ESPECIAL DE CUARESMA 2016




3° DOMINGO

«Señor, déjala [higuera] por este año todavía y mientras tanto cavaré a su alrededor y echaré abono, por si da fruto en adelante; y si no da, la cortas.»
Lc. 13, 8-9









Vía Crucis




ESPECIAL: PUERTA DE LA MISERICORDIA







Yo te invoco porque Tú me respondes. Dios mío. Inclina el oído y escucha mis palabras. Muestra las maravilla de tu misericordia. Tú que salvas de los adversarios a quien se refugia a tu derecha.

(Salmo 17, 6-7)









Nueva publicación en este Especial:











Historia de la Salvación: 9° Parte - Historia de David

El P. Ignacio Garro, S.J. continúa brindándonos la serie sobre la Historia de la Salvación, en esta oportunidad nos presenta como parte de la Historia del Rey David sus datos biográficos, la conquista de la tierra prometida, sus conquistas militares, su espíritu guerrero y religioso, la alianza davídica, la promesa mesiánica, el pecado de David y su arrepentimiento y sus últimos años. Acceda AQUÍ.

Cristología II - 2° Parte: Títulos cristológicos en el Nuevo Testamento

El P. Ignacio Garro S.J. en esta oportunidad nos presenta los títulos cristológicos que se presenta en el Nuevo Testamento: Mesías, Hijo de Dios, Hijo de David, Hijo del Hombre, el Siervo de Dios, el Kyrios, el Logos y el Sumo Sacerdote. Acceda AQUÍ.



La parábola de la higuera


P. Adolfo Franco, S.J.

CUARESMA
Domingo III

Lucas 13, 1-9

¿Qué sentido tienen las desgracias"? Jesús nos invita a reflexionar lo frágiles que somos y eso debe estimularnos a la conversión.


En este párrafo del evangelio de hoy hay dos contenidos algo diferentes, pero que se complementan. En el primero se narran dos hechos trágicos, y en el segundo Jesús cuenta una parábola en la que se habla de una higuera que no da fruto, que se la quiere arrancar por eso, pero el labrador encargado de la higuera pide un plazo, para cuidarla un poco más para que dé fruto.

En las dos noticias del primer párrafo hay gente que muere trágicamente: unos por una represión brutal de Pilatos que degüella a unos galileos revoltosos en el mismo templo, y los otros por el derrumbamiento de una torre y que aplastó a muchos. Frente a estas dos desgracias Jesús hace cambiar la perspectiva para mirar estos hechos trágicos. La forma ordinaria es fijarnos principalmente en la desgracia: en estas situaciones la gente piensa principalmente en las muertes, en esas terribles desgracias. Y es normalmente la forma que tenemos de mirar esos sucesos fatales. Además algunas veces pensamos en si habrá alguna conexión entre la conducta de los que murieron y el hecho de su muerte repentina. Esa era una interpretación frecuente entre los contemporáneos de Jesús.

Jesús primero afirma que eso no es así; no es verdad que hayan perecido por ser malos. Lo dice claramente: había otros muchísimos igualmente pecadores y a ellos no les ocurrió nada. No es la desgracia material consecuencia de la conducta mala. Pero Jesús no entra en ninguna explicación de por qué ocurren estas cosas. El Evangelio no entra en este problema del por qué del mal en el mundo, del mal en sus diversas variantes y modalidades, el mal físico, el mal espiritual, el mal temporal, al mal definitivo. Es un problema al que no se le encuentra una explicación racional. Pero Jesús, aunque no entra en la explicación del mal, sí afirma de todas formas que Dios no castiga, cuando esas cosas suceden. Dios no es la causa de ningún mal, es lo que quiere decir Jesús.

Y en segundo lugar lleva la reflexión a otro asunto, a la conversión, a que no quedemos paralizados contemplando simplemente la desgracia, sino que saquemos otras lecciones, y aquí especialmente que nos animemos a la conversión. A los que piensan que esto ha sucedido a los que son malos Jesús les encara que ellos no son mejores que los que padecieron la desgracia y les exhorta a la conversión, añadiendo además que si no se convierten les sobrevendría otra desgracia mucho peor. Y para eso nos da el Señor una oportunidad.

Por eso se añade la parábola de la higuera para manifestar la misericordia de Dios, que nos tiene paciencia y que está dispuesto siempre para darnos otra oportunidad. Es el labrador que tiene misericordia de su arbolito, que sale en su defensa, y por eso pide un plazo de un año más.

Eso es la Cuaresma, esa lección nos da a nosotros este mensaje. Primero: que ante las desgracias que nos dejan desconcertados y a veces duramente golpeados, hay que pensar que ése no es el peor mal que nos puede sobrevenir. El mal que nos aparta de Dios, es peor que cualquier desgracia física. Y sin embargo nos estremece más la desgracia física, que el mal intrínseco que es el pecado.

Por eso esas circunstancias duras deben abrir nuestra mente a la conversión. A darnos cuenta que la vida es efímera, que en cualquier momento puede llegarnos el fin, de una manera o de otra y por eso hay que estar dispuestos siempre a pensar en el cambio de conducta, estar dispuestos a la conversión.


Además se nos invita a esa conversión mirando la misericordia de Dios que nos da un nuevo plazo. Esta cuaresma es un nuevo plazo que Dios nos da; El nos tiene paciencia cuando muchas veces no ve fruto en nosotros, que podría pensar que estamos ocupando un espacio inútilmente, como la higuera de la parábola. Pero está dispuesto a darnos otra oportunidad. Y el que intercede por nosotros para que tengamos una nueva oportunidad es Jesús, que es el que cultivará de nuevo al arbolito, del que ha tenido misericordia. Se trata de ver la salvación que Jesús ha venido a realizar: La redención es la nueva oportunidad que Dios da a la humanidad y que nos da a cada uno de nosotros.

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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.

Para otras reflexiones del P. Adolfo acceda AQUÍ.


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Misericordia y poder



PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 24 de febrero de 2016




Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Proseguimos con las catequesis sobre la misericordia en la Santa Escritura. En varios pasajes se habla de los poderosos, los reyes, los hombres que están «en lo alto», y también de su arrogancia y sus abusos. La riqueza y el poder son realidades que pueden ser buenas y útiles para el bien común, si se ponen al servicio de los pobres y de todos, con justicia y caridad. Pero cuando, como ocurre con demasiada frecuencia, si se viven como un privilegio, con egoísmo y prepotencia, se transforman en instrumentos de corrupción y muerte. Esto es lo que sucede en el episodio de la viña de Nabot, que se describe en el Primer Libro de los Reyes, capítulo 21, sobre el que hoy reflexionamos.

Este texto cuenta como el rey de Israel, Ajab, quiere compara la viña de un hombre llamado Nabot, porque ésta linda con el palacio real. La propuesta parece legítima, incluso generosa, pero en Israel las propiedades de tierras se consideraban casi inalienables. De hecho, el libro de Levítico prescribe: «La tierra no puede venderse para siempre, porque la tierra es mía, ya que vosotros sois para mí como forasteros y huéspedes» (Lv 25, 23). La tierra es sagrada, porque es un don de Dios, y como tal debe ser custodiado y conservado como un signo de la bendición divina que pasa de generación en generación y garantía de dignidad para todos. Se comprende entonces la respuesta negativa de Nabot al rey: «Líbreme Yaveh de darte la herencia de mis padres» (1 Re 21, 3). El rey Ajab reacciona a esta negativa con amargura e indignación. Él se siente ofendido —él es el rey, el poderoso—, disminuido en su autoridad soberana, y frustrado en la posibilidad de satisfacer su deseo de posesión. Al verlo tan abatido, su esposa Jezabel, una reina pagana que había incrementado los cultos idolátricos y que hacía matar a los profetas del Señor (cf. 1 Re 18, 4), —no era mala, ¡era sumamente mala!— decide intervenir. Las palabras que dirige rey son muy significativas. Escuchad la maldad que esconde esta mujer: ¿Y eres tú el que ejerces la realeza en Israel? Levántate, come y que se alegre tu corazón. Yo te daré la viña de Nabot de Yizreel» (v. 7). Ella enfatiza el prestigio y el poder del rey, que, a su modo de ver, está puesto en entredicho por la negativa de Nabot. Un poder que por el contrario ella considera absoluto, y por el cual todo deseo del rey poderoso se convierte en una orden. El gran san Ambrosio escribió un pequeño libro sobre este episodio. Se llama «Nabot». Nos hará bien leerlo en este tiempo de Cuaresma. Es muy bonito, es muy concreto. Jesús, recordando estas cosas, nos dice: «Sabéis que los jefes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los grandes las oprimen con su poder. No ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro esclavo» (Mt20, 25-27). Si pierde la dimensión de servicio, el poder se transforma en arrogancia y se convierte en dominación y abuso. Precisamente esto es lo que sucede en el episodio de la viña de Nabot. Jezabel, la reina, sin ningún escrúpulo, decide eliminar a Nabot y ejecuta su plan. Se sirve de las apariencias engañosas de una legalidad perversa: envía, en nombre del rey, cartas a los ancianos y notables de la ciudad ordenando que falsos testigos que acusen a Nabot públicamente de haber maldecido a Dios y al rey, un crimen castigado con la muerte. De esta forma, una vez que Nabot está muerto, el rey puede apropiarse de su viña. Y esta no es una historia de otro tiempo, es también la historia de hoy, los poderosos que para tener más dinero explotan a los pobres, explotan a la gente. Es la historia de la trata de personas, del trabajo esclavo, de la pobre gente que trabaja en negro y con el salario mínimo para enriquecer a los poderosos. Es la historia de los políticos corruptos que quieren ¡más y más y más! Es por esto que he dicho que haremos bien en leer ese libro de San Ambrosio sobre Nabot, porque es un libro de actualidad. He aquí donde lleva el ejercicio de una autoridad sin respeto por la vida, sin justicia, sin misericordia. Y a qué lleva la sed de poder: se convierte en codicia que quiere poseerlo todo. Al respecto hay un texto del profeta Isaías particularmente iluminador. En este, el Señor advierte contra la codicia de los ricos latifundistas que quieren poseer cada vez más casas y terrenos. Y el profeta Isaías dice: «¡Ay, los que juntáis casa con casa, y campo a campo anexionáis, hasta ocupar todo el sitio y quedaros solos en medio del país!» (Is 5, 8). Y el profeta Isaías ¡no era un comunista! Pero Dios es más grande que la maldad y que los juegos sucios realizados por los seres humanos. En su misericordia envía al profeta Elías para ayudar a que Ajab se convierta.


Ahora giramos la página, y ¿cómo sigue la historia? Dios ve este crimen y toca también al corazón de Ajab, y el rey, colocado frente a su pecado, comprende, se humilla, y pide perdón. ¡Qué bonito sería si todos los poderosos explotadores hoy hicieran lo mismo! El Señor acepta su arrepentimiento; sin embargo, un hombre inocente fue asesinado, y la falta cometida tendrá consecuencias inevitables. El mal que se hace, de hecho, deja sus huellas dolorosas, y la historia de los hombres lleva las heridas. La misericordia muestra también en este caso la vía maestra que debe perseguirse. La misericordia puede curar las heridas y puede cambiar la historia. ¡Abre tu corazón a la misericordia! La misericordia divina es más fuerte que el pecado de los hombres. ¡Es más fuerte, este es el ejemplo de Ajab! Nosotros conocemos el poder, cuando recordamos la venida del Hijo inocente de Dios que se hizo hombre con el fin de destruir el mal con su perdón. Jesucristo es el verdadero rey, pero su poder es completamente diferente. Su trono es la cruz. Él no es un rey que mata, sino que por el contrario da la vida. Su ir hacia todos, especialmente a los más débiles, derrota la soledad y el destino de muerte al que conduce el pecado. Jesucristo con su cercanía y ternura lleva a los pecadores en el espacio de la gracia y el perdón. Y esta es la misericordia de Dios.



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Tomado de:
http://w2.vatican.va/

Historia de la Salvación: 9° Parte - Historia de David



P. Ignacio Garro, S.J.
SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA




6. HISTORIA DE DAVID, REY DE ISRAEL

6.1. DATOS BIOGRÁFICOS
         
El nombre David, significa = amado, predilecto. Parece tratarse del nombre que asumió David al hacerse rey. Antes de entonces llevaba probablemente le nombre de El-janán, así lo denomina un texto de 2 Sam 21, 19: “Hubo otra guerra en Gob, contra los filisteos, y El-janán, hijo de Jair de Belén, mató a Goliat; el asta de su lanza era como un palo de tejedor”.

David, nació en la segunda mitad del S. XI a.d.C. en Belén, capital de la tribu de Judá, era hijo menor de Isaí, (o Jesé), 1 Sam 16, 1-10. Dios, el Señor de la Historia de la Salvación, encamina los pies del profeta Samuel hacia David: “Yo te haré saber lo que has de hacer y ungirás para mí a aquel que yo te indicaré”. Samuel se dirige a Belén y, los ancianos de la ciudad salen a su encuentro. Samuel les tranquiliza. “He venido en son de paz. Vengo a ofrecer un sacrificio al Señor. Purificaos y venid conmigo al sacrificio”.

De un modo particular, Samuel purifica a Jesé y a sus hijos y les invita al sacrificio. Jesé tiene 7 hijos. Pero sólo 6 de ellos se presentan ante Samuel. El más pequeño se halla en el campo pastoreando las ovejas. Samuel que aún no sabe quién será el ungido, comienza llamando al hermano mayor, a Eliab. Se trata de un joven alto, de impresionante presencia. Samuel, al verle, cree que es el elegido de Dios: “Sin duda está ante Yahvé su ungido”. Pero el Señor advierte a su profeta: “No mires a su presencia ni su gran estatura, pues yo le he descartado”. La mirada de Dios no es como la mirada del hombre. El hombre mira las apariencias, pero Yahvé mira el corazón. Los criterios de Dios no coinciden con los criterios humanos.

Siguen pasando ante Samuel los 6 hijos de Jesé, uno detrás de otro. Todos son descartados. Samuel, finalmente, pregunta a Jesé: ¿No tienes otros hijos?”.  Jesé responde: “Sí, falta el más pequeño que está pastoreando el rebaño”. “¡Manda que lo traigan! Exclama Samuel. No haremos el rito hasta que él no haya venido! . El muchacho, el menor de los hermanos, es también el más pequeño, tan insignificante que se han olvidado de él. Pero Dios, sí le ha visto. En su pequeñez ha descubierto el vaso de elección para manifestar su potencia en medio del pueblo. Es un pastor; que es lo que Dios desea parea su pueblo como rey: alguien que cuide de quienes Él le encomiende. Para Dios mejor la pequeñez que la grandeza; mejor un pastor con un bastón que un guerrero con armas. Con la debilidad de sus elegidos Dios confunde a los fuertes. 1 Sam 16, 1-11. Los hermanos corren al campo en busca de su hermano más pequeño y llevan a David ante Samuel. La voz del Señor le dice: “¡Es el elegido! ¡Anda, úngelo!”. Samuel toma su cuerno lleno de aceite y lo derrama sobre la cabeza de David. Con la unción, el espíritu de Yahvé, que había irrumpido ocasionalmente sobre los jueces, se posa para permanecer sobre David, 1 Sam 16, 12-13. Es el espíritu que se ha apartado del rey Saúl, dejándole a merced del mal espíritu, que le perturba la mente, 1 Sam 16, 14.




Después de haberle ungido Samuel como rey de Israel, 1 Sam 16, 13: “Tomó Samuel el cuerno de aceite y le ungió en medio de sus hermanos. Y, a partir de entonces, vino sobre David el espíritu de Yahvé. Samuel se levantó y se fue a Ramá”; Su padre Jesé, estaba emparentado con el clan de Efratá, que dominaba Belén.

Aunque la tribu de Judá no se encontraba bajo la autoridad del rey Saúl, David: “de buen aspecto y de buena presencia”, 1 Sam 16, 12, entró al servicio del rey Saúl y se dirigió al palacio de Gueba, donde residía el rey que estaba triste, melancólico y apesadumbrado: "pues un mal espíritu, venido de Yahvé, se había apoderado de él", 1 Sam 16 ,14. David con su arte de buen arpista y flautista le consolaba y aliviaba en sus pesares, 1 Sam 16, 23: “Cuando el espíritu de Dios asaltaba a Saúl, tomaba David la cítara, la tocaba, Saúl encontraba calma y bienestar y el espíritu malo se apartaba de él”. Ante el alivio de sus penas y depresiones Saúl tomo gran simpatía hacia David y el rey Saúl le dice: “Me conforta tu música. Pediré a tu padre que te deje aún conmigo”.  1 Sam 16, 14-22. Una corriente de simpatía une a los dos. De este modo David se queda a vivir en el palacio de Saúl, que llega a amarlo de corazón. Cada vez que le oprime la crisis de tristeza, David toma el arpa y toca para el rey. La música acalla el rumor de los sentidos y alcanza las fibras del espíritu con su poder salvador. David con su arpa es medicina para Saúl, pero su misma persona termina siendo la enfermedad de Saúl.

Cuando el rey Saúl se propuso crear un ejército de profesión, David se convirtió en portador de las armas del rey, 1 Sam 16, 21: “llegó David donde Saúl y se quedó a su servicio. Saúl le cobró mucho afecto y lo hizo su escudero”, y más tarde en comandante de las tropas. Durante el reinado de Saúl, David participa repetidamente y con éxito en las campañas militares dirigidas contra los filisteos y amalecitas.

Los éxitos militares le hicieron famoso y pudo entrar en estrechas relaciones con la familia de Saúl: amigo íntimo de Jonatán, su hijo primogénito; se casó después con la hija de Saúl, Micol, 1 Sam 18, 27. Este hecho le auguraba un magnífico futuro político y religioso. Se había conquistado además el afecto del rey Saúl, pero luego por sospechas palaciegas llegó la ruptura y la persecución ya que Saúl sospechaba que David pudiera sustituir a su hijo Jonatán en la sucesión al trono y que incluso, después de quitarle la simpatía del pueblo, pudiera destronarlo antes de morir. Ya durante el reinado de Saúl, David participa repetidamente y con éxito en las campañas militares dirigidas contra los filisteos y amalecitas. En la lucha a muerte contra los filisteos, David derrota a Goliat, 1 Sam 17, 48-52; 2 Sam 21, 19, y los ejércitos filisteos huyen despavoridos; impulsado por el espíritu de Yahvé, logra tal éxito que la multitud israelita exclama apasionada y eufórica: "Saúl mató a mil pero David mató a diez mil", 1 Sam 18, 10b. Esto originó en Saúl una envidia tal que desde ese instante piensa en matarlo. Si David no sucumbió a la envidia y al odio de Saúl, se lo debió a los muchos amigos que tenía en la corte y que posibilitaron su huida.






6.2. LA PERSONALIDAD DE DAVID Y LA CONQUISTA DE LA TIERRA PROMETIDA
         
Huido de la corte real y reprobado por el rey Saúl, David se rodeó de un grupo de mercenarios ligados con él por vínculos de fidelidad personal. Convertido en un guerrillero independiente encontró empleo en las colinas de Judea sometida a los filisteos. Luego se trasladó más al sur, a la región de Negueb, donde defendió el territorio de las incursiones amalecitas y de otras tribus nómadas que estaban fuera de toda dependencia estatal. Como recompensa por la protección recibía un tributo, probablemente en géneros alimenticios. En estas circunstancias estableció buenas relaciones con las tribus del sur, que más tarde habrían de serle de gran utilidad. Se casó con Abigail, natural de Maón 1 Sam 25, 42, y ofreció su ayuda militar a los habitantes de Queilá 1 Sam 23, 1-5, sitiados por los filisteos.
         
Para librarse las maniobras persecutorias del rey Saúl, que intentaba de todas formas detenerlo y matarlo, David prestó sus servicios al filisteo Aquis, de Gat, que le dio en alquiler la ciudad de Sicelag, 1 Sam 27, 5, ss. Como vasallo temporal de los filisteos, tuvo la misión de defender la parte sur del país filisteo contra las incursiones de los nómadas. Pero fue capaz, respaldado por su señor, de conservar buenas relaciones con las tribus meridionales de Judea, 1 Sam, 27, 8-12.


6.3. DAVID REY DE JUDÁ Y DE ISRAEL. CONQUISTAS MILITARES

Después de la muerte trágica de Saúl, 1 Sam, 31, 4-5: “Dijo Saúl a su escudero: saca tu espada y mátame, no sea que lleguen esos incircuncisos y hagan burla de mí. Pero el escudero no quiso matarlo pues estaba lleno de temor. Entonces Saúl, tomó la espada y se arrojó sobre ella. Viendo el escudero que Saúl había muerto, se arrojó también sobre su espada y murió con él”.

A la muerte de Saúl, David fue aclamado rey de Judá en el monte Hebrón, 2 Sam 2, 4: “Llegaron los hombres de Judá, y ungieron allí a David como rey de la casa de Judá”.  Siete años más tarde también las tribus del Norte le aclaman rey viendo que en él reposa el "espíritu de Yahvé", y por las hazañas de David contra los filisteos, admiten que tiene categoría para salvar a Israel,  2 Sam 5, 1-3: “Vinieron todas las tribus de Israel donde David a Hebrón, y le dijeron: “Mira hueso tuyo y carne tuya somos nosotros, ya de antes, cuando Saúl era nuestro rey, eras tú el que dirigía las entradas y salidas  de Israel. Yahvé te ha dicho: Tú apacentarás a mi pueblo Israel, tú serás caudillo de Israel”. Vinieron, pues, todos los ancianos de Israel donde el rey, a Hebrón. El rey David hizo un pacto con ellos en Hebrón, en presencia de Yahvé, y ungieron a David como rey de Israel”.

David atacó en primer lugar a los filisteos, 2 Sam 5, 17, no se sabe muy bien qué batallas libró contra ellos; de todas formas, después de David los filisteos no tuvieron ya ningún papel político y su territorio quedo sometido a Israel. Además el rey David se apoderó de las ciudades-estado cananeas, convirtiéndose en soberano de Estado territorial palestino. Con gran habilidad política escogió como residencia la ciudad-estado de Jerusalén, punto de conjunción entre el Norte y el Sur del país. La ocupó mediante una estratagema y la convirtió en propiedad personal suya, cambiando además su nombre: “Ciudad de David”. Hizo trasladar a Jerusalén el arca de la alianza, pasando a ser la ciudad de David el centro religioso del reino unificado, 2 Sam 5, 6.

Peleó también contra los pueblos de la Transjordania, sometiéndolos a su poder, 2 Sam, 8, 10. ss. El territorio de los edomitas  pasó a ser posesión personal del rey y fue gobernado por un gobernador militar. Moab se vio reducido a ser un Estado vasallo después de que murieran las dos terceras partes de sus guerreros heridos de sus caballos. Derrotó a los ammonitas, de los que se nombró rey a título personal.

David dirigió además campañas contra los estados arameos del norte: Bet-Recob, Tob, Guesur, Maaca. El reino de Damasco, tras la victoria sobre el rey Adad-Ezer, quedó incorporado al reino de Israel, mientras que los demás reinos pasaron  a ser meros vasallos. Estableció relaciones diplomáticas con las cortes extranjeras, casándose de este modo con la hija del rey de Guesur, 2 Sam 3,3; y dándole a Salomón por esposa a la princesa ammonita Naama. La actividad militar de David tuvo también una influencia provechosa para los fenicios, que pudieron desarrollar libremente su comercio marítimo. David mantenía con ellos buenas relaciones, 2 Sam 5, 11.
        
En conclusión, las hazañas bélicas de David recogidas en los dos libros de Samuel se pueden sintetizar de esta manera:

  • La reconciliación de todas las tribus de Israel y la formación de una nación israelita. Las repetidas revueltas de las tribus septentrionales, que David tuvo que sofocar, 2 Sam 20, 1-22  y 2 Sam 16, 5-13; 19, 10-24, demuestran con que tenacidad las tribus israelitas se opusieron a sus tentativas de centralización. Y así David consiguió formar un verdadero reino.
  • La sujeción de las ciudades - estado cananeas y la conveniente rectificación de los confines del reino: Edom viene a ser una provincia del reino, 2 Sam 8, 13, s.s.; Moab, un estado vasallo tributario, 2 Sam 8, 2. Ammón, fue completamente incorporado, 2 Sam 10, 1, e igualmente con la ciudad de Tiro, se crearon unas relaciones de muy buena vecindad.

         
David se ganó la simpatía de todos los soberanos que le rodeaban y supo asegurarse su amistad con una hábil política familiar y matrimonial. La Biblia menciona una cantidad de mujeres, judías y no judías, que estuvieron unidas en matrimonio con David. Entre sus hijos, los más conocidos son Absalón y Salomón, el segundo hijo concebido por Betsabé. Absalón, fue conocido por su rebelión en contra de su padre David. Salomón, porque le sucedió en el trono y se realizaron en él  las promesas.
         
Pero David era un político demasiado realista y objetivo, para apoyar la seguridad del reino apenas fundado en sólo alianzas matrimoniales y vínculos de amistad con soberanos. Por eso él creó un sistema burocrático destinado a garantizar la corrección de la administración estatal y alistó un potente ejército con leva militar obligatoria, repartido en doce divisiones.


6.4. DAVID, EL HOMBRE: GUERRERO Y DE PROFUNDO ESPÍRITU RELIGIOSO
         
La tradición bíblica acentúa con gran énfasis la profunda religiosidad de David. Desde muchos puntos de vista, David fue una personalidad excepcional. Fue en primer lugar un valiente e indómito guerrero, un conquistador afortunado, un astuto político que supo aprovecharse en cada momento de la situación, un prudente organizador del Estado, sobre todo en los primeros tiempos de su reinado y un sabio administrador de la justicia. De ánimo generoso, se mostró siempre fiel con los amigos hasta ser realmente cariñoso con ellos, como demuestra su actitud con el hijo de su íntimo amigo Jonatán, y la exclamación llena de pena a la muerte de su amigo Jonatán, 2 Sam 1, 25-27: ¡Jonatán! Herido de muerte en las alturas. Lleno estoy de angustia por ti, hermano mío, en extremo querido. Tu amor fue para mí más delicioso que el amor de las mujeres ...”.

Con sus propios hijos se mostró condescendiente hasta la debilidad; no supo castigar debidamente a Amón; perdonó el fratricidio de Absalón, sin tomar con él las debidas precauciones. Por el contrario, David fue cruel con sus opositores, haciendo que desapareciera la descendencia de Saúl, diezmando a los moabitas, y provocando la muerte de Urías.
         
Fue un hombre profundamente religioso según el modelo de la época: de piedad sincera, recurría a la oración y a los consejos de los hombres de Dios, como Gad y sobre todo Natán. Es reconocido como un auténtico poeta lírico religioso de gran profundidad de cuya inspiración se dice que nacen la mayoría de los Salmos. Así lo demuestra la elegía que se le atribuye con motivo de la muerte de Jonatán, 2 Sam 1, 23-24: “Saúl y Jonatán, amados y amables, ni en vida ni en muerte separados, más veloces que las águilas, más fuertes que los leones ... ¡cómo cayeron los héroes en medio del combate¡”.

En realidad, sobran datos para afirmar que David fue un hombre profundamente religioso. Lo demuestra el hecho de instalar el Arca de la Alianza en la ciudad de Jerusalén, convertida no sólo en el centro político del nuevo estado sino también en el foco religioso capaz de aglutinar todas las inquietudes de las 12 tribus de Israel. El arca de la alianza tras haber sido depositada en Silo, 1 Sam 3, 3, cayó en poder de los filisteos 1 Sam  4. 11-12, quienes la colocaron como trofeo en el templo de su divinidad, 1 Sam 5, 1-3, y a estos les acarreó tales males y desgracias que decidieron devolverla al territorio israelita, 1 Sam 6, 1-12.  Depositándola en Bet-Semes, continuó atrayendo el infortunio, 1 Sam 6, 13-21, por lo que la dejaron al fin en Kiriat - Yeraim, donde permaneció custodiada por Abinadab, 1 Sam 6, 21, hasta que David  decidió trasladarla a Jerusalén, 2 Sam 6.
        
Una vez instalada el arca en la ciudad de Jerusalén, era obvio dedicarle un templo para dar  culto solemne a Yahvé. Cuando ya estuvo concluido el tabernáculo la trasladó a la montaña de Sión realizando una solemne procesión. David quiso, pues, hacer una morada para Yahvé, ya que tenía todos los medios para hacerlo: fe religiosa, poder militar y político, riqueza material y sobre todo mucho entusiasmo por agradar a Dios: “Cuando el rey se estableció en su casa y Yahvé le concedió paz de todos sus enemigos de alrededor, dijo el rey al profeta Natán: “Mira, yo habito en una casa de cedro mientras que el arca de Dios habita en una tienda de lona” respondió Natán al rey: “Anda, haz todo lo que te dicta el corazón, porque Yahvé está contigo”. Pero aquella misma noche vino la palabra de Yahvé a Natán diciendo: “Ve y di a mi siervo David: Esto dice Yahvé ¿Me vas a edificar tú una casa para que yo habite? No he habitado en una casa desde el día en que hice subir a los israelitas de Egipto hasta el día de hoy, sino que he ido de un lado para otro en una tienda de refugio. En todo el tiempo que he caminado entre los israelitas, ¿he dicho acaso a uno de los jueces de Israel a los que mandé que apacentaran a mi pueblo Israel: ¿Por qué no me edificáis una casa de cedro? ... "Hácete, pues, saber Yahvé que El te edificará a ti una casa; y que cuando se cumplan tus días, y te duermas con tus padres, suscitaré de tu linaje después de ti... el que saldrá de tus entrañas y afirmaré tu reino. El edificará casa a mi nombre y yo estableceré su trono por siempre. Yo seré para él padre y él será para mí, hijo. Si obrare el mal, yo le castigaré con castigo de hombres y con azotes de hijos de hombres, pero no apartaré de él mi misericordia.... Permanente será tu casa y tu reino para siempre ante mi rostro, y tu trono estable será por la eternidad", 2 Sam 7, 1-16

¿Por qué David no hizo la casa a Yahvé? No resulta fácil saberlo. Parece, en realidad, que esta fue su intención, 2 Sam 7, 1-3, sin embargo, Dios por medio del profeta Natán le disuadió de este proyecto, 2 Sam 7, 4-16. La opinión más probable podría ser la siguiente: Durante la permanencia del pueblo en el desierto, el arca de la alianza había estado siempre en el tabernáculo portátil: (tienda de la alianza). ¿Por qué, ahora, levantar un templo, al estilo de los demás pueblos? Si Yahvé siempre había sintonizado con el espíritu nómada, ¿por qué vincular ahora su presencia con un templo suntuoso? Tal es la idea que subyace en la intervención del profeta Natán ante David,  2 Sam. 7, 1-17. Lo cierto es que David no levantó el templo a Yahvé, lo hizo el hijo señalado por Yahvé, Salomón. En todo caso hay que afirmar que en tiempos de David se afirmó el culto a Yahvé y este culto yahvista mantuvo unido al pueblo y le dio fuerzas en sus luchas y dificultades.


6.4.1. La Alianza davídica

El punto culminante de toda la tradición relativa a David es la promesa divina que se le hizo a él y a sus sucesores sobre el gobierno del pueblo de Israel. Dicha alianza, viene después: "de haber dado Yahvé el descanso a David,  librándole de todos sus enemigos en derredor",  2 Sam 7,1.
        
Las estipulaciones de la alianza davídica, unilateral también por parte de Dios, se formula así: "Hácete, pues, saber Yahvé que El te edificará a ti una casa; y que cuando se cumplan tus días, y te duermas con tus padres, suscitaré de tu linaje después de ti... el que saldrá de tus entrañas y afirmaré tu reino. El edificará casa a mi nombre y yo estableceré su trono por siempre. Yo seré para él padre y él será para mí, hijo. Si obrare el mal, yo le castigaré con castigo de hombres y con azotes de hijos de hombres, pero no apartaré de él mi misericordia.... Permanente será tu casa y tu reino para siempre ante mi rostro, y tu trono estable será por la eternidad". 2 Sam 7, 11b-16, como coronación de todas las victorias obtenidas por el gran rey.
         
El contenido de esta alianza es la elección, por parte de Yahvé, de David y de su descendencia como depositarios de la realeza en Israel. Esto no garantiza que los sucesivos hijos descendientes de David van a ser buenos y competentes ante los ojos de Dios, garantiza, más bien, que siempre habría un descendiente de David en el trono de Israel. El Señor miraría con especial benevolencia a la casa de David, portándose con ella como un padre. Si los descendientes llegasen a fallar serían castigados como los demás hombres, pero con moderación; sin embargo, este castigo no llegaría nunca a privar de la dignidad real a la descendencia davídica, haciéndola pasar a otra dinastía, puesto que: “tu casa y tu reino subsistirán por siempre ante mí, y tu trono se afirmará para siempre”, 1 Cron 17, 1-15.


6.4.2. Promesa mesiánica

Junto a la alianza de Dios con David y su descendencia viene la promesa solemne que de su casa vendrá el Mesías Salvador y Dios vuelve a comprometerse, esta vez con una familia, a quien hace depositaria de una promesa. Esta profecía de Natán, da origen en Israel a una esperanza que se conoce como la "esperanza mesiánica". Que tiene por objeto la venida de un "Mesías", de un "ungido", o “consagrado” de Dios, un descendiente de David, que será ungido como rey del pueblo. Sabemos por el N. T. que el Mesías es Jesús de Nazaret, el Verbo divino encarnado, Él es el que asume y cumple con esta profecía y viene al mundo para salvar a todo el género humano del poder del pecado y de la muerte eterna.
         
El punto de partida del mesianismo, llamado también mesianismo dinástico, coincide con el momento en que David sube al trono, 2 Sam 7, 1-16. Los estudiosos de la Biblia reconocen en los versículos 1 al 7, el núcleo más importante de la promesa. La palabra clave de esta profecía es “bayit”, que en hebreo tiene un doble significado: uno, = casa o templo y otro = familia y dinastía. Natán da la vuelta a las palabras según las cuales el rey habría de un construir un Templo (casa): no será David quien lo construya un “bayit” (casa) a Dios, sino Yahvé le construye una “bayit” = una dinastía a David, de ella vendrá el Mesías Salvador.

Históricamente, el texto bíblico habla inmediatamente de un hijo concreto descendiente directo de David, Salomón su hijo, que es quien históricamente cumple el proyecto de construir el Templo o casa a Yahvé en la ciudad de Jerusalén, 1 Rey 6, 8. Pero la expresión es tan amplia "para siempre", "eterno", que no se agotan en él, se cumplen a plenitud en Jesucristo, como Mesías salvador de todo el género humano, que proviene de la casa de David.

6.4.3. David el rey fuerte en el espíritu, débil en la carne. Pecador y creyente
       
David fue fuerte, incluso, en sus flaquezas humanas. El idilio amoroso con Betsabé puso de manifiesto la debilidad de la carne y la fuerza del deseo. El relato resulta muy conocido: “A la vuelta del año, al tiempo que los reyes salen de campaña, envió David a Joab con sus veteranos y todo Israel. Derrotaron a los ammonitas y pusieron sitio a Rabbá, mientras David se quedó en Jerusalén”, 2 Sam 11, 1. David ni siquiera se plantea al problema de ir a la guerra: le gusta su trono y no se arriesga ya como lo hacía en su juventud. Podemos decir que David es ahora un hombre seguro de sí mismo, ya no tiene ánimo para pelear como antes, se dedica a descansar y que sus ejércitos vayan al campo de batalla.
         
“Un atardecer se levantó David de su lecho y paseaba por el terrado de la casa del rey cuando vio desde lo alto del terrado a una mujer que se estaba bañando. Era una mujer muy hermosa. Mandó David para informarse sobre la mujer y le dijeron: “es Betsabé la mujer de Urías, el hitita”. David envió gente que la trajese; llego donde David y él se acostó con ella, cuando acababa de purificarse de sus reglas. Y ella se volvió a su casa. La mujer quedó embarazada y le hizo saber a David: Estoy embarazada”, 2 Sam, 11, 2-5.
         
Con gran finura psicológica, el redactor indica que todo comenzó con una simple mirada curiosa. ¿Y por qué la miró? Probablemente pensaba que, al ser mayor de edad, rico en experiencia, le estaba permitido hacerlo, no tenía mayor importancia; una simple curiosidad que no podía tener mayores consecuencias para alguien como él. El segundo paso es una imprudencia: “Mandó David a preguntar por la mujer y le dijeron: “Es Betsabé la mujer de Urías, el hitita”. Después y acto seguido la imprudencia ya se hace grave, manda que la traigan a su presencia. Sólo quería conocerla, nada más; quizá pensó que podría trabajar en el corte realizando algún servicio ... En realidad era otra cosa, en su corazón la deseaba y ya había decidido: “llegó ella donde David y David se acostó con ella ... y quedó embarazada”. Hay que analizar el proceso y ver cómo todo transcurre de una “mirada curiosa” a la “mujer embarazada”, todo se ha desarrollado como un sueño, en un brevísimo tiempo.
         
Pero la historia no acaba así, fácilmente; hasta aquí podemos hablar de la debilidad e imprudencia del rey David, de vanidad, todo ello fruto de la concupiscencia, pero a continuación se le presenta otro problema ¿qué voy a hacer’. David: piensa la solución está en llamar a su marido Urías que está en el frente de combate, que venga al palacio real, le invita a cenar le pregunta por la situación en el campo de batalla, y luego que vaya a su casa con su esposa que se acueste con ella y aquí no ha pasado nada. Y así lo hace, Urías es llamado e invitado por David a ir al palacio, cena con él y le dice que puede ir a su casa y acostarse con su esposa, pero Urías no duerme ni la primera ni la segunda vez. Es un soldado leal, a carta cabal, ante la propuesta de David: “Urías respondió a David, El arca, Israel y Judá habitan en tiendas; Joab mi señor y los siervos de mi señor acampan en el suelo ¿y voy a entrar yo en mi casa para comer, beber y  acostarme con mi mujer? ¡Por tu vida y la vida de tu alma, no haré tal cosa!”, 2 Sam 11,11. Con esta respuesta tan clara y honesta, el rey David se da cuenta que está metido en un grave problema. Aquella noche David no duerme pensando qué cosa hacer, y se da cuenta por primera vez que está prisionero de sí mismo. No es sincero consigo mismo para decir la verdad de las cosas pues si lo hace quedaría comprometida su honorabilidad de rey adúltero. En segundo lugar quiere salvar a la madre de su hijo y al hijo, un hijo que desea que viva a toda costa. Podía haber abandonado a Betsabé pero ella se habría suicidado antes de revelar a su marido el nombre de la persona que le había dejado embarazada. El tercer lugar está el mismo Urías, un soldado valiente a carta cabal, todo un guerrero y un caballero, sus palabras de lealtad son preciosas. David no sabe qué hacer. Está en una gran encrucijada de su vida. No sabe qué hacer.
         
¿Permitir que se deteriore su honorabilidad de rey? Imposible. ¿Dejar morir a la mujer y al hijo? No puede ser. ¿Eliminar a su mejor soldado? Tampoco. Quizá por primera vez en su vida David tiene miedo y se da cuenta que no tiene más remedio que renunciar a uno de los tres valores. De noche, cavila, duda, no duerme, pero al amanecer ya ha tomado una decisión: mandará eliminar a Urías. Escribe una carta al general Joab para que ataquen la ciudad y en el frente de batalla coloquen a Urías en un lugar peligroso y en medio del fragor del combate que dejen a Urías solo y que muera. Y así fue, 2 Sam, 11, 14-22.
         
Después de estos acontecimientos David queda encerrado en su propio pecado, convencido de que no podría haber obrado de otro modo, en definitiva se autolegitima, se autojustifica. Una vez muerto Urías, David toma a Betsabé ya viuda, precisamente porque cree que ha hecho lo único que podía hacer. Betsabé le dará un hijo. El capítulo 11 del 2º libro de Samuel acaba con una frase a tener en cuenta: “pero aquella acción que había hecho desagradó a Yahvé”, 2 Sam 11, 27.
        

6.4.4. Dios guía el arrepentimiento de David
         
En toda esta triste historia del pecado de David no se nos dice en ningún momento que David pidiera perdón a Dios, David quedó ciego, prisionero en su propio pecado. En realidad el rey se había olvidado por completo de Dios y de su amistad con Él, y de los cantos que había compuesto: “Oh Dios, tu eres mi Dios, tengo sed de ti, Tu eres mi roca, mi defensa mi salvación...”. En toda esta triste historia David pensaba que el problema era sólo suyo y que nadie ni siquiera Dios, podía echarle una mano, aquí se refleja que se había alejado mucho de aquel espíritu de fe y de humildad y de abandono en las manos de Dios que le era propio. Aquí vemos el dinamismo intrínseco del pecado que le ha llevado a la confusión consigo mismo, a la sequedad en el espíritu, a la tristeza en el corazón. Un pequeño desorden le ha llevado, error tras error, a cometer un doble pecado.
        
En  2 Sam 12, 1, s.s, Dios, vuelve a tomar la iniciativa y sale al encuentro de David por medio del profeta Natán. La narración es sencilla y hasta ingenua y sin embargo nos revela la pedagogía divina con aquellos que ama y que han errado en el camino de la verdad. Natán se  presenta en la corte y narra  a David una parábola que poco a poco desenmascara el pecado de David: 2 Sam, 12, 1-4: “Había dos hombres en una ciudad; el uno era rico y el otro era pobre. El rico tenía ovejas y bueyes en gran abundancia; el pobre no tenia más que una corderilla, sólo una, pequeña, que había comprado. Ella iba creciendo con él y con sus hijos, comiendo su pan, bebiendo en su copa, durmiendo en su seno igual que una hija. Vino un visitante donde el hombre rico y, dándole pena tomar de su ganado lanar y vacuno para dar de comer a aquel llegado a su casa, tomó la ovejita del pobre y dio de comer al viajero llegado a su casa”.
         
Esta parábola la dirige Dios por medio del profeta Natán no a David pecador sino al David justo y leal y por eso precisamente tiene éxito. “David se encendió en gran cólera contra aquel hombre y dijo a Natán: “Vive Yahvé, que merece la muerte el hombre que tal cosa hizo, pagará cuatro veces la oveja por haber hecho semejante cosa y por no haber tenido compasión”. Entonces Natán dijo a David: “Tú eres ese hombre”. Así dice Yahvé Dios de Israel ... Pues bien, nunca se apartará la espada de tu casa, ya que has despreciado y has tomado la mujer de Urías el hitita para mujer tuya”. ... David dijo a Natán: “He pecado contra Yahvé”. Respondió Natán: “También Yahvé ha perdonado tu pecado; no morirás. Pero por haber ultrajado a Yahvé con ese hecho, el hijo que te ha nacido morirá sin remedio”. Y Natán se fue a su casa”. 2 Sam 12,  7-15.




         
En este arrepentimiento y diálogo entre Natán y David, éste recobra entonces toda su talla espiritual, sale de su terrible pesadilla y descubre la que podría haber sido la solución más simple y más obvia: renunciar a su honorabilidad y afirmar el supremo valor de Dios y su Ley. David al haber querido defender sus privilegios de rey, fue cayendo en una serie de mentiras, de infidelidades, hasta llegar al adulterio y al homicidio. Su reconocimiento nace de un corazón humillado y sincero.
         
El salmo 51, el Miserere, nos guía en el proceso de arrepentimiento de David y la súplica del perdón de la vida y de la gracia: “Piedad de mí, ¡Oh Dios! por tu bondad, por tu inmensa ternura borra mi delito, lávame a fondo mis culpas purifícame de mi pecado. Pues mi delito yo lo reconozco, mi pecado está ante mí sin cesar”; contra ti, contra  ti sólo he pecado, lo malo a tus ojos cometí”, manifiestan la estructura de la confesión del hombre que se da cuenta que ha caído en el desorden del pecado: “Mira que nací culpable, pecador me concibió mi madre”.  Reconoce la necesidad de verdad y sinceridad dentro de sí: “Y tú amas la verdad en lo íntimo del ser, en mi interior me inculcas la sabiduría”. La urgencia de ser purificado por la misericordia de Dios: “Rocíame con el hisopo hasta quedar limpio, lávame hasta blanquear más que la nieve. Devuélveme el son y la alegría, se alegren los huesos que tú machacaste. Aparta tu vista de mis errores y borra todas mis culpas”. Hasta llegar a una de las exclamaciones más vivas de los salmos: “Oh Dios crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme, no apartes de mi tu rostro, no me quites tu santo espíritu”. Culminando con el deseo sincero de volver enteramente a Dios: “Devuélveme el gozo de la salvación, afiánzame con espíritu generoso: enseñaré a los rebeldes tus caminos y los pecadores volverán a ti. Líbrame de la sangre, oh Dios, Dios salvador mío”. Salm 51, 1-16.
        
6.4.5. Los últimos años del rey David
         
La entereza del monarca estuvo puesta a prueba sobre todo cuando ya entrado en años, debió nombrar heredero al trono de Israel. Las pretensiones de Adonías, el mayor de sus hijos vivos, 2 Sam 3, 4, estuvieron a punto de provocar una escisión muy parecida a la que suscitara años antes su hijo Absalón. Adonías apoyado por Joab, que habla perdido la confianza del rey, y a su vez la del sacerdote Abiatar, reunió un nutrido grupo de personajes notables para que fueran testigos de su proclamación como rey, celebrada junto a la fuente de Ain-Rogel.

Los partidarios de su otro hijo Salomón, entre los que figuraba Natán y el sacerdote Sadoq, actuaron rápidamente poniendo en conocimiento del rey la trama que se estaba tejiendo. David reaccionó rápidamente haciendo testamento en favor de su hijo Salomón, el cual fue ungido por Sadoq en la fuente de Gihón, mientras la multitud le aclamaba. Tal reacción nunca la había esperado Adonías, quien dio su causa por perdida, huyendo hacia el altar de la Alianza en busca de refugio, de dónde salió cuando Salomón juró no vengarse de su osadía. Así quedó sofocada esta intriga palaciega, que había puesto en entredicho la sucesión del rey David. Este murió poco después viendo su descendencia asegurada.
         
Con la muerte de David se cierra una de las páginas más brillantes en toda la historia del pueblo elegido. Especialmente de él, de su casa, de su descendencia, vendrá el gran Mesías Salvador: Jesucristo, el Verbo divino encarnado, verdadero Dios y verdadero hombre, enviado por Dios Padre para salvar a todo el género humano del poder del pecado y de la muerte eterna.

Su gran sueño de convertirse en una gran nación organizada y poderosa se había hecho realidad. En efecto David reunió a las 12 tribus para formar en un inicio un reino resquebrajado y lo convirtió al final de sus días en un imperio unificado. Le correspondió a su hijo Salomón consolidar y ampliar este reino.

6.4.6. Los Salmos de David
         
Durante siglos ha sido asociada al nombre de David la autoría de los Salmos. David cuyo talento musical, 1 Sam 16, 18-23, e interés por la liturgia pone expresamente de relieve la Biblia pudo ser fácilmente el autor de muchos de ellos. El P. Auvray, hace la siguiente distinción::

Himnos: 8, 19, 9, 33 ,48, 67, 84, 87, 93, 99, 100, 101, 103, 104, 105, 106, 111, 113, 114, 121, 134, 136, 145, 146, 147, 148, 149, 150.
Plegarias:  3, 5, 13, 20, 22, 24, 25, 26, 27, 44, 51, 55, 61, 79, 80, 83, 85, 130
Salmos de acción de gracias: 9, 18, 27, 32, 34, 40, 57, 65, 66, 67, 107, 116, 118, 124, 126, 129
Salmos de la realeza:  2, 20, 21, 45, 47, 89, 93, 100, 132.
Salmos mesiánicos:  2, 16, 41, 110, 118.
Salmos sapienciales: 9, 10, 16, 25, 34, 37, 49, 73, 111, 112, 119, 145.





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Agradecemos al P. Ignacio Garro, S.J. por su colaboración.

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