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Amigos y amigas de ambos esposos


P. Vicente Gallo, S.J.

Problemas que vienen de afuera - 3º Parte



En la vida de pareja hay que estar atentos también a otra fuente de conflictos un tanto similar a la anterior. Se trata de los amigos de cada uno. Los amigos que cada uno tuvo antes del matrimonio, no son para olvidarlos desde el día del matrimonio. Normalmente estuvieron invitados a la boda e hicieron probablemente su correspondiente regalo. Lo más hermoso sería que siguiesen siendo amigos verdaderos; pero no ya siendo amigos de uno o del otro, sino amigos de ambos como casados. Después de haberse casado uno y otro pueden seguir haciendo amigos nuevos, es natural. El cultivar las propias amistades es una tarea muy buena. Aunque peligrosa.

Cuando las cosas no se hacen debidamente, el peligro puede ser hasta grave. Es claro cuando el esposo cultiva la amistad con una mujer si la toma como «mi amiga», o cuando la esposa tiene y cultiva la amistad con un hombre diciendo «es mi amigo». Surgirán por lo menos «los celos», que son un enemigo funesto en la relación de intimidad que ha de darse en la pareja. Podrá llagar hasta una ruptura del matrimonio concluyendo: «nada, vete con ella (o él) de una vez», o bien: «anda, vete con esa persona y olvídate de mi». Una ruptura que se puede dar sin que se haya llegado ya a un adulterio conocido por ambos.

Encierran ese peligro las cartas, las visitas, las llamadas telefónicas, por tratarse de «mi amigo o amiga». Mucho más los viajes para cumplir con esa amistad. Pero también si se sabe de confidencias a quien es «mi amigo o amiga», que no se le hacen ni a la familia, ni tampoco a la propia pareja. Como es grave igualmente el pedir préstamos o darlos por cuenta propia, sin contar con tu pareja, a quien es tu amigo o amiga y sólo porque lo es. Hasta el hacer o recibir regalos así es fuente de problemas; mucho más si son frecuentes o se reciben para uno y no para los dos.

Un confrontar al otro para que dé explicaciones y para exigir que rompa con esa amistad, sería una pelea que pusiera peor la situación. Conversar con el otro para convencerse de que no hay nada peligroso ni hay motivos para pensar nada malo, también serviría para muy poco, no convencerían las razones. Una vez más, en estos problemas, igual que en todos los que haya en la vida de relación de la pareja, la solución estará en dialogar sobre los sentimientos, desde el principio, y con el amor como deben abordarse los conflictos para encontrar la solución satisfactoria y crecer más en amarse, alimentando la intimidad con la debida confianza mutua.



El matrimonio no termina en los primeros años de convivencia en pareja, ni siquiera en los 25 años hasta celebrar las Bodas de Plata; puede durar, y así se desea, 50 años, en los que se celebren las Bodas de Oro, y aun quizás bastante más actualmente. Igualmente duran los problemas posibles en la vida de pareja. Los mismos hijos, fruto y gozo del amor matrimonial, ya antes de las Bodas de Plata tienen sus 20 años, son mayores de edad, son adultos, personas ya hechas, con todos sus derechos personales, entre otros el de vivir su propia autonomía con su personal responsabilidad, y el buscar su propio matrimonio, ya no lejano, sin que nadie se lo imponga.

Los padres, acostumbrados a ver los niños necesitados de la dependencia de ellos, se resisten a aceptar esa emancipación o autonomía. Pero han de ser los hijos, y no los padres en lugar de ellos, quienes han de enamorarse y casarse, aunque a sus padres no les guste la pareja que han elegido. Son ya los hijos quienes tienen su carrera o profesión; ellos deben elegir cómo se realizarán y en qué. Los hijos harán su propia vida, con sus propias ideas, sus ideales y sus sueños, libremente, sin pedir permiso a sus padres. Aunque estos deben estar siempre atentos y aconsejar bien a los hijos.

Es frecuente, aunque no general, que los hijos varones tengan el conflicto con su padre, buscando el cariño y el apoyo en la madre, y las hijas, por lo contrario, tengan los desacuerdos con su madre, y será en su padre en el que buscará apoyo. Pero tanto ellas como ellos tendrán conflictos con sus padres desde la propia autonomía y libertad que defienden, y frente a la autoridad que los padres siguen queriendo imponer exigiendo obediencia. En esos conflictos, fácilmente los padres se dividirán en pareceres y en apoyar u oponerse a las opciones que tomen alguno de los hijos ya adultos.

En consecuencia, a causa de los hijos adultos, la buena relación de pareja que deben mantener intacta sus padres se puede ver afectada por tales divergencias. Las opiniones y los afectos divergentes entre quienes siguen siendo matrimonio teniendo que ser felices en una verdadera intimidad, hacen que la unidad deseable de la pareja se vea fuertemente afectada para mal. Los sentimientos que surgirán en cada uno de ellos, serán igualmente distintos, acaso opuestos. Junto con esos sentimientos, los pensamientos en los que divergen harán que se estén quizás acusando y peleándose por dentro, y aparecerán comportamientos de fricción o de agresiones mutuas, con los que será muy difícil la buena relación que deben tenerse como esposos. Lo que comienza siendo algo interior, también se manifestará externamente de un modo o de otro. Y los hijos, al verlo, se reafirmarán en pensar que la razón está a su favor de todos modos.

Un caso, entre muchos, es que las mamás, lo mejor que hay en la vida, se convierten en lo peor para las nueras; desde que un hijo se casa, se duelen de lo que ven o se imaginan en la sujeción de ese hijo a su esposa. Parecido a los hombres papás, que se hacen igualmente suegros del marido de sus hijas. Siempre puede ocurrir que lo que apoya el papá, la mamá lo desaprueba; y lo que la mamá apoye, el papá lo critique o censure.

El matrimonio es para toda la vida. Después de 25 años de casados pueden quedar aún muchos más para vivir juntos en el amor, enamorados ojalá como en el día en que se casaron. Pero los conflictos que aquí citamos se dan, no sólo antes, sino también después de los 25 años de matrimonio. Y como en todos los problemas en la vida de pareja, ni la confrontación, ni el conversar para aclararse, arreglan la situación, sino que fácilmente la agravan por las heridas que se causen en esos modos de pretendida solución. Sólo el dialogar sobre los sentimientos que se tienen por razón de ese problema, es lo que puede aportar la solución deseable de mayor unidad y una verdadera intimidad en la pareja unida ante Dios en el Matrimonio, tan sagrado cuando es Sacramento y también cuando no lo es.

Agradecemos al P. Vicente por su colaboración
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