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Intervención de la familia de cada esposo en el matrimonio


P. Vicente Gallo, S.J.

Problemas que vienen de afuera - 2º Parte



También se debe estar atentos a los amarres que cada uno de los dos esté teniendo con su familia propia, de la que no acaba de liberarse, aun en el caso de estar viviendo en casa propia y aparte. «Dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne», fue la sentencia de Dios; muchas parejas parece que lo ignoran, y sus papás también. «Lo que Dios ha unido, que nunca lo separe el hombre» añadió Jesús, y se les dice a los cristianos cuando se casan. Pero también parece que no se sabe; y habiéndose casado porque Dios los unió, ocurre que no solamente los dos de la pareja, sino los padres y los familiares de ambos, siendo esos «hombres», se dedican a separar lo que Dios dejó unido.

Es natural que los padres y los familiares de cada uno sigan amando a quien es su hijo o su hermano. Pero deben saber que ese amor consiste en desear y procurar para el hijo o hermano, porque lo aman, su más verdadera felicidad, que sólo la encontrará en la intimidad con su cónyuge; mientras que la frustrarán ellos con cualquier manera de hacerlos ser dos en lugar de que sean de veras uno. Amarle sería hacer lo que contribuya a que ambos gocen de esa unidad en la más auténtica intimidad. Dejarle de amar, será todo lo que hagan para interferirse en esa intimidad; haciendo que sean dos en vez de ser uno, rompiendo la unidad de la pareja.

El recordado «Cuarto Mandamiento» sigue teniendo vigencia para los dos aun después de casados. Pero ambos deben saber que ese «Cuarto Mandamiento» no se refiere sólo a la relación para con los padres, sino a su vez a las relaciones de todos los de la familia y de los esposos entre sí. Una vez más repetimos que, en los ya casados, el orden en las prioridades a atender es del modo siguiente: en primer lugar está su cónyuge, el segundo lugar lo tienen los hijos, el tercer lugar los padres de ambos por igual, y en cuarto lugar estarán los hermanos y también los amigos del uno y del otro. Siempre se ha de salvar el orden de esas prioridades, no trastocándolas.

Si hay que atender a los padres o a los hermanos del uno o del otro, al ver que lo necesitan, habrá de hacerlo no el uno, sino los dos, bien unidos y de acuerdo. Nunca «con lo mío», sino «con lo nuestro» incluyendo «y de los hijos». Cuando uno reciba algo de su familia, un bien mueble o inmueble, no será para decir «esto es mío», sino «esto es nuestro». Haciéndolo así, no se crearán por ello conflictos en la relación de la pareja. Los hijos también han de contar al hacer familia y amarse; todo lo del matrimonio es de los hijos también, teniéndolos siempre en cuenta.

Igualmente, son los dos juntos quienes deberían visitar a «su familia», no cada uno a la suya propia. Mucho menos se habrá de ir con cuentos o con chismes a «mi papá» o «mi mamá», a «mi hermana» o «mi hermano», y menos aún a «mi amigo» o «mi amiga»; las confidencias deben hacerse siempre el uno al otro en la pareja, porque entre ellos hay esa intimidad.

Pero cuando ocurran conflictos en la pareja por tales situaciones, nunca deberá dejarse la cosa para que se resuelva sola y por sí misma. Una vez más debemos recordar que tampoco se resuelven con una confrontación al decir las cosas claras al otro, acusándole e hiriéndole. Ni servirá mucho conversar los dos juntos sobre el tema para aclarar el asunto, pues cada uno terminará pensando que la razón la tiene él. Solamente servirá el dialogar sobre los sentimientos que tiene quien se ve molesto, y hacerlo antes de que tome mayor volumen el problema. Crecerá más la relación de pareja desde la solución de ese conflicto, con la confianza que uno está teniendo en el otro para contarle a él sus sentimientos latentes, y la gratitud del otro al verse muy amado con esa confidencia que se le hace a él y no a otra persona en lugar suyo, como sabe que otros generalmente suelen hacerlo.


Agradecemos al P. Vicente por su colaboración
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