Procesión del Sagrado Corazón de Jesús - Lima


“He aquí este Corazón que tanto ha amado a los hombres”

La imagen del Sagrado Corazón de Jesús saldrá en procesión este 
domingo 29 a las 4:00 PM de la Parroquia de San Pedro, Santuario Arquidiocesano de Lima.

Se invita a toda la iglesia de Lima a participar de la procesión en honor al Sagrado Corazón de Jesús.

El recorrido será:

Parroquia San Pedro: esquina Jr. Azángaro con Jr. Ucayali hasta Jr. Carabaya
Jr. Carabaya hasta el Arzobispado de Lima
Perímetro de la Plaza Mayor de Lima
Jr. Huallaga hasta Jr. Azángaro
Jr. Azángaro retorno a la Parroquia de San Pedro
Luego Misa de Acción de Gracias


CROQUIS DE LA PROCESIÓN




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Parroquia de San Pedro, Lima - Actividades en Honor al Sagrado Corazón de Jesús



PARROQUIA DE SAN PEDRO - LIMA
SANTUARIO ARQUIDIOCESANO DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS


LUNES 23
MISA POR LOS MOVIMIENTOS Y GRUPOS DE LAICOS DE LA PARROQUIA DE SAN PEDRO
7:30 PM


MARTES 24
MISA POR EL APOSTOLADO DE LA ORACIÓN Y EL MEJ
7:30 PM


MIÉRCOLES 25
MISA POR LAS IGLESIAS LOCALES EN EL PERÚ
7:30 PM


JUEVES 26
MISA POR LAS VOCACIONES A LA COMPAÑÍA DE JESÚS
7:30 PM


VIERNES 27
SOLEMNIDAD DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

MISA Y EXPOSICIÓN DEL SANTÍSIMO (C. PENITENCIARÍA)
8:00 AM

MISAS
9:00 AM, 12:00 M, 6:00 PM

HORA SANTA
6:30 PM

MISA SOLEMNE Y BENDICIÓN DE LA IMAGEN PARA LA PROCESIÓN
7:30 PM


DOMINGO 29

PROCESIÓN DE LA IMAGEN DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
4:00 PM

MISA DE ACCIÓN DE GRACIAS
6:00 PM






A.M.D.G.


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ESPECIAL DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

En el mes dedicado al Sagrado Corazón de Jesús compartimos nuestras publicaciones sobre esta hermosa y muy difundida devoción centrada en el Amor de Dios, para que todos podamos conocerla y profundizar en ella. Acceda AQUÍ.

Solemnidad del Corpus Christi

El P. Adolfo Franco, S.J. nos ofrece su reflexión sobre esta importante fiesta: También el cuerpo, la materia son instrumentos que Dios utiliza para nuestra salvación. Acceda AQUÍ.

Milagros eucarísticos

Con motivo de la Fiesta del Corpus Christi, compartimos este artículo donde presentamos diversos milagros eucarísticos a lo largo de los años, que demuestran la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Acceda AQUÍ.

Historia de la Devoción al Corazón de Jesús en el Perú - 2° Parte: Sus orígenes

Continuamos con estas publicaciones del P. Rubén Vargas Ugarte S.J. en el tema de los orígenes en el Perú de esta devoción muy difundida. Acceda AQUÍ.

Plan para leer el Evangelio según San Juan, cartas de apóstoles y Apocalipsis

El P. Fernando Martínez S.J. una vez concluido el estudio del Nuevo Testamento, nos ofrece un plan de lectura de las últimas publicaciones. Acceda AQUÍ.

El Óbolo de San Pedro, Colecta para la caridad del Papa

¿Qué es el Óbolo de San Pedro?, ¿cuál es su finalidad?, ¿cuál es su origen? para estar bien informados acceda a esta publicación AQUÍ.

La Iglesia - 25º Parte: Propiedades esenciales de la Iglesia - Es Santa

El P. Ignacio Garro, S.J. nos presenta la segunda característica de la Iglesia. La "santidad" de la Iglesia es la segunda nota que el Símbolo Niceno Constantinopolitano atribuye a la Iglesia y que nace de la naturaleza íntima de la misma. Acceda AQUÍ.

Catequesis del papa Francisco

Compartimos las catequesis del papa Francisco, pronunciadas en las Audiencias de los miércoles, acceda a los siguientes enlaces:
28/05/2014 - Audiencia: La peregrinación a Tierra Santa
04/06/2014 - Audiencia: Sexto don del Espíritu Santo
11/06/2014 - Audiencia: Séptimo don del Espíritu Santo


La Iglesia - 25º Parte: Propiedades esenciales de la Iglesia - Es Santa

P. Ignacio Garro, S.J.

SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA



27.2 LA IGLESIA ES SANTA

La "santidad" de la Iglesia es la segunda nota que el Símbolo Niceno Constantinopolitano atribuye a la Iglesia y que nace de la naturaleza íntima de la misma. Si la Iglesia es la unión de Cristo con el hombre debe de ser santa como todo lo que está en contacto con Dios. La Igle­sia es "Santa" porque su fundador es Santo, (Cristo) y el Espíritu que la asiste es el Espíritu Santo, el Espíritu de Dios. La Sagrada Escritura presenta la santidad como un atributo propio de la Iglesia. S. Pablo en Efes 5, 26 dice: "Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella, a fin de santificarla... y prepararla como su esposa inmaculada, sin mancha ni arruga". Y después dice en Efes  l, 4: "Cristo nos eligió para que fuésemos santos e inmaculados ante su vista".
La santidad de la Iglesia implica objetivamente que la Iglesia es el medio de la gracia y de la salvación en el mundo, a la vez que es un signo de la gracia de Dios escatológicamente vencedora.

El Magisterio de la Iglesia enseña: "La Iglesia fundada por Jesucristo es santa" (de fe).
El Concilio Vaticano I, dice al respecto: "Santidad eximia e inagotable fe­cundidad en todos los bienes". Denz.1794. El Concilio Vaticano II enseña que todos los miembros de la Iglesia están llamados a la santidad, Lumen Gentium, Nº 39-42.

  • La Iglesia es "Santa": En un sentido ontológico, en  cuanto que ella es el gran medio (como sacramento universal de salvación),  por el que Dios comunica la santidad.
El Concilio Vaticano II dice en Lumen Gentium: Nº 39: "La Iglesia, cuyo misterio está exponiendo el sagrado Concilio, creemos que es indefectiblemente santa. Pues Cristo, el Hijo de Dios, quien con el Padre y el Espíritu Santo es proclamado "el único Santo", "amó a la Iglesia como a su esposa, entregándose a sí mismo por ella para santificarla", Efes 5, 25-26: "la unió a Sí como a su propio cuerpo y la enriqueció con el don del Espíritu Santo para gloria de Dios". Y en Gaudium et Spes, Nº 43,f : "Aunque la Iglesia, por la virtud del Espíritu Santo, se ha mantenido como esposa fiel a su Señor y nunca ha cesado de ser signo de salvación en el mundo, sabe, sin embargo, muy bien que no siempre, a lo largo de su prolongada his­toria, fueron todos sus miembros, clérigos o laicos, fieles al es­píritu de Dios".
La Iglesia es santa en su origen, en su fin, en sus medios y en sus frutos. Es santo el fundador y cabeza invisible de la Iglesia que es Cristo nuestro Señor; es santo el principio vital interno de la Iglesia, que es el Espíritu Santo; lo es también el fin de la Iglesia, que es la gloria de Dios y la santificación del hombre: la doctrina de Cristo con sus artículos de fe, sus preceptos y consejos morales, el culto y, sobre todo, el santo sacrificio de la Misa, los sacra­mentos, los sacramentales, y las preces litúrgicas, las leyes y or­denaciones de la Iglesia, las Ordenes religiosas, Congregaciones, los institutos de educación cristiana y de caridad, los Institutos seculares de vida consagrada, etc, los dones y gracias obrados por el Espíritu Santo.
Son santos muchos miembros de la I­glesia, entendiendo "santidad" en el sentido general de la palabra, es decir, posesión de la gracia. Santidad, sobre todo, de los márti­res de los tiempos modernos, que mueren antes de renunciar a su fe, dando testimonio de su amor a Cristo y a su Iglesia. La razón más honda de que la Iglesia sea santa y de que posea en sí esa virtud intrínseca de santificar es precisamente su íntima rela­ción con Cristo y con el Espíritu Santo: la Iglesia es el Cuerpo de Cristo, penetrado y animado por el Espíritu Santo. 1Cor 12, 12

  • La Iglesia y el pecado: De la santidad de la Iglesia no se sigue que en la Iglesia todos los bautizados siempre y en todo momento son santos. También los hay pecadores y muy pecadores y alejados del querer y sentir de Cristo y de su Espíritu. Por ello la Iglesia en­seña: "A la Iglesia no pertenecen tan sólo los miembros santos, (es decir los que están en gracia de Dios), sino también los pecadores", (de fe).
De la santidad de la Iglesia no se sigue que los que pecan mortalmen­te cesen de ser miembros de la Iglesia, como enseñaran en la antigüedad los novacianos y donatistas y en la edad moderna Lutero y Quesnel. Cle­mente XI y Pío VI condenaron esta sentencia, Denz 1422-1428,  1515. Pío XII volvió a reprobarla en la Encíclica "Mystici Corporis", diciendo: "no cualquier pecado, aunque sea una transgresión grave, aleja por su mis­ma naturaleza al hombre del cuerpo de la Iglesia, como lo hacen el cis­ma, la herejía o la apostasía". Jesús con sus parábolas de la cizaña y el trigo, Mt 13, 24-30; de la red que ha recogido peces buenos y malos, Mt 13, 47-50 y de las vírgenes prudentes y necias Mt 25, 1-13; nos enseña que en la Iglesia conviven buenos y malos y que la separación no se hará hasta el fin del mundo, en el juicio universal y definitivo.

Es verdad de Jesucristo dio ins­trucciones muy concretas para amonestar a los hermanos que cometieran alguna falta. Cuando todos los intentos por corregirlos hayan fracasa­do, entonces manda Jesús que se les excluya de la Iglesia, Mt 18, 15-17. Los escritos Apostólicos dejan claramente traslucir que ya en la I­glesia primitiva hubo anomalías de índole moral que no siempre fueron castigadas con la exclusión de la comunidad cristiana, l Cor 11, 18, s. s; 2 Cor 12, 20. Todo el mundo observa y admite que en la Iglesia ha habido, hay faltas y pecados. Entonces ¿cómo explicar que la Iglesia es santa y a la vez en sus miembros (no en todos) hay pecado?. Nosotros decimos. La Iglesia como tal es santa, sin pecado, ya que se define y está constituida por la unión con Dios y los medios de esa unión. El pecado no pertene­ce más que a los miembros que componen la Iglesia, y más propiamente, en cuanto son infieles a su condición de miembros y conservan en sí algo que no es la Iglesia, el hombre viejo, según S. Pablo). Por eso de­cimos que no se puede atribuir a "la Iglesia" ser el sujeto de peca­dos propiamente dichos en el sentido de que ella misma los haya cometido: tal sujeto sólo puede serlo una persona individual.

Finalmente decimos, los pecadores (y esto lo somos todos nosotros), pertenecen enteramente a la Iglesia, pero con una vida cristiana o una santidad muy imperfecta. Sus pecados como tales caen fuera de la Igle­sia, pero quienes los cometen están en la Iglesia, y a ella pertenecen en su condición de pecadores, religados por la fe a la institución de gracia, abiertos a la penitencia y a la conversión has­ta recuperar el estado de gracia, de santificación. En cuanto a la Igle­sia, enteramente santa en sí misma, pura en sus principios formales y decidida por su orientación profunda a llegar a la pureza total, 2 Cor 11, 2; es conducida por sus miembros a realizaciones históricas y concretas imperfectas de aquello que ella es profundamente, y de a­quello a que aspira a ser.


Esta doctrina es fundamentalmente la de los Santos Padres, la de los grandes escolásticos y la del Magisterio de la Iglesia. Desde esta perspectiva histórica del devenir de la Iglesia, se dice a veces, que la Iglesia, esposa de Cristo, tiene su belleza propia y a la vez empañada y que no será perfectamente pura y bella más que escato­lógicamente. Se dice también que la Iglesia es penitente y debe sin cesar purificarse. La Constitución dogmática Lumen Gentium Nº 8, dice: "mientras Cristo, santo, inocente, sin mancha", Heb 7, 26, no conoció el pecado, 2 Cor 5, 21, sino que vino para expiar los pecados de todos, Heb 2, 17. La Iglesia que comprende en su seno a los pecadores, es santa a la vez que tiene que purificarse constantemente y no deja de aplicarse a la penitencia y a la renovación. La Iglesia "va peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios".... "está fortalecida, con la virtud del Señor resucitado, para triunfar con paciencia y caridad de sus a­flicciones y dificultades, tanto internas como externas y revelar al mundo fielmente su misterio, aunque sea entre penumbras, hasta que se manifieste en todo el esplendor al final de los tiempos".


Para acceder a las otras publicaciones de esta serie acceda AQUÍ.
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Agradecemos al P. Ignacio Garro S.J. por su colaboración.


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Solemnidad del Corpus Christi

P. Adolfo Franco, S.J.

Juan 6, 51-58

Fiesta del Corpus Christi: También el cuerpo, la materia son instrumentos que Dios utiliza para nuestra salvación.


La realidad de la Humanidad de Cristo es central dentro del plan de salvación de Dios. El Invisible quiso acercarse a nosotros de una forma sorprendente. Quiso acercarse en la forma real de Jesús, que siendo Dios es verdadero hombre. Así en toda su vida manifiesta de innumerables formas el hecho de que es un hombre, semejante en todo a nosotros menos en el pecado. Y es hombre para manifestarnos a Dios, para convertirse en revelación, descubrimiento de lo que es Dios: Dios se ha ido manifestando desde los orígenes, se comunicaba con algunos de manera especial, y cuando llegó la plenitud de los tiempos se nos manifestó en Jesús, en forma ya plena. Todo el plan de salvación de Dios comienza por la encarnación del Hijo de Dios. Dios se hizo hombre de verdad, tuvo cuerpo. Por eso San Juan en su evangelio subraya esto, diciendo de la encarnación: el Verbo se hizo carne.

Naturalmente lo más visible del hombre es su cuerpo, aunque también el espíritu se asoma por las ventanas del cuerpo. Y para dejarnos esta enseñanza muy clara, hoy día la Iglesia nos hace una fiesta para celebrar la realidad del Cuerpo de Cristo.

Este cuerpo real que tuvo Cristo era lenguaje por el cual Dios hablaba. Fue elemento esencial para manifestar el encargo que Cristo venía a traer. Cada uno de los miembros de su cuerpo eran mensaje de Dios. Por eso El mismo dirá: quien me ha visto a mí, ha visto al Padre.

Toda la fuerza de Dios salía hacia fuera en cada una de las acciones de Jesús a través de su Cuerpo, a través de su voz, de sus manos, de su mirada.

Cuando los ojos de Jesús miraban a alguien, a Pedro, a la pecadora, a los niños, era la luz de Dios mismo la que llegaba en esa mirada. De sus ojos debía salir una irradiación que llenaba al amigo de gozo, de certeza, de luz. Debía ser algo inefable sentirse mirado por Cristo. Y a través de esa mirada se podría llegar hasta el fondo de su ser, que era como un lago tranquilo, profundo, lleno de aliento, de esperanza, un mensaje de salvación.

Cuando Cristo tocaba a alguien (o era tocado) la energía de Dios se transmitía al afortunado que recibía ese contacto: La Magdalena, los leprosos, debieron sentir a través de las manos de Cristo una corriente de salud, de afecto. La ternura de Dios comunicada por el contacto de Cristo. Que unas veces limpiaba de la lepra y del miedo, otras veces limpiaba de la vergüenza de ser pecador. A algunos los levantaba resucitados, porque su contacto era fuerza de vida.

Sus palabras, los sonidos, salían de su propio corazón. Y de allí tomaban toda la fuerza que Dios puede llegar a poner en las palabras inventadas por los hombres, para darles un significado nuevo. Palabras de Cristo que salían con la marca de lo auténtico, de lo genuino. Palabras de aliento, para curar temores; palabras de bienaventuranza, para preferir a los pobres; palabras del Reino, para darle a la cosecha, a la pesca, al tesoro, a la perla, la trascendencia de la vida eterna. Por eso la gente que le oía decía: sólo tú tienes palabras de vida eterna; y también decían: nadie ha hablado como este hombre.

Su figura toda emanaba autoridad, firmeza, bondad, energía, cercanía. Era todo El la certeza de Dios entre los hombres, el cumplimiento de todas las promesas y de todos los  mejores sueños que los hombres habían tenido desde el principio del mundo. El tuvo un cuerpo real, para enseñarnos a nosotros a vivir, para poder convertirse en nuestro camino, y en el ideal al que podemos aspirar.


Este Cuerpo de Cristo, una vez aparecido en el mundo cuando llegó la “hora” de Dios, se hizo para siempre imprescindible. Y El antes de irse, nos lo dejó como Sacramento. Así cumple su promesa: yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo. Y esta Eucaristía, Cuerpo de Cristo, es el centro de la vida de todo cristiano. No se puede vivir la fe, sin recibir el mensaje que emana del Cuerpo de Cristo en la Eucaristía. De ese Cuerpo de Cristo llega a nosotros la luz de sus ojos, la fuerza de sus manos, la presencia de Dios, la participación de su vida. No se ha acabado la presencia hasta física de Dios en nuestro mundo. Y toda esa presencia está en la Eucaristía. El Cuerpo de Cristo sigue siendo para nosotros la manifestación real de Dios: “Él es imagen visible del Dios invisible” (Col 1, 15). El que come este Pan vivirá para siempre. 



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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.
Para acceder a otras reflexiones del P. Adolfo acceda AQUÍ.

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Historia de la Devoción al Corazón de Jesús en el Perú - 2° Parte: Sus orígenes

P. Rubén Vargas Ugarte S.J.



1. LOS ORÍGENES DE LA DEVOCIÓN
    

1.2. El P. Diego Álvarez de Paz, S.J.

Citaremos al P. Diego Álvarez de Paz, de la Compañía de Jesús. Nacido en Toledo, ingresó en la Orden todavía joven y estando ya para terminar sus estudios fue enviado al Perú, en donde se ordenó de sacerdote y desempeñó varios cargos de gobierno, incluso el de Provincial. Hombre de mucho espíritu y de gran discreción sobresalió en la dirección de las almas y escribió tres grandes volúmenes sobre la Vida Espiritual que no han sido superados y le han merecido el título de Príncipe de nuestros ascetas. Muy dado a la oración, llegó por este camino a muy alto grado de contemplación, como se colige de sus mismos escritos, pues se trasluce en ellos que habla de cosas que sabía por propia experiencia.

En el Libro V De Inquisitione Pacis sive Studio Orationis, (Lib. III, O. II Cap. IV) trae unas Meditaciones muy devotas y en la XXII, que trata de la Abertura del Costado de Cristo, dice así: “Como nada sucede sino por orden o permisión de Dios, otro designio se descubre en la herida que recibió en su costado. Quisiste que fuese abierto para borrar no sólo nuestras obras pecaminosas, sino también los extravíos de nuestros corazones; para que aun esa poca sangre que guardaban tus venas fuese derramada por nosotros. Para que en tu pecho quedase esculpida esta señal de tu amor. Para abrirnos una puerta por donde pudiéramos penetrar en tu interior y admirar tu inagotable caridad. Para que de tu sacratísimo costado brotase tu Esposa la Iglesia, teñida en tu sangre y lavada en el agua que manó con ella. Oh dicha, si supiese yo habitar en los agujeros de esta piedra y morar en la hendidura del muro y corresponder a este tu amor con la entrega de mi corazón todo entero y la fidelidad de la Esposa”.

En el mismo volumen, al tratar en el Libro IV. Parte Segunda, de los efectos que se han de excitar en la oración mental, dice así en el segundo ejercicio: “Te ejercitarás luego en la reforma de tu propio corazón y en desarraigar y mortificar todos aquellos afectos que pueden ser un obstáculo para el crecimiento de tu amor y para que con el entendimiento y el afecto más te unas a tu Criador. Procura entrar en el Corazón de Jesucristo Nuestro Señor y considera cómo es, para que tú conformes el tuyo a su semejanza. Este Corazón santísimo es la vía por la cual lleguemos a la mansión eterna que es la Divinidad de Cristo. Por lo cual, El mismo nos dice: Yo soy el camino. Es la puerta por donde se llega a la contemplación del mismo Dios… Si quieres pues ascender al amor y contemplación de la Deidad, este Corazón santísimo y purísimo es el que te ha de introducir…”


De esta manera, este insigne maestro de la vida espiritual, exhortaba a sus lectores a practicar esta devoción, como un medio de llegar a la más alta perfección y el consejo que daba a otros seguramente lo puso en práctica, por lo cual bien merece contarse entre los precursores de esta devoción.


Bibliografía:

P. Rubén Vargas Ugarte S.J. Historia de la Devoción al Corazón de Jesús en el Perú.

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Plan para leer el Evangelio según San Juan, cartas de apóstoles y Apocalipsis

P. Fernando Martínez Galdeano, S.J.


Textos para leer y orar

Tanto el Evangelio según Juan como el libro del Apocalipsis conviene sean leídos de forma marcadamente contemplativa y espiritual con el fin de poder abrirse con sencillez y clarividencia a su inspiración de lo alto. La iniciación que se apunta más arriba parece necesaria, dada la dificultad de su lectura, que en el caso del Apocalipsis puede conducir al desánimo e incredulidad más que a la esperanza confiada.

Las cartas, las dirigidas contra las herejías incipientes (2 Pedro y Judas) tampoco son fáciles, pero son breves y teniendo muy en cuenta las indicaciones apuntadas pueden ser objeto de oración y de indudable provecho para el espíritu.

Las guías han de servir de ayuda para no perderse entre repeticiones, imágenes y percepciones culturales más apropiadas a unos tempos pasados más esotéricos.


UN PLAN DE 14 DÍAS

El prólogo del evangelio (Jn 1,1-18)
Testimonio de Juan, primeros discípulos y bodas de Caná (Jn 1,19-2,23)

Con Nicodemo y con la samaritana; curación del hijo de un funcionario (Jn 3,1-4,54)

Curación del enfermo en la piscina de Betesdá; el Pan de vida (Jn 5,1-6,71)

En la fiesta de las "tiendas": discusiones, la mujer adúltera (Jn 7,1-8,59)
Curación del ciego de nacimiento; el buen pastor (Jn 9,1-10,21)

Se declara Hijo de Dios; resurrección de Lázaro y unción en Betania (Jn 10,22-12,50)

Última cena, lavatorio de los pies y despedida de sus discípulos (Jn 13,1-17,26)

Pasión, muerte y resurrección según san Juan (Jn 18,1-20,31)
Aparición a orillas del lago Tiberiades (Jn 21,1-25)

Vivir como hijos de la luz y de nuestro Padre: por medio de Jesucristo en fe y caridad (1Jn 1-5)
Los anticristos; conducta hacia los hermanos; los falsos doctores (2Jn; 3Jn)

Fe y obras; exigencias de la nueva vida; a los que sufren con Cristo  (Sant. 1-5; 1Pe 1-5)
Los falsos doctores y profetas y el "día del Señor" (Jds; 2Pe 1-3)

Prólogo del Apocalipsis; cartas a las iglesias del Asia Menor (Ap 1,1-3,22)
El trono de Dios, el cordero y el libro sellado (Ap 4,1-5,14)

Las fuerzas históricas y la presencia de Dios en la historia humana (Ap 6,1-11,19)

Fuerzas enfrentadas y anuncio de victoria (Ap 12,1-16,21)

El castigo de Babilonia; cantos de triunfo; el reino de los mil años (Ap 17,1-20,15)

Un cielo nuevo y una tierra nueva, "¡Ven Señor Jesús!" (Ap 21,-22-21)

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Agradecemos al P. Fernando Martínez, S.J. por su colaboración.
Para acceder a las publicaciones anteriores acceder AQUÍ.


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Séptimo don del Espíritu Santo

PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Plaza de San Pedro
Miércoles 11 de junio de 2014


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

El don del temor de Dios, del cual hablamos hoy, concluye la serie de los siete dones del Espíritu Santo. No significa tener miedo de Dios: sabemos bien que Dios es Padre, y que nos ama y quiere nuestra salvación, y siempre perdona, siempre; por lo cual no hay motivo para tener miedo de Él. El temor de Dios, en cambio, es el don del Espíritu que nos recuerda cuán pequeños somos ante Dios y su amor, y que nuestro bien está en abandonarnos con humildad, con respeto y confianza en sus manos. Esto es el temor de Dios: el abandono en la bondad de nuestro Padre que nos quiere mucho.

Cuando el Espíritu Santo entra en nuestro corazón, nos infunde consuelo y paz, y nos lleva a sentirnos tal como somos, es decir, pequeños, con esa actitud —tan recomendada por Jesús en el Evangelio— de quien pone todas sus preocupaciones y sus expectativas en Dios y se siente envuelto y sostenido por su calor y su protección, precisamente como un niño con su papá. Esto hace el Espíritu Santo en nuestro corazón: nos hace sentir como niños en los brazos de nuestro papá. En este sentido, entonces, comprendemos bien cómo el temor de Dios adquiere en nosotros la forma de la docilidad, del reconocimiento y de la alabanza, llenando nuestro corazón de esperanza. Muchas veces, en efecto, no logramos captar el designio de Dios, y nos damos cuenta de que no somos capaces de asegurarnos por nosotros mismos la felicidad y la vida eterna. Sin embargo, es precisamente en la experiencia de nuestros límites y de nuestra pobreza donde el Espíritu nos conforta y nos hace percibir que la única cosa importante es dejarnos conducir por Jesús a los brazos de su Padre.

He aquí por qué tenemos tanta necesidad de este don del Espíritu Santo. El temor de Dios nos hace tomar conciencia de que todo viene de la gracia y que nuestra verdadera fuerza está únicamente en seguir al Señor Jesús y en dejar que el Padre pueda derramar sobre nosotros su bondad y su misericordia. Abrir el corazón, para que la bondad y la misericordia de Dios vengan a nosotros. Esto hace el Espíritu Santo con el don del temor de Dios: abre los corazones. Corazón abierto a fin de que el perdón, la misericordia, la bondad, la caricia del Padre vengan a nosotros, porque nosotros somos hijos infinitamente amados.

Cuando estamos invadidos por el temor de Dios, entonces estamos predispuestos a seguir al Señor con humildad, docilidad y obediencia. Esto, sin embargo, no con actitud resignada y pasiva, incluso quejumbrosa, sino con el estupor y la alegría de un hijo que se ve servido y amado por el Padre. El temor de Dios, por lo tanto, no hace de nosotros cristianos tímidos, sumisos, sino que genera en nosotros valentía y fuerza. Es un don que hace de nosotros cristianos convencidos, entusiastas, que no permanecen sometidos al Señor por miedo, sino porque son movidos y conquistados por su amor. Ser conquistados por el amor de Dios. Y esto es algo hermoso. Dejarnos conquistar por este amor de papá, que nos quiere mucho, nos ama con todo su corazón.

Pero, atención, porque el don de Dios, el don del temor de Dios es también una «alarma» ante la pertinacia en el pecado. Cuando una persona vive en el mal, cuando blasfema contra Dios, cuando explota a los demás, cuando los tiraniza, cuando vive sólo para el dinero, para la vanidad, o el poder, o el orgullo, entonces el santo temor de Dios nos pone en alerta: ¡atención! Con todo este poder, con todo este dinero, con todo tu orgullo, con toda tu vanidad, no serás feliz. Nadie puede llevar consigo al más allá ni el dinero, ni el poder, ni la vanidad, ni el orgullo. ¡Nada! Sólo podemos llevar el amor que Dios Padre nos da, las caricias de Dios, aceptadas y recibidas por nosotros con amor. Y podemos llevar lo que hemos hecho por los demás. Atención en no poner la esperanza en el dinero, en el orgullo, en el poder, en la vanidad, porque todo esto no puede prometernos nada bueno. Pienso, por ejemplo, en las personas que tienen responsabilidad sobre otros y se dejan corromper. ¿Pensáis que una persona corrupta será feliz en el más allá? No, todo el fruto de su corrupción corrompió su corazón y será difícil ir al Señor. Pienso en quienes viven de la trata de personas y del trabajo esclavo. ¿Pensáis que esta gente que trafica personas, que explota a las personas con el trabajo esclavo tiene en el corazón el amor de Dios? No, no tienen temor de Dios y no son felices. No lo son. Pienso en quienes fabrican armas para fomentar las guerras; pero pensad qué oficio es éste. Estoy seguro de que si hago ahora la pregunta: ¿cuántos de vosotros sois fabricantes de armas? Ninguno, ninguno. Estos fabricantes de armas no vienen a escuchar la Palabra de Dios. Estos fabrican la muerte, son mercaderes de muerte y producen mercancía de muerte. Que el temor de Dios les haga comprender que un día todo acaba y que deberán rendir cuentas a Dios.

Queridos amigos, el Salmo 34 nos hace rezar así: «El afligido invocó al Señor, Él lo escuchó y lo salvó de sus angustias. El ángel del Señor acampa en torno a quienes lo temen y los protege» (vv. 7-8). Pidamos al Señor la gracia de unir nuestra voz a la de los pobres, para acoger el don del temor de Dios y poder reconocernos, juntamente con ellos, revestidos de la misericordia y del amor de Dios, que es nuestro Padre, nuestro papá. Que así sea.


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Tomado de:
www.vatican.va
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Sexto don del Espíritu Santo


PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Plaza de San Pedro
Miércoles 4 de junio de 2014



Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy queremos detenernos en un don del Espíritu Santo que muchas veces se entiende mal o se considera de manera superficial, y, en cambio, toca el corazón de nuestra identidad y nuestra vida cristiana: se trata del don de piedad.

Es necesario aclarar inmediatamente que este don no se identifica con el tener compasión de alguien, tener piedad del prójimo, sino que indica nuestra pertenencia a Dios y nuestro vínculo profundo con Él, un vínculo que da sentido a toda nuestra vida y que nos mantiene firmes, en comunión con Él, incluso en los momentos más difíciles y tormentosos.

Este vínculo con el Señor no se debe entender como un deber o una imposición. Es un vínculo que viene desde dentro. Se trata deuna relación vivida con el corazón: es nuestra amistad con Dios, que nos dona Jesús, una amistad que cambia nuestra vida y nos llena de entusiasmo, de alegría. Por ello, ante todo, el don de piedad suscita en nosotros la gratitud y la alabanza. Es esto, en efecto, el motivo y el sentido más auténtico de nuestro culto y de nuestra adoración. Cuando el Espíritu Santo nos hace percibir la presencia del Señor y todo su amor por nosotros, nos caldea el corazón y nos mueve casi naturalmente a la oración y a la celebración. Piedad, por lo tanto, es sinónimo de auténtico espíritu religioso, de confianza filial con Dios, de esa capacidad de dirigirnos a Él con amor y sencillez, que es propia de las personas humildes de corazón.

Si el don de piedad nos hace crecer en la relación y en la comunión con Dios y nos lleva a vivir como hijos suyos, al mismo tiempo nos ayuda a volcar este amor también en los demás y a reconocerlos como hermanos. Y entonces sí que seremos movidos por sentimientos de piedad —¡no de pietismo!— respecto a quien está a nuestro lado y de aquellos que encontramos cada día. ¿Por qué digo no de pietismo? Porque algunos piensan que tener piedad es cerrar los ojos, poner cara de estampa, aparentar ser como un santo. En piamontés decimos: hacer la «mugna quacia». Esto no es el don de piedad. El don de piedad significa ser verdaderamente capaces de gozar con quien experimenta alegría, llorar con quien llora, estar cerca de quien está solo o angustiado, corregir a quien está en el error, consolar a quien está afligido, acoger y socorrer a quien pasa necesidad. Hay una relación muy estrecha entre el don de piedad y la mansedumbre. El don de piedad que nos da el Espíritu Santo nos hace apacibles, nos hace serenos, pacientes, en paz con Dios, al servicio de los demás con mansedumbre.

Queridos amigos, en la Carta a los Romanos el apóstol Pablo afirma: «Cuantos se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de Dios. Pues no habéis recibido un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino que habéis recibido un Espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos: “¡Abba, Padre!”» (Rm 8, 14-15). Pidamos al Señor que el don de su Espíritu venza nuestro temor, nuestras inseguridades, también nuestro espíritu inquieto, impaciente, y nos convierta en testigos gozosos de Dios y de su amor, adorando al Señor en verdad y también en el servicio al prójimo con mansedumbre y con la sonrisa que siempre nos da el Espíritu Santo en la alegría. Que el Espíritu Santo nos dé a todos este don de piedad.

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Tomado de:
www.vatican.va
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La peregrinación a Tierra Santa


PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Plaza de San Pedro
Miércoles 28 de mayo de 2014




Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Los días pasados, como sabéis, realicé una peregrinación a Tierra Santa. Ha sido un gran don para la Iglesia, y por ello doy gracias a Dios. Él me guió a esa Tierra bendita, que vio la presencia histórica de Jesús y donde tuvieron lugar acontecimientos fundamentales para el judaísmo, el cristianismo y el islam. Deseo renovar mi cordial agradecimiento a Su Beatitud el patriarca Fouad Twal, a los obispos de los diversos ritos, a los sacerdotes, a los franciscanos de la Custodia de Tierra Santa. ¡Son buenos estos franciscanos! Su trabajo es hermosísimo, lo que hacen. Mi pensamiento agradecido se dirige también a las autoridades jordanas, israelíes y palestinas, que me acogieron con mucha cortesía, diría también con amistad, así como a todos aquellos que cooperaron para la realización de la visita.

El fin principal de esta peregrinación ha sido conmemorar el 50° aniversario del histórico encuentro entre el Papa Pablo VI y el Patriarca Atenágoras. Fue esa ocasión la primera vez que un Sucesor de Pedro visitó Tierra Santa: Pablo VI inauguraba así, durante el Concilio Vaticano II, los viajes extra-italianos de los Papas en la época contemporánea. Ese gesto profético del obispo de Roma y del Patriarca de Constantinopla colocó una piedra miliar en el camino sufrido pero prometedor de la unidad de todos los cristianos, que desde entonces ha dado pasos importantes. Por ello, mi encuentro con Su Santidad Bartolomé, amado hermano en Cristo, ha representado el momento culminante de la visita. Juntos hemos rezado ante el Sepulcro de Jesús, y con nosotros estaban el patriarca greco-ortodoxo de Jerusalén Theophilos III y el patriarca armenio apostólico Nourhan, además de arzobispos y obispos de diversas Iglesias y Comunidades, Autoridades civiles y muchos fieles. En ese lugar donde resonó el anuncio de la Resurrección, hemos percibido toda la amargura y el sufrimiento de las divisiones que aún existen entre los discípulos de Cristo; y de verdad esto hace mucho mal, mal al corazón. Todavía estamos divididos. En ese lugar donde resonó precisamente el anuncio de la Resurrección, donde Jesús nos da la vida, aún nosotros estamos un poco divididos. Pero, sobre todo, en esa celebración llena de recíproca fraternidad, de estima y de afecto, hemos percibido fuerte la voz del Buen Pastor resucitado que quiere hacer de todas sus ovejas un solo rebaño; hemos percibido el deseo de sanar las heridas aún abiertas y proseguir con tenacidad el camino hacia la comunión plena. Una vez más, como lo hicieron los Papas anteriores, yo pido perdón por lo que nosotros hemos hecho para favorecer esta división, y pido al Espíritu Santo que nos ayude a sanar las heridas que hemos causado a los demás hermanos. Todos somos hermanos en Cristo y con el patriarca Bartolomé somos amigos, hermanos, y hemos compartido la voluntad de caminar juntos, hacer todo lo que desde hoy podamos realizar: rezar juntos, trabajar juntos por el rebaño de Dios, buscar la paz, custodiar la creación, muchas cosas que tenemos en común. Y como hermanos debemos seguir adelante.

Otro objetivo de esta peregrinación ha sido alentar en esa región el camino hacia la paz, que es al mismo tiempo don de Dios y compromiso de los hombres. Lo hice en Jordania, en Palestina y en Israel. Y lo hice siempre como peregrino, en el nombre de Dios y del hombre, llevando en el corazón una gran compasión hacia los hijos de esa Tierra que desde hace demasiado tiempo conviven con la guerra y tienen el derecho de conocer finalmente días de paz.

Por ello exhorté a los fieles cristianos a dejarse «ungir» con corazón abierto y dócil por el Espíritu Santo, para ser cada vez más capaces de tener gestos de humildad, de fraternidad y de reconciliación. El Espíritu permite asumir estas actitudes en la vida cotidiana, con personas de distintas culturas y religiones, y llegar a ser así «artesanos» de la paz. La paz se construye artesanalmente. No existen industrias de paz, no. Se construye cada día, artesanalmente, y también con el corazón abierto para que venga el don de Dios. Por ello exhorté a los fieles cristianos a dejarse «ungir».

En Jordania agradecí a las autoridades y al pueblo su compromiso en la acogida de numerosos refugiados provenientes de las zonas de guerra, un compromiso humanitario que merece y requiere el apoyo constante de la Comunidad internacional. Me ha conmovido la generosidad del pueblo jordano al recibir a los refugiados, muchos que huyen de la guerra, en esa zona. Que el Señor bendiga a este pueblo acogedor, que lo bendiga abundantemente. Y nosotros debemos rezar para que el Señor bendiga esta acogida y pedir a todas las instituciones internacionales que ayuden a este pueblo en el trabajo de acogida que realiza. Durante la peregrinación alenté también en otros lugares a las autoridades implicadas a proseguir los esfuerzos para disminuir las tensiones en la zona medio-oriental, sobre todo en la atormentada Siria, así como a continuar buscando una solución justa al conflicto israelí-palestino. Por ello invité al presidente de Israel y al presidente de Palestina, ambos hombres de paz y artífices de paz, a venir al Vaticano a rezar juntos conmigo por la paz. Y, por favor, os pido a vosotros que no nos dejéis solos: vosotros rezad, rezad mucho para que el Señor nos dé la paz, nos dé la paz en esa Tierra bendecida. Cuento con vuestras oraciones. Rezad con fuerza en este tiempo, rezad mucho para que venga la paz.

Esta peregrinación a Tierra Santa ha sido también la ocasión para confirmar en la fe a las comunidades cristianas, que sufren mucho, y expresar la gratitud de toda la Iglesia por la presencia de los cristianos en esa zona y en todo Oriente Medio. Estos hermanos nuestros son valerosos testigos de esperanza y de caridad, «sal y luz» en esa Tierra. Con su vida de fe y de oración y con la apreciada actividad educativa y asistencial, ellos trabajan en favor de la reconciliación y del perdón, contribuyendo al bien común de la sociedad. Con esta peregrinación, que ha sido una auténtica gracia del Señor, quise llevar una palabra de esperanza, pero al mismo tiempo la he recibido de ellos. La he recibido de hermanos y hermanas que esperan «contra toda esperanza» (Rm4, 18), a través de muchos sufrimientos, como los de quien huyó del propio país a causa de los conflictos; como los de quienes, en diversas partes del mundo, son discriminados y despreciados por motivo de su fe en Cristo. ¡Sigamos estando cerca de ellos! Recemos por ellos y por la paz en Tierra Santa y en todo Oriente Medio. Que la oración de toda la Iglesia sostenga también el camino hacia la unidad plena entre los cristianos, para que el mundo crea en el amor de Dios que en Jesucristo vino a habitar en medio de nosotros.

Y os invito ahora a todos a rezar juntos, a rezar juntos a la Virgen, Reina de la paz, Reina de la unidad entre los cristianos, la Mamá de todos los cristianos: que ella nos traiga la paz, a todo el mundo, y que ella nos acompañe en este camino de unidad.
[Ave María...]

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Tomado de:
www.vatican.va
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La Iglesia - 24º Parte: Propiedades esenciales de la Iglesia - La Unidad

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SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA


27. INTRODUCCIÓN


Al hablar de la Iglesia como sacramento universal de salvación, decíamos que una de las notas características de la Iglesia era su "visibilidad". El Magisterio de la Iglesia desde el Concilio Vaticano I prefirió la vía empírica para demostrar que la Iglesia es la verdadera Iglesia de Cristo. Para ello expuso las propiedades esenciales, o notas esenciales o permanentes que Cristo asignó a su Iglesia como signos de reconocimiento de comunidad visible - invisible de salvación. Las cuatro características de la Iglesia, a las que en el curso del tiempo se denominó "notas" son:

La Iglesia es: Una, Santa, Católica y Apostólica. Con ello se demuestra al mismo tiempo que en la Iglesia Católica "subsiste" la verdadera Iglesia de Cristo. El Papa Paulo VI en su solemne Profesión de Fe (Credo del pueblo de Dios), pronunciada ante la Basílica de S. Pedro el 30 de junio de 1968, en el Nº l9, dice: "Creemos en la Iglesia una, santa, católica y apostólica, edificada por Jesucristo sobre la piedra, que es Pedro. Ella es el Cuerpo Místico de Cristo, sociedad visible, equipada de órganos jerárquicos, y, a la vez, comunidad espiritual, Iglesia terrestre, Pueblo de Dios peregrinante aquí en la tierra e Iglesia enriquecida por bienes celestes; germen y comienzo del Reino de Dios, por el que la obra y los sufrimientos de la redención se continúan a través de la historia humana, y que con todas sus fuerzas anhela la consumación perfecta, que ha de ser conseguida después del fin de los tiempos en la gira celeste".


27.1. LA IGLESIA ES UNA

La unidad de la Iglesia (o que la Iglesia es Una) la entiende el N T. como fundamentada en el hecho de que la Iglesia ha sido instituida por la acción de un Dios Uno, l Cor 8, 6. Por la revelación una en Cristo Uno,  Rom 14, 7, s.s; y en la actuación de Un Espíritu (de Dios y de Cristo), Efes 2, 18.

Esta unidad se manifiesta en la proclamación de un solo evangelio, un solo bautismo y un solo ministerio, que fue entregado a Pedro y a los Doce. La unidad de la Iglesia esencial y concreta queda expresada en Pablo, sobre todo, por medio de una se­mejanza con el cuerpo. Este cuerpo queda constituido por el bautis­mo y actualizado por el banquete eucarístico, l Cor 10, 17. Según esto, el N T, considera la unidad de la Iglesia como algo que viene dado desde siempre, como algo presente, concreto e histórico, que es pro­pio del pueblo uno de Dios, en virtud del acto amoroso uno y univer­sal de Dios con respecto al género humano uno, por medio de la implantación de una cabeza (Cristo, el nuevo Adán) sobre la humanidad. Esta unidad ha sido confiada a dicha cabeza para que la mantenga a través de la historia como signo de su institución divina, la Iglesia.

Por unidad, o que la Iglesia es una, no se entiende tan solo la uni­dad numérica cuantitativa, sino que se añade que la Iglesia es única. No hay otra, ni posibilidad de que haya otra, hablando en sentido es­tricto teológico, y en este sentido se puede hablar de la unidad in­terna de la Iglesia o unión en el sentido de indivisión.

El Magisterio de la Iglesia enseña: "La Iglesia fundada por Cristo es una y única" (de fe). La Iglesia una, es la primera propiedad que el símbolo Niceno-Cons­tantinopolitano, (381), que dice "... (Creemos) en Una sola Iglesia, Santa, Católica y Apostólica". Denz 86. En efecto, siendo la Iglesia una, manifiesta la unión del hombre con Cristo, como uno es Cristo y una es la estirpe humana que trajo Cris­to con la Redención a todo el género humano. Por eso en la Sagrada Es­critura se habla de un solo cuerpo (S. Pablo), Rom 12, 4-6; una esposa, Efes 5, 24, 32; un redil, un Pastor, una puerta, Jn,10. Culmina con la ora­ción sacerdotal de Cristo al Padre en Jn 17, 20-22: "Padre que sean uno, como tú y yo somos uno".

La Iglesia una, comprende un triple vinculo o participación en el mis­terio de la Iglesia
  • La profesión de una misma fe, (vínculo simbóli­co - dogmático). Es decir, creemos en un mismo Credo, participamos de unos mismos dogmas y creencias. Una misma moral, etc.
  • Participación de los mismos medios de salvación, (vínculo litúrgico - sacramental). Participamos con una misma fe de los mismos sacramentos y de los mismos actos litúrgicos y cultuales. Una liturgia cultual y sacramental para toda la Iglesia.
  • Sumisión a los mismos pastores, y especialmente al Romano Pontífice, eje, centro y vértice de la unidad de la Iglesia, (vínculo jerárquico - social).

        
27.1.1. Rupturas de la unidad de la Iglesia
  • A la unidad de la fe se opone la "herejía". "Herejía": significa en primer lugar una concepción errónea de la fe, cuya esencia reside en que separa una o varias verdades particu­lares de la estructura orgánica del todo, y por el hecho de aislarla, la entiende equivocadamente, negando el contenido total del dogma o trastocándole sustancialmente. La teología actual distingue entre "herejía material", cuando alguien sostiene una herejía objetiva sin ser consciente de su error, y "herejía formal", cuando alguien se aferra con terquedad y mala intención a una herejía objetiva. El que ha caído en herejía de una manera jurídicamente tangible, no pertenece ya en sentido pleno a la Iglesia. Denz 714; 2286.
  • A la unidad de la gracia que causan los Sacra­mentos se opone el pecado. (Pecado que no separa definitivamente de la Iglesia, sino que paraliza al miembro dañado). Cuando hablamos de pecado nos referimos a pecado mortal grave, pecado de muerte, en el que el cristiano que muere sin arrepentirse y confesarlo está abocado a la condenación eterna. Pecado que hasta el mismo momento de su muerte, si tiene la gracia de la conversión puede librarse de él.
  • A la unidad de gobierno sobre los Pastores se opone el "cisma". "Cisma", significa separación. Es el delito de quien se separa de la comunión de la Iglesia Católica para formar una secta o grupo particular al margen del gobierno autorizado de la Igle­sia, los Obispos con el Papa a la cabeza, el cisma, pues rompe el vín­culo social y de comunión negando la obediencia y sumisión a los legítimos Pastores. El cisma viene a caer fatalmente en la herejía al ne­gar la autoridad y la infalibilidad de la Iglesia. Los cismas princi­pales que se registran en la historia son los Novacianos, S.III, los Donatistas SS. IV Y V. Pero el más doloroso fue el iniciado por Focio S. IX y consumado siglos después por Miguel Cerulario (Cisma de Oriente) S. XI. Después, en el S. XVI, la herejía y cisma de Lutero, (Cisma de Occidente); Enrique VIII (Iglesia Anglicana), cisma de los Viejos Católicos, en Europa, S. XIX y final­mente, en tiempos recientes el cisma de Monseñor Lefevbre.

El factor más decisivo para vivir y fomentar la Iglesia una es el de la "comunión" (koinonía) de todos sus miembros. Comunión que es la vivencia del "ágape" cristiano, como la  que vivió de una manera real y sencilla la pri­mitiva comunidad cristiana, Hech 2, 42-47. También hemos visto la mención a ser "uno" de Jesús en el discurso de la última cena, Jn 17, 20,s.s. Y el apóstol S. Pablo exhorta con insistencia a los cristianos de Efeso para que se guarde la unidad exterior e interior: "Sed solícitos por conservar la unidad del espíritu mediante el vínculo de la paz, sólo hay un cuerpo y un Espíritu, como también una sola esperanza, la de vuestra vocación. Sólo un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos". Efes.4, 3-6. Y les exhorta con gran insistencia a que todos guarden la posibi­lidad de caer en herejía y en la separación: "Os ruego, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que todos habléis igualmente, y no haya entre vosotros escisiones, antes seáis concordes en el mismo pensar y sentir", 1 Cor 1, 10; : "Al que enseñe doctrinas sectarias, eví­tale después de una y otra amonestación". Tit 3, 10; Gal 1, 8, s.s.

El Concilio Vaticano II, también ha hecho mención a la Iglesia "una". En Lumen Gentium, Nº 23: "Los Obispos, son individualmente, el principio y fun­damento visible de unidad en las Iglesias particulares, formadas a ima­gen de la Iglesia universal, en las cuales, y a base de las cuales, se constituye la Iglesia Católica, una y única".

En conclusión. Hemos hablado de la Iglesia que es "UNA”. Ha de ser entendida, ante todo, en el sentido de "Unicidad" o "única", es de­cir que no hay otra Iglesia o varias Iglesias, en el sentido estricto teológico. Cristo ha fundado una sola Iglesia, y ésta es la Iglesia Católica, aunque, "fuera de la estructura de la I­glesia de Cristo, se encuentran muchos elementos de santificación y de verdad, que, como dones propios de la misma Iglesia, empujan a la unidad católica". Nº 22 del Credo del Pueblo de Dios de Pablo VI. Y con­tinúa : "Y creyendo, por otra parte, en la acción del Espíritu Santo que suscita en todos los discípulos de Cristo el deseo de esta unidad, esperamos que los cristianos, que no gozan todavía de la plena comunión de la única Iglesia, se unan finalmente en un solo rebaño con un solo pastor, (Pedro)." Nº 22.

Respecto al ecumenismo, el Concilio Vaticano II, dice: "Promover la restauración de la unidad entre todos los cristianos es uno de los principales propósitos del Concilio Vaticano II. Porque una sola es la Iglesia fundada por Cristo". Decreto sobre el Ecumenismo, Nº 1, a.


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Agradecemos al P. Ignacio Garro S.J. por su colaboración.




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