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La Asunción de la Virgen María - El Cielo, la meta de la vida cristiana



P. Adolfo Franco, SJ


Reflexión sobre la Asunción de la Virgen María

Lucas 1, 39-56


Por ser el 15 de agosto fiesta de la Asunción de la Virgen, se interrumpe la secuencia de los domingos del tiempo ordinario, para meditar en las "grandes maravillas" que hizo el Señor en nuestra Madre, como ella misma dice en el Magnificat.



En estas palabras del canto de María ante su prima Santa Isabel, Ella misma subraya las grandes cosas que Dios ha realizado en su humilde sierva. Y Ella así está respondiendo al elogio que había hecho su prima: “Bendita tú entre las mujeres”. Y todo esto porque es la Madre de Dios.

Y esta realidad de María es la que ahora de nuevo se destaca al celebrar este gran misterio de su Asunción al cielo en cuerpo y alma. La Madre de Dios es algo que sobrepasa nuestra capacidad de comprensión. Y por eso suscitó desde tiempos antiguos dificultades muy serias, que algunos teólogos quisieron explicar demasiado racionalmente o bien negando la realidad humana de Jesucristo o bien negando su divinidad. Porque en la Maternidad divina de María no se trata de cualquier relación entre una criatura y Dios, se trata de una relación excepcional, se trata de la relación de Madre a Hijo.

En la historia de la Iglesia ha habido santos que han tenido una relación con Dios muy especial, una intimidad con Dios, que nos causa asombro y una santa envidia. Personas que han recibido manifestaciones excepcionales de Dios: visiones, mensajes, predilecciones de Dios de diversas formas. Pensemos, por ejemplo, en San Pablo identificado totalmente con Cristo, o en San Francisco de Asís con las llagas de la Pasión en su propio cuerpo. Pero la relación de María con Jesús, está por encima y más allá de cualquier intimidad espiritual que pueda imaginarse.

En algunos de estos santos, Dios ha hecho manifestaciones especiales incluso después de su muerte. Y se han comprobado diversos casos en que el cuerpo del santo ha quedado incorrupto, después de siglos. ¿Qué significa esto? Que Dios ha querido manifestar su predilección por este ser, y que no ha querido que un cuerpo de alguien que vivió tan puramente como cristiano, se deshaga, se desmorone por la acción de la corrupción natural de la materia.

Pues bien, en el caso de la Virgen, Dios ha querido más que esto, porque su relación de Madre a Hijo, va más allá de todo lo que en algunos santos ha obrado Dios. Por eso Ella misma dice que “el Poderoso ha hecho obras grandes en Mí”; y por eso Isabel le dice “Bienaventurada entre todas las mujeres”. Y en esta mujer, Dios no ha querido solamente que su cuerpo quedara incorrupto, sino que ha querido que fuera llevado al cielo. Como una manifestación especial y única de su grandeza; de la grandeza de los dones que Ella recibió de Dios y de la grandeza con que Ella respondió a la predilección de Dios.

Pero este misterio de la Asunción de María a nosotros nos trae también mensajes especiales. Nos anuncia nuestro propio futuro, pues cada uno de nosotros también un día iremos al cielo en cuerpo y alma. Aunque primero será nuestra alma, también nuestro cuerpo está destinado a la resurrección. Esto corruptible se desmorona, pero resucitaremos con un cuerpo nuevo. El premio que Dios tiene destinado a los que lo aman es también un premio que alcanzará a nuestra parte corporal.

Y esta fiesta de María nos hace pensar en el cielo. Es la meta de la vida cristiana. Y hay que imaginarla no sólo como un premio, es algo más que un premio, es la culminación de nuestra “evolución”. El crecimiento personal es algo que todos debemos realizar en nuestra vida, ir creciendo al máximo de nuestras posibilidades, la transformación de todo nuestro ser en bondad. La purificación de todas nuestras maldades y fragilidades. Que nuestro corazón aspire a Dios, y que se transforme en Dios. Esa es la meta del crecimiento espiritual y esa es la finalidad del ser libre. El máximo del ejercicio de la libertad es lograr esa transformación progresiva. Y la meta es justamente lo que seremos en el cielo. El cielo es la llegada de nuestro crecimiento total, en que Dios será completamente nuestra intimidad, y nuestro ser será un vaso limpio, lleno de amor puro. Nuestros ojos contemplarán de forma inacabable la bondad y la verdad de Dios. Y eso con una plenitud de gozo y de paz, que no se parece a nada de lo que hayamos podido vivir antes. Y eso se hará después de un breve sueño. En un momento dormiremos, y al despertar de ese breve sueño habremos entrado por la puerta de la eternidad al reino de la luz.

Cualquier otro proyecto de vida es un mal proyecto, un proyecto incompleto e imperfecto. El gran proyecto debe desprenderse de mirar este misterio de la Asunción, de asimilar con la fe lo que pasa con nuestra Madre; para darnos cuenta que ese es de alguna forma el destino que Dios tiene preparado para cada uno de nosotros, sus hijos.+


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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.

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