El Matrimonio en estos tiempos, 1º Parte


P. Vicente Gallo, S.J.


1. Estos tiempos para el matrimonio

Al hombre y a la mujer de hoy, unidos en matrimonio, se les ofrecen propuestas seductoras, que comprometen la dignidad de la persona humana y ponen sutilmente en peligro la capacidad de juzgar objetivamente sobre la dignidad de la persona hombre y mujer, y sobre lo que, en el plan de Dios, es lo verdadero en lo referente al matrimonio y la familia. A la vez, limitan la libertad para la posible responsabilidad, con la que se han de asumir los compromisos mutuos del amor verdadero al casarse.

La Iglesia, que debe proclamar la verdad según Dios manifestada en Cristo, no tiene por qué coincidir con la opinión de la mayoría; pues escucha a Dios, que nos habla a la conciencia desde la fe, y no atiende al poder con que el mundo maneja a las gentes desde sus medios de difusión de las ideas, enfrentando al hombre con el rechazo de su Creador y con sus planes de Amor.

El mundo da a los hombres y a las mujeres de hoy una concepción equivocada de la autonomía e independencia de los cónyuges como personas, haciéndoles vivir como “casados solteros”. También les confunde en cuanto a la debida autoridad del uno sobre el otro, y la de los padres para con los hijos, y en cuanto al concepto mismo de obediencia. Legislando desde esos criterios, que no son los de Dios, lo hace a favor del divorcio, del aborto cuando el hijo que viene complica o estorba, así como permitiendo el uso de anticonceptivos; degradando el amor de la unión sexual al nivel animal del goce egoísta instintivo, no haciéndolo expresión humana responsable del amor y la intimidad que se juraron dándose el uno al otro en el matrimonio, para ayudarse a ser santos como cristianos.

Planteadas mal las cosas, para los pobres les queda el sexo como el único modo a su alcance para disfrutar de esta vida tan difícil y penosa. Para los ricos, la generosidad y la valentía para procrear responsablemente, pierden su valor de bendición de Dios, pasan a ser más bien un peligro para su goce personal libre sin las trabas que en la vida de pareja serán los hijos: más que fruto, serían una carga, un obstáculo para disfrutar personalmente de tantas posibilidades de goce que propone el mundo de hoy.

Aunque no todo es tan negativo en esta realidad de los tiempos actuales. En la cultura de nuestro tiempo, debemos reconocer, también, valiosos signos positivos de la Salvación realizada por Cristo y que sigue operante en el mundo de hoy. Es muy valiosa y más viva que antes, en primer lugar, esa conciencia de la igual dignidad de la mujer y el hombre, o de la autonomía y libertad que a los dos les corresponde por igual como personas, en las han de respetarse mutuamente. Igualmente se tiene una mayor atención a la calidad que debe cultivarse en las relaciones interpersonales en el matrimonio, así como al igual deber de ambos en la procreación responsable y en la debida educación de los hijos. Son hechos claros y que debemos enumerar como realidades actuales.

También hay conciencia, más clara que antes, respecto a la misión de la familia en la construcción de una Iglesia de Cristo más viva, y de una sociedad humana más justa y solidaria. Se siente, más que antes, la necesidad de formar asociaciones entre familias para la proclamación y la defensa de los derechos que como a familias les competen; y es fácil encontrar en la Iglesia grupos de matrimonios y familias que se reúnen para su mutua ayuda espiritual y su mejor formación. Por ejemplo, las Comunidades de Apoyo del Encuentro Matrimonial o los grupos semejantes de otros Movimientos.

Como dijo el Vaticano II, “Nuestra época, más que ninguna otra anterior, tiene necesidad de verdadera sabiduría para humanizar todos los descubrimientos de la humanidad; porque el destino del mundo corre peligro si no se forman hombres más instruidos en esa sabiduría” (GS 15). Nos referimos a la participación en la “sabiduría divina”, que urge ser rescatada y vivida profundamente en la cultura de nuestros tiempos de un progreso humano cierto aunque muy ambivalente, que nos trae tantos beneficios pero, a la vez, peligros graves de caer en la esclavitud del mismo progreso y de los inventos nuevos. Necesitamos la sabiduría necesaria para ver cómo salvaguardar la libertad personal y aun la pervivencia humana en medio de ellos.

A la injusticia y el pecado, instalados en las estructuras de nuestra cultura y nuestro mundo actual, hay que oponer la conversión de las mentes y de los corazones, siguiendo a Cristo crucificado en la renuncia al propio egoísmo, y la actitud de “dar la vida por los demás”. Hay necesidad apremiante de una conversión continua y seria para alejarnos de todo lo que está mal, y adherirnos al bien en su plenitud y en todas sus formas. Hay necesidad de hallar una integración mayor de todos los dones que nos otorga Dios, así como vivir las exigencias de su Amor definitivo y absoluto, manifestado en Jesucristo; para salvar nuestra vida personal y social haciéndonos servidores unos de otros (FC 9).

No solamente el Matrimonio y las Familias. También la Vida Consagrada y el Sacerdocio, en nuestros tiempos, se ven amenazados por el hedonismo fácil que nos trae el progreso, y la suficiencia propia desde la que el hombre crea un mundo sin Dios (Sal 10). La fidelidad a los compromisos sagrados contraídos ante Dios y ante la Iglesia, antes resultaba más normal y más fácil. Ahora, incrementada la conciencia de la propia autonomía y del sagrado derecho de la libertad personal, esa fidelidad resulta más difícil; podemos decir que hasta es imposible si, desde nuestra autosuficiencia, suprimimos a Dios como imperativo indiscutible.


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Agradecemos al P. Vicente Gallo, S.J. por su colaboración.

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