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Apostolado de la Oración: Devoción a la Virgen




4º Parte
P. Rodrigo Sánchez - Arjona, S.J.†




3º La Devoción a la Virgen


Junto a Jesús siempre la piedad católica ha visto a María:
“Junto a la Cruz de Jesús estaban su Madre…” (Juan 19,25)
Por eso nuestros Estatutos afirman que “los socios del Apostolado de la Oración veneran con amor filial a la Santísma Virgen María, Madre de la Iglesia, tan íntimamente asociada a la obra de la redención.”


Y nos invitan a imitar las virtudes de María, su amor a Dios, su fe inquebrantable, la solicitud por todos los discípulos de Jesús, su humildad, su espíritu de pobreza, su entrega generosa al servicio de la obra redentora de su Hijo. Ante todo María es para nosotros un modelo de alma orante. Los Hechos de los Apóstoles nos cuentan, que los Apóstoles después de la Ascención del Señor “perseveraban unánimes en la oración con María la Madre de Jesús” (1,14)


Siguiendo el ejemplo de los Apóstoles, los socios del Apostolado debemos hacer nuestro ofrecimiento diario por medio del Corazón Inmaculado de María, es decir, por medio de María llena de amor a Dios y a los hombres. Y de esta manera cumplimos las orientaciones del Concilio Vaticano II:


“Ofrezcan todos los fieles súplicas apremiantes a la Madre de Dios y Madre de los hombres para que ella, que ayudó con sus oraciones a la Iglesia naciente, también ahora ensalzada por encima de todos los ángeles y bienaventurados, interceda en la comunión de todos los santos ante su Hijo…” (LG 69)


Los Estatutos nos aconsejan rezar todos los días el resario de la Virgen, al menos un misterio para enconmendar “a su Corazón maternal con todo fervor las necesidades de la Iglesia”. Como es sabido, el rezo del rosario ha sido recomendado encarecidamente por los Sumos Pontífices. Juan Pablo II ha repetido una y otra vez esta recomendación. Recordemos una de sus múltiples enseñanzas:


“El Rosario es mi oración predilecta. ¡Plegaria maravillosa!... Se puede decir que el Rosario es, en cierta manera, un comentario-oración sobre el capítulo final de la constitución Lumen Gentium del Vaticano II; capítulo que trata de la presencia admirables de la Madre de Dios en el misterio de Cristo y de la Iglesia”.


“En efecto, con el transfondo de las avemarías pasan ante los ojos del alma los episodios principales de la vida de Jesús. El Rosario en su conjunto consta de misterior gozosos, dolorosos y gloriosos, y nos ponen en comunión vital con Jesús a través – se puede decir – del Corazón de su Madre. Al mismo tiempo nuestro corazón puede incluir en estas decenas del Rosario todos los hechos que entraman la vida del individuo, de la familia, de la nación de la Iglesia y de la humanidad, experiencias personales y del prójimo, sobre todo de las personas más cercanas, que llevamos más en el corazón. De este modo la sencilla plegaria del Rosario sintoniza con el ritmo de la vida humana” (Angelus, 29.10.78)


Por último los Estatutos, siguiendo las enseñanzas del Concilio Vaticano II, nos anima a fomentar el culto de la Virgen de acuerdo con sus palabras proféticas: “Todas las naciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mí maravillas el Todopoderoso” (Lucas 1, 48), pues la devoción a María facilita nuestra consagración y fomenta el espíritu de reparación al Corazón de Cristo. (Vaticano II LG 66-67)



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