Santa Rosa de Lima


La santa limeña se dedicó a una vida de piedad y de virtud y cuando vistió el hábito de la tercera Orden de Santo Domingo, hizo grandes progresos en el camino de la penitencia y de la contemplación mística. Compartimos la homilía de nuestro Director el P. José Ramón Martínez Galdeano S.J. (AQUÍ) dedicada a nuestra santa y su biografía con motivo de su fiesta litúrgica el 30 de agosto (AQUÍ.)

Jesús y los fariseos

El P. Adolfo Franco, S.J. nos comparte su reflexión sobre el evangelio del domingo 30 de agosto: "El Señor cuestiona a los fariseos (¿quizás nosotros?) la falta de autenticidad. Acceda AQUÍ.

San Agustín

Obispo de Hipona y Doctor de la Iglesia. Uno de los cuatro doctores más reconocidos de la Iglesia latina, llamado "Doctor de la Gracia". Compartimos una reseña biográfica con motivo de su fiesta el 28 de agosto. Acceda AQUÍ


San Alberto Hurtado, SJ

Fue canonizado en el 2005 por el Papa Benedicto XVI, y así uno de los santos del siglo XX, fue sacerdote jesuita y conocido como Padre Hurtado, en Chile estuvo cerca de los jóvenes a través de la Acción Católica, de la clase trabajadora y de los pobres mendigos y abandonados a través de la fundación del Hogar de Cristo. Compartimos su biografía con motivo de su fiesta el 18 de agosto. Acceda AQUÍ.

El gran regalo de la Eucaristía

El P. Adolfo Franco, S.J. nos comparte su reflexión sobre el evangelio del domingo 23: "¿También ustedes se quieren marchar? Esta pregunta que hizo Jesús a sus apóstoles nos la hace también a nosotros en la actualidad". Acceda AQUÍ.

Tratado de Mariología - 9° Parte: El culto a la Virgen María

El P. Ignacio Garro, S.J. finaliza su tratado de Mariología con el tema dedicado a su culto, asimismo agregamos en el Índice de la serie de Mariología enlaces a documentos sobre la Virgen María, publicados en la web de la Santa Sede, que el P. Ignacio recomienda su lectura para complementar los temas publicados. Acceda AQUÍ. 

Tratado de Mariología - 9° Parte: El culto a la Virgen María

P. Ignacio Garro, S.J.
SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA



6. CULTO A LA VIRGEN

Después de haber estudiado los grandes dogmas y título de la Virgen María, vamos a examinar ahora cuál  debe ser la actitud fundamental que hemos de adoptar nosotros con relación a Ella. Puede sintetizarse en una doble Palabra: Culto Litúrgico y Devoción a María. Para desarrollar bien este tema hemos de tener en cuenta la Exhortación Apostólica "Marialis Cultus" del Papa Paulo VI del 2 de febrero de 1974 (lea el texto íntegro). Documento realmente post-conciliar que centra debidamente el culto recto y ordenado que ha de tener digna y devotamente la Santísima Virgen María.

La legitimidad de un culto especial a la Madre del Señor ha sido solemnemente reafirmada por el Concilio Vaticano II. Este culto se coloca por encima del que se le rinde a cualquier otra criatura, ya que María: "fue exaltada, por gracia de Dios, después de su Hijo, por encima de todos los ángeles y hombres" L.G. nº 66; pero al mismo tiempo: "difiere esencialmente del culto de adoración que se presta al Verbo encarnado, así como al Padre y al Espíritu Santo", L.G. nº 66.
Este culto especial a María nació espontáneamente de la fe y del amor filial del pueblo de Dios y se ha convertido en un "elemento intrínseco del culto cristiano", MC, 56, formando "parte integrante" del mismo, MC 58. Así pues, su sujeto y su autor es el pueblo cristiano, que actúa bajo el impulso misterioso y eficaz del Espíritu Santo, causa última de todo acto sobrenatural. Pero también al Magisterio eclesial y a la teología corresponden competencias propias en este terreno. La Iglesia tiene la misión de regular, guiar y estimular la piedad de los fieles; los teólogos pueden profundizarla y justificarla y asentar sus bases bíblicas y científicas.

El objetivo de la reflexión bíblico-teológica sobre la piedad mariana consiste en ayudar a los creyentes a captar en la persona de la Virgen María la presencia de una relación maravillosa entre la realidad terrena y la fuerza sobrenatural; a ver actuada en su maternidad una de las más hermosas potencialidades humanas, es decir, la disponibilidad a la acción del Espíritu Santo; a admirar y adorar en la concepción virginal del Verbo encarnado la intervención extraordinaria e inefable de aquel Dios que, haciéndose hijo suyo, quiso establecer una relación totalmente privilegiada con la madre. En cierto sentido la Virgen María comparte la función del Padre celestial, engendrando ella sola, temporalmente, a aquel Hijo que en la eternidad es engendrado sólo por el Padre. Con el Verbo hecho hombre la Virgen María contrae un vínculo indisoluble que le compromete de manera única en la economía de la salvación y que sitúa, en términos de universalidad, sus intervenciones en la vida del pueblo cristiano de todos los tiempos.

La Virgen María se convirtió en el dócil instrumento del Espíritu Santo tanto para la generación carnal del cuerpo físico de Jesús como para la regeneración espiritual del cuerpo místico de Cristo que es la Iglesia. Por eso los fieles la reconocen y la veneran como verdadera madre de Dios y madre de los hombres. Estas nociones, que el pueblo cristiano llega a comprender más a nivel intuitivo que racional y bajo la luz de la fe , pueden ser formuladas por la teología y la exégesis bíblica en términos de argumentos capaces de manifestar el sólido fundamento sobre el que reposa el culto especial que rinde la Iglesia a la Virgen María.


6.1. LA ENSEÑANZA DE LA REVELACIÓN

La Sagrada Escritura nos ofrece pocas pero significativas afirmaciones que sitúan a la Virgen María en una luz de excepcional grandeza y dignidad. El Evangelio nos dice que el ángel Gabriel no se limita a referir a la Virgen María la propuesta divina de ser madre de Dios de la que es legado, sino que le dirige unas breves y desconcertantes palabras de admiración y belleza y alabanza: "Dios te salve María, el Señor está contigo ... No temas, María, porque has encontrado gracia ente Dios ... El Espíritu Santo bajará sobre ti, te cubrirá con su sombra la fuerza del Altísimo", Lc 1, 28-35.

En labios de su pariente Isabel es el mismo Espíritu el que exalta la persona y la conducta de María: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre. ¿A qué debo que venga a mí la madre de mi Señor? Apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, el niño saltó de gozo en mi seno. ¡Dichosa la que ha creído que se cumplirán las palabras del Señor", Lc 1, 42-45. En estas palabras de Isabel, el papa Paulo VI ve también una anticipación de la futura veneración de la Iglesia, MC, 56.

Tenemos también el testimonio profético de la misma Virgen María, muy consciente de las grandiosas consecuencias que se derivarían de la intervención de Dios en su humilde existencia: "En adelante me llamarán bienaventurada todas las generaciones", Lc 1, 48. También el concilio Vaticano II cita este texto para justificar el culto a la Virgen María, L.G. nº 66.

En los Evangelios encontramos dos afirmaciones que refuerzan más todavía la validez y la legitimidad del culto mariano:

  • El evangelio de Mateo nos presenta a la Virgen María como la virgen madre del "Emmanuel" de Is 7, 14, que ha venido a salvar a los hombres de su pecado, Mt 1, 21-23. Como madre del Dios Salvador tiene, derecho a una alabanza y veneración especial (culto de hiperdulía).
  • El evangelio de S. Juan refiere el episodio de la Virgen María al pie de la cruz, cuando Jesús la confió como madre al apóstol Juan, Jn 19, 25-27. La  tradición cristiana ha vislumbrado en las palabras del Redentor moribundo su voluntad de confiarle, en la persona de Juan, a todos los creyentes como hijos suyos espirituales. Por consiguiente en atención a la voluntad de Jesús es como el cristiano ha de sentirse estimulado a establecer una relación cada vez más profunda de devoción y de amor filial a la santísima Virgen María.


6.2. LOS ARGUMENTOS TEOLÓGICOS

El Magisterio eclesial y reflexión teológica han proclamado siempre el principio que entre la "lex orandi" y la "lex credendi" tiene que haber una completa y perfecta armonía. Este principio ha sido aplicado íntegramente a la devoción mariana en los últimos documentos oficiales del Magisterio de la Iglesia. Paulo VI insistía explícitamente el axioma de que el culto singular que se rinde a la Madre de Dios corresponde al puesto singular que ella ocupa en el plano de la redención, MC, introducción.

Citando la Lumen Gentium, el papa expone algunos "sólidos fundamentos dogmáticos" del culto a la Virgen María, MC 56, y los podemos resumir de la siguiente manera:

  • María posee la singular dignidad de Madre del Hijo de Dios y es por tanto hija predilecta del Padre y Templo privilegiado del Espíritu Santo. En virtud de este don extraordinario de gracia, precede en mucho a todas las demás criaturas celestiales y terrenas, L.G. nº 66-
  • Su cooperación en los momentos decisivos de la obra de la salvación realizada por su Hijo es de carácter único y no encuentra comparación en la de las demás criaturas. L.G. nº 66. Sólo ella es la Madre del Redentor, la segunda Eva, la verdadera Madre de los vivientes.
  • Su incomparable santidad se revela ya como plenitud en el misterio de su concepción inmaculada. Pues bien, esta santidad iba creciendo a medida que ella se adhería durante su existencia a la voluntad del Padre y recorría el camino del sufrimiento, de la obediencia y de la abnegación de sí misma, progresando constantemente en la fe, en la esperanza, y en la caridad.
  • Su condición y su misión dentro del pueblo de Dios aparece absolutamente única. Ella es ciertamente miembro excelentísimo de la Iglesia, pero al mismo tiempo es "su más preciado modelo y su amorosísima Madre".
  • María ejerce una intercesión incesante en la Iglesia por lo que, a pesar de haber sido asunta al cielo, está muy cerca de los fieles que la suplican e incluso de aquellos que no saben que son hijos suyos, L.G. nº 69.
  • Su gloria personal ennoblece a todo el género humano, ya que es una verdadera hija de Adán como todos los hombres; es miembro de nuestra raza, verdadera hermana nuestra, que comparte plenamente la condición humana.
  • El culto a la Virgen María tiene su razón última en la voluntad de Dios, libre e inescrutable. Siendo el Señor caridad eterna e infinita, decide todas las cosas según un proyecto inefable de amor. "(Él) La amó y obró en ella maravillas", Lc 1, 49; la amó por sí mismo, la amó por nosotros, se la dio a sí mismo y la dio a nosotros". MC 56.


6.3. LA RENOVACIÓN DEL CULTO A MARÍA SEGÚN "MARIALIS CULTUS"

El Concilio Vaticano II asentó las bases firmes para una amplia reforma litúrgica, que se introdujo en los años posteriores al concilio por obra de Paulo VI. En el ámbito de esta reforma también  se ha visto directamente afectado el culto a la Virgen María. En el nuevo calendario litúrgico se han dispuesto fiestas marianas de tal manera que contribuyen a poner de relieve las etapas más significativas de la historia de la salvación, en donde la figura central de Cristo se impone como el eje de la existencia cristiana. De este modo la celebración de la persona de la Virgen María se revela como  reflejo del culto que se le debe rendir al Salvador Cristo, con el que su Madre está estrechísimamente ligada y asociada.
Pero es sobre todo con la Exhortación Apostólica: "Marialis cultus" como Paulo VI se enfrenta expresamente con la cuestión del culto mariano en su conjunto. Su renovación constituye el tema de la segunda parte del documento pontificio, que comienza precisamente con un claro planteamiento de los términos del problema. "Sin embargo, como es bien sabido, la veneración de los fieles hacia la madre de Dios ha tomado formas diversas, según las circunstancias de lugar y de tiempo, la distinta sensibilidad de los pueblos y su diferente tradición cultural y religiosa. Así resulta que las formas en que se ha manifestado dicha piedad, sujetas al desgaste del tiempo, parecen necesitar una renovación que permita sustituir en ellas los elementos caducos, dar valor a los perennes e incorporar los nuevos datos doctrinales adquiridos por la reflexión teológica y propuestos por el magisterio eclesiástico. Esto muestra la necesidad de que las Conferencias Episcopales, las Iglesias locales, las familias religiosas y las comunidades de fieles favorezcan una genuina actividad creadora y, al mismo tiempo, procedan a una diligente revisión de los ejercicios de piedad a la Virgen; revisión que queríamos fuese respetuosa para con la sana tradición y estuviera abierta a recoger las legítimas aspiraciones de los hombres de nuestro tiempo. Por tanto nos parece oportuno, venerables hermanos, indicaros algunos principios que sirvan de base al trabajo en este campo".MC 24.

Como todo fenómeno humano, el culto a María consta de expresiones dictadas por las circunstancias históricas, por la sensibilidad y la psicología específica de los creyentes, por las diferentes tradiciones culturales de los pueblos. Estos elementos pueden variar con el cambio de los tiempos, y a veces es necesario que sea así por diversas razones. Ante todo porque el culto puede caer en algunas de estas desviaciones: la vana credulidad, el sentimentalismo estéril, la manía por curiosas novedades, la búsqueda de efectos milagreros, la mezcla de intereses personales, de aspectos comerciales y/o beneficios económicos, MC 38; L.G. nº 67. En estos casos se hace urgente la renovación a fin de conseguir que las formas de piedad respondan a la verdadera naturaleza y a la auténtica finalidad del culto cristiano.

Y para que se cumpla el aforismo: "ad Jesum per Mariam". A Jesús por María. Hay que desterrar las devociones egoístas interesadas a la Virgen María que sólo persiguen favores económicos y egoístas y nunca llevan a Cristo. Por ejemplo: tener mucha devoción a la Viren María y no ir casi nunca a Misa, no comulgar casi nunca, vivir una vida en pecado, pero me refugio en que soy muy devoto de la Virgen María, de tal santuario o región. Esto es una contradicción. La verdadera devoción a María lleva indefectiblemente a Cristo, a la fe, a la esperanza y a la caridad, a un gran amor a la Iglesia y a cumplir con los 10 mandamientos y las obligaciones de estado de vida, ya sea casado, soltero, etc. Es decir, la devoción auténtica a la Virgen María SIEMPRE lleva a Cristo y exige de autenticidad de vida cristiana y sobre todo a una vida profunda fe y de caridad. Quien desconoce esto está fuera del ámbito de la auténtica devoción a la Virgen María.


6.4. ORIENTACIONES TEOLÓGICAS DE "MARIALIS CULTUS"

Para introducir y reforzar las mencionadas notas características del culto mariano, la exhortación expone algunas orientaciones que debe seguir la renovación de la Iglesia en la cuestión del culto mariano.

A. Orientación bíblica

La renovación bíblica es un fenómeno que interesa a casi todos los sectores de la vida cristiana y de la teología y, en el caso específico de la piedad, la biblia se ha convertido por así decirlo en un "libro fundamental de oración", MC 30. Esta situación es el resultado de un importante progreso de la exégesis y de la teología bíblica, de la difusión de la biblia entre el pueblo cristiano y seguramente de una misteriosa intervención del Espíritu Santo. De esta renovación bíblica el culto a la Virgen María no podrá menos de sacar profundas y auténticas ventajas. Efectivamente: "La biblia, al proponer de modo admirable el designio para la salvación de los hombres, está toda ella impregnada del misterio del  Salvador y contiene, además, desde el Génesis hasta el Apocalipsis, referencias indudables a aquella que fue Madre y asociada al Salvador". MC, 30.

Esta orientación no debe llevar solamente a una utilización literal de los textos, de los símbolos y de las imágenes de la Escritura, sino que debe conducir a sacar de los libros revelados  la inspiración necesaria para componer las oraciones, cánticos y textos que sirvan para la liturgia y para la devoción mariana. Pero es preciso, sobre todo, que el culto mariano "esté impregnado de los grandes temas del mensaje cristiano" que encuentran en la biblia su inspirada elaboración. Los frutos de la aplicación de esta orientación son evidentes: los fieles, al rezar a María, se sentirán iluminados por la luz de la palabra divina y estimulados a comportarse según las enseñanzas de la Sabiduría divina, encarnada en el seno de la Virgen María, abandonando elementos puramente anecdóticos y numinosos en la piedad mariana, para afirmar los contenidos centrales y poner su vida cristiana en relación con ellos.


B. Orientación litúrgica

Después que el Concilio Vaticano II reafirmara la posición e importancia de la liturgia en la vida orante de la Iglesia. Paulo VI volvió sobre el mismo principio para remachar que "la liturgia por su preeminente calor cultual, constituye una norma de oro para la piedad cristiana". MC 23. Por eso hoy la Iglesia, aunque estimula las prácticas marinas de piedad, recomienda que éstas "se organicen de acuerdo con la sagrada liturgia, en cierta manera deriven de ella y a ella conduzcan al pueblo cristiano, ya que la liturgia, dada su naturaleza está muy por encima de ellos" Sacrosanctum Concilium, nº 13.

Por ello, la oración litúrgica debe cumplir una función educativa de la devoción popular. Hay dos prácticas marianas populares que se prestan mejor a dejarse impregnarse del espíritu litúrgico: se trata del "Angelus" y del rezo del Santo Rosario, MC 40-45. Las dos prácticas marianas se muestran eficaces y saludables también la actualidad por su inspiración cristológica y bíblica.


C. Orientación Ecuménica

Si ya en Concilio Vaticano II aconseja a los fieles que en el culto a María eviten todo lo que pueda crear malentendidos con los hermanos separados, L.G. nº 67, la exhortación de Paulo VI, después de inculcar este consejo: "Por su carácter eclesial, en el culto a la Virgen se reflejan las preocupaciones de la Iglesia misma, entre las cuales sobresale en nuestros días el anhelo por el restablecimiento de la unidad de los cristianos. La piedad hacia la Madre del Señor se hace así sensible a las inquietudes y a las finalidades del movimiento ecuménico, es decir, adquiere ella misma una impronta ecuménica. Y esto por varios motivos.

En primer lugar porque los fieles católicos se unen a los hermanos de las Iglesias ortodoxas, entre las cuales la devoción a la Virgen reviste formas de alto lirismo y de profunda doctrina al venerar con particular amor a la gloriosa Theotokos y al aclamarla «Esperanza de los cristianos»; se unen a los anglicanos, cuyos teólogos clásicos pusieron ya de relieve la sólida base escriturística del culto a la Madre de nuestro Señor, y cuyos teólogos contemporáneos subrayan mayormente la importancia del puesto que ocupa María en la vida cristiana; se unen también a los hermanos de las Iglesias de la Reforma, dentro de las cuales florece vigorosamente el amor por las Sagradas Escrituras, glorificando a Dios con las mismas palabras de la Virgen, Lc 1, 46-55.

En segundo lugar, porque la piedad hacia la Madre de Cristo y de los cristianos es para los católicos ocasión natural y frecuente para pedirle que interceda ante su Hijo por la unión de todos los bautizados en un solo pueblo de Dios. Más aún, porque es voluntad de la Iglesia católica que en dicho culto, sin que por ello sea atenuado su carácter singular, se evite con cuidado toda clase de exageraciones que puedan inducir a error a los demás hermanos cristianos acerca de la verdadera doctrina de la Iglesia católica y se haga desaparecer toda manifestación cultual contraria a la recta práctica católica.

Finalmente, siendo connatural al genuino culto a la Virgen el que «mientras es honrada la Madre (…), el Hijo sea debidamente conocido, amado, glorificado», este culto se convierte en camino a Cristo, fuente y centro de la comunión eclesiástica, en la cual cuantos confiesan abiertamente que Él es Dios y Señor, Salvador y único Mediador, 1 Tim 2, 5, están llamados a ser una sola cosa entre sí, con El y con el Padre en la unidad del Espíritu Santo.

Reconocer estos puntos positivos no supone que haya que cerrar los ojos a las divergencias que todavía nos separan, especialmente en lo que atañe a "la función de María en la obra de la salvación", en el Decreto sobre el Ecumenismo,"Unitatis Redintegratio", nº 20. Sin embargo, la MC de Paulo VI confía que estos obstáculos no sean insuperables: "como el mismo poder del Altísimo que cubrió con su sombra a la Virgen de Nazaret, Lc 1, 35, actúa en el actual movimiento ecuménico y lo fecunda, deseamos expresar nuestra confianza en que la veneración a la humilde Esclava del Señor, en la que el Omnipotente obró maravillas, Lc 1, 49, será, aunque lentamente, no obstáculo sino medio y punto de encuentro para la unión de todos los creyentes en Cristo" MC 33.


D. Orientación antropológica

Una renovación eficaz del culto mariano no puede prescindir de las adquisiciones seguras y comprobadas de las ciencias humanas. En particular, ha de tomar en consideración la difusa mentalidad moderna que pone al hombre y a la mujer en el mismo plano de la vida familiar, en la acción política y en el campo social y cultural. Un cierto tipo de devoción se limitaba a presentar a María como modelo  sólo por su vida retiro, oración, otro cierto tipo de devoción se limitaba a presentar  a María como modelo sólo por su humildad y pobreza. Paulo VI en MC hace observar que María es modelo no ya por el tipo de vida que llevó, sino porque en su situación concreta "se adhirió total y responsablemente a la voluntad de Dios", MC 35.

Es normal que los creyentes hayan expresado siempre sus sentimientos de devoción a la Virgen María "según las categorías y los modos expresivos de su época" MC 36. Pero la devoción no está, de suyo, ligada a los pequeños esquemas representativos y a las concepciones antropológicas de una determinada época cultural; por eso sus expresiones concretas tienen que estar sometidas a una iluminada evolución. Si se compara la imagen de la Virgen María con las concepciones antropológicas y los contenidos culturales que condicionan a la mentalidad religiosa de hoy, será fácil ver, a la luz del Espíritu, cómo María se presenta verdaderamente como "espejo de esperanza de los hombres de nuestro tiempo" MC, 37.

En este orden de ideas, el papa cita como particularmente actual y significativo el comportamiento de María en el misterio de la Anunciación, en donde da un ejemplo admirable de consentimiento activo y responsable a la encarnación del Hijo de Dios y de elección valiente del estado virginal como consagración total al amor de Dios. En el Magnificat se manifiesta como mujer que no tiene nada de "aceptación pasiva o de religiosidad alienante", sino que se muestra valiente a la hora de proclamar las preferencias de Dios por los pequeños, los oprimidos y los humildes. Igualmente la Virgen María en el Calvario se presenta como la mujer fuerte en las pruebas duras y difíciles de la vida; una madre que no tiene nada de posesiva, abierta a una dimensión maternal universal.

Por encima de todas estas orientaciones, Paulo VI vuelve a confirmar la validez de un principio que ya había formulado el Concilio Vaticano II en L.G., nº 67, hay que evitar "tanto la exageración de contenidos y de formas que llega a falsear la doctrina como la estrechez mental que oscurece la figura y la misión de María, MC, 38. Un sabio equilibrio entre estos dos extremos negativos: la exageración y la estrechez, hará que el culto a la Virgen María sea cada vez más genuino, más sólido y vigorosamente dirigido a su meta final que es "glorificar a Dios y empeñar a los cristianos en una vida absolutamente conforme a su voluntad" MC, 39. Así pues, el culto mariano, cuando es entendido y practicado rectamente, se convierte en un itinerario de gran crecimiento espiritual para los creyentes. No puede haber vida cristiana auténtica que no sea también mariana, ésta e suna regla que vale para todos los tiempos.


6.5. LA DEVOCIÓN A LA VIRGEN MARÍA

"Devoción" en sentido teológico estricto, consiste en "una voluntad pronta para entregarse con fervor a las cosas que pertenecen al servicio de Dios". Son, pues, devotos los que se entregan o consagran por completo a Dios y le permanecen totalmente sumisos. Los verdaderos devotos están siempre disponibles para todo cuanto se refiera al culto o servicio de Dios.
Sto. Tomás advierte que la devoción, como acto de religión que es, recae propiamente en Dios, no en sus criaturas. De donde se sigue que la devoción a los santos no debe terminar en ellos mismos, sino en Dios a través de ellos.

a. El culto debido a la Virgen María

Como hemos explicado anteriormente la auténtica devoción se refiere directamente a Dios y sólo indirectamente a los santos, por lo que tienen de Dios. La Virgen María ocupa un lugar intermedio entre Dios y los santos.
  • El culto de "adoración", dado solamente a Dios, se llama culto de "Latría", del griego "latreia" = adoración a Dios. Así lo enseña Jesús en Mt, 4,10: "Al Señor tu Dios adorarás, y sólo a él darás culto".
  • El culto de "veneración", como intercesores, dado a los santos, es llamado culto de "dulia" del griego "doulos" = siervo. Los santos son siervos de Dios.
  • El culto de super-veneración, dado a la Virgen María, es culto de "Hiperdulía" = Hiper = por encima de ... los "doulos" = los siervos, es decir, los santos. La santísima Virgen María está por encima de todos los santos.

Por tanto a la Virgen María, como a los santos, no se les adora, sino que se les venera con santa y sana devoción.

El culto a la Virgen María es especial por la significación y relación que tiene como Madre de Dios con su Hijo Jesucristo. Ella es la intercesora más cercana y principal ante su Hijo Redentor y ante Dios Padre, en orden a nuestra redención y salvación. La fórmula ideal que resume y condensa el pensamiento católico sobre la devoción a la Virgen María es ésta: "A Jesús por María". O sea, María es el camino recto y seguro para llegar a Jesús, así como Jesús es el camino único que nos lleva a Dios Padre, Jn 14, 6. Por eso la devoción a María no aparta ni debe de apartar a nadie de la adoración que todos debemos a sólo Dios, ni disminuye ni amortigua nuestros sentimientos hacia Dios, antes al contrario los purifica y los endereza al verdadero Dios porque después de Jesús nadie ha amado tan profunda y santamente a Dios como la santísima Virgen María.

b. La verdadera devoción a María

Ha de incluir, a la vez, la veneración, el amor intensísimo, el amor de gratitud, la confiada invocación, y la imitación de sus virtudes cristianas.
- Veneración: Porque es la Madre de Dios
- Amor intensísimo: Porque es nuestra Madre amantísima
- Amor de gratitud: Porque es nuestra corredentora
- Confiada invocación: Porque es la dispensadora de todas las gracias
- Imitación de sus virtudes cristianas: Porque es modelo perfecto de todas las virtudes.

c. Prácticas piadosas a la Virgen María

La Iglesia en su misión pastoral anima y exhorta al pueblo de Dios las prácticas devocionales que habitualmente ha desarrollado a través de los tiempos y que son de arraigo universal, como son:
- El rezo el Angelus
- El rezo del Santo Rosario
- Salve Regina
- Letanías Lauretanas
- Otras oraciones y devociones aprobadas por la Iglesia

d. Conveniencia de la devoción a la Virgen María

- Necesidad para la salvación
- Necesidad para la santificación
- Consagración a María
- La devoción a María y su perseverancia como signo de predestinación.




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Agradecemos al P. Ignacio Garro S.J. por su colaboración.

Para acceder a las publicaciones de la serie acceda AQUÍ.

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BIBLIOGRAFÍA DE LA SERIE



Nuevo Diccionario de Mariología. Stefano de Fiores y Salvatore Meo. Edic. Paulinas,1986

Vocabulario de Teología Bíblica. León Dufour, S.J. Edit. Herder, 2002

Nuevo Diccionario de Teología. Tomo I. G. Barbaglio y S. Dianich. Edic. Cristiandad,1982

El Magisterio Pontificio Contemporáneo, Tomos I y II. F. Guerrero. Edit. BAC. Maior, 38 y 39. Madrid, 1992

Diccionario Enciclopédico de la Biblia. Varios. Edit. Herder, 1993

La Fe de la Iglesia Católica. J. Collantes, S.J. Edit. Bac. 446, 1984

El Magisterio de la Iglesia. Denzinger, Edit. Herder, 2000

La Virgen María. Teología y espiritualidad mariana. A. Royo Marín, O.P. Edit. BAC, 278, 1968

La Madre del Redentor. J. Ibáñez y F. Mendoza. Edic: Palabra, Colecc. Pelícano. 1988

María en la obra de la salvación. Cándido Pozo, S.J. Edit.  BAC, 360, 1974

Mariología. J. B. Carol. Edit. BAC, 242, 1964

La Virgen María en los Evangelios. H. Bojorge, S.J. Edit. Gratis Date. Cuadernos A 5. 2004

Mariología. José C. R. García Paredes. Edit: BAC. Colecc: Sapientia Fidei, 1995

María en la Sagrada Escritura y en la fe de la Iglesia. Edit. BAC Popular. Cándido Pozo, S.J. 1981

María de Nazareth. La verdadera discípula. F. M. López Melús. Edit. PPC, 1991

Mariología Fundamental. María en el Misterio de Dios. Varios. Edit. Secret. Trinit., Salamanca, 1995


María Madre de Jesús. Síntesis histórico salvífica. S. de Fiores. Edit. Secret. Trinit. Salamanca, 2003


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La Eucaristía

El P. Adolfo Franco, S.J. nos comparte su reflexión del evangelio del domingo 16 de agosto: "En la Eucaristía, la Vida nos comunica vida" Acceda AQUÍ.

Curso JESÚS Y SU MENSAJE


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Santa Rosa de Lima

La santa limeña se dedicó a una vida de piedad y de virtud y cuando vistió el hábito de la tercera Orden de Santo Domingo, hizo grandes progresos en el camino de la penitencia y de la contemplación mística. Compartimos la homilía del P. José Ramón Martínez Galdeano (AQUÍ) dedicada a nuestra santa y su biografía con motivo de su fiesta litúrgica el 30 de agosto (AQUÍ.)

La fe

El P. Adolfo Franco, S.J. nos comparte su reflexión sobre el evangelio del domingo 9 de agosto: "Jesús nos habla de la fe como camino para la salvación". Acceda AQUÍ.

Tratado de Mariología - 8° Parte: La Asunción de María en cuerpo y alma a los cielos

El P. Ignacio Garro, S.J. concluye los temas sobre los dogmas sobre la Virgen María, en esta oportunidad sobre la asunción de nuestra Madre Santísima. Acceda AQUÍ.

Historia de la Devoción al Corazón de Jesús en el Perú - 14° Parte: En ambos lados del Océano

Continuando con la Historia de la Devoción al Sagrado Corazón del P. Rubén Ugarte, S.J. compartimos la historia del P. Miguel León, S.J. limeño, quien contribuyó a la difusión de la devoción en Lima y también en Europa cuando fueron expulsados del Perú los jesuitas. Acceda AQUÍ.

El Sacramento de la Eucaristía - 5º Parte

Continuando con los temas sobre la Eucaristía, presentamos el tema de la Eucaristía como Banquete Pascual, con extractos del Catesismo de la Iglesia. Acceda AQUÍ.

El Sacramento de la Eucaristía - 5º Parte


VI. EL BANQUETE PASCUAL

(CIC 1382 - 1405)


La misa es, a la vez e inseparablemente, el memorial sacrificial en que se perpetúa el sacrificio de la cruz, y el banquete sagrado de la comunión en el Cuerpo y la Sangre del Señor. Pero la celebración del sacrificio eucarístico está totalmente orientada hacia la unión íntima de los fieles con Cristo por medio de la comunión. Comulgar es recibir a Cristo mismo que se ofrece por nosotros.

El altar, en torno al cual la Iglesia se reúne en la celebración de la Eucaristía, representa los dos aspectos de un mismo misterio: el altar del sacrificio y la mesa del Señor, y esto, tanto más cuanto que el altar cristiano es el símbolo de Cristo mismo, presente en medio de la asamblea de sus fieles, a la vez como la víctima ofrecida por nuestra reconciliación y como alimento celestial que se nos da. "¿Qué es, en efecto, el altar de Cristo sino la imagen del Cuerpo de Cristo?", dice san Ambrosio (De sacramentis 5,7), y en otro lugar: "El altar es imagen del Cuerpo (de Cristo), y el Cuerpo de Cristo está sobre el altar" (De sacramentis4,7). La liturgia expresa esta unidad del sacrificio y de la comunión en numerosas oraciones. Así, la Iglesia de Roma ora en su anáfora:
«Te pedimos humildemente, Dios todopoderoso, que esta ofrenda sea llevada a tu presencia hasta el altar del cielo, por manos de tu ángel, para que cuantos recibimos el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo, al participar aquí de este altar, seamos colmados de gracia y bendición» (Plegaria Eucarística I o Canon Romano 96; Misal Romano).

“Tomad y comed todos de él”: la comunión

El Señor nos dirige una invitación urgente a recibirle en el sacramento de la Eucaristía: "En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros" (Jn 6,53).

Para responder a esta invitación, debemos prepararnos para este momento tan grande y santo. San Pablo exhorta a un examen de conciencia: "Quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma entonces del pan y beba del cáliz. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propio castigo" ( 1 Co 11,27-29). Quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar.

Ante la grandeza de este sacramento, el fiel sólo puede repetir humildemente y con fe ardiente las palabras del Centurión (cf Mt 8,8): "Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme". En la Liturgia de san Juan Crisóstomo, los fieles oran con el mismo espíritu:
«A tomar parte en tu cena sacramental invítame hoy, Hijo de Dios: no revelaré a tus enemigos el misterio, no te  te daré el beso de Judas; antes como el ladrón te reconozco y te suplico: ¡Acuérdate de mí, Señor, en tu reino!» (Liturgia Bizantina. Anaphora Iohannis Chrysostomi, Oración antes de la Comunión) 
Para prepararse convenientemente a recibir este sacramento, los fieles deben observar el ayuno prescrito por la Iglesia (cf CIC can. 919). Por la actitud corporal (gestos, vestido) se manifiesta el respeto, la solemnidad, el gozo de ese momento en que Cristo se hace nuestro huésped.

Es conforme al sentido mismo de la Eucaristía que los fieles, con las debidas disposiciones (cf CIC, cans. 916-917), comulguen cuando participan en la misa [Los fieles pueden recibir la Sagrada Eucaristía solamente dos veces el mismo día. Pontificia Comisión para la auténtica interpretación del Código de Derecho Canónico, Responsa ad proposita dubia 1]. "Se recomienda especialmente la participación más perfecta en la misa, recibiendo los fieles, después de la comunión del sacerdote, del mismo sacrificio, el cuerpo del Señor" (SC 55).

La Iglesia obliga a los fieles "a participar los domingos y días de fiesta en la divina liturgia" (cf OE 15) y a recibir al menos una vez al año la Eucaristía, s i es posible en tiempo pascual (cf CIC can. 920), preparados por el sacramento de la Reconciliación. Pero la Iglesia recomienda vivamente a los fieles recibir la santa Eucaristía los domingos y los días de fiesta, o con más frecuencia aún, incluso todos los días.

Gracias a la presencia sacramental de Cristo bajo cada una de las especies, la comunión bajo la sola especie de pan ya hace que se reciba todo el fruto de gracia propio de la Eucaristía. Por razones pastorales, esta manera de comulgar se ha establecido legítimamente como la más habitual en el rito latino. "La comunión tiene una expresión más plena por razón del signo cuando se hace bajo las dos especies. Ya que en esa forma es donde más perfectamente se manifiesta el signo del banquete eucarístico" (Institución general del Misal Romano, 240). Es la forma habitual de comulgar en los ritos orientales.


Los frutos de la comunión

La comunión acrecienta nuestra unión con Cristo. Recibir la Eucaristía en la comunión da como fruto principal la unión íntima con Cristo Jesús. En efecto, el Señor dice: "Quien come mi Carne y bebe mi Sangre habita en mí y yo en él" (Jn 6,56). La vida en Cristo encuentra su fundamento en el banquete eucarístico: "Lo mismo que me ha enviado el Padre, que vive, y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí" (Jn 6,57):
«Cuando en las fiestas [del Señor] los fieles reciben el Cuerpo del Hijo, proclaman unos a otros la Buena Nueva, se nos han dado las arras de la vida, como cuando el ángel dijo a María [de Magdala]: "¡Cristo ha resucitado!" He aquí que ahora también la vida y la resurrección son comunicadas a quien recibe a Cristo» (Fanqîth, Breviarium iuxta ritum Ecclesiae Antiochenae Syrorum,  v. 1).
Lo que el alimento material produce en nuestra vida corporal, la comunión lo realiza de manera admirable en nuestra vida espiritual. La comunión con la Carne de Cristo resucitado, "vivificada por el Espíritu Santo y vivificante" (PO 5), conserva, acrecienta y renueva la vida de gracia recibida en el Bautismo. Este crecimiento de la vida cristiana necesita ser alimentado por la comunión eucarística, pan de nuestra peregrinación, hasta el momento de la muerte, cuando nos sea dada como viático.

La comunión nos separa del pecado. El Cuerpo de Cristo que recibimos en la comunión es "entregado por nosotros", y la Sangre que bebemos es "derramada por muchos para el perdón de los pecados". Por eso la Eucaristía no puede unirnos a Cristo sin purificarnos al mismo tiempo de los pecados cometidos y preservarnos de futuros pecados:
«Cada vez que lo recibimos, anunciamos la muerte del Señor (cf. 1 Co 11,26). Si anunciamos la muerte del Señor, anunciamos también el perdón de los pecados . Si cada vez que su Sangre es derramada, lo es para el perdón de los pecados, debo recibirle siempre, para que siempre me perdone los pecados. Yo que peco siempre, debo tener siempre un remedio» (San Ambrosio, De sacramentis 4, 28).

Como el alimento corporal sirve para restaurar la pérdida de fuerzas, la Eucaristía fortalece la caridad que, en la vida cotidiana, tiende a debilitarse; y esta caridad vivificadaborra los pecados veniales (cf Concilio de Trento: DS 1638). Dándose a nosotros, Cristo reaviva nuestro amor y nos hace capaces de romper los lazos desordenados con las criaturas y de arraigarnos en Él:
«Porque Cristo murió por nuestro amor, cuando hacemos conmemoración de su muerte en nuestro sacrificio, pedimos que venga el Espíritu Santo y nos comunique el amor; suplicamos fervorosamente que aquel mismo amor que impulsó a Cristo a dejarse crucificar por nosotros sea infundido por el Espíritu Santo en nuestro propios corazones, con objeto de que consideremos al mundo como crucificado para nosotros, y sepamos vivir crucificados para el mundo [...] y, llenos de caridad, muertos para el pecado vivamos para Dios» (San Fulgencio de Ruspe, Contra gesta Fabiani 28, 17-19).
Por la misma caridad que enciende en nosotros, la Eucaristía nos preserva de futuros pecados mortales. Cuanto más participamos en la vida de Cristo y más progresamos en su amistad, tanto más difícil se nos hará romper con Él por el pecado mortal. La Eucaristía no está ordenada al perdón de los pecados mortales. Esto es propio del sacramento de la Reconciliación. Lo propio de la Eucaristía es ser el sacramento de los que están en plena comunión con la Iglesia.

La unidad del Cuerpo místico: La Eucaristía hace la Iglesia. Los que reciben la Eucaristía se unen más estrechamente a Cristo. Por ello mismo, Cristo los une a todos los fieles en un solo cuerpo: la Iglesia. La comunión renueva, fortifica, profundiza esta incorporación a la Iglesia realizada ya por el Bautismo. En el Bautismo fuimos llamados a no formar más que un solo cuerpo (cf 1 Co 12,13). La Eucaristía realiza esta llamada: "El cáliz de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? y el pan que partimos ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan" (1 Co 10,16-17):
«Si vosotros mismos sois Cuerpo y miembros de Cristo, sois el sacramento que es puesto sobre la mesa del Señor, y recibís este sacramento vuestro. Respondéis "Amén" [es decir, "sí", "es verdad"] a lo que recibís, con lo que, respondiendo, lo reafirmáis. Oyes decir "el Cuerpo de Cristo", y respondes "amén". Por lo tanto, sé tú verdadero miembro de Cristo para que tu "amén" sea también verdadero» (San Agustín, Sermo 272).
La Eucaristía entraña un compromiso en favor de los pobres: Para recibir en la verdad el Cuerpo y la Sangre de Cristo entregados por nosotros debemos reconocer a Cristo en los más pobres, sus hermanos (cf Mt 25,40):
«Has gustado la sangre del Señor y no reconoces a tu hermano. [...] Deshonras esta mesa, no juzgando digno de compartir tu alimento al que ha sido juzgado digno [...] de participar en esta mesa. Dios te ha liberado de todos los pecados y te ha invitado a ella. Y tú, aún así, no te has hecho más misericordioso (S. Juan Crisóstomo, hom. in 1 Co 27,4).
La Eucaristía y la unidad de los cristianos. Ante la grandeza de esta misterio, san Agustín exclama: O sacramentum pietatis! O signum unitatis! O vinculum caritatis! ("¡Oh sacramento de piedad, oh signo de unidad, oh vínculo de caridad!") (In Iohannis evangelium tractatus 26,13; cf SC 47). Cuanto más dolorosamente se hacen sentir las divisiones de la Iglesia que rompen la participación común en la mesa del Señor, tanto más apremiantes son las oraciones al Señor para que lleguen los días de la unidad completa de todos los que creen en Él.

Las Iglesias orientales que no están en plena comunión con la Iglesia católica celebran la Eucaristía con gran amor. "Estas Iglesias, aunque separadas, [tienen] verdaderos sacramentos [...] y sobre todo, en virtud de la sucesión apostólica, el sacerdocio y la Eucaristía, con los que se unen aún más con nosotros con vínculo estrechísimo" (UR 15). Una cierta comuniónin sacris, por tanto, en la Eucaristía, "no solamente es posible, sino que se aconseja...en circunstancias oportunas y aprobándolo la autoridad eclesiástica" (UR 15, cf CIC can. 844,§3).

Las comunidades eclesiales nacidas de la Reforma, separadas de la Iglesia católica, "sobre todo por defecto del sacramento del orden, no han conservado la sustancia genuina e íntegra del misterio eucarístico" (UR 22). Por esto, para la Iglesia católica, la intercomunión eucarística con estas comunidades no es posible. Sin embargo, estas comunidades eclesiales "al conmemorar en la Santa Cena la muerte y la resurrección del Señor, profesan que en la comunión de Cristo se significa la vida, y esperan su venida gloriosa" (UR 22).

Si, a juicio del Ordinario, se presenta una necesidad grave, los ministros católicos pueden administrar los sacramentos (Eucaristía, Penitencia, Unción de los enfermos) a cristianos que no están en plena comunión con la Iglesia católica, pero que piden estos sacramentos con deseo y rectitud: en tal caso se precisa que profesen la fe católica respecto a estos sacramentos y estén bien dispuestos (cf CIC, can. 844, §4).



VII. LA EUCARISTÍA, "PIGNUS FUTURAE GLORIAE"


En una antigua oración, la Iglesia aclama el misterio de la Eucaristía: O sacrum convivium in quo Christus sumitur . Recolitur memoria passionis Eius; mens impletur gratia et futurae gloriae nobis pignus datur ("¡Oh sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida; se celebra el memorial de su pasión; el alma se llena de gracia, y se nos da la prenda de la gloria futura!") /(Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, Antífona del «Magnificat» para las II Vísperas: Liturgia de las Horas). Si la Eucaristía es el memorial de la Pascua del Señor y si por nuestra comunión en el altar somos colmados "de gracia y bendición" (Plegaria Eucarística I o Canon Romano 96: Misal Romano), la Eucaristía es también la anticipación de la gloria celestial.

En la última Cena, el Señor mismo atrajo la atención de sus discípulos hacia el cumplimiento de la Pascua en el Reino de Dios: "Y os digo que desde ahora no beberé de este fruto de la vid hasta el día en que lo beba con vosotros, de nuevo, en el Reino de mi Padre" (Mt 26,29; cf. Lc 22,18; Mc 14,25). Cada vez que la Iglesia celebra la Eucaristía recuerda esta promesa y su mirada se dirige hacia "el que viene" (Ap 1,4). En su oración, implora su venida: Marana tha (1 Co 16,22), "Ven, Señor Jesús" (Ap 22,20), "que tu gracia venga y que este mundo pase" (Didaché 10,6).

La Iglesia sabe que, ya ahora, el Señor viene en su Eucaristía y que está ahí en medio de nosotros. Sin embargo, esta presencia está velada. Por eso celebramos la Eucaristíaexpectantes beatam spem et adventum Salvatoris nostri Jesu Christi ("Mientras esperamos la gloriosa venida de Nuestro Salvador Jesucristo") (Ritual de la Comunión, 126 [Embolismo después del «Padrenuestro»]: Misal Romano; cf Tit 2,13), pidiendo entrar "[en tu Reino], donde esperamos gozar todos juntos de la plenitud eterna de tu gloria; allí enjugarás las lágrimas de nuestros ojos, porque, al contemplarte como Tú eres, Dios nuestro, seremos para siempre semejantes a ti y cantaremos eternamente tus alabanzas, por Cristo, Señor Nuestro" (Plegaria Eucarística III, 116: Misal Romano).

De esta gran esperanza, la de los cielos nuevos y la tierra nueva en los que habitará la justicia (cf 2 P 3,13), no tenemos prenda más segura, signo más manifiesto que la Eucaristía. En efecto, cada vez que se celebra este misterio, "se realiza la obra de nuestra redención" (LG3) y "partimos un mismo pan [...] que es remedio de inmortalidad, antídoto para no morir, sino para vivir en Jesucristo para siempre" (San Ignacio de Antioquía, Epistula ad Ephesios, 20, 2).


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Extractos del Catecismo de la Iglesia Católica (CIC).

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Historia de la Devoción al Corazón de Jesús en el Perú - 14° Parte: En ambos lados del Océano


+P. Rubén Vargas Ugarte S.J.


5. EN AMBOS LADOS DEL OCÉANO

5.1. UN JESUITA EN EL DESIERTO

Entre los quinientos jesuitas que por orden del Rey Carlos III salieron desterrados del Perú en el año 1767, había muchos, por no decir todos, entusiastas devotos del Sagrado Corazón. Uno de ellos merece especial mención. Se llamó Miguel León y había nacido en Lima el 8 de mayo de 1737. Hizo sus estudios en el Real Colegio de San Martín y, a los quince años vestía la sotana de la Compañía. Tres de sus hermanos abrazaron el estado eclesiástico: el mayor, Manuel, era, al sobrevivir la expulsión, cura en la Misión de San Simón, entre los Mojos, en el Oriente de Bolivia; Melchor, que seguía en edad a Miguel, entró también en la Orden de Ignacio y estudiaba por entonces Teología en el Colegio máximo de San Pablo; finalmente, José Leandro, quizá el menor, fue sacerdote secular.

El P. Miguel era ayudante del Maestro de Novicios en la Casa de Probación de San Antonio Abad, cuando recibió la orden de partir a España con sus hermanos y el 28 de octubre de 1767 se alejaba de estas playas en compañía de Melchor.
Llegados a Italia, siguieron la suerte de todos esos pobres desterrados que no tenían otro recurso para vivir que la mísera pensión que les pasaba el Gobierno español. Por un tiempo vivieron en la comarca de Génova, salvo el mayor, Manuel, que vivió en la legación de Ferrara. En 1790 se encontraban en Roma, desde donde escribía el P. Gaspar Juárez, argentino, a D. Ambrosio Funes y le decía: “El autor de aquel billete que antes incluí a Vuestra Merced sobre la Devoción al Sagrado Corazón, es el mismo que del adjunto... Las letras iniciales M.L. quieren decir Miguel León, es natural de Lima, joven de gran virtud y devotísimo del Sagrado Corazón y muy aficionado a Ud...”

Por aquellos tiempos la devoción al Sagrado Corazón era bastante combatida y de ahí que su celo por propagarla sea más recomendable. Muchos de sus contemporáneos se refieren a ella. Citaremos algunos. El P. Ramón Diosdado Caballero, dice así en su Biblioteca: “Me facilitó la lectura de muchos folletos relativos al culto de los Sagrado Corazones de Jesús y María, mi muy querido amigo, el eminente hispanoperuano Miguel de León, que con gran fervor de espíritu se ha dedicado a la propagación de esta devoción y ha reunido una colección no pequeña de libros sobre la materia...” (1) El P. Prat de Saba, en su obra: Vicennalia Sacraperuviana, impresa en Ferrara en 1788, al hablar del P. Corzos, otro jesuita del Perú, dedica al P. León estas palabras: “En tan santa obra no le iba en zaga otro fervoroso jesuita, el P. Miguel León, quien profesándose amantísimo de los Sagrados Corazones de Jesús y de María había reunido una Biblioteca de obras escritas sobre este tema...”

Pero el P. León hizo mucho más. Deseando esparcir esta devoción en todas partes y, especialmente en la América española, escribió a unos y otros, a fin de que se estableciese su culto y se ofreció a recabar de la Santa Sede, indulgencias y gracias a favor de los que practicasen esta devoción. El mismo P. León, hizo un elenco o Catálogo de las diócesis en que ya se honraba al Corazón Divino y de los nombres de los Cardenales, Arzobispos y Obispos que había implorado alguna gracia con este fin.

En muchos casos el P. León advierte que esas gracias se han obtenido por su medio y alcanzado merced a su diligencia. Es decir que, de una manera oculta, estaba contribuyendo eficazmente a difundir el culto al Corazón Deífico.
En la correspondencia del P. Juárez con D. Ambrosio Funes y del P. León con el mismo se hallan no escasas referencias a este celo del P. Miguel. En sus cartas no hablaba de otra cosa y no hacía sino recomendar a todos esta devoción, insinuando las prácticas que podían entablarse, como la Adoración Perpetua y remitiendo opúsculos y folletos que de ella trataban. Con razón decía de él la insigne Sierva de Dios María Antonia de la Paz, conocida en las comarcas del Plata con el nombre de la Beata de los Ejercicios, por lo mucho que hizo en difundirlos, que “el P. León era un borracho, porque era un bebedor de todos los días”, dando a entender que estaba como embriagado de esta devoción. No parece que él mismo escribiera sobre el tema, pero sí tradujo del francés la obra del P. Derouville: Ejercicios de Meditaciones, lecturas y actos en honor del Corazón para el primer viernes de cada mes. La tradujo al italiano, pero luego procuró que se hiciese una edición en español.


En Roma perseveraron los hermanos León hasta mediado el año 1798. Aprovechando la licencia otorgada por el Monarca para trasladarse a la Península, Miguel y Manuel pasaron a Barcelona, en tanto que Melchor quedó en la ciudad eterna. Desde esta ciudad solicitaban se les diera el socorro a que tenían derecho y el 2 de abril de 1799 se resolvió acudirles con 600 reales vellón a cada uno. En Barcelona permanecieron hasta fines de 1800, sin poder encaminarse al Perú como era su deseo. Este año o el siguiente se les obligó a volver a Italia, en donde por lo turbado de los tiempos empeoró su situación. Todavía en 1807 se encontraban en Roma, desde donde escribían  a sus amigos de Buenos Aires, a fin de que les auxiliasen. Después de esta fecha se pierde su rastro. Fuera de los escritos de que arriba hemos hecho mención, conviene citar una Instrucción sobre el modo de hacer la Novena del Sagrado Corazón, que remitió a uno de sus correspondientes.


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