Jesús, el Mesías



P. Adolfo Franco, S.J.


Lucas 1, 1-4; 4, 14-21

Jesús se define a sí mismo como enviado especial para los afligidos; Jesús es misericordia.


La lectura del Evangelio de este domingo recoge dos párrafos, que en el mismo Evangelio de San Lucas están separados.

El primer párrafo expresa la voluntad del Evangelista San Lucas de ser muy cuidadoso en la transmisión de los datos y narraciones que hará en su Evangelio. Es el testimonio de un hombre que tiene la intención de ser objetivo y fiel a la verdad de todo lo que va a narrar. Con esto quiere dar un sello de autenticidad a lo que escribe, y manifiesta su cuidado al buscar las fuentes en que se basa todo lo que escribirá: un verdadero testimonio de historicidad. Y todo tiene como finalidad dar una base sólida a la fe; fe que se sustenta precisamente en la realidad de todo lo acontecido en Jesús de Nazaret.

El segundo párrafo es el comienzo de la predicación de Jesús en la sinagoga de Nazaret, la ciudad donde se había criado. Este hecho de la predicación de Jesús en su ciudad natal tiene dos momentos: uno de afirmación clara de Jesús sobre su mesianidad; el segundo, la confrontación y el rechazo de sus paisanos. Pero el evangelio de este domingo sólo contiene el primer momento: la afirmación de Jesús sobre su mesianismo.

Jesús ha tomado el rollo que debía leer en la sinagoga, y delante de todos lee uno de los párrafos del profeta Isaías en que se habla del futuro Mesías; en ese párrafo se señala la actividad bienhechora del Mesías (Is 61, 1-2). Si se quería identificar al Mesías, éste debía tener unas características, y una de las principales debía ser su bondad especialmente con los más necesitados. En el mismo profeta Isaías se indican en diversos capítulos otra serie de características del Mesías.

De entre todas esas características, Jesús en su presentación escoge, lee y subraya ésta: La unción que ha recibido el Mesías es para: “anunciar a los pobres la Buena Noticia... para proclamar la liberación a los cautivos... para dar la vista a los ciegos... para dar libertad a los oprimidos... para proclamar un año de gracia del Señor”.  Y es que Jesús (esa sería la intención del Evangelista San Lucas) quiere en esta primera presentación pública, mostrar todo un panorama de su futura actuación en la vida pública durante tres años. Y en esta primera predicación en público hay varias afirmaciones: Yo soy el Mesías, el Enviado de Dios, el Ungido, el cumplimiento de todas las promesas del A. T. Y mi venida, sigue destacando Jesús, es para enseñar la Buena Nueva y para redimir: y redimir a cada uno de aquello que necesita redención. Así resume El su futura actividad: manifestar la Revelación y realizar la Redención.

Su predicación es calificada de Buena Nueva. La de Jesús es una enseñanza Nueva; no quita su relación con lo revelado ya por Dios en el A. T., a través de los autores inspirados. Pero su enseñanza tiene un aporte que da la plenitud a todo lo anterior. Con frecuencia Jesús hablará de esto. En todo el sermón del monte, recogido por San Mateo, tendrá esa serie de afirmaciones: “se dijo a los antiguos, pero yo les digo...” Cuando se enfrente en tantas oportunidades con los fariseos, dirá: no se pone un remiendo nuevo a un paño viejo, no se echa el vino nuevo en odres viejos. Él nos hablará de un mandamiento nuevo: “Les doy un mandamiento nuevo, que se amen los unos a los otros, como yo les he amado”. Él nos dará a conocer el misterio interior de la vida de Dios, y de que es Padre, y de que habita en nosotros. Viene a predicar la Buena Nueva.


Y viene a redimirnos: Darnos la posibilidad de la salvación eterna, liberarnos de todas las cegueras, de todas las esclavitudes, para darnos un año (un tiempo definitivo) en que la gracia de Dios estará con nosotros. Este es en resumen el contenido de esta bella primera presentación de Jesucristo, anunciando su actividad en la sinagoga de Nazaret.



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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.

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