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Homilía: Domingo 32 TO (B) - Atendiendo la necesidad de los más pobres


Lecturas: 1R 17,10-16; S 145; Hb 9,24-28; Mc 12,38-44

El Señor ama a los justos
y sustenta al huérfano y a la viuda (S. 145)
P. José R. Martínez Galdeano, S.J.


San Pedro da la impresión de querer acabar ya su catequesis. Lo hará en seguida con el fin de Jerusalén y Juicio final, y la Pasión de Cristo y la resurrección. Pero antes no quiere omitir algo que tiene especial valor en la conducta de todo bautizado. Una vez más les recuerdo que el Evangelio de Marcos está destinado a catecúmenos y trata de lo más básico de la fe. De asuntos de conducta moral habla poco y en general brevemente. Se limita a los que considera más fundamentales. En la perícopa de hoy se habla de dos: de la soberbia y de la limosna. Los trata casi telegráficamente.

Estamos en Jerusalén unos tres días antes de la muerte de Jesús. Viene teniendo una serie de diálogos tensos con grupos de sus adversarios, escribas, fariseos, saduceos y herodianos, todos mancomunados contra él. En Jerusalén hay mucha gente, que ha venido, como es normal, a celebrar la Pascua. Jesús es muy conocido. El primer día de la semana, aquel Domingo de los Ramos, la gente había respondido y Jesús tuvo un triunfo sonoro. Tenía autoridad. El pueblo le aclamó como al Mesías, al “Hijo de David”. Ha llegado el momento de manifestar claramente quién es y de establecer la nueva Iglesia, el nuevo y eterno Pueblo de Dios, el que se reúne por la fe en Él, el de los verdaderos adoradores en espíritu y verdad (Jn 4,23), de cuyo templo Él es la piedra angular que sostiene todo el edificio y da vida a todo, pues sus fieles serán piedras (1Pe 2,4-6).

Jesús condena muy duramente la soberbia de los escribas y su avaricia. Hasta se permite criticar con acritud las oraciones de los escribas, porque lo hacen a cambio de plata. El texto es tan claro que ahorra todo comentario. Les discute la autoridad doctrinal religiosa, por muy rabinos y doctores que sean.: «¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en la plaza; buscan asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas con pretexto de largos rezos». Ironía, concreción, colorido expresivo, claridad. Jesús es un gran orador.

«Éstos recibirán una sentencia más rigurosa». El mayor conocimiento religioso es una gracia y hay que hacerla fecunda, como el campo hace a la semilla, y se logra con obras de caridad y servicio.

Pedro está queriendo enseñar a aquellos recién convertidos de Roma que no se dejen atraer por teorías religiosas de corte puramente humano, que sólo satisfacen la vanidad y ambición de los “maestros” que las promueven. Una doctrina que no conduce a Jesucristo, abrazando el camino de la cruz, de la humildad y del desprecio del dinero, no salva a nadie.

Pero además Pedro está amonestando a sus oyentes para que no caigan en el pecado de los escribas. La insistencia de los evangelistas en destacar el durísimo conflicto de Jesús con los escribas y fariseos y el mundo religioso de su tiempo se explica porque así fue la realidad; pero también porque es un peligro para el creyente cristiano fuertemente comprometido con su fe caer en la soberbia de creerse mejor que los hermanos pródigos, ignorantes, poco observantes y alejados de la casa del Padre: “yo no soy como los demás hombres. Como ese publicano” (Lc 18,11). Nunca se presenten en la confesión ni en la Iglesia como “muy cristianos”. Si algo bueno hemos hecho y hacemos es por la gracia de Dios (v. Lc 17,10). Como dice San Pablo de los israelitas que pecaron en el desierto, y que podemos aplicar a aquellos escribas: “Todo esto sucedió y es un ejemplo, y fue escrito para aviso de los que hemos llegado a la plenitud de los tiempos (o realización plena de la obra salvadora de Jesús). Así el que crea estar en pie, mire no caiga” (1Co 10,11).

Además de la oración, para conseguir esta humildad, procuremos refrenar todo juicio temerario sobre los demás, aceptar nuestros errores involuntarios, reconocer nuestras faltas y equivocaciones, tomar conciencia de los pecados de omisión, de las oportunidades de obrar bien desperdiciadas. La mentira, tan frecuente, tiene a veces su causa en evitar la vergüenza de reconocer algún error o defecto propio.

Es posible que Jesús se sentase luego delante del gazofilacio, el tesoro del templo, que tenía una especie de trompas o cuernos de bronce para las limosnas, esperando ver una escena como la del evangelio, que no sería nada rara: siempre hay gente rica vanidosa y gente modesta y humilde. En efecto muchos ricos hacían ostentación de generosidad, de riqueza, de poder y, cómo no, de religiosidad. Otros lo hacían normalmente. Pero sobre todo aquella pobre viuda, pobre como se veía por su vestir y su aspecto corporal, probablemente anciana, de andar torpe y vacilante, sin poder social ninguno, sola, se acerca y hecha dos “leptones”. (No me gusta la traducción litúrgica. El leptón era la moneda más pequeña de las que circulaban por Palestina; era moneda griega y en Roma no se usaba; por eso Marcos, en su original griego, pone el equivalente romano de los dos leptones: “un cuadrante”; lo que otra vez confirma el origen romano del evangelio de San Marcos).

Jesús no condenó a aquellos ricos. Aunque en la narración de Marcos sí asoma cierto acento de crítica a su vanidad (“la gente iba echando dinero, muchos ricos echaban en cantidad”). Jesús no los critica; pero sí alaba mucho a la mujer: “Les aseguro que esa pobre viuda ha puesto en el arca de las ofrendas más que nadie”. Una vez más encuentro que la versión litúrgica no expresa toda la fuerza de la afirmación de Jesús. Cierto que la traducción no es fácil. Jesús usa el término hebreo “amén”, que reafirma las verdades más indiscutibles y seguras. Aquí podría traducirse: “Con toda verdad y seguridad les digo que esa pobre viuda ha ofrecido más que nadie”. Para Él (y para Dios Padre) la limosna de aquella pobre viuda valía mucho más que las limosnas de los demás, incluidas las grandes ofrendas en oro de los ricos. Valía más no porque sirviera para adquirir más cosas, sino porque demostraba más generosidad, suponía más sacrificio y en definitiva exigía y mostraba más amor.

Cierto que los deberes de justicia son los primeros. Pero la limosna nos enseña el Evangelio que es también una de las obligaciones, y graves, del cristiano. Hablando del infierno el Catecismo nos dice que “nuestro Señor nos advierte que estaremos separados de Él si omitimos socorrer las necesidades graves de los pobres y de los pequeños, que son sus hermanos (v. Mt 25,31)” (CIC 1033). La preocupación de si damos limosna suficiente a los pobres y a las obras de la Iglesia es muestra de que tomamos en serio la fe. Terminemos con esta consideración del Catecismo: “Frente a Cristo, que es la Verdad, será puesta al desnudo definitivamente la verdad de la relación de cada hombre con Dios”. Y lo confirma con la cita de San Agustín: “Cuando coloque a mis pequeñuelos en la tierra, los constituí comisionados vuestros para llevar vuestras buenas obras a mi tesoro: como no habéis depositado nada en sus manos, no poseéis nada en Mí” (San Agustín, serm. 18,4,4; CIC 1039). Es decir que nuestras buenas obras serán consideradas meritorias si han sido acompañadas por la limosna.

Junto con la oración y el ayuno, la limosna y las obras de misericordia son el medio para obtener el perdón de los pecados, es decir las gracias para crecer en las virtudes que nos son necesarias y corregirnos en los vicios que nos impiden más la caridad con Dios.

Que la Virgen María nos ayude a creerlo y practicarlo.
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