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Hno. Miguel Senosiain Azpilcueta S.J.


A nuestro querido hermano Miguelito (así le decíamos en la Parroquia de San Pedro) lo recordamos con mucho cariño, una persona muy generosa, sencilla y amable, dispuesta a ayudar desde la labor donde se encontraba; es decir, manifestando el amor de Dios con su vida de entrega. Fue muy cercana a los que participábamos en la Parroquia y tuvimos la oportunidad de tratarlo. Ya por su avanzada edad, fue trasferido a la Enfermería de Fátima en donde pasó sus últimos años. Partió a la Casa del Padre el 10 de octubre del 2008, a continuación, transcribimos las palabras del P. Jerónimo Olleros SJ.

El Hno. MIGUEL SENOSIAIN AZPILCUETA murió a los 92 años de edad y 59 de jesuita.
Compartía con San Francisco Javier la misma tierra donde nacieron y uno de los apellidos. Pero más que nada su espíritu misionero. En su antigua Provincia de Loyola estuvo en la oficina del “Promotor de Misiones”. Y a los 56 años, sin pensarlo dos veces, llegó al Perú para ayudar donde se le necesitara. Así escribía a cada Provincial, en todas sus cartas. Se le necesitó, primero en La Compañía de Arequipa y luego en la Parroquia de San Pedro de Lima: los dos Templos del Sagrado Corazón que tenemos en la Provincia. Para aprender en ellos, y dar a conocer, lo infinito de su Amor, la fidelidad de sus Promesas y su Presencia a cada paso; no dejó de recordarlo estos años en Fátima con sus proverbiales frases, como salmos personales que dicen mucho de su vida entregada a Dios con toda sencillez. Miguel se despidió ayer muy bonito con una de ellas. Por la tarde le estaban atendiendo un ratito Sixto y los enfermeros y, al final, les recitó de memoria:
“La vida es para buscar a Dios
La muerte es para encontrar a Dios
La eternidad es para gozar a Dios”.

Tal vez fueron sus últimas palabras pero era su pensamiento de toda la vida. Ahora ya, para siempre. Él, que iba contando sus años por decenas (a los setenta, a los ochenta, a los noventa,…), ha entrado a la eternidad de Dios y la comparte, sin necesidad de llevar cuentas. Como es Bondad Infinita, todo le va a resultar definitivo. Y este buen “Duendecillo”, como le llamaban en la enfermería cuando aparecía por los pasillos, puede que también vaya recorriendo las muchas moradas allí preparadas, buscando por los rincones las manzanas o chocolates del Reino, diferentes a los nuestros ciertamente porque el premio que ha recibido es mucho mayor: el de las Bienaventuranzas. Ahora verá que el Apostolado de la Oración, la devoción al Corazón de Jesús, nos van adelantando en esta vida lo que de verdad encontraremos en su Casa. Y Miguelito sabrá que es bien cierto lo que él mismo nos decía:
“El que busca a Dios en todo lo que hace, lo encuentra en todo lo que le acontece”.
(P. Jerónimo Olleros SJ)

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