Procesión del Sagrado Corazón de Jesús


Como todos los años en nuestra Parroquia de San Pedro en Lima, que a su vez es el Santuario Arquidiocesano del Sagrado Corazón de Jesús, con motivo de la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, se realizó el domigno 24 de junio 2012 la procesión que lleva la imagen que se encuentra en el Altar Mayor del Templo de la Parroquia. Esta procesión con el trascurso de los años ha ido cambiando su recorrido por las calles del Centro Histórico de Lima, en esta oportunidad, como los últimos años, el recorrido se ha reducido a las calles de Ucayali, Carabaya llegando a la Plaza Mayor de Lima y rodeándola para regresar por Huallaga, doblar por Azángaro y llegar a la Parroquia de San Pedro.
La procesión salió de San Pedro presidida por el Párroco P. Enrique Rodríguez, S.J. y acompañaron los padres jesuitas Guillermo Villalobos, S.J. Vicario Parroquial, José Valverde, S.J. y Alfredo Ruska S.J. Asimismo, participaron en la procesión los grupos parroquiales, asociaciones y cofradías como Apostolado de la Oración, que estuvieron encargados de la organización, Catequesis de Primera Comunión,  Movimiento Eucarístico Juvenil MEJ, Comunidades de Vida Cristiana CVX, Legión de María y una gran cantidad de fieles.

Al finalizar el recorrido de la procesión, la imagen ingresó al Templo Mayor de la Parroquia con todos los fieles que acompañaban. Inmediatamente se inició la Eucaristía de Acción de Gracias que estuvo presidida por el Párroco P. Enrique Rodríguez, S.J. y concelebraron el P. Guillermo Villalobos, S.J., P. José Valverde, S.J., P. Miguel Girón, S.J. y P. Alfredo Ruska que vino desde la Comunidad de Fátima para participar de todas estas celebraciones.

Agradecemos a todos los grupos parroquiales que participaron en la organización de la procesión y en especial al Apostolado de la Oración que se encargó de organizarla en coordinación con el Párroco P. Enrique Rodríguez, S.J.
Archivo fotográfico - de arriba hacia abajo:
1. Procesión de la imagen del Sagrado Corazón de Jesús recorriendo el Jr. Carabaya con dirección a la Plaza Mayor de Lima.
2. Encabeza la procesión la imagen de Nuestra Señora de los Remedios, que se venera en el Templo de nuestra Parroquia.
3. Presiden la procesión, el Párroco P. Enrique Rodríguez, S.J. el Guillermo Villalobos, S.J. Vicario Parroquial, P. José Valverde, S.J. y P. Alfredo Ruska S.J.
4. La procesión ingresando a la Plaza Mayor seguido de una gran cantidad de fieles.
5. La imagen con dirección a la sede del Arzobispado de Lima.
6 y 7. La procesión recorre la Plaza Mayor, al fondo la Catedral de Lima.
8 y 9. La imagen ingresa al Templo Mayor de nuestra Parroquia de San Pedro, Santuario Arquidiocesano del Sagrado Corazón de Jesús.
 


















































































Ofrecimiento Diario - Intenciones para el mes de Julio



APOSTOLADO
DE LA
ORACIÓN

INTENCIONES PARA EL MES DE
JULIO





Ofrecimiento Diario


Ven Espíritu Santo, inflama nuestro corazón en las ansias redentoras del Corazón de Cristo, para que ofrezcamos de veras nuestras personas y obras, en unión con él, por la redención del mundo.
Señor mío y Dios mío Jesucristo:
Por el Corazón Inmaculado de María me consagro a tu Corazón y me ofrezco contigo al Padre en tu santo sacrificio del altar; con mi oración y mi trabajo, sufrimientos y alegrías de hoy, en reparación de nuestros pecados y para que venga a nosotros tu reino.
Te pido en especial por las intenciones encomendadas al Apostolado de la Oración.







Por las Intenciones del Papa

Intención General:

Para que todos tengan trabajo y lo puedan desempeñar en condiciones de estabilidad y de seguridad.








Intención Misional:


Para que los voluntarios cristianos presentes en territorios de misión sepan dar testimonio de la caridad de Cristo.





Por las Intenciones de la Conferencia
Episcopal Peruana

Para que nos esforcemos en aliviar la pobreza extrema, colaborando en las actividades personales y comunitarias de ayuda a los más necesitados.



TRABAJO ESTABLE Y SEGURO PARA TODOS

“Un trabajo en el que los trabajadores sean respetados, evitando toda discriminación; un trabajo que permita satisfacer las necesidades de las familias y a los hijos ir a la escuela sin que se vean obligados a trabajar; un trabajo que permita preservar las propias raíces en el ámbito personal, familiar y espiritual; un trabajo que asegure una condición digna a los trabajadores que lleguen a la jubilación...” (Benedicto XVI. La caridad en la verdad. 29.6.2009. Extracto)


DAR TESTIMONIO DE LA CARIDAD DE CRISTO

“... El mandamiento de amar a Dios y al prójimo (Mt 27, 34-40; Lc 10, 27) nos recuerda que es a Dios mismo, mediante el amor al prójimo, a quienes los cristianos honramos... Quisiera recordar la importancia de la oración para quienes están comprometidos en la actividad caritativa... Dios es Padre y nos ama, aunque su silencio siga siendo incomprensible para nosotros...” (Benedicto XVI a colaboradores voluntarios. 9.9.2007 Extracto).  


APARECIDA - MISIÓN CONTINENTAL

“... la mayor pobreza es la de no reconocer la presencia del misterio de Dios y de su amor en la vida del hombre, que es lo único que verdaderamente salva y libera... (405).


Palabra de Dios
Génesis 3,17-19. Dureza del trabajo.
2 Tesalonicenses 3, 6-15. El deber de trabajar.
Mateo 21, 28-32. Los dos hijos.

Reflexión
¿Consecuencias cuando una familia no encuentra trabajo?
¿Considero que al trabajar estoy colaborando con Dios?
¿El ofrecimiento diario me ayuda a mejorar mi trabajo? ¿De qué manera?

P. Antonio González Callizo, S.J. Director Nacional del Apostolado de la Oración.



Invitación
A participar de la Misa dominical de 11:00 AM en la Parroquia de San Pedro y a acompañarnos en las reuniones semanales a las 12:00 M en el claustro de la parroquia, todos los domingos.
Asimismo, invitamos a la Misa de los primeros viernes de cada mes en Honor al Sagrado Corazón de Jesús, a las 7:30 PM en San Pedro.

Para conocer más acerca del Apostolado de la Oración y sus actividades acceda AQUÍ



Visítenos en:
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¡ADVENIAT REGNUM TUUM!
¡Venga a nosotros tu reino!


Apostolado de la Oración




Azángaro 451, Lima

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Homilía del 13º Domingo del TO, 1 de Julio del 2012

Hágase conforme has creído


P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J.


Lecturas: Sab 1,13-15; 2,23-25; S 29; 2Co 8, 7-9.13-15; Mc 5, 21-43




Estos hechos, hoy recordados, están narrados por los tres sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas), pero ocupan en Marcos, que es el evangelio más breve, más del doble que en Mateo y también mucho más que en Lucas. Los detalles en Marcos muestran al testigo presencial de los hechos: Simón Pedro.
El evangelio de Marcos –recuerden– tiene como fuente principal la catequesis de Pedro a los cristianos de Roma, que son de origen pagano. Estas personas, a diferencia de los judíos, no habían oído ni se ilusionaban con la venida de un mesías que arreglase este mundo. La catequesis para ellos se dirigía a fundamentar la fe en Cristo Dios, el Hijo de Dios, hecho hombre para liberarnos de los pecados. Empieza así: “Comienzo del Evangelio de Jesucristo Hijo de Dios” (Mc 1,1).
Esto explica que este evangelio dé gran espacio (proporcionalmente más que los otros evangelios) a narrar los milagros de Jesús, que son de todas clases (curaciones, expulsiones de demonios, milagros de la naturaleza, resurrecciones…); que recoja además sus afirmaciones de autoridad por ejemplo sobre el sábado y también el tono de consciente autoridad con que expone su doctrina. Todo ello está expuesto con una fuerza y en una abundancia que verdaderamente impresionan. Si esto fue la realidad (lo que parece bien posible) la impresión es que Jesús comienza su misión profética como un ciclón. Aquello era una catarata de milagros fantásticos, de exigentes y perentorias llamadas a la conversión. Si Juan, que no hizo milagro alguno, sacudió a los israelitas, es fácil imaginar el impacto de Jesús desde el comienzo de su vida pública. De todos modos ésa es la impresión que Marcos (y probablemente Pedro en su catequesis de Roma) parecen tener en estos primeros capítulos.
Los hechos leídos suceden inmediatos a la expulsión de los demonios de una piara de cerdos. Jesús está rodeado por una muchedumbre que quiere escucharle. Su palabra atrae a mucha gente. Habla magníficamente, es claro, preciso y sobre todo llama la atención su conciencia profunda de tener autoridad para decir lo que dice e imponer que se le crea. Su forma de hablar obliga a preguntarse: “¿Quién es éste que habla así? Porque los doctores de Jerusalén no se atreven a hablar con tanta autoridad”.
Y llega nada menos que uno de los dirigentes de la sinagoga (el lugar donde cada sábado los judíos se reunían y aun hoy se reúnen para orar y escuchar la Escritura y su explicación); Pedro, que vive enfrente, recuerda su nombre Jairo; pide a Jesús que por favor se acerque a su casa para curar a su hija agonizante; Jesús accede y en el camino una mujer enferma le toca el borde de la túnica y se cura de lo que los mejores médicos no han podido sanar en doce años de tratamientos; ella y Jesús son los únicos en darse cuenta del milagro. A la mujer dice Jesús: “tu fe te ha curado”; lo recuerdan los tres evangelistas.
Llegan a la casa, donde la niña está ya muerta y así lo aseguran los que estaban. Jesús insiste a los padres en que “basta que crean” y delante de ellos, de Pedro, que, entusiasmado por el hecho, lo cuenta con todo detalle, y de Santiago y Juan, y sólo cogiendo la mano de la niña y, a la orden de que se levante (Pedro recuerda muy bien las mismas palabras hebreas de Jesús), lo hace al punto.
“Dios no hizo la muerte” nos recuerda el libro de la Sabiduría. “Por envidia del diablo” entró la muerte en el mundo. La muerte, las enfermedades, el pecado, las posesiones diabólicas son consecuencia de aquel pecado original de quienes quisieron igualarse a Dios (Gen 3,5). “Entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte; y la muerte alcanzó a todos los hombres” (Rom 5,12), y el dolor, la enfermedad, la guerra y el poder del demonio. Pero “si por el delito de Adán murieron todos, mucho más la gracia de Dios y el don otorgado por la gracia de un solo hombre, Jesucristo, se ha desbordado sobre todos” (Ro 5,15).
Esto es lo que manifiesta Jesús con la actividad desbordante y la fuerza sobrehumana que demuestra desde el comienzo y en todo el curso de su vida pública con sus milagros, cuando manda a los vientos, y multiplica panes y peces, expulsa a demonios, cura toda clase de enfermos, perdona a los pecadores, interpreta con autoridad la Escritura de Dios y devuelve la vida a los muertos. Aquí hay uno que es más que Salomón, más que Elías, más que Moisés, más que ningún hombre (v. Lc 11,30-32).
A lo largo de los evangelios insistirá Jesús en la necesidad de la fe, de creer en Él. Sus milagros y su predicación son para que los hombres crean en Él. La oración es un gran medio para obrar con fe y aumentarla. Pero oramos poco, menos de lo que podríamos, y la limitamos a cosas que no valen tanto, para conseguir la salud o trabajo cosas de este mundo, Si usamos de la oración y activamos la fe bienes del espíritu, como corregir un defecto, quitar una mala costumbre, obtener gracia para practicar una virtud necesaria, afrontar una cruz que Dios permite, tener luz para conocer la voluntad de Dios, lograr gracias para que el Reino de Dios venga a nosotros, agradecer a Dios que nos ha ayudado a hacer algún bien, veremos con frecuencia a Dios cercano y que “se hace conforme a nuestra fe” (Mt 8,13). Que la Virgen María nos ayude y se haga en nosotros según la palabra de Dios.



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¿Qué es la Biblia? - 3º Parte

P. Ignacio Garro, S.J.


8. Autores de la Biblia




La Constitución Dei Verbum del Concilio Vaticano II nº 11, dice que los Libros Sagrados tienen una doble paternidad: “En la redacción de los libros sagrados Dios eligió a hombres, que utilizó usando sus propias facultades y medios, de forma que, obrando El en ellos y por ellos, escribieron, como verdaderos autores, todo y sólo lo que El quería”. Dios es el autor primero y principal, el escritor sagrado el autor cooperador instrumental, inspirado por Dios, que escribe la verdad de lo inspirado con su propia inteligencia y creatividad.


8.1. La Biblia, libro inspirado por Dios. ¿Qué es inspiración?

Los cristianos creemos que la Biblia es un libro inspirado por Dios que, como dice el Conc. Vat. II en la Constitución dogmática: “Dei Verbum”, nº 11, dice: “En la composición de los libros sagrados, Dios se valió de hombres elegidos, que usaban de todas sus facultades y talentos. De ese modo, obrando Dios en ellos y por ellos, como verdaderos autores pusieron por escrito todo y sólo lo que Dios quería”. 

Y en el nº 12: “Dios ha hablado en la Sagrada Escritura por medio de los hombres y de una forma humana”. La Historia de la Biblia es la Historia de la Palabra de Dios a los hombres: “Dios que había hablado muchas veces ya en los tiempos antiguos y de diversos modos a nuestros padres por medio de los profetas, últimamente, en nuestros días, nos ha hablado por medio de su Hijo ...” Hebr, 1,1-2.

¿Qué es inspiración? Inspiración es: “la especial influencia o influjo por el que Dios por medio del Espíritu Santo ilumina la mente y el corazón del escritor sagrado, o escritores sagrados, para la redacción de los Libros Sagrados”.

Esta influencia especial y divina es la que sirve en el Concilio Vaticano I en la Constitución dogmática, “Dei Filius”, para afirmar que Dios es el autor de los Libros Sagrados, y dice: “porque habiendo sido escritos bajo el influjo del Espíritu Santo tienen a Dios por autor, y como tales han sido confiados a la Iglesia”, Denz 3006.

La Escritura inspirada por Dios: en la Sagrada Escritura, se atribuyen al Espíritu Santo las profecías y todos los acontecimientos históricos que hacen referencia a la salvación. La eficacia salvadora de la Sagrada Escritura radica en el hecho de que ha sido palabra escrita "inspirada por Dios". Cuando la palabra de Dios se convierte en escritura no se convierte en letra muerta, sigue siendo palabra eficaz. Para comprender la idea que el A.T. tiene de la inspiración de la Escritura, seria bueno compararla con la inspiración profética. Los profetas se saben bajo la ineludible fuerza de la palabra de Dios. Para expresar el impulso divino hacia la actividad profética, Ezequiel emplea la expresión: "la mano del Señor cayó sobre mí ". 

En la inspiración Dios no dicta palabra por palabra y el hombre pasivamente escribe, no es así, Dios inspira, mueve, ilumina, ayuda a la realización e inteligencia del escritor sagrado para que entienda un hecho histórico que a su vez es salvífico. 

El autor inspirado sin perder ninguna de sus facultades físicas ni racionales, antes al contrario valiéndose de ellas, es instrumento inteligente, útil para expresar, comunicar o redactar aquello que Dios quiere expresar y comunicar a su pueblo. 

Por eso se dice que la palabra escrita tiene a Dios como autor inspirador y causa principal y el escritor sagrado como autor realizador que entiende y escribe aquello que se le ha inspirado y es a la vez causa instrumental escribiendo lo inspirado con sus propias palabras, estilo literario, su psicología personal, etc.  

La Sagrada Escritura es palabra de Dios dirigida a la Iglesia como continuadora de la obra de Cristo. La Biblia, expresión inspirada de la fe apostólica ha sido escrita en todas sus partes para la Iglesia de todos los tiempos. A ella ha sido confiada, pertenece a la Iglesia, pero no por eso deja de ser Palabra de Dios, Palabra de Cristo, Cabeza de su Iglesia. Y a esa Palabra, como norma se ha de someter la Iglesia.

El Espíritu De Cristo lleva a la Iglesia a una comprensión cada día más plena de la escritura inspirada. El Espíritu vivificador introduce en una mayor profundidad de la verdad divina a todo aquel que desea alimentarse de esta Palabra en la Iglesia. El recto entendimiento de la Biblia está encomendado a la Iglesia en cuanto tal. Este conocimiento fiel de la Palabra de Dios lo alcanzan los creyentes particulares en la medida en que éstos procuran entenderla en el ámbito y en el espíritu de la Iglesia.


8.2. El hecho de la inspiración: La Revelación

El hecho de la inspiración divina dice relación con la Revelación de Dios a los hombres. ¿Qué es la revelación? 

El Conc. Vat. II en “Dei Verbum”, nº 2, habla en estos términos de la Revelación: “Dispuso Dios en sus Sabiduría revelarse a sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad, Efes 1, 9, mediante el cual los hombres por medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre y al Espíritu Santo y se hacen partícipes de la naturaleza divina, 2 Petr 1, 4. En consecuencia por esta revelación, el Dios invisible  habla a los hombres como amigos, Col 1, 15; Tim 1, 17; movido por su gran amor, Ex 33, 11; Jn 15, 14-15, mora con ellos, Bar, 3,38, para invitarlos y admitirlos a la comunión con El. Este plan de la revelación se realiza por gestos y palabras intrínsecamente conexas entre sí, de forma que las oras realizadas por Dios en la Historia de la Salvación, manifiestan y confirman la doctrina y los hechos significados por las palabras ... Pero la verdad íntima acerca de Dios y acerca de la salvación humana, se nos manifiesta por la revelación de Cristo, que es a un tiempo mediador y plenitud de toda la Revelación”.

Por eso la revelación es el acto por el que Dios descubre, o da a conocer, a los hombres su designio salvífico. Dios se revela primero en la historia del pueblo de Israel por medio de los acontecimientos históricos y de signos cuyo significado están encargados de dar los profetas, por la reflexión inspirados de los sabios. Dios finalmente se revela en su Hijo Jesucristo, quien por medio de su muerte y resurrección, y enviando el Espíritu santo funda la Iglesia  y valiéndose de sus apóstoles lleva el mensaje de salvación a todo el género humano.     
   
De lo dicho anteriormente se sigue que el Espíritu Santo mueve e impulsa al escritor sagrado para que entienda, diga o exprese y escriba lo que Dios le inspira. Así aparece Dios, por medio de su Espíritu Santo, como autor y causa principal de los Libros Sagrados, y el escritor sagrado como autor y realizador y causa instrumental en la redacción, inteligencia y expresión del hecho acontecido. (Ejemplo: el artista que pinta = inspirador; el pincel instrumento en las manos del artista, para realizar el cuadro, la obra en sí)
                

8.3. Alcance de la inspiración

La inspiración sólo se refiere directamente a los libros sagrados escritos que son originales, tal y como salieron de las manos del autor inspirado. Las copias de dichos libros, transcripciones, traducciones, versiones lingüísticas, etc, son inspirados en tanto en cuanto concuerdan y guardan absoluta fidelidad a los escritos originales.
                

8.4. Consecuencias de la inspiración: La Verdad de la Sagrada Escritura o Inerrancia

La inerrancia o ausencia de error en la Biblia es una consecuencia de la inspiración divina al autor inspirado. Naturalmente el Espíritu no se hace responsable de todo lo escrito por el autor sagrado, como dice Dei Verbum nº 11: ese aliento o presencia del Espíritu se encuentra en aquella “verdad que Dios quiso consignar en las sagradas letras para nuestra salvación”. No se trata pues de verdades del orden histórico o científico, sino de verdades relativas a la salvación del hombre; y para rastrear la verdad, “para sacar el sentido exacto de los textos sagrados, hay que atender no menos diligentemente el contenido y unidad de toda la Sagrada Escritura, teniendo en cuenta la Tradición viva de toda la Iglesia y la analogía de la fe”.

Por ello la Biblia está libre de error, y por eso se habla de la Inerrancia de la Biblia, es decir, en la Biblia en lo referente a la Salvación no hay ningún error.         

8.4.1. Planteamiento del problema de la veracidad de la Sagrada escritura y doctrina de la Iglesia

Si la sagrada Escritura es Palabra de Dios, ¿quiere decir que todo cuanto leemos en la Biblia es verdad? Por ejemplo: que el mundo fue hecho en seis días, como dice el libro del Génesis. En la Iglesia siempre se investigó lo que los autores sagrados y Dios por medio de ello, querían decirnos en cada pasaje de la Sagrada Escritura. El móvil de esta investigación fue, con frecuencia, el afán de salvar aparentes contradicciones entre lo afirmado por la Escritura o los reales y supuestos conocimientos humanísticos, literarios, etc, de cada época. Pero esta preocupación alcanza especial importancia con los avances científicos y culturales del Siglo XIX.

El Papa León XIII en la Encíclica “Providentissimus Deus”, hace suya la posición de S. Jerónimo, según el cual la aparente colisión entre una afirmación bíblica y una verdad objetiva se debe :
  • A una falsa transmisión del texto (error de trascripción)
  • A una falsa traducción del texto (carencia del conocimiento perfecto de la lengua original)
  • A una falsa comprensión del que interpreta el texto (error hermenéutico).

Posteriormente ha ido madurando un concepto más matizado de la verdad de la Biblia, del sentido que damos en la Iglesia a la afirmación de que la Biblia por tener a Dios como autor, está libre de error = inerrancia.
En este proceso han influido entre otros los siguientes factores:
  • La mejor comprensión de la formación de los escritos bíblicos a través de los tiempos.
  • La atención dedicada a los géneros literarios de que se sirvieron los autores sagrados en el ambiente y en la época en que se escribieron.
  • La distinción entre lo que el autor quiere presentar como doctrina en forma de juicio formal, cuando instruye a sus lectores acerca de Dios y de su acción en la Historia de la salvación, y, por otra parte, aquellas otras expresiones que son meros enunciados y modos de hablar, propios de la época.
               
El Concilio Vaticano II, recogiendo orientaciones procedentes del Magisterio enseña que:
  • Lo que quieren decir los autores inspirados ha de tenerse como afirmado por el Espíritu Santo
  • Las Sagradas Escrituras enseñan la verdad que Dios quiso consignar en ellas para nuestra salvación
  • Las Sagradas Escrituras enseñan esta verdad firmemente, con fidelidad y sin error.

8.4.2. Lo que quiso enseñar el autor sagrado

Dios, al comunicarnos algo en la Sagrada Escritura, busca ante todo nuestra salvación. Para conocer esta verdad que Dios ha querido comunicarnos es necesario estudiar con atención los siguiente:
  • Qué querían decir los autores sagrados
  • Qué quería Dios darnos a conocer con sus palabras
               
“Dios habla en la Escritura por medio de hombres y en lenguaje humano, por lo tanto el intérprete de la Escritura para conocer lo que Dios quiso comunicarnos, debe estudiar con atención lo que los autores querían decir y Dios quería dar a conocer con dichas palabras” Concilio Vaticano II, Constitución : “Dei Verbum” nº 12.

Le verdad revelada, válida y obligatoria para el hombre de todos los tiempos aparece en los escritos bíblicos vinculada a concepciones propias y formas literarias de la época y el ambiente cultural en que fueron expresadas. En algunos casos es fácil distinguir entre lo que pertenece al contenido auténtico de la revelación divina y lo que sólo es una concepción condicionada por el tiempo en que fue redactado el texto bíblico. 

Sólo el primer aspecto es el que se refiere a la intención reveladora de Dios y el que, por tanto, debe considerarse como libre de error. Así, por ejemplo, es sabido que los evangelios sinópticos describen el fin del mundo de acuerdo a las ideas del judaísmo contemporáneo. Los evangelistas quieren enseñarnos, ante todo, el hecho de que habrá fin del mundo, no tanto la forma exacta de cómo va a ocurrir.

Por otro lado, no hay que intentar ningún concordismo artificial entre la Biblia y la ciencia. Dios no pretendió darnos en la Biblia una enseñanza científica, por ejemplo, acerca del origen y la evolución de la materia. En la Biblia Dios pretende revelarnos su designio de salvación. Más que la preocupación por defender la verdad bíblica de un imaginario conflicto con la ciencia, el cristiano ha de estar especialmente interesado en saber qué es en verdad lo que ha querido decirnos en cada caso el autor inspirado y qué es lo que ha querido manifestarnos Dios, atendiendo, sobre todo, al conjunto de los libros bíblicos interpretados a la luz del NT.



9. El Canon en la Sagrada Escritura (Canonicidad)

Llamamos "kanon", que significa en griego = regla, lista, o colección de libros y que fueron declarados inspirados por la Iglesia. Tales libros se considera que tienen por escrito la revelación divina y por ello son para los creyentes "norma" de su fe y de su conducta moral. Todo libro "canónico" es inspirado. Pero es teóricamente admisible que un libro inspirado no haya sido reconocido como tal por la Iglesia y no sea por tanto, canónico o normativo. A propósito de canon conviene conocer algunos términos y tener claro el significado que le da la Iglesia Católica.

  1. Libros protocanónicos: Proviene de la palabra griega “protos” = primero y ”kanonikos” = regla o lista de los libros admitidos en un primer momento del proceso histórico que siguió la Iglesia para reconocer los libros de la Escritura.
  2. Libros Deuterocanónicos: Proviene de la palabra griega “deuteros” = segundo, y  “kanonicos“= lista o regla de los libros, o fragmentos de libros, admitidos después en el canon. "Deuterocanónicos", son los libros admitidos como canónicos en una segunda vez; esto no quiere decir que no estén inspirados o que contengan errores. Para la Iglesia Católica son tan inspirados los protocanónicos como los deuterocanónicos. Sólo el A.T. tiene libros deuterocanónicos, a saber: Judit, Tobías, I Macabeos y II Macabeos, Sirácida (Eclesiástico), Sabiduría, Baruc y algunos capítulos redactados en griego de Ester y Daniel.
  3. Libros apócrifos: Proviene de la palabra griega “apo“ = de, desde y “krufos“ = encubrir, ocultar, fingir.  Son libros parecidos a los declarados como inspirados y verdaderos, pero no son libros verdaderamente inspirados, y por lo tanto no aportan nada a la revelación. 

Fue el Concilio de Trento quien definió en 1545, cuáles eran los libros inspirados. Señaló, pues, el canon o lista de ellos. No hizo más que reafirmar la Tradición de la Iglesia. Los padres conciliares estudiaron a fondo la vida y la historia de la Iglesia para descubrir cuáles eran los libros que desde siempre, habían gozado de máxima autoridad y habían sido tratados por la liturgia y por los teólogos como verdadera Palabra de Dios. El Concilio de Trento se limitó, pues, a reconocer solemnemente después de un largo proceso lo que ya la Iglesia vivía.

Efectivamente, los autores inspirados interpretan, recogen, sistematizan y ponen por escrito lo que recuerdan de las intervenciones salvadoras de Dios, de las palabras de los profetas y de la vida de Jesús. Y lo que ellos mismos enseñan y viven. Expresan la vida profunda de la comunidad y al mismo tiempo la perfeccionan, enriquecen y clarifican. 

La historia de la formación del canon es la historia de la toma de conciencia de algo vital para la Iglesia y presente en ella desde sus orígenes.


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Agradecemos al P. Ignacio Garro, S.J. por su colaboración.

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Los milagros de Jesús son también curación espiritual

P. Adolfo Franco, S.J.


Marcos 5, 21-43





En este pasaje el Evangelista San Marcos nos narra dos milagros de Jesús: La resurrec­ción de la hija de Jairo, y la curación de una mujer que padecía de flujos de sangre.

Ambos milagros se relacionan, tienen en común la manifestación del poder de Jesús sobre la sa­lud física y señalan la curación espiritual que El nos da con su poder redentor. Naturalmente que el sig­no que nos llama más poderosamente la atención es la resurrección de la hija de Jairo, una niña muerta prema­turamente a los doce años. Pero para el poder de Dios todo es igualmente posible, y es igualmente manifestación de su amor.

Con respecto al milagro de la resurrección de la hija de Jairo, podríamos tener una actitud de espectadores desinteresados, simplemente curiosos, para estar simplemente informados. Y pensar qué suerte la de este padre a quien Jesús le devolvió viva a su hija. Pero a la vez, podemos estar pensando, cuán­tas niños y niñas, cuántos jóvenes que han muerto prema­turamente, y sobre los que no ha ocurrido ningún milagro semejante. Simplemente las personas han quedado arrolladas por el poder destructivo de la muerte.

Por otra parte, si sólo pretendemos criticar, podemos añadir alguna otra consideración: al fin la niña, ahora resucitada, murió igualmente unos años más tarde. Al fin ese milagro no terminó con el "problema de la muerte", simplemente lo aplazó por unos cuantos años.

Todo esto sería no entender nada del milagro y no permitir que el milagro fuera simplemente una llave que nos abra la puerta de la fe en Jesús.

Por eso como cristianos necesitamos ante este milagro una actitud contemplativa, verlo también con el corazón:  intentar entrar en profundidad en el milagro. Y así percibimos que la lección fundamental de este milagro es el poder de Jesús sobre la muerte. Jesús, el dueño absoluto de la Vida tiene un absoluto poder sobre la muerte.

Y el poder más fuerte que tiene Jesús sobre la mue­rte, es despojarla de su fue­rza destructora. Hacer que la muerte no sea muerte, sino aurora de vida. Cristo con su muerte destruyó la muerte. Nos dice San Pablo: "Y cuando este ser corruptible se revista de incorruptibilidad y este ser mortal se revista de inmorta­lidad, entonces se cumplirá la palabra de la Escritura: la muerte ha sido devorada en la victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria?" (1 Cor 15, 54-55).

El triunfo de Cristo sobre la muerte, el gran milagro, que brota del poder salvador de Jesucristo, está en penetrar en la realidad última de la vida y de la muerte y hacernos encontrar una bella flor: el sentido que tienen tanto la vida, como la muerte. El sentido que por la fe en Cristo descu­brimos, nos hace ver a la muerte transformada en el despertar a la vida eterna, la que con más razón merece el nombre de VIDA. La boca del sepulcro la vemos oscura desde este lado de la vida efímera, pero en realidad es la puer­ta de la luz, vista desde el lado de las realidades defi­nitivas. Jesús, al morir nos ha abierto esa luminosa puerta.

Para subrayar todo esto que venimos diciendo, nos dice el mismo Jesús, en el evangelio de San Juan: "Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para sie­mpre" (Jn 6, 51).

Estas verdades de nuestra fe, nos desafían para que superemos la tristeza con que solemos mirar la muerte, y exclamemos en voz alta: por la fe afirmo con todas mis fuerzas que esta persona que veo muerta, está más lle­na de vida que nunca; esta persona que veo muerta en rea­lidad ha entrado en la vida, en la vida de verdad, una vida que ya no tiene amenazas. Ha entrado al reino de la Luz y de la Paz; una vida al lado de la cual ésta de ahora no es más que una imperfecta imitación.

Y más aún, esta absoluta certe­za sobre el sentido de la muerte nos hace entender la vida temporal; nos hace darle su auténtico sentido. La vida en el mundo pasajero es un proceso, día a día, por el cual vamos acumulando, y con­struyendo nuestra futura re­surrección, que se operará por la fuerza de Cristo Sal­vador, con esta vida estamos construyendo nuestra vida futura, con la gracia de Dios.

El sentido de la vida es algo tan importante, que sin él nos resulta muy difícil vivir esta vida; el que no encuentra sentido a su vida, la soporta, hasta que no puede más. Y la vida es tan hermosa: Dios nos permite construir, con su ayuda, nuestra verdadera vida futura. Cuando Dios nos mandó al mundo a vivir esta primera parte del tramo de nuestra vida, cuando nos hizo nacer, no nos tuvo como colaboradores para empezar a ser. No nos preguntó ¿qué ojos te gustaría tener? No nos preguntó por nuestra estatura, ni por el coeficiente de inteligencia. Pero para construir la vida definitiva, durante esta vida temporal, Dios sí nos viene a decir ¿cómo te gustaría tu otra vida? Y Dios nos dice que podemos construirla con su ayuda.

Por todo esto estamos seguros de que, como a la niña de que habla el Evangelio, también a los que hayamos muerto en Cristo, Jesús nos dirá: "contigo ha­blo, levántate". Y también nuestro sepulcro, como el del Resucitado, quedará para siempre vacío.



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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.

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Homilía de la Fiesta de la Natividad de San Juan Bautista. Domingo 24 de Junio del 2012

Todo sucede para bien de los que le aman


P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J.


Lecturas: Is 49, 1-6; S 138; Hch 13, 22-26; Lc 1, 57-66. 80



La persona de Juan el Bautista desempeña un papel importante en la revelación. Cierra el Antiguo Testamento, abre el Nuevo y une ambos. Es propuesto por el mismo Cristo en no pocas ocasiones como mensajero muy importante en la realización de los planes de Dios acerca del Reino de Dios. Según el testimonio de Jesús es más que un profeta (Lc 7,26), es el mensajero que le precede (Lc 1,76; Mal 3,1), el nuevo Elías (Mt 11,14; Lc 1,16s), da comienzo a la era del Evangelio (Hch 1,22; Mc 1,1-4), es testigo suyo (Jn 1,6s), ya en el seno de su madre es lleno del Espíritu Santo y reconoce a Jesús como Dios y Mesías (Lc 1,7.15). El tiene la misión de sacudir al pueblo de Israel, convocarle al arrepentimiento de sus pecados, preparar los corazones y orientarlos para escuchar y acoger a Jesús. Una vez cumplida esta misión desaparece en paz, alegre, como el novio del esposo, por la aparición y éxito  triunfal de Jesús. Porque “no era la luz, sino el testigo de la luz” y “había venido para dar testimonio de la luz, para que todos creyesen en Jesús gracias a él” (Jn 1,7s). 

Los santos, además de intercesores ante Dios, son para nosotros estímulo y ejemplo de respuesta a las gracias de Dios y manifestación del poder de la gracia para llevarnos a nosotros a la santidad. Me voy a detener en este aspecto tal como Dios lo manifiesta en San Juan Bautista.

Su misión, preparar a los hombres para recibir la venida del Hijo de Dios hecho hombre, moviéndoles al arrepentimiento de sus pecados y atrayendo mentes y corazones para creer en un Mesías tan diverso del que esperaba el pueblo judío, que sería crucificado y resucitaría, era claramente imposible para un hombre con sus solas posibilidades. Pudo hacerlo porque Dios le dio su gracia. Fue ya lleno del Espíritu Santo en el seno de su madre Isabel, cuando María la visitó. Entonces se cumplieron las palabras del profeta, que hemos escuchado: “Atiendan, pueblos lejanos: Estaba yo en el vientre y el Señor me llamó; en las entrañas maternas y pronunció mi nombre…Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra”.

Ocurre que Dios más normalmente da sus gracias sin hacer demasiado ruido y sólo las personas con sentido de lo espiritual las perciben. Durante mucho tiempo los padres de Juan estuvieron pidiendo un hijo. Su oración fue escuchada. Ningún matrimonio ha tenido un hijo tan privilegiado por Dios como Juan el Bautista. Pidió Zacarías una señal de que su oración había sido escuchada, y la señal se dio, pero fue dolorosa, aunque le confirmaba. Quedó mudo. Señales sencillas fueron el mismo nombre de Juan, de significado “Dios tiene misericordia”, el final de la mudez y la cascada de alabanzas al Señor. Todas eran señales que daban a conocer a aquellas gentes piadosas y temerosas de Dios que Dios estaba obrando, que “la mano de Dios estaba con aquel niño”. Las personas que oran, las cercanas a Dios, caen bien pronto en la cuenta de que les habla. Y porque saben escuchar, Dios les habla con más frecuencia.

En la explicación que San Pablo hace de la vida del Espíritu, que Dios nos da en el bautismo, dice así: “Por lo demás sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman; de aquellos que han sido llamados según su designio” (Ro 8,28). Grande fue la misión de Juan, grandes fueron las gracias y las intervenciones de Dios en su vida desde el principio. Grandes también y más que suficientes son y serán las gracias que Dios les dé a ustedes y nos dará a cada uno para cumplir con lo que quiere de nosotros.

Nos es muy necesario insistir, esforzarnos y pedir al Señor la gracia de tener confianza en Él. Dios quiere que nos salvemos y quiere darnos las gracias necesarias para ello. Y esto a pesar de que hayamos pecado mucho en el pasado, de que hayamos perdido mucho el tiempo, de que nuestros pecados pasados estén pesando ahora sobre nosotros. Estoy pensando en personas separadas por culpas suyas, madres solteras, personas que por sus pecados se encuentran en situaciones dolorosas y difíciles. Es un grave error pensar que Dios ahora quiere castigarles. Al revés, Dios ha querido siempre, y lo quiere ahora, salvarles, llevarles al cielo, liberarles del pecado y de la desesperación, darles la alegría de la liberación interior, purificarles de todo pecado, hacerles saber que les ama. Por pecador que hayas sido, Dios, quien tiene una enorme alegría cuando el hijo pródigo regresa a casa, quiere darte toda la gracia que necesites para hacerte santo. ¿No aseguró al buen ladrón su salvación y la Iglesia, que conoce bien el corazón de Cristo, no lo venera como santo? Sea cual sea la historia de nuestro pasado, todos debemos confiar en el Amor. Mirando hacia adelante, no hacia atrás, pongamos todo el esfuerzo que podamos en alcanzar la santidad desde el punto en que ahora estamos sin desconfiar de la misericordia de Dios. El pecado de Judas fue el de no confiar en la misericordia de Dios. 

Por eso es tan necesaria la oración. El que confía, espera; el que espera, ora; al que ora, Dios le escucha y le da su gracia; y gracia abundante. La misa de cada semana, junto al pueblo con el que unidos en la fe y en el esfuerzo nos renueva. “Gracias porque me has escogido portentosamente”; “porque la mano de Dios está con nosotros”. María, como al Bautista, tráenos a Jesús. 


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Fiesta de San Juan Bautista

P. Adolfo Franco, S.J.


Fiesta 24 de Junio

Lc. 1,57-66.80




El evangelio de hoy nos narra el nacimiento, circuncisión e infancia de Juan Bautista, y cómo ya desde sus primeros momentos su figura empieza dar mensajes: “En toda la montaña de Judea se comentaban estas cosas”, o sea los fenómenos especiales que rodearon los primeros años de este niño elegido servían de anuncio de los nuevos tiempos que comienzan con este milagroso nacimiento.

La figura de Juan es un modelo, porque realiza maravillosamente el plan de Dios sobre él. Ese plan de Dios sobre Juan Bautista tiene estos tres rasgos: debe ser un hombre que vive su vida con autenticidad, debe ser un hombre que vive para Jesucristo, y debe ser un hombre que vive para la verdad. Y así él nos enseña a nosotros a vivir con autenticidad, a vivir para Jesús y a no doblegarnos y ser fieles siempre a la verdad, cueste lo que cueste.

Con referencia a su autenticidad se nos dice ya en el versículo de Lc.1, 80, que forma parte de la lectura de este domingo: “El niño crecía y su espíritu se fortalecía; vivió en los desiertos hasta el día de su manifestación a Israel”. El desierto lo llevó a Juan a una vida de libertad absoluta, con un desprendimiento asombroso en todas las dimensiones de la vida. (Mateo 3, 4-12)

Juan tenía una túnica de pelos de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. La gente de Jerusalén, de toda la Judea y de toda la región del Jordán iba a su encuentro,  y se hacía bautizar por él en las aguas del Jordán, confesando sus pecados.  Al ver que muchos fariseos y saduceos se acercaban a recibir su bautismo, Juan les dijo: «Raza de víboras, ¿quién les enseñó a escapar de la ira de Dios que se acerca?  Produzcan el fruto de una sincera conversión,  y no se contenten con decir: «Tenemos por padre a Abraham». Porque yo les digo que de estas piedras Dios puede hacer surgir hijos de Abraham.  El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles: el árbol que no produce buen fruto será cortado y arrojado al fuego.  Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero aquel que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. El los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego.  Tiene en su mano la horquilla y limpiará su era: recogerá su trigo en el granero y quemará la paja en un fuego inextinguible».

Esa vida de tremenda austeridad lo capacitó para “gritar” a todos la necesidad de la conversión; por eso merecía un gran respeto y todos acudían a él para purificarse. Por eso él podía reprochar sus pecados con autoridad moral a cada uno de los que se le acercaban, y ponía al descubierto con palabras como espadas a los fariseos a los que llamaba “raza de víboras”.

Y era un hombre que vivió para Jesucristo. En el hermoso canto que declama su padre Zacarías, dice “Y tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor para preparar sus caminos”. La existencia de Juan Bautista tenía como sentido anunciar la llegada de Jesucristo, el Hijo de Dios. Es hermosa esta relación de Juan Bautista con Jesús: él ante Jesús, no se considera digno ni de desatarle las correas de sus sandalias. Cuando quieren confundirlo con el Mesías, él reacciona claramente, para sacar a sus interrogadores de ese error. Juan afirma que conviene que Jesús crezca y que él (Juan) disminuya. Es hermoso también el forcejeo que tiene con Jesús, para no bautizarlo, y sólo acepta bautizar a Jesús, cuando Jesús le advierte que así lo quiere Dios. Todo su mensaje se puede reducir a esa frase de sus predicaciones: “Hay que preparar el camino a Jesús en nuestras vidas, allanar los senderos”.

Y finalmente es un hombre incondicional de la verdad, aunque la verdad le cueste la vida. Se dice que Herodes, nada menos que Herodes, lo respetaba. Pero Juan se le enfrentó con valentía cuando Herodes cometió públicamente el escándalo de casarse con la mujer de su hermano. Lo reprochó con claridad y sin temor, con lo cual se ganó la cárcel y la sed de venganza de esa mujer, que aprovechó la primera ocasión para vengarse de Juan Bautista y hacerlo decapitar.

Juan nos enseña la autenticidad, el vivir para Jesucristo, y el doblegarnos cuando hay que defender la verdad.


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Agradecemos al P. Adolfo Franco,S.J. por su colaboración.

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San Juan Bautista


Fiestas
La Natividad de San Juan: 24 de junio
Martirio de San Juan: 29 de agosto 


Juan, Precursor, Profeta y Bautista  -en el Catecismo

717 "Hubo un hombre, enviado por Dios, que se llamaba Juan. (Jn 1, 6). Juan fue "lleno del Espíritu Santo ya desde el seno de su madre" (Lc 1, 15. 41) por obra del mismo Cristo que la Virgen María acababa de concebir del Espíritu Santo. La "visitación" de María a Isabel se convirtió así en "visita de Dios a su pueblo" (Lc 1, 68).

718 Juan es "Elías que debe venir" (Mt 17, 10-13): El fuego del Espíritu lo habita y le hace correr delante [como "precursor"] del Señor que viene. En Juan el Precursor, el Espíritu Santo culmina la obra de "preparar al Señor un pueblo bien dispuesto" (Lc 1, 17).

Juan Bautista719 Juan es "más que un profeta" (Lc 7, 26). En él, el Espíritu Santo consuma el "hablar por los profetas". Juan termina el ciclo de los profetas inaugurado por Elías (cf. Mt 11, 13-14). Anuncia la inminencia de la consolación de Israel, es la "voz" del Consolador que llega (Jn 1, 23; cf. Is 40, 1-3). Como lo hará el Espíritu de Verdad, "vino como testigo para dar testimonio de la luz" (Jn 1, 7;cf. Jn 15, 26; 5, 33). Con respecto a Juan, el Espíritu colma así las "indagaciones de los profetas" y la ansiedad de los ángeles (1 P 1, 10-12): "Aquél sobre quien veas que baja el Espíritu y se queda sobre él, ése es el que bautiza con el Espíritu Santo ... Y yo lo he visto y doy testimonio de que este es el Hijo de Dios ... He ahí el Cordero de Dios" (Jn 1, 33-36).

720 En fin, con Juan Bautista, el Espíritu Santo, inaugura, prefigurándolo, lo que realizará con y en Cristo: volver a dar al hombre la "semejanza" divina. El bautismo de Juan era para el arrepentimiento, el del agua y del Espíritu será un nuevo nacimiento (cf. Jn 3, 5).



El sobrenombre de Bautista le proviene de su ministerio. Nacido, según algunos, en Judea, pueblecito de Judea; según otros, en Hebrón.

Hijo de Zacarías e Isabel, pariente de la Virgen María, es el precursor de Jesucristo. En esta misión se entrega totalmente viviendo en penitencia, austeridad, y celo por las almas.

La fiesta de San Juan es una fiesta alegre y popular. En ella parece cumplirse aún la palabra con la que el ángel anunció a Zacarías su venida al mundo: «Muchos Se regocijarán en su nacimiento»; y se regocijaron, en efecto, cuando éste tuvo lugar en las montañas de Judea, y se regocijan todavía en todo el mundo, veinte siglos después.

Fue Juan el Precursor de Cristo, el que vino para preparar y alumbrar los caminos del Señor; por esto la Iglesia celebra su nacimiento, como celebra el de Jesús, distinguiéndolo en esto de los demás Santos. Y con este fin, en el día de su festividad, ha puesto en la Misa esta preciosa perícopa evangélica, que magníficamente nos muestra su predestinación divina.

«A Isabel, se le cumplió el tiempo de su parto y dio a luz un hijo»
«Y se enteraron sus amigos y parientes de que el Señor había usado con ella de gran misericordia, y le daban el parabién.»
«Y aconteció que al octavo día vinieron a circuncidar al niño, y le llamaban con el nombre de su padre, Zacarías; intervino su madre, diciendo: No, sino que se llamará Juan. Dijéronle: Nadie hay de tu familia que se llame con ese nombre. Hacían señas a su padre sobre cómo quería que se llamase. Él, pidiendo una tablilla, escribió en estos términos: Juan es su nombre. Y se maravillaron todos. Abrióse su boca de improviso, y su lengua quedó expedita, y hablaba bendiciendo a Dios. Y se espantaron todos los que vivían en su vecindad, y en toda la montaña de Judea se divulgaban todas estas cosas, y todos los que las oían las guardaron en su corazón, diciendo: “¿Qué será, pues, este niño?”. Porque, a la verdad, la mano del Señor visitó y rescató a su pueblo..”.»
«Y Zacarías, su padre, fue lleno del Espíritu Santo, y profetizó diciendo: “Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque visitó y rescató a su pueblo...”».

¡Precursor de Jesús! Precursor es el que precede, el que va delante de otro para anunciar su inmediata aparición. Los profetas entretuvieron a la huérfana humanidad, delineando a grandes rasgos la hermosa figura del Redentor; crecía cada día el ansia por la llegada del Mesías y avivábase la confianza.

Juan el Bautista anuncia a Cristo no sólo con palabras, como los otros profetas, sino especialmente con una vida análoga a la del Salvador. Nace seis meses antes que Él; su nacimiento es vaticinado y notificado por el ángel Gabriel, como el suyo, y causa en las montañas de Judea una conmoción y regocijo semejantes a los que debían tener lugar poco después en las cercanías de Belén.

El nacimiento de San Juan Bautista es un prodigio, porque no fue obstáculo para él la ancianidad y esterilidad de Isabel, como no lo fue a María su purísima virginidad. En vida oculta y escondida consume los treinta primeros años de su existencia; nadie sabe de él, ni de él nos hablan los evangelistas, como tampoco nos hablan de Jesús en aquel mismo período, en que quedan ambos como eclipsados.

A los treinta años salen ambos: uno de su retiro de Nazaret, otro de sus soledades del Jordán; pero Juan, conforme a su oficio de Precursor, sale antes que Jesús.

Truena su voz en las márgenes de aquel río, síguenle las turbas, incrépanle los fariseos... Él habla con libertad a los pobres y a los poderosos. Hay quien le cree el Mesías. Hay quien escucha su voz como la Buena Nueva prometida, cuando en realidad no es más que su prólogo. Bien claro Juan lo afirma: «Está para venir otro más poderoso que yo, al cual yo no soy digno de desatar la correa de su calzado».

Pronto se extiende el renombre de su virtud, y aumenta la veneración del pueblo hacia él; los judíos acuden para ser bautizados, enfervorizados por sus palabras. Mientras predica y bautiza anuncia un bautismo perfecto: «Yo bautizo en el agua y por la penitencia, y el que vendrá, en el Espíritu Santo y el fuego».
Y cuando Jesús se acerca al Jordán para ser por él bautizado, Juan no se atreve a hacerlo. «¿Tú vienes a mí, cuando yo debería ser bautizado por Ti?» Mas Jesús insiste, y le bautiza entonces.

Encarcelado por Herodes Antipas por haberse atrevido a reprimir y censurar su conducta y vida escandalosa, le llega la noticia de que Jesús ha empezado su ministerio público. Jesús, por su parte, en su predicación asegura a los judíos que entre todos los hombres de la tierra no hay un profeta más grande que Juan.

Se ignora cuánto tiempo pasó en la cárcel. Aconteció que con motivo de una fiesta en celebración del nacimiento de Herodes, cuando el vino y los manjares y las danzas exaltaban a todos, Salomé, hija de Herodías, esposa ilegítima del rey, bailó ante Herodes. Entusiasmado éste, prometió darle cuanto pidiera, aunque fuese la mitad de su reino. Instigada por su madre, pidió Salomé la cabeza del Bautista. Herodes, no osando faltar a su palabra empeñada ante todos, ordenó fuese traída la cabeza de Juan, la cual en una bandeja fue presentada, efectivamente, a Herodías por su hija. Sus discípulos recogieron el cuerpo del Bautista y le dieron sepultura.

Las alegres fogatas que en la noche de la vigilia de San Juan coronan las montañas y alumbran nuestras calles y plazas, no parecen sino un reflejo, que pasa a través de los siglos, del popular alborozo con que fue saludado por los vecinos de Judea el nacimiento de uno de los santos más populares de la Iglesia.




Fuente:
http://multimedios.org/docs/d001400/


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