fuente que promana de su Bautismo consciente, se debe llegar, con la irradiación del Evangelio de Cristo, a muchos lugares y ambientes ligados a la vida cotidiana y concreta de cada laico donde el Evangelio de la Salvación está ausente. Mediante la coherencia de la vida personal con la fe que se profesa, se incide para la salvación en las diversas condiciones de vida y de trabajo, así como en las dificultades y las esperanzas que cada uno comparte con sus hermanos, vecinos, amigos o colegas, para que todos lleguen a estar en comunión con Dios que nos amó enviándonos a su Hijo.
Muchas veces esas posibilidades de acción pastoral evangelizadora tienen su realización en el actuar programado de asociaciones de fieles laicos o en Movimientos de apostolado. Por eso es necesario conocer esas agrupaciones que existan en la propia Parroquia, o las que sería deseable que llegasen a estar presentes en ella, porque ya existen en otras partes; estimando mucho a todas, que por ser tan aptas fueron aprobadas y su eficacia es ya conocida.
Todos son grupos válidos cuando se entregan a la Iglesia con generosidad. Todos tienen como finalidad la Evangelización y la Salvación de todas las gentes mediante la fe en Cristo, manantial de esperanza para la humanidad y la renovación de la Iglesia como verdadero Reino de Dios. Es deseable que haya muchas y diferentes asociaciones, para que alcancen a todos los gustos, inclinaciones y aptitudes. Los casos a atender y las maneras de hacerlo, son también múltiples, y para todos hay cabida. Todos debidamente unidos, deben lograr ser “un signo de la comunión y de la unidad de la Iglesia santa de Cristo”, y colaborar eficazmente en la Salvación del mundo, obra de Dios (AA 18).
Los criterios necesarios para valorar y reconocer las diversas Asociaciones laicales, son los ya conocidos “criterios de eclesialidad”, en la perspectiva de la misión de la Iglesia y de la comunión de todos los fieles en ella. Se han de mirar los frutos de gracia y de santidad que el Espíritu Santo produce en esos fieles así asociados; y el crecimiento en vida plena, en la perfección de la caridad, que se produce en los miembros de cada Asociación, con la unidad íntima que haya en ellos entre su fe y su vida real. De esa manera se deberán valorar cada una de las Asociaciones.
También se ha de examinar la nitidez de la fe católica que presentan: sobre Cristo, sobre el hombre, sobre la Iglesia; igualmente, la obediencia a su Magisterio, y la estima que tienen de las otras formas de asociación para el apostolado, con la disponibilidad efectiva de colaboración de todos en la misma Iglesia. Se ha de mirar su compromiso explícito con aquello que se pretende en la Iglesia de Cristo: la Evangelización de todos los ambientes o personas y su santificación, e igualmente su compromiso con la sociedad humana; poniendo al servicio de la dignidad integral del hombre la doctrina que la Iglesia viene dando para la sociedad humana a fin de crear condiciones de vida más fraterna y más justa.
También se han de medir las Asociaciones por el gusto hacia la vida de oración, la vida sacramental y litúrgica, la mayor formación en la fe, la conversión a una vida de santidad cristiana, el fomento de vocaciones a la vida consagrada o al sacerdocio, el empeño catequético, y los modos diversos de generosa caridad para con los más necesitados. Siempre caminando bajo los impulsos del Espíritu Santo, y en comunión con el Obispo y sus sacerdotes, que son los responsables de la animación evangélica en todos los ámbitos de la Iglesia local. Evitando todo espíritu ruin de antagonismo y de contienda; compitiendo más bien por la mutua estimación, pues solo hay una Vid, y todos somos sus sarmientos para que esa vid dé frutos de los que se gloríe Dios.
Al terminar este capítulo, no quiero hacerlo sin dejar patente mi dolor por un hecho que me parece muy grave en la Pastoral de las Diócesis y Parroquias. Conozco bien por lo menos cinco Movimientos de Matrimonios cristianos. Prefiero, por ahora, no mencionar sus nombres. Pero sí lamento, porque lo conozco, el hecho de que, a veces, no tienen inserción seria en la organización pastoral de las Parroquias, ni tienen mucha intención de lograr su inserción. Tampoco intentan estar unidos entre ellos mismos. Con ese hecho, más o menos real en cada caso, están fuera del verdadero interés de la Iglesia.
Conozco también muchas Diócesis y muchas más Parroquias. Ponen algún interés en organizar la Catequesis de las Primeras Comuniones, así como de las Confirmaciones de jóvenes, y dar algún “Cursillo de preparación para el matrimonio”. Conozco su interés por trabajar con Grupos juveniles, a veces sin saber exactamente para qué. Todo ello es una realidad evangelizadora pasajera y efímera. Pero conozco muy contadas Parroquias cuya Pastoral tenga interés por los matrimonios. Donde existe algún interés parroquial por tener grupos de matrimonios, casi siempre es con fines utilitarios marginales, por ejemplo para monitorear en las Misas, hacer las Lecturas, ayudar a repartir la Comunión, o quizás para utilizarlos en acciones como la Catequesis Familiar, o en algunas actividades asistenciales de la Parroquia.
Pero lo que no conozco es un interés serio por tener en cada Parroquia células vivas de matrimonios, que entre ellos se formen y se estimulen como matrimonios sacramentados, y que se dediquen a captar e iniciar en la formación a nuevas células de parejas; a fin de ir así ganando para el Reino de Cristo ese mundo fundamental de la feligresía, los matrimonios, que busquen serlo cristianamente viviendo de veras su Sacramento, y siendo agentes de la cristianización de su propia familia. Grupos de cinco o de seis parejas, que siquiera una vez al mes, se reúnan en la casa de alguno de ellos para juntos cultivarse en su vivir la espiritualidad cristiana de su compromiso matrimonial. Su intención común, sería hacer de la Parroquia una verdadera gran Familia, la Familia de Dios en esa circunscripción de la Iglesia.
¿Qué modos de ser Iglesia, participando en la vida parroquial, estamos teniendo o queremos tener para vivir nuestro Matrimonio como Sacramento?
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Agradecemos al P. Vicente Gallo, S.J. por su colaboración.
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