Presbítero y fundador del Instituto de los Hermanitos de María
(Hermanos Maristas de las Escuelas)
Cuando tenía 14 años, un sacerdote de paso por su casa le hizo descubrir que Dios lo llamaba al sacerdocio. Marcelino, cuyo aprovechamiento en los estudios hasta entonces era muy escaso, se puso a estudiar con todo ardor «porque Dios lo quiere»,mientras sus parientes trataban de disuadirle.
En el seminario mayor de Lyon tuvo por compañeros, entre otros, a Juan María Vianney, futuro cura de Ars, y a Juan Claudio Colín, que más tarde sería el fundador de los Padres Maristas. Allí formó con otros seminaristas un grupo con el proyecto de fundar una congregación que comprendiera sacerdotes, religiosas y una orden tercera, que llevaría el nombre de María, la «Sociedad de María», cuya finalidad sería recristianizar la sociedad civil.
Conmovido por la miseria cultural y espiritual de los niños de los pueblos, sintió la urgencia de crear dentro de¡ grupo una congregación de Hermanos que se dedicaran a la educación cristiana de la juventud. Al día siguiente de su ordenación sacerdotal, 22 de julio de 1816, este grupo de sacerdotes jóvenes se consagraron a María y pusieron su proyecto bajo la maternal protección de Nuestra Señora de Fourvière.
Luego fue nombrado coadjutor de La Valla, una parroquia rural. La visita a los enfermos, la catequesis de los niños, la atención a los pobres y el fomento de la vida cristiana en las familias fueron las actividades esenciales de su ministerio. Su predicación, sencilla y directa, su profunda devoción a María y su ardiente celo apostólico marcaron profundamente a sus feligreses.
El 2 de enero de 1817, sólo seis meses después de llegar a la parroquia de La Valla, el joven coadjutor Marcelino, de 27 años de edad, reunió a sus dos primeros discípulos: así nacía, en medio de la mayor pobreza, humildad y confianza en Dios, la Congregación de los Hermanitos de María o Hermanos Maristas, bajo la protección de la Santísima Virgen.
Al mismo tiempo que atendía a sus deberes de coadjutor de la parroquia, formaba a sus Hermanos, preparándoles para su misión de maestros cristianos, catequistas y educadores de los jóvenes, para lo cual se fue a vivir con ellos. Enseguida empezó a abrir escuelas. Eran numerosas las dificultades. Algunos sacerdotes no comprendían el proyecto de este humilde coadjutor sin experiencia y sin dinero. Sin embargo, los ayuntamientos no dejaban de pedir que les enviara Hermanos para trabajar en la instrucción y educación cristiana de los niños de sus municipios.
Marcelino y sus Hermanos participaron en la construcción de una nueva casa, capaz de acoger a más de cien personas, a la que dio el nombre de Nuestra Señora del Hermitage. En 1825, liberado de su cargo de coadjutor de la parroquia, se dedicó por completo a su Congregación, atendiendo especialmente a la formación y al acompañamiento espiritual, pedagógico y apostólico de sus Hermanos, a la visita a las escuelas y a la fundación de nuevas obras.
Como hombre de fe profunda, no dejaba de buscar la voluntad de Dios en la oración y en el diálogo con las autoridades religiosas y con sus Hermanos. Consciente de sus limitaciones, no contaba más que con Dios y con la protección de María, «buena Madre», «recurso ordinario» y «primera superiora». Su humildad profunda y su vivo sentido de la presencia de Dios le permitieron sobrellevar numerosas pruebas con gran paz interior. Adoptó el lema: «Todo a Jesús por María, todo a María para Jesús».
Para él la escuela era un lugar privilegiado de evangelización. La presencia asidua junto a los jóvenes, la sencillez, el espíritu de familia, todo a la manera de María, son los puntos esenciales de su idea de la educación.
En 1836, la Iglesia reconoció la Sociedad de María y le confió la misión de Oceanía. Marcelino pronunció los votos como miembro de la nueva Sociedad y envió a tres de sus Hermanos con los primeros Padres Maristas misioneros a las islas del Pacífico.
Las gestiones para lograr el reconocimiento legal de su Congregación le llevaron mucho tiempo y le exigieron mucha energía y espíritu de fe. La enfermedad logró vencer su robusta constitución. Agotado por el trabajo, murió a la edad de 51 años, el 6 de junio de 1840, dejando a sus Hermanos este valioso mensaje: «Que se pueda decir de los Hermanitos de María, como de los primeros cristianos: Mirad cómo se aman».
Fue beatificado por el Papa Pío XII, el 29 de mayo de 1955. Y canonizado por el Papa Juan Pablo II, el 18 de abril de 1999.
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(Tomado de la página de Asesoría Pastoral de la Universidad del Pacífico)
(Tomado de la página de Asesoría Pastoral de la Universidad del Pacífico)
EL nombre de la congregación no es Hermanos Maristas de las Escuelas, sino: Hermanos Maristas de la enseñanza.
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