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P. Juan Luis Lazarte, S.J. partió a la Casa del Padre


Nota del P. Rómulo Franco, S.J.


JUAN LUIS LAZARTE S.J., nos dejó la mañana del jueves 26 de agosto (2010) en nuestra Enfermería de Fátima, partiendo al encuentro con el Señor, a quien sirvió con tanta generosidad, y con la Virgen Inmaculada, cuyo amor siempre le movió en su vida.

Demos gracias a Dios juntos por todo lo que ha significado en nuestras vidas, como jesuita ejemplar, amigo cercano, educador de tantas generaciones.

El Velatorio se realizó en el Colegio de la Inmaculada de Monterrico, donde el viernes por la tarde se tuvo la Misa de sepelio.

Amigas y amigos: les envío el texto de la Homilía que el P. Carlos Cardó Franco SJ pronunció en la Eucaristía de despedida de Juan Luis, donde concelebramos cerca de sesenta sacerdotes, junto a alrededor de 1,200 personas.

¡Que la vida de nuestro querido Juan Luis nos siga inspirando!


Funeral del P. Juan Luis Lazarte Ugarteche, S.J.

Homilía del P. Carlos Cardó Franco, S.J.



El evangelio de Jesús ilumina nuestras vidas, pero también puede decirse que hay vidas que nos dan luz para entender mejor el evangelio, que se hizo realidad en ellas. Una de estas vidas es la de Juan Luis, que ahora agradecemos. Por eso, he escogido para esta celebración el texto del cap. 15 de san Juan que acabamos de escuchar.

En varias ocasiones, Jesús se definió a sí mismo en relación con nosotros. Nos dijo: Yo soy el pan (6,35), yo soy la luz (8,12), la puerta (10,7.9), el buen pastor (10,11) yo soy la resurrección y la vida (11,25), el camino, la verdad y la vida (14,6). Ahora nos dice: “Yo soy la vid, ustedes los sarmientos”. La unión que ha querido establecer entre él y los que creemos en él y lo amamos, Jesús la compara a la unión que hay en entre una planta y sus ramas: una sola vida, una misma savia, unos mismos frutos.

El texto reitera el verbo “permanecer”, que designa una relación estrecha, irrompible, de afecto, amor. La persona permanece y habita donde está su corazón: ahí donde ama y es amado, se siente en casa. El amor que Dios nos tiene, esa es nuestra atmósfera vital, nuestro hábitat, donde vivimos y encontramos nuestra auténtica identidad de hijos.

Así, cuando uno se confía al amor de Dios hasta permanecer en él, comprueba que ese amor no le quita nada, sino que lo engrandece, lo hace desarrollarse y crecer. Porque el amor consiste en dar y recibir de lo que uno tiene o posee. Es un recíproco permanecer uno en el otro, como vivir para él, como en su propia casa, sintiéndose acogido en la vida del otro. Por eso, desde el encuentro primero, uno ya no se define a sí mismo sino en relación al otro, desde el otro, para el otro. Así lo alcanzó a decir san Pablo en la plenitud de su vida: Estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que es Cristo que vive en mí. Ahora en mi vida terrena vivo creyendo en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó a la muerte por mí (Gal 2,19s).

Celebramos hoy la vida de Juan Luis, agradecemos lo que ella ha significado para nosotros. Nos ha hecho comprender de qué manera su permanecer siempre firmemente unido al Señor, le atrajo tantos dones y gracias de lo alto, con los cuales ayudó y enriqueció nuestras vidas. Quiero sólo recordar sus extraordinarias virtudes de amor y afabilidad, celo y entrega apostólica, abnegación de sí mismo para atender las necesidades de los demás, en especial de los pobres y de cuantos sufren. Su prodigalidad, su ansia de resolver el problema del otro o de contribuir a satisfacer el hambre de Dios de la gente, no tenían límites. No podía decir no cuando se trataba del deseo de Dios expresado por alguien como la petición de una eucaristía, de una charla, de consejo o una absolución, de visitar a un enfermo o bautizar a unos niños. Quería darse abasto para orar con todos, consolar a todos, aconsejar a todos, partir el pan con todos. Naturalmente, los límites de su agenda quedaban muchas veces sobrepasados.

Recordamos también su gran capacidad de comprensión: cómo buscaba el aspecto positivo de las personas y de los acontecimientos y qué difícilmente pudimos oírle expresar alguna crítica injusta o malintencionada sobre alguien.

Su amor a la Compañía de Jesús brotaba de un corazón agradecido de manera explícita y palpable. Consideró en todo momento a la Compañía como una vía segura para ir a Dios, amar a Jesucristo y servir a la Iglesia. Era capaz de emocionarse hasta la lágrimas al hablar de la Compañía, de sus logros y de sus limitaciones, y, sobre todo, al recordar con profundo afecto a sus queridos compañeros y agradecer a Dios y a la Compañía por lo que a través de ellos le habían transmitido.

Su amor a la Iglesia era pleno, sin tacha, puesto más en las obras que en las palabras -en esto está dicho todo-; y era un niño en su amor y veneración al Papa, Vicario de Cristo en la tierra.

Algunos datos biográficos.

Juan Luis estudió sólo el 2º año de Secundaria en el Colegio de la Inmaculada con la promoción Inmaculada 56, antes había estado en la Escuela Apostólica (Seminario menor de los Jesuitas) de Arequipa. No obstante, siempre cultivó en su corazón un profundo amor por el Colegio de la Inmaculada, que sería con el tiempo su hogar.

Terminada su secundaria en Trujillo, donde su padre médico realizó una encomiable labor que hasta ahora se recuerda, Juan Luis estudia Ingeniería en la UNI. Obtendría el título de ingeniero civil siendo ya jesuita.

Ingresó a la Compañía de Jesús el 4 de abril de 1961.

Estudiamos juntos casi toda nuestra larga formación: Humanidades en Lima, Filosofía en Alcalá de Henares, Madrid, teología en Cuzco y Lima nuevamente, estudios especiales él en Bruselas y yo en Paris.

Nos ordenamos juntos el 2 de diciembre de 1972, víspera de la fiesta de San Francisco Javier.
El Colegio de la Inmaculada fue el espacio de su más larga y fecunda labor apostólica. Educador, formador, director espiritual, convencido del valor del apostolado educativo, Juan Luis consideró siempre al Colegio de la Inmaculada como una de las más significativas aportaciones de los jesuitas a la Iglesia y al país. – Especial influjo ejerció en en las promociones Claver 69 y Gonzaga 71, de las que salieron cinco vocaciones jesuitas: los PP Ernesto Cavassa, Javier Quirós actual rector de La Inmaculada, Bobby Burns, Taiti Alarco, que goza ya de la presencia del Señor en el cielo, y Pacho Roca.

Su compromiso con los más necesitados llevó a Juan Luis Atención a atender los barrios pobres que rodean el Colegio de la Inmaculada: San Luis, Pamplona y San Gabriel, donde contribuyó a la organización de los pobladores para lograr sus legítimas aspiraciones, en especial la de una vivienda digna, y donde realizó una encomiable labor pastoral.

Entre los años 1980 y 1985 fue Rector del C. San José Arequipa.

De regreso a Lima, en 1986, siguió trabajando en el Colegio de la Inmaculada y se proyectó a la atención espiritual de su Universidad Nacional de Ingeniería, donde ejerció el oficio de capellán, reunió grupos de jóvenes, construyó la capilla universitaria y dirigió muchos retiros espirituales en una obra fecunda y meritoria que esperamos pueda ser continuada.

Recordando todo lo que Juan Luis hizo y fue para tantas personas, no puede ser otra la oración que brote de nuestros labios, que aquella que la Iglesia dirige al Padre del cielo en una de sus más bellas plegarias eucarísticas:

Danos entrañas de misericordia ante toda dolencia humana, inspíranos el gesto y la palabra oportuna frente al hermano solo y desamparado; ayúdanos a mostrarnos disponibles ante quien se siente explotado y deprimido. Que este Colegio, nuestra comunidad, tu Iglesia, Señor, sea un recinto de verdad y de amor, de libertad, de justicia y de paz para que todos encuentren en ella un motivo para seguir esperando (Plegaria V).

Tenemos tanto de qué agradecerte, Juan Luis…
Quiero decirte, en particular, que personas como tú
nos comunican la inconmovible certeza
de que la muerte no acaba con la vida para siempre,
que nada se queda en el pasado, nada se pierde.

Tú has pasado a otra forma de existencia en Dios;
cambiada tu habitación aquí en la tierra,
has adquirido una mansión eterna en el cielo.

Allí, lo que fuiste entre nosotros lo sigues siendo;
sólo que libre ya de todo dolor y de todo mal,
gozando para siempre de la presencia de nuestro buen Padre Dios.
Gracias a lo que nos das y sigues dando, todo está bien.
Por eso, Juan Luis, te seguimos llamando por tu nombre
y te seguiremos hablando de la misma forma en que lo hacíamos.
Sentimos la afabilidad de tu sonrisa sobre nosotros,
tus gestos de atención y cortesía,
tus pensamientos cargados de optimismo.
Te sentimos en tu constante ir y venir
para atender a uno, a otro, a todos,
y que sigues así velando por nosotros,
cuidando de nosotros, pidiendo por nosotros a Jesús.
Tu nombre sigue siendo la palabra cotidiana que siempre fue.
Poco a poco la vamos pensando y pronunciando con una pena que se tornará
-estoy seguro- consuelo, aceptación e íntima confianza.
Sabemos que desde el cielo harás que nuestras vidas sigan siendo buenas,
provechosas para el país y la Iglesia, como tú esperabas que fueran.
Sabemos que nos volveremos a ver, cara a cara,
y juntos contemplaremos a Dios, cara a cara.
Desde él nos ayudas a caminar lo que nos falta, lo que nos separa.
Y entonces -nos dices-, en el reencuentro, todo será como antes;
sólo que mejor, infinitamente más feliz y para siempre.
Porque seremos uno, todos juntos, con Cristo.
Y Dios será todo en todo.

Te dejo con él, Juan Luis, en sus manos.
Te confío a su infinita bondad para que ilumine tu rostro
con la claridad de su adorable presencia
(meta y anhelo profundo de nuestra vida),
la presencia del Señor de nuestra vida,
en quien has alcanzado ya -indudablemente-
tu más hermosa y feliz realización.

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