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Sacerdote: El don de sí mismo a la Iglesia


P. Vicente Gallo, S.J.


A mis hermanos sacerdotes 2º Parte


II

Antes de vivir yo mi Fin de Semana del Encuentro Matrimonial, mi principal reparo estaba en preguntarme, sin poder entenderlo, qué podía decirme a mí Sacerdote y Religioso lo que en aquellas Charlas se decía a las parejas. Ellos eran casados; y yo estaba consagrado con tres Votos imposibles en la vida matrimonial, sobre todo el de celibato, contrario al matrimonio.

Cuando lo viví, entendí aquello que yo pensaba que no entendería nunca: que todo lo que se planteaba a los casados para vivir seria y felizmente su matrimonio, valía igualmente para los sacerdotes. Y es porque el drama, que se trata de abordar y resolver, es el de la frustración y la soledad que se siente cuando se vive en una deficiente o mala relación. “No es bueno para el hombre estar solo” o sentir la soledad, sentenció Dios desde el principio.

Viviendo juntos en pareja, pueden estar experimentando cada uno esa penosa soledad. Igual que el sacerdote, viviendo entre multitud de gentes y aun en relación más viva con algunos, puede acaso sentirse frustrado en una soledad penosa. El Fin de Semana del Encuentro pretende precisamente que la pareja “encuentre” en su matrimonio no solamente una compañía, sino la feliz intimidad de: “Serán los dos una sola carne”. Y al sacerdote, pretende liberarle no sólo de la soledad que puede llegar a sentir desde su celibato, sino hacerle “encontrar”, en la relación con aquellos que tiene encomendados, una compañía y un gozo de intimidad, amándolos como Cristo ama a su Iglesia.

Precisamente para eso abrazó ser célibe como Cristo: para darse totalmente y exclusivamente a su Iglesia con el amor con que Cristo da la vida por ella. No puede sentir soledad el que ama de ese modo, y a su vez se encuentra amado tan de verdad como su Iglesia quiere amar a Cristo amando a quien está en su lugar si le reconocen de veras como tal.

Abrazar el celibato “por el Reino de los Cielos”, para identificarse con Cristo, solamente será penoso si, habiéndolo abrazado, no se vive de veras. También si no se continúa abrazándolo para servir como Cristo a su Iglesia, amándola como Cristo la ama, dando la vida por ella como Cristo y con su mismo gozo; guardándose, de manera total y exclusivamente, para amar, servir y salvar a su gente que es la Iglesia de Cristo a él encomendada. Pero ciertamente se encontrará perdido en frustración y soledad, si dedica su amor a otras cosas: buscando compensar con ellas su deseada felicidad, que no la encuentra por no dedicarse del todo y exclusivamente a amar a su Iglesia como Cristo quiere amarla fielmente desde él, pues la eligió como Esposa al ordenarse Sacerdote con tanta ilusión, queriendo servir a Cristo en la parcela de su Iglesia que le encomendara, amándola como Cristo la ama.

Así lo verá claro cualquier sacerdote, como acaso nunca lo había visto, si entra en un Fin de Semana del Encuentro Matrimonial y lo vive a fondo igual que las parejas. Aprenderá también, y lo necesita mucho para su ministerio, cómo ha de amar con amor real, verdadero; y cómo ha de vivir su relación con quienes Dios le pone para que la viva. Aprenderá, igual que las parejas cristianas, el “no he venido para ser servido sino para servir y dar la vida por los que amo”, como Jesucristo lo enseñó con su palabra y lo hizo con su vida.

“El don de sí mismo a la Iglesia” del que hablaba el Papa a los sacerdotes en las citas que hice arriba, debe ser parecido al que cada cónyuge ha de hacer al darse al otro en el amor matrimonial. Como Cristo se da a sí mismo en el amor a su Iglesia dando la vida por ella. Comprendamos que de un modo parecido a Cristo es como han de hacerlo los sacerdotes y los matrimonios cristianos, y que no es una cosa descabellada que el Encuentro Matrimonial pretenda, en sus Fines de Semana, que matrimonios y sacerdotes o consagrados lo puedan aprender juntos y por igual para cumplir su misión.



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Agradecemos al P. Vicente Gallo, S.J. por su colaboración.


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