Homilía del Domingo 5º de Pascua (C), 28 de Abril del 2013

La Gloria de Dios

P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J.

Lecturas: Hch 14,21-27; S 144; Ap 21,1-5; Jn 13,31-35



Todos los evangelios que la liturgia propone para los domingos desde hoy hasta la fiesta de Pentecostés son parte de la conversación de Jesús con sus discípulos y de su oración al Padre al final de la Última Cena. Llenos de belleza y grandiosidad nos sacuden por el amor que destilan, la vida trinitaria a la que nos abren y la fuerza transformadora del misterio grande en el que nos sumergen.


Estamos en la última cena. Jesús ha lavado los pies de los discípulos y ha despedido al traidor, a Judas; su presencia le bloquearía; sólo a los más íntimos entre sus íntimos se siente libre para manifestar lo que dirá a continuación: “Ahora es glorificado el Hijo del hombre y Dios es glorificado en él”. Por todo el contexto que sigue, ese “ahora” y esa “gloria” suya y de Dios Padre se refieren a su pasión, muerte, resurrección, ascensión al Cielo y envío del Espíritu Santo. Judas va camino del Sanedrín a organizar a su gente y cobrar sus treinta monedas, “La hora”, la que Jesús tuvo siempre presente, ha llegado. La sucesión en cadena de los dramáticos, terribles, maravillosos y gloriosos acontecimientos y misterios de la redención han comenzado ya. A todo ello Jesús lo llama su glorificación y la glorificación del Padre. ¿Por qué? Estamos ante el gran misterio de Cristo, que sólo la revelación de Dios nos puede de alguna manera iluminar.
Apenas comenzada su predicación, al rabino Nicodemo le dice para darle alguna luz sobre su misión: “Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto –alude a la crucifixión– para que todo el que cree en él no perezca sino que tenga vida eterna. Porque Dios amó al mundo de tal manera que entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que crea en él no perezca sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió al Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3,14-17).
Ya desde el momento de su concepción en el seno de María, Cristo lo tuvo muy claro: “Al entrar en el mundo dijo: Sacrificios y oblaciones (de las ofrendas y las víctimas del Antiguo Testamento) no has querido; pero me has dado un cuerpo. Aquellos holocaustos y sacrificios por el pecado no te agradaron. Entonces dije: ¡He aquí que vengo a hacer, oh Dios, tu voluntad!... Y gracias a esa voluntad se nos perdonan los pecados y somos santificados por el sacrificio de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo” (Hb 10,5-10; S. 40,7-9).
Enseña San Pablo que tras el pecado de Adán y Eva entró el pecado en el mundo, de modo que se perdió la gracia de Dios en todos los hombres, entró la muerte en el mundo y así todos mueren, y arrastrados por la concupiscencia fueron cayendo en pecados personales de modo que “no hay quien sea justo, ni siquiera uno solo” (Ro 3,10). Pero “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia”. “En efecto, si por el delito de uno solo (Adán) reinó la muerte (y el pecado), ¡con cuánta más razón los que reciben en abundancia la gracia y el don de la justicia (el perdón de sus pecados y la santidad) reinarán en la vida por uno solo, por Jesucristo!... Porque así como por la obediencia de un solo hombre, todos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno solo todos serán constituidos justos” (Ro 5,17.19).
Esta fue la misión histórica y grandiosa de Cristo: la gran revolución, hacer de un mundo constituido en el mal otro nuevo fundado sobre el bien, el amor sin límites, la transformación de los hombres en Dios y para siempre. Solo el Hijo de Dios podría realizar este prodigio, pero para ello debía humillarse hasta asumir la naturaleza humana y además cargar con el pecado del mundo, con la responsabilidad de limpiar y reparar todo el desastre humano que suman todos los crímenes, acciones repugnantes, traiciones, mentiras, odio, soberbia y cobardía de los hombres a lo largo de su historia. Esto lo haría ofreciendo su vida a la muerte más humillante y dolorosa posible, asumiendo en sí mismo el castigo de los pecados de los hombres, adquiriendo así para ellos las gracias de la salvación eterna y glorificando al Padre con su obediencia hasta la muerte y muerte de cruz. El mundo creado bueno por Dios y el hombre creado en la amistad y en la unidad con Dios se había podrido por el pecado. Recrear, sanar y restaurar todo aquello era la misión de Jesús devolviendo al Padre, en nombre de los hombres, todo el honor que le corresponde. Dios es digno de todo honor y gloria. Y el hombre Jesús, cabeza de todos los hombres, se lo dio en su nombre, obedeciéndole hasta la muerte y muerte de cruz. Por eso “llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo” (1Pe 2,24) y “no conociendo el pecado, por nosotros  fue hecho pecado” (2Cor 5,21); y así el Padre fue glorificado en el Hijo.
Pero a su vez el Padre glorificaría al Hijo. Se entrega voluntario a la muerte, sus verdugos no se atreven a apresarlo hasta que se entrega, aguantará la condena, las bofetadas, burlas y salivazos, los latigazos, la coronación de espinas, los clavos sin una queja. Dejará admirado a Pilatos por su dignidad. Asumirá la injusticia del Sanedrín, del pueblo, de Pilatos. Se burlan sus verdugos. Abre la boca para perdonar al ladrón de su derecha. Entrega su madre al discípulo. ¿Quién ha hecho del madero de la cruz un altar y de su muerte el acto más grandioso de la historia. Con razón comentó el centurión que “aquel hombre era en verdad Hijo de Dios”. No ha habido jamás una muerte tan grandiosa y gloriosa como aquella. Pero allí no terminó su gloria. El Padre lo resucitó, lo exaltó, le dio el poder toda la creación y nadie puede alcanzar el perdón de sus pecados y la salvación sino por la fe en él.
Cada domingo nos reunimos para celebrarlo, vivir la fe en Él, que nos salva, y unirnos en un mismo cuerpo, su Iglesia con una esperanza y un amor mutuo a imagen del suyo, que también le da y muestra su gloria. 


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Jesús de Nazaret - 12º Parte

P. Ignacio Garro, S.J.

SEMINARIO ARQUIDIOCESANO DE AREQUIPA




13. Relación de la Resurrección y Pentecostés

La vida nueva que Cristo ha recibido en su cuerpo en la Resurrección es la vida del Espíritu Santo. Recordemos la afirmación de S. Pablo: "Jesús ha sido constituido Hijo de Dios con (pleno) poder, según el Espíritu de santidad, por su resurrección de entre los muertos", Rom 1, 4. Las palabras: "según el Espíritu de santidad", han sido entendidas de varias maneras, ya como referencia a la divini­dad de Cristo, ya como designación del Espíritu Santo, ya como el elemento espiritual de la naturaleza humana de Jesús que ha recibido una nueva vida sobrenatural en la glorificación.

De todos modos, parece que la expresión implica una comunicación del Espíritu Santo a través de su glorificación. Es el Espíritu Santo el que, por así decirlo, ha suministrado la substancia de la que se hizo la Resurrección. Aún más significativas son otras declaraciones de S. Pablo sobre el mismo objeto: "fue hecho el primer hombre alma viviente. El último, espíritu que da vida",  l Cor 15, 45.  Aquí se subraya la distinción entre alma y espíritu. El alma es espiritual, lo es por naturaleza, y el primer hombre tenía en sí mismo ese elemento espiritual. Pero por "espíritu vivificante", S. Pablo entiende un elemento espiritual de orden superior; no la espiritualidad a nivel del alma humana, sino la espiritualidad a nivel del Espíritu Santo, espiritualidad comunicada ya al hombre escatológico que es Cristo en orden a vivificar a toda la humanidad. En el mismo sentido, S. Pablo afirma: "El Señor es Espíritu", 2 Cor 3, 17.

Con esto no pretende S. Pablo identificar la persona de Cristo y la persona del Espíritu Santo, sino que quiere decir que desde el punto de vista de la condición, Cristo posee en sí mismo la riqueza y energía del Espíritu Santo. El Señor esta "espiritualizado" en su naturale­za humana; todo el Espíritu, como todo el pleroma divino, se ha concentrado en esa naturaleza humana con el fin de difundirse.

La expresión: "espíritu vivificante", indica que Cristo resucitado comunica su nueva vida en calidad de espíritu. Es vivificante por el Espíritu Santo del que él mismo está penetrado. La efusión de vida será una efusión de Espíritu Santo; Pentecostés es, por lo tanto, complementario de la Resurrección, la culminación hacia la cual tendía la Resurrección, ya que la nueva vida no se le ha otorgado a Cristo sino en orden a una efusión de la misma humanidad para su salvación Se da una continuidad de acción del Espíritu Santo en la Resurrección y en Pentecostés.

La Resurrección tiene por primer autor al Padre, pero el Padre ha resucitado a su Hijo por medio del Espíritu Santo, y desde entonces el Padre nos da la vida de Cristo resucitado por medio del Espíritu Santo: "Si el Espíritu de Aquel (el Padre) que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros. Aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos dará también la vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros". Rom 8, 11.

Una consecuencia importante será que la Eucaristía, nu­triéndonos con el cuerpo de Cristo y dándonos a beber su sangre, nos dará también como alimento y bebida del Espíritu Santo, pues se trata de un "alimento espiritual" y de "una bebida espiritual", 1 Cor 10, 3-4. El cuerpo glorioso de Cristo nos alimenta a través del Espíritu del que él mismo está henchido.

Otra consecuencia, todavía más general, será la equivalen­cia entre la vida de Cristo y la vida en el Espíritu Santo; entre la justificación o santificación en Cristo y la justifica­ción o santificación en el Espíritu Santo; S. Pablo emplea ambas expresiones como sinónimas. La adhesión a Cristo es unidad de espíritu con El. 1 Cor 6, 17.



Continuará.

Para las entregas anteriores acceda al índice de FORMACIÓN AQUÍ.
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Agradecemos al P. Ignacio Garro, S.J. por su colaboración.

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El mandamiento del Amor

P. Adolfo Franco, S.J.


PASCUA
Domingo V

Juan 13, 31-35

El "mandamiento nuevo" del amor es la tarea central de la vida.


Jesús en la Ultima Cena se está despidiendo de sus apóstoles y les está dando sus últimas recomendaciones para que cuando El suba al cielo, ellos puedan seguir realizando su misma obra. Y una de estas últimas enseñanzas y muy importante es el Mandamiento Nuevo: les doy un mandamiento nuevo que se amen unos a otros como yo les he amado.

En esto se conocen los discípulos de Jesús, es su marca, el amor. Y esta es la única norma de conducta que El nos quiere dejar. El amor es la motivación que debemos tener en todas nuestras acciones, es la guía de toda nuestra conducta. Pero para que no queden ambigüedades Jesús habla de qué forma  hay que amar: amar como El mismo nos ha amado. Ese es el verdadero amor y esa es la medida: nos debemos amar como El nos ha amado. Y es muy necesaria esta referencia porque a veces se llama amor a muchas actitudes que en realidad no lo son; la verdad del amor brota de la llaga abierta de su Corazón.

Para saber cómo es el amor de Cristo, podemos abrir el Evangelio y descubrir este amor en cada una de sus páginas. Pero también cada uno de nosotros podría abrir las páginas de su propia vida; y así al descubrir cómo nos ha amado Cristo aprenderíamos cómo debemos amar.

Hay algún paralelo entre esta enseñanza, y la que el mismo Jesús nos dio cuando nos explicaba la conducta del cristiano en el Sermón del Monte: sean perfectos, como el Padre Celestial es perfecto. Nuestro modelo de perfección es Dios mismo; y de la misma manera la meta de un cristiano es imitar a Cristo en el amor, amar como Cristo. Son dos enseñanzas similares: ser perfectos como el Padre Celestial, amar como ama Cristo. Y es que en las entrañas de nuestro ser llevamos el sello de Dios mismo: el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios, por eso, hay que hacer todo de la manera que Dios lo haría, para no frustrar nuestra semejanza con Dios, nuestra íntima esencia.

En todo lo que hacemos debemos intentar parecernos a Dios. Y más aún sabiendo por la revelación de Jesús, que Dios mismo, Padre, Hijo y Espíritu Santo, habitan en nuestros corazones.

Hay otra referencia parecida en San Pablo, cuando habla del matrimonio cristiano y dice a los esposos, que amen a sus esposas como Cristo ama a su Iglesia. De nuevo el amor de Cristo como modelo del amor de un cristiano, en esa situación particular del matrimonio.

¿Y cómo ama Cristo? Volvemos a preguntarnos. Habría que recorrer cada uno de los momentos de la vida de Cristo, para descubrir el gran amor con que vivió cada situación de su vida y cada acción que realizó. Su entrega en la Encarnación, ese lanzarse al abismo del anonadamiento, para hacerse semejante a nosotros, y poder así realizar nuestra salvación: y su voluntad de no ahorrarse las etapas de la infancia desvalida, y de la niñez insignificante. ¿Qué necesidad tenía de hacerlo? Tenía un amor infinito que le impulsaba a cada momento. Un amor que se manifiesta en cada milagro, en cada persona que cura. Cuando detiene el cortejo fúnebre del hijo de la viuda de Naím, cuando llora ante la tumba de Lázaro, cuando multiplica los panes, porque le da lástima de esa multitud hambrienta. Todo lo fue desarrollando impulsado por su Corazón. Y no es necesario detenerse excesivamente en el amor que derrocha en los últimos momentos de su vida, porque en cada escena surge la llama de su amor.

Cuando hace el milagro de la Eucaristía, y afirma su voluntad de perpetuarse entre nosotros, de nuevo lo que le mueve es el amor. Cuando está en el Huerto abrumado por una tremenda responsabilidad por haber asumido los pecados del mundo; y sufriendo una angustia mortal. Y todo esto por el amor que me tiene. Así voy poco a poco entendiendo lo que significa: les doy un Mandamiento Nuevo, que se amen unos a otros como yo les he amado. Cuando muere en la Cruz, cuando incluso pasa por la oscuridad del sepulcro. Pero incluso cuando resucita, lo que manifiesta es su gran amor. En cada una de las apariciones a sus apóstoles está manifestando ese amor, que lo impulsó siempre. Y que quiere que sea nuestra motivación para actuar en la vida. Y nos hace ver que todo se reduce a eso: sólo nos da un mandamiento, que es Nuevo, porque es su amor convertido en ideal de vida y de conducta, para todo el que quiera seguirle.

Mucho podría cada uno añadir de las muestras personales de amor que nos ha dado Jesús. Meditando en todo eso podremos desentrañar este mandamiento nuevo: ámense unos a otros como yo les he amado. 


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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.

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Santo Toribio Alfonso de Mogrovejo y Robledo

Fiesta 27 de abril
1538 - 1606
Patrono del Episcopado Latinoamericano y del Arzobispado de Lima


Nació en Mayorga, Provincia de Valladolid16 de noviembre de 1538 -y murió en ZañaPerú23 de marzo de 1606. Eclesiástico español. Santo de la Iglesia Católica y segundo Arzobispo de Lima. Misionero y organizador de la Iglesia católica en el virreinato del Perú. También es venerado por la Iglesia anglicana.


Sus padres, Luis de Mogrovejo y Ana de Robledo y Morán, pertenecían a la nobleza española. A los doce años, Toribio fue enviado por sus padres a estudiar a Valladolid, donde fue admirado de todos por su comportamiento ejemplar, sus virtudes y sus dotes intelectuales.
Después de algunos años, deseando estudiar Derecho civil y eclesiástico, se trasladó a la Universidad de Salamanca. Allí recibió la influencia de su tío Juan de Mogrovejo, profesor en dicha Universidad y en el Colegio Mayor de San Salvador en Oviedo. Habiendo sido invitado por Juan III, Rey de Portugal, a enseñar en la ciudad de Coimbra, Juan de Mogrovejo llevó consigo a su sobrino, y ambos residieron algunos años en la Universidad de esa ciudad.
De vuelta a Salamanca, su tío falleció poco después del regreso. Toribio resolvió seguir la carrera de éste, llegando a ser profesor de leyes en la Universidad de Salamanca, donde su erudición y virtud le llevaron a ser designado como Gran Inquisidor de España. El emperador Felipe II al conocer sus cualidades le propuso al Papa Gregorio XIII su nombramiento como Arzobispo de Lima, sucediendo a Jerónimo de Loayza.
En marzo de 1579, recibió el nombramiento para el cargo por parte del Papa Gregorio XIII. Como ni siquiera era sacerdote, habiendo recibido dispensa papal para la recepción de las diversas órdenes menores, fue ordenado en Granada y poco después, recibió la consagración episcopal en Sevilla. Finalmente, en septiembre de 1580 embarcó con destino a su sede episcopal, donde llegó en mayo del año siguiente. Lo acompañó su hermana, Grimanesa de Mogrovejo y el esposo de ésta, Francisco Quiñones, quien llegó a ser corregidor y alcalde de Lima.
En marzo de 1579, Gregorio XIII lo nombró arzobispo de Lima en virtud a una cédula de presentación del rey. Llegó al puerto de Paita,(Perú), en mayo de 1581 e inició su trabajo como misionero viajando a Lima a pie, bautizando y enseñando a los nativos.
Al llegar a Lima, como Arzobispo, tomó posesión de su sede el viernes 12 de mayo de 1581, se dedicó a lograr el progreso espiritual de sus fieles. La ciudad había quedado sin Arzobispo durante seis años, de 1575 a 1581 y estaba en una grave decadencia espiritual con un sistema en que el régimen de patronato facultaba a los Virreyes a intervenir en asuntos eclesiásticos, dando origen a frecuentes disputas entre el poder espiritual y el temporal, por lo cual los conquistadores cometían muchos abusos y los sacerdotes no se atrevían a corregirlos. Muchos para excusarse del mal que estaban haciendo, decían que "esa era la costumbre". Toribio de Mogrovejo les respondía que "Cristo es verdad y no costumbre". y empezó a atacar fuertemente todos los vicios y escándalos. Las medidas que tomó contra los abusos que se cometían, le atrajeron muchas persecuciones y atroces calumnias. Sin embargo, prefirió callar y solía decir: "Al único que es necesario siempre tener contento es a Nuestro Señor".
Toribio de Mogrovejo se destacó por su fuerza de trabajo. Desde muy de madrugada ya estaba levantado y repetía frecuentemente: "Nuestro gran tesoro es el momento presente. Tenemos que aprovecharlo para ganarnos con él la vida eterna. El Señor Dios nos tomará estricta cuenta del modo como hemos empleado nuestro tiempo". Su generosidad lo llevaba a repartir a los pobres todo lo que poseía. Un día al regalarle sus camisas a un necesitado le recomendó: "Váyase rápido, no sea que llegue mi hermana y no permita que Ud. se lleve la ropa que tengo para cambiarme"
Son abundantes los testimonios de su caridad, entrega y desinterés total por lo material: antes de poner su firma a cualquier decreto que lo requiriese, anteponía la palabra "gratis". En una ocasión, cuando se desató una terrible peste en la ciudad que causó innumerables muertos y enfermos, muchos de ellos pobres que abarrotaban los hospitales, le mandó decir a su cuñado que gastase todo su dinero en socorrerlos y que si faltaba, que pidiese prestado que luego él lo devolvería. En otra ocasión, un altercado gravísimo entre dos nobles limeños terminó con la condena a muerte de uno de ellos. Sólo el perdón del otro, que los ruegos de medio Lima no consiguieron, podía salvar de la ejecución al condenado. Ya a punto de realizarse el ajusticiamiento, el arzobispo de Lima fue a buscarlo, se arrodilló a los pies del ofendido y suplicó por su perdón como si fuera para él mismo obteniéndolo. Fue, además, uno de los eclesiásticos contrarios a las corridas de toros. Mandaba cerrar las ventanas de su casa cuando había corridas en la plaza, que es donde antes se hacían, y prohibió a su familia asistir a ellas. La Iglesia solía oponerse a éstas tanto por el peligro de morir sin confesión al que se exponían los hombres combatientes, como por la "promiscuidad" pecaminosa que existe entre hombres y mujeres en las gradas que les escandalizaba... Santo Toribio de Mogrovejo fue un santazo en esa época, el fue muy bueno con las personas que habitaban en los lugares de misiones donde iba.....
Toribio de Mogrovejo estaba consciente de la extensión de su arzobispado, a este hecho, y a las tres visitas pastorales que realizó recorriendo y organizando su jurisdicción, se debe el origen de las circunscripciones políticas que asumiría la colonia y continuaría posteriormente la república peruana. Estas visitas pastorales lo forzaron a pasar sólo ocho de sus veinticuatro años como arzobispo en la ciudad de Lima, lo que le granjeó algunas críticas de parte de las autoridades virreinales. El resto del tiempo, lo pasó viajando por el país. La primera de estas visitas, se inició en 1584 recorriendo el norte de la sierra peruana desde Lima hasta Cajamarca, pasando por Chachapoyas y Moyobamba, inviertiendo en ella seis años. En la segunda visita, realizada entre 1593 y 1597, se dirigió nuevamente hacia el norte, pero esta vez por la zona litoral de Ancash, Trujillo, Chiclayo y Lambayeque. La tercera, que inició en enero de 1605, quedó inconclusa por su muerte. Entre una y otra, realizó viajes a pueblos de Lima, Callao, Mala, Cañete, Chincha y Nazca. La mayor parte del recorrido lo hizo generalmente a pie, indefenso y a veces solo; expuesto a las inclemencias del clima, desiertos, animales salvajes, fiebres y tribus de indígenas hostiles. En esta visita, bautizó y confirmó a cerca de medio millón de personas, entre ellas a Santa Rosa de LimaSan Francisco SolanoSan Juan Masías y San Martín de Porres.
Respecto a su labor pastoral entre los pueblos indígenas, buscaba la manera de hacerse entender por estos, bien fuera aprendiendo y hablándoles en su propia lengua o, cuando la lengua de éstos le era desconocida, buscando otras maneras, como varias veces le sucedió. Su interés por los indígenas no se limitaba a la evangelización, pues se empeñó en mejorar sus condiciones de vida, especialmente de aquellos empleados en las grandes propiedades rurales y en las minas. Reivindicó que sus derechos fuesen debidamente respetados por los españoles y que hubiese verdadera armonía entre las clases sociales, como preconizaba la Escuela de Salamanca, que había conocido en sus años de estudio en España.
Durante su trabajo episcopal en Lima, Mogrovejo convocó y presidió el III Concilio Limense (1582-1583), al cual asistieron prelados de toda Hispanoamérica, y en el que se trataron asuntos relativos a la evangelización de los indígenas. De esta asamblea se obtuvieron importantes normas de pastoral, como la predicación en las lenguas nativas, para lo cual fue creada una facultad de lenguas nativas en la Universidad de San Marcos y la catequesis a los esclavos negros, así como la impresión del catecismo en idiomas castellano, quechua y aymara que se constituirían en los primeros textos impresos en Sudamérica.
Hizo construir caminos, escuelas, varias capillas, hospitales, conventos y fundó el primer Seminario Americano en Lima en 1591 que en la actualidad lleva su nombre. En obediencia a las directrices dictadas en el Concilio de Trento, se propuso reunir a los sacerdotes y obispos de América para promulgar leyes acerca del comportamiento que deben tener los católicos, para lo cual congregó a trece sínodos diocesanos y tres concilios provinciales. Insistió y obtuvo que los religiosos aceptaran parroquias en sitios supremamente pobres. Gracias a sus gestiones, el número de parroquias o centros de evangelización en su Arquidiócesis, aumentó de 150 a 250 parroquias en su territorio, al momento de su fallecimiento veinticinco años después.


A los sesenta y ocho años, Toribio de Mogrovejo cayó enfermo en la población de Pacasmayo, al norte de Lima, pero aun así continuó trabajando hasta el final, llegando a la ciudad de Zaña en condición agonizante. Allí hizo su testamento en el que dejó a sus criados sus efectos personales y a los pobres el resto de sus propiedades. Murió a las tres y media de la tarde del Jueves Santo el 23 de marzo de 1606, en el Convento de San Agustín.
Su proceso de canonización fue iniciado de inmediato, con el reconocimiento de sus virtudes heroicas. Fue beatificado el 28 de junio de 1679 por el Papa Inocencio XI, mediante su Bula "Laudeamus" y canonizado el 10 de diciembre de 1726 por el Papa Benedicto XIII, mediante su Bula "Quoniam Spiritus".
Su fiesta en el Santoral católico se celebra el 23 de marzo, aniversario de su muerte. Sin embargo, en la ciudad de Lima se celebra la Solemnidad de Santo Toribio de Mogrovejo el 27 de abril, día de la traslación de sus reliquias desde Zaña hasta la Ciudad de los Reyes. Hoy sus restos son venerados en su capilla de la Basílica Catedral. Este mismo día se celebran fiestas en su honor en su lugar de nacimiento, Mayorga, España; y también en el de su muerte, Saña, Perú. También en Mayorga, las fiestas patronales se celebran en su honor, los 5 últimos días de septiembre, girando en torno a la fecha del 27 de septiembre: día en el que se conmemora la llegada de las segundas reliquias de Toribio, que fueron honradas por los mayorganos que las procesionaron portando teas y antorchas. En esta fiesta se porta el Vítor, un estandarte que se entregaba a los estudiantes doctorados en la Universidad de Salamanca, y en el que se recoge el nombre del Santo y su lugar de nacimiento, Mayorga. Esta fiesta, "El Vítor", ha sido declarada de Interés Turístico Nacional.
Su devoción se encuentra muy extendida principalmente en el Perú, y en Mayorga (España). Sus parientes de las familias Bravo de Lagunas, Arias de Saavedra y Goyeneche han velado durante siglos por la difusión y conocimiento en América y Europa de la vida y obra del religioso.


PATRONAZGOS
  1. " Patrono de Valladolid"


NOTA SOBRE EL LUGAR DE SU NACIMIENTO
Aunque se ha atribuido con frecuencia su nacimiento a Villaquejida (León) porque así lo recoge una partida falsa de bautismo de Toribio en el archivo de Simancas, el mismo Toribio relata al formar parte como alumno del Colegio San Salvador de Oviedo en Salamanca que procede de Mayorga, como se puede leer en la obra de Vicente Rodríguez Valencia titulada "Una última palabra sobre la patria de Santo Toribio de Mogrovejo". La madre de Toribio, Ana de Robledo, era natural de Villaquejida, y aunque su hijo nació en la casa de la familia en Mayorga y fue bautizado en la cercana Iglesia de San Juan (actual Museo del Pan), sus padres crearon la partida de nacimiento para conseguir ciertas prestaciones educativas para su hijo.


BIBLIOGRAFÍA
  • V. Rodríguez Valencia, "Una última palabra sobre la patria de Santo Toribio de Mogrevejo", Miscelánea Comillas 16 (1958) 29-56.
  • Sánchez Prieto Nicolás, Santo Toribio de Mogrovejo, apóstol de los Andes. BAC, Madrid, 1986.
  • Antonio de Egaña, S. J., Historia de la Iglesia en la América Española, Biblioteca de Autores Cristianos (BAC), Madrid, 1966.
  • Castro Cristóbal, Toribio de Mogrovejo (La conquista espiritual de América). Nacional, Madrid, 1944.
  • García Irigoyen, Santo Toribio. Lima, 1904.
  • Ricardo Palma, Tradiciones Peruanas, Editorial Vasco Americana, 1967.

ENLACES

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Fuente: Wikipedia.
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Vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos



PAPA FRANCISCO

AUDIENCIA GENERAL

Plaza de San Pedro
Miércoles 24 de abril de 2013




Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En el Credo profesamos que Jesús «de nuevo vendrá en la gloria para juzgar a vivos y muertos». La historia humana comienza con la creación del hombre y la mujer a imagen y semejanza de Dios y concluye con el juicio final de Cristo. A menudo se olvidan estos dos polos de la historia, y sobre todo la fe en el retorno de Cristo y en el juicio final a veces no es tan clara y firme en el corazón de los cristianos. Jesús, durante la vida pública, se detuvo frecuentemente en la realidad de su última venida. Hoy desearía reflexionar sobre tres textos evangélicos que nos ayudan a entrar en este misterio: el de las diez vírgenes, el de los talentos y el del juicio final. Los tres forman parte del discurso de Jesús sobre el final de los tiempos, en el Evangelio de san Mateo.

Ante todo recordemos que, con la Ascensión, el Hijo de Dios llevó junto al Padre nuestra humanidad que Él asumió y quiere atraer a todos hacia sí, llamar a todo el mundo para que sea acogido entre los brazos abiertos de Dios, para que, al final de la historia, toda la realidad sea entregada al Padre. Pero existe este «tiempo inmediato» entre la primera venida de Cristo y la última, que es precisamente el tiempo que estamos viviendo. En este contexto del «tiempo inmediato» se sitúa la parábola de las diez vírgenes (cf. Mt 25, 1-13). Se trata de diez jóvenes que esperan la llegada del Esposo, pero él tarda y ellas se duermen. Ante el anuncio improviso de que el Esposo está llegando todas se preparan a recibirle, pero mientras cinco de ellas, prudentes, tienen aceite para alimentar sus lámparas; las otras, necias, se quedan con las lámparas apagadas porque no tienen aceite; y mientras lo buscan, llega el Esposo y las vírgenes necias encuentran cerrada la puerta que introduce en la fiesta nupcial. Llaman con insistencia, pero ya es demasiado tarde; el Esposo responde: no os conozco. El Esposo es el Señor y el tiempo de espera de su llegada es el tiempo que Él nos da, a todos nosotros, con misericordia y paciencia, antes de su venida final; es un tiempo de vigilancia; tiempo en el que debemos tener encendidas las lámparas de la fe, de la esperanza y de la caridad; tiempo de tener abierto el corazón al bien, a la belleza y a la verdad; tiempo para vivir según Dios, pues no sabemos ni el día ni la hora del retorno de Cristo. Lo que se nos pide es que estemos preparados al encuentro —preparados para un encuentro, un encuentro bello, el encuentro con Jesús—, que significa saber ver los signos de su presencia, tener viva nuestra fe, con la oración, con los Sacramentos, estar vigilantes para no adormecernos, para no olvidarnos de Dios. La vida de los cristianos dormidos es una vida triste, no es una vida feliz. El cristiano debe ser feliz, la alegría de Jesús. ¡No nos durmamos!

La segunda parábola, la de los talentos, nos hace reflexionar sobre la relación entre cómo empleamos los dones recibidos de Dios y su retorno, cuando nos preguntará cómo los hemos utilizado (cf. Mt 25, 14-30). Conocemos bien la parábola: antes de su partida, el señor entrega a cada uno de sus siervos algunos talentos para que se empleen bien durante su ausencia. Al primero le da cinco, al segundo dos y al tercero uno. En el período de ausencia, los primeros dos siervos multiplican sus talentos —son monedas antiguas—, mientras que el tercero prefiere enterrar el suyo y devolverlo intacto al señor. A su regreso, el señor juzga su obra: alaba a los dos primeros, y el tercero es expulsado a las tinieblas, porque escondió por temor el talento, encerrándose en sí mismo. Un cristiano que se cierra en sí mismo, que oculta todo lo que el Señor le ha dado, es un cristiano... ¡no es cristiano! ¡Es un cristiano que no agradece a Dios todo lo que le ha dado! Esto nos dice que la espera del retorno del Señor es el tiempo de la acción —nosotros estamos en el tiempo de la acción—, el tiempo de hacer rendir los dones de Dios no para nosotros mismos, sino para Él, para la Iglesia, para los demás; el tiempo en el cual buscar siempre hacer que crezca el bien en el mundo. Y en particular hoy, en este período de crisis, es importante no cerrarse en uno mismo, enterrando el propio talento, las propias riquezas espirituales, intelectuales, materiales, todo lo que el Señor nos ha dado, sino abrirse, ser solidarios, estar atentos al otro. En la plaza he visto que hay muchos jóvenes: ¿es verdad esto? ¿Hay muchos jóvenes? ¿Dónde están? A vosotros, que estáis en el comienzo del camino de la vida, os pregunto: ¿habéis pensado en los talentos que Dios os ha dado? ¿Habéis pensado en cómo podéis ponerlos al servicio de los demás? ¡No enterréis los talentos! Apostad por ideales grandes, esos ideales que ensanchan el corazón, los ideales de servicio que harán fecundos vuestros talentos. La vida no se nos da para que la conservemos celosamente para nosotros mismos, sino que se nos da para que la donemos. Queridos jóvenes, ¡tened un ánimo grande! ¡No tengáis miedo de soñar cosas grandes!

Finalmente, una palabra sobre el pasaje del juicio final, en el que se describe la segunda venida del Señor, cuando Él juzgará a todos los seres humanos, vivos y muertos (cf. Mt 25, 31-46). La imagen utilizada por el evangelista es la del pastor que separa las ovejas de las cabras. A la derecha se coloca a quienes actuaron según la voluntad de Dios, socorriendo al prójimo hambriento, sediento, extranjero, desnudo, enfermo, encarcelado —he dicho «extranjero»: pienso en muchos extranjeros que están aquí, en la diócesis de Roma: ¿qué hacemos por ellos?—; mientras que a la izquierda van los que no ayudaron al prójimo. Esto nos dice que seremos juzgados por Dios según la caridad, según como lo hayamos amado en nuestros hermanos, especialmente los más débiles y necesitados. Cierto: debemos tener siempre bien presente que nosotros estamos justificados, estamos salvados por gracia, por un acto de amor gratuito de Dios que siempre nos precede; solos no podemos hacer nada. La fe es ante todo un don que hemos recibido. Pero para dar fruto, la gracia de Dios pide siempre nuestra apertura a Él, nuestra respuesta libre y concreta. Cristo viene a traernos la misericordia de Dios que salva. A nosotros se nos pide que nos confiemos a Él, que correspondamos al don de su amor con una vida buena, hecha de acciones animadas por la fe y por el amor.

Queridos hermanos y hermanas, que contemplar el juicio final jamás nos dé temor, sino que más bien nos impulse a vivir mejor el presente. Dios nos ofrece con misericordia y paciencia este tiempo para que aprendamos cada día a reconocerle en los pobres y en los pequeños; para que nos empleemos en el bien y estemos vigilantes en la oración y en el amor. Que el Señor, al final de nuestra existencia y de la historia, nos reconozca como siervos buenos y fieles. Gracias.




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Deseo reflexionar sobre tres textos del Evangelio que ayudan a entrar en el misterio de una de las verdades que se profesan en el Credo: que Jesús «de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos». En la parábola de las diez vírgenes, el Esposo que las jóvenes esperan con las lámparas de aceite es el Señor. El tiempo de la espera, es el tiempo que otorga Él antes de su venida final. En la parábola de los talentos, se recuerda que Dios ha concedido unos dones, que se han de emplear y multiplicar, pues a su regreso preguntará cómo se han utilizado. Queridos jóvenes, ¿han pensado en los talentos que Dios les ha dado? ¿Han pensado cómo ponerlos al servicio de los demás? ¡No entierren estos talentos! La vida no se tiene para guardarla para uno mismo, se tiene para entregarla. En la parábola del juicio final, se describe la segunda venida del Señor y se advierte que seremos juzgados en la caridad, según lo que hemos amado a los demás, especialmente a los más necesitados. No se conoce ni el día ni la hora del regreso de Cristo; lo que se pide es estar preparados para el encuentro, que significa saber ver los signos de su presencia, tener viva la fe con la oración y con los sacramentos; se trata de ser vigilantes para no dormirnos: no queremos cristianos dormidos; ser vigilantes, para no olvidarnos de Dios.

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Tomado de:
www.vatican.va

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Homilía del Papa Francisco para el Sacramento de la Confirmación




HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO

Plaza San Pedro
V Domingo de Pascua, 28 de abril de 2013




Queridos hermanos y hermanas,
Queridos hermanos que vais a recibir el sacramento de la confirmación,
Bienvenidos:


Quisiera proponeros tres simples y breves pensamientos sobre los que reflexionar.

1. En la segunda lectura hemos escuchado la hermosa visión de san Juan: un cielo nuevo y una tierra nueva y después la Ciudad Santa que desciende de Dios. Todo es nuevo, transformado en bien, en belleza, en verdad; no hay ya lamento, luto… Ésta es la acción del Espíritu Santo: nos trae la novedad de Dios; viene a nosotros y hace nuevas todas las cosas, nos cambia. ¡El Espíritu nos cambia! Y la visión de san Juan nos recuerda que estamos todos en camino hacia la Jerusalén del cielo, la novedad definitiva para nosotros, y para toda la realidad, el día feliz en el que podremos ver el rostro del Señor, ese rostro maravilloso, tan bello del Señor Jesús. Podremos estar con Él para siempre, en su amor.

Veis, la novedad de Dios no se asemeja a las novedades mundanas, que son todas provisionales, pasan y siempre se busca algo más. La novedad que Dios ofrece a nuestra vida es definitiva, y no sólo en el futuro, cuando estaremos con Él, sino también ahora: Dios está haciendo todo nuevo, el Espíritu Santo nos transforma verdaderamente y quiere transformar, contando con nosotros, el mundo en que vivimos. Abramos la puerta al Espíritu, dejemos que Él nos guíe, dejemos que la acción continua de Dios nos haga hombres y mujeres nuevos, animados por el amor de Dios, que el Espíritu Santo nos concede. Qué hermoso si cada noche, pudiésemos decir: hoy en la escuela, en casa, en el trabajo, guiado por Dios, he realizado un gesto de amor hacia un compañero, mis padres, un anciano. ¡Qué hermoso!

2. Un segundo pensamiento: en la primera lectura Pablo y Bernabé afirman que «hay que pasar mucho para entrar en el reino de Dios» (Hch 14,22). El camino de la Iglesia, también nuestro camino cristiano personal, no es siempre fácil, encontramos dificultades, tribulación. Seguir al Señor, dejar que su Espíritu transforme nuestras zonas de sombra, nuestros comportamientos que no son según Dios, y lave nuestros pecados, es un camino que encuentra muchos obstáculos, fuera de nosotros, en el mundo, y también dentro de nosotros, en el corazón. Pero las dificultades, las tribulaciones, forman parte del camino para llegar a la gloria de Dios, como para Jesús, que ha sido glorificado en la Cruz; las encontraremos siempre en la vida. No desanimarse. Tenemos la fuerza del Espíritu Santo para vencer estas tribulaciones.

3. Y así llego al último punto. Es una invitación que dirijo a los que se van a confirmar y a todos: permaneced estables en el camino de la fe con una firme esperanza en el Señor. Aquí está el secreto de nuestro camino. Él nos da el valor para caminar contra corriente. Lo estáis oyendo, jóvenes: caminar contra corriente. Esto hace bien al corazón, pero hay que ser valientes para ir contra corriente y Él nos da esta fuerza. No habrá dificultades, tribulaciones, incomprensiones que nos hagan temer si permanecemos unidos a Dios como los sarmientos están unidos a la vid, si no perdemos la amistad con Él, si le abrimos cada vez más nuestra vida. Esto también y sobre todo si nos sentimos pobres, débiles, pecadores, porque Dios fortalece nuestra debilidad, enriquece nuestra pobreza, convierte y perdona nuestro pecado. ¡Es tan misericordioso el Señor! Si acudimos a Él, siempre nos perdona. Confiemos en la acción de Dios. Con Él podemos hacer cosas grandes y sentiremos el gozo de ser sus discípulos, sus testigos. Apostad por los grandes ideales, por las cosas grandes. Los cristianos no hemos sido elegidos por el Señor para pequeñeces. Hemos de ir siempre más allá, hacia las cosas grandes. Jóvenes, poned en juego vuestra vida por grandes ideales.

Novedad de Dios, tribulaciones en la vida, firmes en el Señor. Queridos amigos, abramos de par en par la puerta de nuestra vida a la novedad de Dios que nos concede el Espíritu Santo, para que nos transforme, nos fortalezca en la tribulación, refuerce nuestra unión con el Señor, nuestro permanecer firmes en Él: ésta es una alegría auténtica. Que así sea.



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Tomado de:
www.vatican.va
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Homilía del Papa Francisco en ocasión de la fiesta de San Jorge



CONCELEBRACIÓN EUCARÍSTICA
CON LOS SEÑORES CARDENALES RESIDENTES EN ROMA
CON OCASIÓN DE LA FIESTA DE SAN JORGE

HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO

Capilla Paulina
Martes, 23 de abril de 2013



Agradezco a Su Eminencia, el Señor Cardenal Decano, sus palabras: muchas gracias, Eminencia, gracias.
Les doy las gracias también a ustedes, que han querido venir hoy. Gracias. Porque me siento muy bien acogido por ustedes. Gracias. Me siento bien con ustedes, y eso me gusta.

La primera lectura de hoy me hace pensar que, precisamente en el momento en que se desencadena la persecución, prorrumpe la pujanza misionera de la Iglesia. Y estos cristianos habían llegado hasta Fenicia, Chipre y Antioquía, y proclamaban la Palabra (cf. Hch 11,19). Tenían este fervor apostólico en sus adentros, y la fe se transmite así. Algunos, de Chipre y de Cirene —no éstos, sino otros que se habían hecho cristianos—, una vez llegados a Antioquía, comenzaron a hablar también a los griegos (cf. Hch 11,20). Es un paso más. Y la Iglesia sigue adelante así. ¿De quién es esta iniciativa de hablar a los griegos, algo que no se entendía, porque se predicaba sólo a los judíos? Es del Espíritu Santo, Aquel que empujaba más y más, siempre más.

Pero en Jerusalén, al oír esto, alguno se puso un poco nervioso y enviaron una Visita Apostólica, enviaron a Bernabé (cf. Hch 11,22). Tal vez podemos decir, con un poco de sentido del humor, que esto es el comienzo teológico de la Congregación para la Doctrina de la Fe: esta Visita Apostólica de Bernabé. Él observó y vio que las cosas iban bien (cf. Hch 11,23). Y así la Iglesia es más Madre, Madre de más hijos, de muchos hijos: se convierte en Madre, Madre, cada vez más Madre, Madre que nos da la fe, la Madre que nos da una identidad. Pero la identidad cristiana no es un carnet de identidad. La identidad cristiana es una pertenencia a la Iglesia, porque todos ellos pertenecían a la Iglesia, a la Iglesia Madre, porque no es posible encontrar a Jesús fuera de la Iglesia. El gran Pablo VI decía: Es una dicotomía absurda querer vivir con Jesús sin la Iglesia, seguir a Jesús fuera de la Iglesia, amar a Jesús sin la Iglesia (cf. Exort. Ap. Evangelii nuntiandi, 16). Y esa Iglesia Madre que nos da a Jesús nos da la identidad, que no es sólo un sello: es una pertenencia. Identidad significa pertenencia. La pertenencia a la Iglesia: ¡qué bello es esto!

La tercera idea que me viene a la mente —la primera: prorrumpió la pujanza misionera; la segunda: la Iglesia Madre— es que cuando Bernabé vio aquella multitud —el texto dice: «Y una multitud considerable se adhirió al Señor» (Hch 11,24)—, cuando vio aquella multitud, se alegró. «Al llegar y ver la acción de la gracia de Dios, se alegró» (Hch 11,23). Es la alegría propia del evangelizador. Es, como decía Pablo VI, «la dulce y consoladora alegría de evangelizar» (cf. Exort. Ap. Evangelii nuntiandi, 80). Y esta alegría comienza con una persecución, con una gran tristeza, y termina con alegría. Y así, la Iglesia va adelante, como dice un santo, entre las persecuciones del mundo y los consuelos del Señor (cf. San Agustín, De civitate Dei, 18,51,2: PL 41,614). Así es la vida de la Iglesia. Si queremos ir por la senda de la mundanidad, negociando con el mundo —como se quiso hacer con los Macabeos, tentados en aquel tiempo—, nunca tendremos el consuelo del Señor. Y si buscamos únicamente el consuelo, será un consuelo superficial, no el del Señor, será un consuelo humano. La Iglesia está siempre entre la Cruz y la Resurrección, entre las persecuciones y los consuelos del Señor. Y este es el camino: quien va por él no se equivoca.

Pensemos hoy en la pujanza misionera de la Iglesia: en estos discípulos que salieron de sí mismos para ponerse en camino, y también en los que tuvieron la valentía de anunciar a Jesús a los griegos, algo casi escandaloso por entonces (cf. Hch 11,19-20). Pensemos en la Iglesia Madre que crece, que crece con nuevos hijos, a los que da la identidad de la fe, porque no se puede creer en Jesús sin la Iglesia. Lo dice el mismo Jesús en el Evangelio: «Pero vosotros no creéis, porque no sois de mis ovejas» (cf. Jn 10,26). Si no somos «ovejas de Jesús», la fe no llega; es una fe de agua de rosas, una fe sin sustancia. Y pensemos en la consolación que tuvo Bernabé, que es precisamente «la dulce y consoladora alegría de evangelizar». Y pidamos al Señor esa parresia, ese fervor apostólico que nos impulse a seguir adelante, como hermanos, todos nosotros: ¡adelante! Adelante, llevando el nombre de Jesús en el seno de la Santa Madre Iglesia, como decía San Ignacio, jerarquía y católica. Que así sea.


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Tomado de:
www.vatican.va
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Homilía del Papa Francisco en la Ordenación de Sacerdotes




HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO

Basílica Vaticana
IV Domingo de Pascua, 21 de abril de 2013


La homilía pronunciada por el Santo Padre corresponde sustancialmente a la «Homilía ritual» prevista en el Pontifical Romano para la ordenación de presbíteros, a la cual el Papa ha aportado algunas modificaciones personales.


Queridos hermanos y hermanas

Ahora que estos hermanos e hijos nuestros van a ser ordenados presbíteros, conviene considerar a qué ministerio acceden en la Iglesia.

Aunque, en verdad, todo el pueblo santo de Dios es sacerdocio real en Cristo, sin embargo, nuestro sumo Sacerdote, Jesucristo, eligió algunos discípulos que en la Iglesia desempeñaran, en nombre suyo, el oficio sacerdotal para el bien de los hombres. No obstante, el Señor Jesús quiso elegir entre sus discípulos a algunos en particular, para que, ejerciendo públicamente en la Iglesia en su nombre el oficio sacerdotal en favor de todos los hombres, continuaran su misión personal de maestro, sacerdote y pastor. Él mismo, enviado por el Padre, envió a su vez a los Apóstoles por el mundo, para continuar sin interrupción su obra de Maestro, Sacerdote y Pastor por medio de ellos y de los Obispos, sus sucesores. Y los presbíteros son colaboradores de los Obispos, con quienes en unidad de sacerdocio, son llamados al servicio del Pueblo de Dios.

Después de una profunda reflexión y oración, ahora estos estos hermanos van a ser ordenados para el sacerdocio en el Orden de los presbíteros, a fin de hacer las veces de Cristo, Maestro, Sacerdote y Pastor, por quien la Iglesia, su Cuerpo, se edifica y crece como Pueblo de Dios y templo del Espíritu Santo.
Al configurarlos con Cristo, sumo y eterno Sacerdote, y unirlos al sacerdocio de los Obispos, la Ordenación los convertirá en verdaderos sacerdotes del Nuevo Testamento para anunciar el Evangelio, apacentar al Pueblo de Dios y celebrar el culto divino, principalmente en el sacrificio del Señor.

A vosotros, queridos hermanos e hijos, que vais a ser ordenados presbíteros, os incumbe, en la parte que os corresponde, la función de enseñar en nombre de Cristo, el Maestro. Transmitid a todos la palabra de Dios que habéis recibido con alegría. Recordad a vuestras madres, a vuestras abuelas, a vuestros catequistas, que os han dado la Palabra de Dios, la fe... ¡el don de la fe! Os han trasmitido este don de la fe. Y al leer y meditar asiduamente la Ley del Señor, procurad creer lo que leéis, enseñar lo que creéis y practicar lo que enseñáis. Recordad también que la Palabra de Dios no es de vuestra propiedad, es Palabra de Dios. Y la Iglesia es la que custodia la Palabra de Dios.

Que vuestra enseñanza sea alimento para el Pueblo de Dios; que vuestra vida sea un estímulo para los discípulos de Cristo, a fin de que, con vuestra palabra y vuestro ejemplo, se vaya edificando la casa de Dios, que es la Iglesia.

Os corresponde también la función de santificar en nombre de Cristo. Por medio de vuestro ministerio alcanzará su plenitud el sacrificio espiritual de los fieles, que por vuestras manos, junto con ellos, será ofrecido sobre el altar, unido al sacrificio de Cristo, en celebración incruenta. Daos cuenta de lo que hacéis e imitad lo que conmemoráis, de tal manera que, al celebrar el misterio de la muerte y resurrección del Señor, os esforcéis por hacer morir en vosotros el mal y procuréis caminar con él en una vida nueva.

Introduciréis a los hombres en el Pueblo de Dios por el Bautismo. Perdonaréis los pecados en nombre de Cristo y de la Iglesia por el sacramento de la Penitencia. Y hoy os pido en nombre de Cristo y de la Iglesia: Por favor, no os canséis de ser misericordiosos. A los enfermos les daréis el alivio del óleo santo, y también a los ancianos: no sintáis vergüenza de mostrar ternura con los ancianos. Al celebrar los ritos sagrados, al ofrecer durante el día la oración de alabanza y de súplica, os haréis voz del Pueblo de Dios y de toda la humanidad.

Conscientes de haber sido escogidos entre los hombres y puestos al servicio de ellos en las cosas de Dios, ejerced con alegría perenne, llenos de verdadera caridad, el ministerio de Cristo Sacerdote, no buscando el propio interés, sino el de Jesucristo. Sois Pastores, no funcionarios. Sois mediadores, no intermediarios.
Finalmente, al participar en la misión de Cristo, Cabeza y Pastor, permaneciendo unidos a vuestro Obispo, esforzaos por reunir a los fieles en una sola familia para conducirlos a Dios Padre, por medio de Cristo en el Espíritu Santo. Tened siempre presente el ejemplo del Buen Pastor, que no vino para ser servido, sino para servir, y buscar y salvar lo que estaba perdido.


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Tomado de
www.vatican.va
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Ofrecimiento Diario - Intenciones para el mes de MAYO


APOSTOLADO
DE LA
ORACIÓN

INTENCIONES PARA EL 
MES DE MAYO


Ofrecimiento Diario


Ven Espíritu Santo, inflama nuestro corazón en las ansias redentoras del Corazón de Cristo, para que ofrezcamos de veras nuestras personas y obras, en unión con él, por la redención del mundo.

Señor mío y Dios mío Jesucristo:



Por el Corazón Inmaculado de María me consagro a tu Corazón y me ofrezco contigo al Padre en tu santo sacrificio del altar; con mi oración y mi trabajo, sufrimientos y alegrías de hoy, en reparación de nuestros pecados y para que venga a nosotros tu reino.

Te pido en especial por las intenciones encomendadas al Apostolado de la Oración.





Por las Intenciones del Papa


Intención General

Administración de la justicia. Que quienes administran la justicia actúen siempre con integridad y recta conciencia.





Intención Misional

Los seminarios. Que los seminarios, especialmente los que se encuentran en Iglesias de misión, formen pastores según el Corazón de Cristo, dedicados por completo al anuncio del Evangelio.





Por la Conferencia Episcopal Peruana

Por las madres solteras menores de edad, para que reciban la debida ayuda humana y espiritual, para bien de ellas y de sus hijos.







ADMINISTRACIÓN DE LA JUSTICIA

“... las normas del derecho natural... deben ser acogidas como una llamada a llevar a cabo fielmente el proyecto divino universal, inscrito en la naturaleza del ser humano. Guiados por estas normas, los pueblos - en sus respectivas culturas - pueden acercarse así al misterio más grande, que es el misterio de Dios..." (Benedicto XVI. Jornada Mundial de la Paz. 8.12.2006. Extracto)


LOS SEMINARIOS

“... El seminario debe configurarse... como comunidad de discípulos del Señor, en la que se celebra una misma liturgia, que impregna la vida del espíritu de oración, formada cada día en la lectura y meditación de la Palabra de Dios y con el sacramento de la Eucaristía, en el ejercicio de la caridad fraterna, y de la justicia; una comunidad en la que... resplandezcan el Espíritu de Cristo y el amor a la Iglesia" (Juan Pablo II. Pastores dabo vobis. Extracto)


APARECIDA, MISIÓN CONTINENTAL

Seminario, preparación para vivir una sólida vida de comunión con Cristo Pastor y docilidad a la acción del Espíritu. (316)


Eucaristía
Misa por las vocaciones (Misal romano)

Palabra de Dios
Isaías 10,1-4. ¡Ay de quienes dictan leyes injustas!
Amós 5,15. Justicia en los tribunales.
Salmo 72. El rey gobierne con justicia.
Lucas 4,16-21. Jesús, ungido para atraer a los pobres la justicia de Dios.

Reflexionemos
Donde haya corrupción, ¿qué deberían hacer las autoridades competentes?
Como católico ¿actúo siempre rectamente?

P. Antonio González Callizo, S.J. Director Nacional del Apostolado de la Oración.


Invitación

A participar de la Misa dominical de 11:00 AM en la Parroquia de San Pedro y a acompañarnos en las reuniones semanales a las 12:00 M en el claustro de la parroquia, todos los domingos. 

Asimismo, invitamos a la Misa de los primeros viernes de cada mes en Honor al Sagrado Corazón de Jesús, a las 7:30 PM en San Pedro.


Para conocer más acerca del Apostolado de la Oración y sus actividades acceda AQUÍ



Visítenos en:

http://www.apostlesshipofprayer.net Elegir idioma ESPAÑOL, hacer clic en ventana “Oración y Servicio”
www.jesuitasperu.org Apostolado parroquial
www.sanpedrodelima.org


¡ADVENIAT REGNUM TUUM!
¡Venga a nosotros tu reino! 




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