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Matrimonios: Ir todos a la Viña del Señor, 3º Parte

Queda mucho por hacer

P. Vicente Gallo, S.J.




Dice así Dios en Isaías: “Mi amigo tenía una viña en una fértil colina. La cavó y la despedregó, y la plantó con cepas selectas; edificó una torre en medio de ella, y puso en ella un lagar. Esperó que le diera uvas; pero sólo halló agrazones” (Is 5, 1-2). Dios dice que esa viña es su Pueblo escogido, la gente que El se escogió para que fuese “su Pueblo”. La historia de esa viña es la historia de Israel, y es también la historia de nuestra Iglesia.

Cada uno podemos hacer memoria del tiempo que nosotros mismos hemos vivido y que hemos visto con nuestros ojos. Ya, sólo mirarlo, nos servirá para hacer recuento de las pocas uvas y los muchos agrazones que Dios ha encontrado, cuando El esperaba con razón buenos y abundantes frutos de su viña. No pensando en ello solamente con pesimismo y pena, sino para que el verlo sea un reto de ilusión nueva y de esperanza ante un nuevo mileno que comienza contando con nosotros.

Pero no pensemos sólo en nuestra propia vida personal o la vida real de nuestra propia familia, donde ya encontraremos no pocos agrazones que Dios no se merece. Miramos a la Iglesia, la viña de las ilusiones definitivas de Dios. “¡Yo que te había plantado con cepas selectas!”(Is 5), se queja hoy el Señor. Los primeros Mensajeros fueron “cepas selectas”, que dieron fruto tan pingüe en la situación de su mundo peor que el nuestro; pero quienes trabajaron después lo que aquellos regaron hasta con su sangre ¡cuántos agrazones le dieron al dueño de la viña!

Recientemente tuvo la Iglesia un Concilio, el Vaticano II. ¿Cuántos leen ya los Documentos tan ricos que produjeron los Padres allí congregados? Nuevos Sínodos de Obispos se han venido teniendo después para recordar y poner más de relieve lo que aquellos Documentos decían. Pero apenas se han leído tampoco ni se han tenido en cuenta seriamente. Todos los esfuerzos que Dios sigue haciendo para que su viña le diese las mejores uvas, los hemos dejado perderse, y la viña sigue produciendo agrazones amargos. Si se nos hacen críticas, aun acertadas, las despreciamos como calumnias.

Recordemos las denuncias de pederastras aun entre Obispos. Miremos la realidad de tantos malos sacerdotes, los que dejaron su ministerio secularizándose, y los que, sin dejar el sacerdocio, viven una lamentable secularización o escandalosa vida de pecado. Miremos también la penosa realidad de tantos Institutos Religiosos, tan decadentes y tan poco atractivos, languideciendo sin nuevas vocaciones. Hallamos al mundo tan perdido, las familias en tan grave proceso de inestabilidad en el amor, los bautizados en tal abandono de la fe y de su adhesión a Cristo,... y vemos que la causa está en que no se evangeliza. Los encargados de evangelizar hemos abdicado de hacerlo, no somos “anuncio” de nada,

¿Qué saben los laicos acerca de la tarea que Cristo les tiene encomendada en su Iglesia? ¿Lo saben, siquiera, los Institutos y Movimientos Apostólicos? ¿Qué “Buena Noticia” se anuncia al presentar a Cristo a nuestro mundo? ¿Se anuncia esa “Buena Noticia” siquiera en las Homilías dominicales de nuestros templos? Cada vez acuden menos cristianos a ellos; pero más bien debe extrañarnos que todavía acudan algunos; pues no encuentran la “Buena Noticia que es Cristo” ni en nuestras Misas con guitarras, ni en las Misas sin esas músicas. La Misa no debe ser “bonita”, sino “santa”.

Siento no sé qué temor de que, acaso, no pocos sacerdotes se indignen de que me atreva a preguntarme aquí en público tales cosas. Olvidamos aquello de Jesús a los fariseos: “si estos se callan, hablarán las piedras” (Lc 19, 40). Como lo encontramos no pocas veces al ver en los medios de difusión críticas inmisericordes sobre los hechos penosos de personas de nuestra Jerarquía Eclesiástica a cualquier nivel. Y sabemos que nos criticarían más acerbamente si nos conociesen mejor.

Al comenzar el tercer milenio, no lo haremos con buen pie echando tierra encima de nuestras deficiencias. A ejemplo de Juan Pablo II, que lo hizo delante de todo el mundo al celebrar aquel Año Santo que empalmaba el milenio anterior con el nuestro, todos debemos tener la honestidad de reconocer nuestros errores del pasado y más aún del presente, para convertirnos a ser de Cristo con la fidelidad que espera de sus sarmientos, él que es la vid en la Viña de su Padre (Jn 15, 5).

Todos debemos cuestionarnos seriamente, aunque nos ruborice. Las parejas en Matrimonio cristiano, también.


¿Qué tales uvas sabrosas o qué tales agrazones encuentra en nosotros Cristo, Dios que todo lo sabe? ¿No es nuestro Sacramento verdadero Signo de Cristo desposado con la Humanidad salvada, su Iglesia salvadora del mundo?


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Para leer :
Matrimonios: Ir todos a la Viña del Señor, 1º Parte
Matrimonios: Ir todos a la Viña del Señor, 2º Parte

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Agradecemos al P. Vicente Gallo, S.J. por su colaboración.



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