Sexta palabra: Consummatum Est – Todo esta cumplido




















P. Miguel Girón, S.J.

Al decir Jesús tengo sed, sujetaron a una caña una esponja empapada de vinagre y se la acercaron a Jesús. Cuando Jesús tomó el vinagre dijo: “Todo está Consumado, Todo está cumplido.”

En Cristo Jesús se cumplen todas las promesas, todas las profecías. En esta palabra se resume todo cuanto ha realizado desde el momento en que se hace carne en el seno de la Virgen María, hasta el último momento en que vive entre nosotros.

En la Carta a los Hebreos se nos dice: “He aquí que vengo Señor, a hacer tu voluntad. Y la voluntad de Dios es entrar en la cruz. Mi alimento es hacer la voluntad del Padre.”

Para los que no tienen fe, dice San Pablo, la cruz es el signo más claro de la humillación y del fracaso más absoluto; para los que tienen fe, la cruz es la fuerza y la sabiduría de Dios; la acción permanente de la salvación del hombre.

Aquí en la muerte de Cristo podemos encontrar la respuesta a la pregunta insistente del hombre de hoy ante el misterio insoldable del dolor y de la muerte.

¿Cómo se entiende el hecho de tantos niños enfermos de cáncer y de sida? ¿De miles de niños que mueren de hambre en el mundo; muchedumbre de personas que mueren en terremotos; inundaciones; catástrofes terribles en la tierra y en el mar, y miles y miles de personas desterradas de su patria? Tantas guerras en las que mueren millones de personas.

¿Si Dios existe y si Dios es bueno, por qué el sufrimiento y la muerte?

Sólo mirando a Cristo que siendo inocente muere en la cruz y que resucitó al tercer día podemos encontrar la verdadera respuesta a esta incógnita que el hombre por sí solo no puede aclarar.

Es Cristo que se somete al dolor anunciado por los profetas, y que tiene pleno cumplimiento en su PASIÓN. Muriendo, destruyó nuestra muerte y resucitando restauró nuestra vida.

No es el determinismo fatal ni la muerte sin remedio, que lleva a dudar de la bondad y de la misericordia de Dios. Es Cristo, que muere consciente y voluntariamente después de haber cumplido completamente la voluntad de Dios anunciado por los profetas.

Cristo sale del Padre y vuelve a Él con la conciencia y la confianza de haber cumplido la voluntad de Dios en plenitud en todos los momentos de su vida.

Por eso, Jesús, en la salud alaba, en la desgracia purifica, en la enfermedad redime y en la muerte dolorosa salva. Es el Cristo misterioso presente en el hombre de hoy que experimenta el dolor, el sufrimiento y la muerte para resucitar y para nunca más morir. Y con el sufrimiento, completo lo que falta a la pasión de Cristo a favor de su cuerpo que es la Iglesia, dice San Pablo. El profeta Isaías entre todos los profetas inspirado por Dios, es el que mejor ha interpretado la infancia, la pasión y la muerte de Cristo.

Una Virgen, dice, que está encinta dará a luz un hijo que se llamará Enmanuel, que significa Dios con nosotros.

Dice San Lucas al principio de su evangelio que María, sin comprender perfectamente la vocación de ser Madre del Redentor, siendo virgen, ante las palabras del ángel Gabriel: “el Espíritu Santo vendrá sobre ti y la virtud del altísimo te cubrirá con su sombra”, responde confiada en el poder de Dios: “he aquí, la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”, y el verbo se hizo carne y habitó entre nosotros y todo se ha cumplido, dice Jesús.
“Y tú, Belén de Judá; no eres la más pequeña de las ciudades, porque de ti nacerá un caudillo que apacentará a mi pueblo Israel”, dice el profeta.

San Lucas hablando de esta profecía dice: “Subió José desde Galilea, de la ciudad de Nazaret a Judea, la ciudad de David que se llama Belén para empadronarse con María su esposa que estaba encinta y se cumplieron los días del alumbramiento y dio a luz a su hijo primogénito.” Por eso Jesús pudo decir antes de morir: todo se ha cumplido.

Para que Herodes no consiguiera dar muerte al Niño Jesús, se le apareció en sueños a José el Ángel del Señor y le dijo: “levántate y toma al niño y a su madre y huye a Egipto y permanece ahí hasta que yo te lo diga, porque Herodes quiere matar al niño”. José cumplió todo lo que se le anunció en sueños, se retiró con María y el niño a Egipto y estuvo allí hasta la muerte de Herodes para que se cumpliese el oráculo del profeta: “De Egipto llamé a mi Hijo”.

Los fariseos murmuraban contra Jesús porque comía con los publicanos y pecadores. Al oírlos Jesús respondió: “Aprended aquello de «Misericordia quiero y no sacrificio, porque no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores»”, profecía anunciada por el profeta Amos y cumplida por Jesucristo con Mateo (no he venido a salvar a los justos…), Zaqueo (la salvación ha entrado…); con la samaritana (llama a tu marido. Bien dices que has tenido cinco…), con Pedro (me negarás tres veces… y lloró amargamente!), con la pecadora que ungió la cabeza de Jesús con aceite, lavó los pies con sus lágrimas y los secó con sus cabellos (se le perdonó mucho porque amó mucho…)

Al final de la parábola del hijo pródigo hay una palabra que expresa exactamente los sentimientos más profundos del corazón de Cristo al cumplir la profecía: “Misericordia quiero y no sacrificios”, porque el Padre, ante su hijo mayor, que no quería perdonar ni participar de la alegría de la fiesta del perdón dijo: “convenía celebrar una gran fiesta porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado.”

Jesucristo cumple esta profecía y expresa al mismo tiempo la alegría del Padre hacia el hijo pecador y el olvido total del pecado. Hay más alegría en el cielo por un pecador que se convierte, que por 99 que no necesitan penitencia.

Cuando Jesús, después de haber anunciado tres veces su pasión y resurrección, se dispone a realizar su último viaje a Jerusalén, San Lucas dice así “marchaba Jesús por delante, subiendo a Jerusalén.”

Marchaba por delante porque Él es el buen pastor que conduce a sus ovejas, porque no los abandona, porque Él es el camino donde quedan grabadas las huellas que han de seguir las futuras generaciones de santos y mártires a lo largo de los siglos. Y subiendo a Jerusalén porque Jesús es consciente que sube a la ciudad santa para morir y dar la vida por todos. Sube a Jerusalén con alegría, porque sabe que ha de cumplir las profecías más arduas y difíciles, y confía en su Padre que le impulsa, le acompaña y le sostiene en su misión redentora.

Antes de la Fiesta de la Pascua, dice San Juan, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Hasta el extremo.

Porque voluntariamente camina hacia la cruz siendo inocente.
Porque siendo inocente se deja hacer la injusticia.
Porque siendo nosotros enemigos no tuvo en cuenta el mal.
Porque nos amó y se entregó por nosotros pecadores.

El extremo del amor es el amor al enemigo, al criminal, al homicida, al que te roba, al que te ha hecho algún daño, amar al que no te quiere, al que habla mal de ti, al que te calumnia, al que no piensa como tú, al que tiene algo contra ti.

Amarle en la dimensión de la cruz.

Profecía anunciada y cumplida por Jesús cuando dice “el mandamiento que yo os doy es que os améis unos a otros como Yo os he amado”.

El profeta Isaías en el capítulo 53 nos narra paso a paso, casi a la letra, todo el sufrimiento, fruto de nuestros pecados, que el Señor permitió que se centrase en el cuerpo y en el espíritu de su Hijo en las últimas horas de su vida. Profecía en la que Cristo pudo decir “en mí se cumple esta palabra «despreciado y desecho de los hombres, varón de dolores, ante quien se vuelve el rostro, azotado, herido de Dios y humillado. Herido por nuestras rebeldías y molido por nuestras culpas, soportó el castigo que nos trae la paz»”.

“Y con sus heridas hemos sido curados. No abrió la boca como cordero llevado al matadero. Fueron nuestros sufrimientos, dolores y culpas cargadas sobre su cuerpo los que su amor soportó y no tenía aspecto ni apariencia ni presencia. Aunque no hizo atropello ni engaño hubo en su boca.”


¿Por qué en la cruz estás muerto, Señor, siendo el autor de la vida?

Porque al hombre, en el desierto, le diste la libertad y siendo tú mismo siervo y obediente hasta la muerte, clavado sobre el madero, tu Padre te levantó por encima de los cielos, para ser dueño y Señor de los vivos y los muertos, y por eso ante su nombre, confesándote Dios Nuestro, toda rodilla se doble en la tierra y en el cielo”.



- Anunció tres veces su pasión, muerte y resurrección.

- Dijo claramente “Todo se ha cumplido” en el Cristo físico y en el Cristo místico.

- Con mis sufrimientos y dolores COMPLETO lo que falta a la pasión de Cristo en la Iglesia Itinerante y en la Iglesia Triunfante, revestida de la Gloria de Dios en plenitud, que esperamos alcanzar con la ayuda de Dios.




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Agradecemos al P. Miguel Girón S.J. por su colaboración.



Publicaciones para profundizar sobre Semana Santa:

El por qué y para qué de la pasión y muerte de Cristo

Algunos textos de la Escritura que revelan verdades importantes sobre la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo


ESPECIAL DE SEMANA SANTA 2016

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El por qué y para qué de la pasión y muerte de Cristo


Jesús sabía que era necesario que sucediese así para nuestra salvación, no fue producto de las circunstancias


“Tomando consigo a los Doce, les dijo: «Mirad que subimos a Jerusalén, y se cumplirá todo lo que los profetas escribieron para el Hijo del hombre; pues será entregado a los gentiles, y será objeto de burlas, insultado y escupido; y después de azotarle le matarán, y al tercer día resucitará».” Lucas 18, 31-33.

“... Y doy la vida por las ovejas... Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida para recobrarla de nuevo. Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo; esa es la orden que he recibido de mi Padre.” Juan 10, 15.17-18.

“Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio diciendo: «Bebed de ella todos, porque ésta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos para el perdón de los pecados…»” Mateo 26, 27-28.

“… Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo de hombre. En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto.” Juan 12, 23-24.

“Ahora mi alma está turbada. Y ¿qué voy a decir? ¡Padre, líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto!” Juan 12, 27.





Era la voluntad del Padre

“Padre, si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad sino la tuya.” Lucas 22, 42.

“… La copa que me ha dado el Padre, ¿no la voy a beber?” Juan 18,11.





Fue un sufrimiento real

“… fue detenido, enjuiciado… y herido de muerte por los crímenes de su pueblo” Isaías 53,8-9.

“… Eran nuestras dolencias las que Él llevaba y nuestros dolores los que soportaba… Él ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. Él soportó el castigo que nos trae la paz.” Isaías 53,2-5.

“Era algo espantoso. Porque desfigurado ni parecía hombre ni tenía aspecto humano; algo inenarrable, algo inaudito. Como raíz en tierra árida, sin figura, sin belleza. Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado, como un hombre de dolores, molido a sufrimientos, ante el cual se retira la mirada, despreciable y sin nada estimable.” Isaías 52,14 - 53,3.






“… el mismo que, sobre el madero, llevó nuestros pecados en su cuerpo, a fin de que, muertos a nuestros pecados, viviéramos para la justicia; con cuyas heridas habéis sido curados." 1 Pedro 2, 24







“… Se humilló obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz." Filipenses 2,7-9.







Murió para el perdón de nuestros pecados


“Fíjense cómo Cristo murió por los pecadores, cuando llegó el momento, en un tiempo en que no servíamos para nada.” Romanos 5, 6.

“Pero Dios dejó constancia del amor que nos tiene: Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos pecadores. Con mucha más razón ahora nos salvará del castigo si, por su sangre, hemos sido hechos justos y santos. Cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Él por la muerte de su Hijo; con mucha más razón ahora su vida será nuestra plenitud.” Romanos 5, 8-10.







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Imágenes de la película "La pasión de Cristo", dirigida por Mel Gibson.

Jesús y la samaritana


P. Adolfo Franco, S.J.

Juan 4, 5-42

Qué buena enseñanza del Señor sobre la sed y sobre el agua que puede saltar en nosotros como un manantial.



En este admirable pasaje del diálogo de Jesús con la Samaritana, hay una serie de afirmaciones de Jesús que merecerían más espacio del que un breve comentario, como éste, permite. Es la descripción progresiva de la conversión de una mujer, a la que Jesús transforma en el corazón, y en la mente.

La mayor parte de todo el discurso está centrada en el tema del agua y de la sed. Hay un agua que no calma del todo la sed, y de la que hay que beber con frecuencia; ésta sale del pozo cavado en la tierra. Pero hay otra agua que calma la sed para siempre, y que incluso termina siendo una fuente interior inagotable

Aquí está indicando Jesús esa cualidad del ser humano de tener sed, de buscar colmar sus ansias más profundas, de buscar siempre más, de no estar plenamente satisfecho nunca. Esto indica la gran dignidad del ser humano: el tener siempre sed. Es algo que ennoblece a una persona el no estar nunca satisfecho, con lo que ha encontrado, con lo que ha obtenido, con lo que ya sabe, con lo que ha hecho: siempre quiere más, siempre busca más, siempre aspira a más. Pero por otra parte también en este pasaje se está hablando de que el ser humano puede buscar saciar su sed en cosas que no dan plena satisfacción, y que siguen dejando sediento al hombre. Son bienes demasiado efímeros, muy materiales o incluso desviados. Y como ejemplo tenemos la vida “privada” de la samaritana: había tenido cinco maridos, y no había quedado calmada su sed: después de beber cinco veces, aún necesitaba volver a beber.

Y Jesús habla de que las ansias profundas del ser humano, sólo las puede calmar El mismo, que es el agua que salta hasta la vida eterna. Sólo la verdad de Dios: el reconocer en Jesús el Mesías, sólo su salvación, sólo su Verdad, pueden calmar enteramente la sed del ser humano, sólo el amor divino está hecho a la medida de nuestra sed de amor..

Jesús empieza a dar de beber a esta mujer equivocada, con sus palabras y poco a poco. Cuando la Samaritana bebió del agua que Cristo le estaba dando con su diálogo sobre sí misma, sobre El mismo, y sobre la verdad de Dios, quedó tan plenamente satisfecha, que fue corriendo a dar la noticia a sus conciudadanos: ella misma se convirtió en fuente, para dar de beber a otros. Es un diálogo progresivo, en que Cristo poco a poco va llegando al interior de su pobre interlocutora. Al comienzo tenemos una pecadora, insatisfecha, al final tenemos una mujer liberada y con un mensaje que comunicar.

El primer paso que tiene que dar Jesús está destinado a quitarle a la samaritana la arrogancia con que reacciona a las primeras palabras de Jesús. Quitar esas defensas que nos aíslan de Dios, que nos hacen aparecer autosuficientes. La samaritana autosuficiente, le dice a Jesús ¿cómo siendo judío te acercas a mí que soy una samaritana? y además hasta se burla de El, diciéndole que ni tiene un recipiente para sacar el agua del pozo. Jesús, sin entrar a discutir, sabe encontrar el verdadero camino del alma de esta mujer. Jesús al hacerle caer en la cuente de su triste suerte de tener que venir todos los días cansadamente a buscar el agua, la está poniendo en “su sitio”, le hace reconocer su indigencia.

Una vez quitado el orgullo, hay que abrirle la cabeza a la verdad y el corazón al reconocimiento del propio pecado, y al arrepentimiento de él. Jesús sabe esperar el momento oportuno para que ella reconozca que su vida no es recta, y que debe aceptar a Dios en espíritu y en verdad. Jesús utiliza como camino para que la verdad deslumbre a la samaritana, el camino de la revelación de su propio interior (has tenido cinco maridos). Entonces queda preparada para aceptar la gran verdad: Jesús es el Mesías. Con esto queda definitivamente apagada la gran sed de esta mujer.

Esto es lo que calma la sed de todos los destinatarios del mensaje de salvación: creer que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios vivo.+


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Agradecemos al P. Adolfo Franco, S.J. por su colaboración.

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Vía Crucis

Oración Inicial


Por la Señal de la Santa Cruz,
de nuestros enemigos líbranos Señor, Dios Nuestro.
En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo
. Amén.

Señor, ayúdanos para que aprendamos a aguantar las penas y las fatigas, las torturas de la vida diaria; que tu muerte y ascensión nos levante, para que lleguemos a una más grande y creativa abundancia de vida. Tú que has tomado con paciencia y humildad la profundidad de la vida humana, igual que las penas y sufrimientos de tu cruz, ayúdanos para que aceptemos el dolor y las dificultades que nos trae cada nuevo día y que crezcamos como personas y lleguemos a ser más semejantes a ti.
Haznos capaces de permanecer con paciencia y ánimo, y fortalece nuestra confianza en tu ayuda. Déjanos comprender que sólo podemos alcanzar una vida plena si morimos poco a poco a nosotros mismos y a nuestros deseos egoístas. Pues sólo si morimos contigo, podemos resucitar contigo. Amén.


Madre Teresa de Calcuta.



Estamos aquí reunidos para recordar los grandes sufrimientos que Cristo soportó para salvarnos. Un día Cristo dijo: «No existe amor más grande que dar la vida por los amigos» (Jn 15,13).
Sufriendo y muriendo en la Cruz, Jesús nos dio la prueba más grande de su amor. Recorriendo estas estaciones del VIA CRUCIS, iremos meditando sobre nuestros pecados, que fueron la causa de la muerte de Cristo, y al mismo tiempo nos preguntaremos:

¿Qué hacemos para que la Sangre de Cristo no sea desperdiciada?
¿Cuánta gente hay todavía que no conoce a Cristo y no lo ama?
¿Qué puedo hacer yo para que se acerquen más a Jesús, que sufrió tanto para salvarnos?





Primera Estación

JESÚS ES CONDENADO A MUERTE

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

"Pilato mandó sacar a Jesús y dijo a los judíos: 'Aquí tenéis a vuestro rey'. Pero ellos le gritaban: '¡Fuera, fuera, crucifícalo!' Pilato le dice: '¿Pero cómo he de crucificar a vuestro rey?' respondieron los príncipes de los sacerdotes: 'Nosotros no tenemos más rey que el César'. Entonces se los entregó para que fuera crucificado" (Jn 19, 14-16)

Jesús sentenciado a muerte.
No bastan sudor, desvelo,
cáliz, corona, flagelo,
todo un pueblo a escarnecerte.
Condenan tu cuerpo inerte,
manso Jesús de mi olvido,
a que, abierto y exprimido,
derrame toda su esencia.
Y a tan cobarde sentencia
prestas en silencio oído.

Y soy yo mismo quien dicto
esa sentencia villana.
De mis propios labios mana
ese negro veredicto.
Yo me declaro convicto.
Yo te negué con Simón.
Te vendí y te hice traición
con Pilatos y con Judas.
Y aún mis culpas desanudas
y me brindas el perdón.

Pausa de silencio

Oremos: Cristo, que aceptas una condena injusta, concédenos, a nosotros y a los hombres de todos los tiempos, la gracia de ser fieles a la verdad y no permitas que caiga sobre nosotros y sobre los que vendrán después de nosotros el peso de la responsabilidad por el sufrimiento de los inocentes.

A ti, Jesús, juez justo, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Padre Nuestro, Ave María, Gloria.

Cantos.


Segunda Estación

JESÚS CARGA CON LA CRUZ

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

"Los judíos tomaron a Jesús y cargándole la cruz, salió hacia el lugar llamado Calvario" (Jn 19,17).

Jerusalén arde en fiestas.
Qué tremenda diversión
ver al justo de Sión
cargar con la cruz a cuestas.
Sus espaldas curva, prestas
a tan sobrehumano exceso,
y, olvidándose del peso
que sobre su hombro gravita,
con caridad infinita
imprime en la cruz un beso.

Tú el suplicio y yo el regalo.
Yo la gloria y Tú la afrenta
abrazado a la violenta
carga de una cruz de palo.
Y así, sin un intervalo,
sin una pausa siquiera,
tal vivo mi vida entera
que por mí te has alistado
voluntario abanderado
de esa maciza bandera.

Pausa de silencio

Oremos: Cristo, que aceptas la cruz de las manos de los hombres para hacer de ella un signo del amor salvífico de Dios por el hombre, concédenos, a nosotros y a los hombres de nuestro tiempo, la gracia de la fe en este infinito amor, para que, transmitiendo al nuevo milenio el signo de la cruz, seamos auténticos testigos de la Redención.

A ti, Jesús, sacerdote y víctima, alabanza y gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Padre Nuestro, Ave María, Gloria.

Cantos.


Tercera Estación
JESÚS CAE POR PRIMERA VEZ

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

"Han ofrecido mi espalda a los que me golpeaban, y mis mejillas a los que me arrancaban la barba; no aparté la cara ni de los ultrajes ni de las salivas que me echaban" (Is 50,6)

A tan bárbara congoja
y pesadumbre declinas,
y tus rodillas divinas
se hincan en la tierra roja.
Y no hay nadie que te acoja.
En vano un auxilio imploras.
Vibra en ráfagas sonoras
el látigo del blasfemo.
Y en un esfuerzo supremo
lentamente te incorporas.

Como el Cordero que viera
Juan, el dulce evangelista,
así estás ante mi vista
tendido con tu bandera.
Tu mansedumbre a una fiera
venciera y humillaría.
Ya el Cordero se ofrecía
por el mundo y sus pecados.
Con mis pies atropellados
como a un estorbo le hería.

Pausa de silencio

Oremos: Cristo, que caes bajo el peso de nuestras culpas y te levantas para nuestra justificación, te rogamos que ayudes a cuantos están bajo el peso del pecado a volverse a poner en pie y reanudar el camino. Danos la fuerza del Espíritu, para llevar contigo la cruz de nuestra debilidad.

A ti, Jesús, aplastado por el peso de nuestras culpas, nuestro amor y alabanza por los siglos de los siglos. Amén.

Padre Nuestro, Ave María, Gloria.

Cantos.


Cuarta Estación
JESÚS SE ENCUENTRA CON SU MADRE

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

"Una espada atravesará tu corazón" (Lc 2,35)

Se ha abierto paso en las filas
una doliente Mujer.
Tu Madre te quiere ver
retratado en sus pupilas.
Lento, tu mirar destilas
y le hablas y la consuelas.
Cómo se rasgan las telas
de ese doble corazón.
Quién medirá la pasión
de esas dos almas gemelas.

¿Cuándo en el mundo se ha visto
tal escena de agonía?
Cristo llora por María.
María llora por Cristo.
¿Y yo, firme, lo resisto?
¿Mi alma ha de quedar ajena?
Nazareno, Nazarena,
dadme siquiera una poca
de esa doble pena loca,
que quiero penar mi pena.

Pausa de silencio

Oremos: Oh María, tú que has recorrido el camino de la cruz junto con tu Hijo, quebrantada por el dolor en tu corazón de madre, pero recordando siempre el fiat e íntimamente confiada en que Aquél para quien nada es imposible cumpliría sus promesas, suplica para nosotros y para los hombres de las generaciones futuras la gracia del abandono en el amor de Dios. Haz que, ante el sufrimiento, el rechazo y la prueba, por dura y larga que sea, jamás dudemos de su amor.

A Jesús, tu Hijo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Padre Nuestro, Ave María, Gloria.

Cantos.


Quinta Estación

JESÚS ES AYUDADO POR EL CIRENEO

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

"Cuando llevaban a Jesús al Calvario, detuvieron a un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y lo cargaron con la cruz, para llevarla detrás de Jesús" (Lc 23,26)

Ya no es posible que siga
Jesús el arduo sendero.
Le rinde el plúmbeo madero.
Le acongoja la fatiga.
Mas la muchedumbre obliga
a que prosiga el cortejo.
Dure hasta el fin el festejo.
Y la muerte se detiene
ante Simón de Cirene,
que acude tardo y perplejo.

Pudiendo, Jesús, morir,
¿por qué apoyo solicitas?
Sin duda es que necesitas
vivir aún para sufrir.
Yo también quise vivir,
vivir siempre, vivir fuerte.
Y grité: -Aléjate, muerte.
Ven Tú, Jesús cireneo.
Ayúdame, que en ti creo
y aún es tiempo de ofenderte.

Pausa de silencio

Oremos: Cristo, que has concedido a Simón de Cirene la dignidad de llevar tu cruz, acógenos también a nosotros bajo su peso, acoge a todos los hombres y concede a cada uno la gracia de la disponibilidad. Haz que no apartemos nuestra mirada de quienes están oprimidos por la cruz de la enfermedad, de la soledad, del hambre y de la injusticia.

Haz que, llevando las cargas los unos de los otros, seamos testigos del evangelio de la cruz y testigos tuyos, que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

Padre Nuestro, Ave María, Gloria.

Cantos.


Sexta Estación
LA VERÓNICA LIMPIA EL ROSTRO DE JESÚS

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

"Muchos se horrorizaban al verlo, tan desfigurado estaba su semblante que no tenía ya aspecto de hombre" (Is. 52, 14)

Fluye sangre de tus sienes
hasta cegarte los ojos.
Cubierto de hilillos rojos
el morado rostro tienes.
Y al contemplar cómo vienes
una mujer se atraviesa,
te enjuga el rostro y te besa.
La llamaban la Verónica.
Y exacta tu faz agónica
en el lienzo queda impresa.

Si a imagen y semejanza
tuya, Señor, nos hiciste,
de tu imagen me reviste
firme a olvido y a mudanza.
Será mayor mi confianza
si en mi alma dejas la huella
de tu boca que nos sella
blancas promesas de paz,
de tu dolorida faz,
de tu mirada de estrella.

Pausa de silencio

Oremos: Señor Jesucristo, tú que aceptaste el gesto desinteresado de amor de una mujer y, a cambio, has hecho que las generaciones la recuerden con el nombre de tu rostro, haz que nuestras obras, y las de todos los que vendrán después de nosotros, nos hagan semejantes a ti y dejen al mundo el reflejo de tu infinito amor.

A ti, Jesús, esplendor de la gloria del Padre, alabanza y gloria por los siglos. Amén.

Padre Nuestro, Ave María, Gloria.

Cantos.


Séptima Estación
JESÚS CAE POR SEGUNDA VEZ

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

"Eran nuestros sufrimientos los que llevaba, nuestros dolores los que pesaban… Ha sido traspasado por nuestros pecados, desecho por nuestras iniquidades…" (Is 53, 4-5)

Largo es el camino y lento
y el Cireneo se rinde.
Él se ha trazado una linde
en su oscuro pensamiento.
Mientras disputa violento,
deja que la cruz se hunda
total, maciza, profunda,
sobre aquel único hombro.
Y como un humano escombro
cae Jesús por vez segunda.

¿Otra vez, Señor, en tierra,
abrazado a tu estandarte?
Ese insistente postrarte
¿qué oculto sentido encierra?
Mas ya te entiendo. En la guerra
por ti luchando, transido
caeré en tierra y malherido,
¿y no he de alzarme ya más?
Yo sé que Tú me darás
la mano si te la pido.

Pausa de silencio

Oremos: Señor Jesucristo, que caes bajo el peso del pecado del hombre y te levantas para tomarlo sobre ti y borrarlo, concédenos a nosotros, hombres débiles, la fuerza de llevar la cruz de cada día y de levantarnos de nuestras caídas, para llevar a las generaciones que vendrán el Evangelio de tu poder salvífico.

A ti, Jesús, apoyo de nuestra debilidad, alabanza y gloria por los siglos. Amén.

Padre Nuestro, Ave María, Gloria.

Cantos.


Octava Estación
JESÚS CONSUELA A LAS MUJERES DE JERUSALÉN

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

"Seguían a Jesús una gran multitud del pueblo y de mujeres, que se golpeaban el pecho y lloraban por él, pero Jesús volviéndose a ellas, les dijo: 'Hijas de Jerusalén, no lloren por mí; lloren más bien por ustedes y por sus hijos'" (Lc 23, 27-28)

Qué vivo dolor aflige
a estas mujeres piadosas,
madres, hermanas, esposas,
sin culpa del «crucifige».
Jesús a ellas se dirige.
Sus palabras, oídlas bien.
-Hijas de Jerusalén.
Llorad vuestro llanto, sí,
por vosotras, no por mí.
Por vuestros hijos también.

Por nosotros mismos, cierto.
Pero ¿quién por ti no llora?
Haz que llore hora tras hora
por mí tibio y por ti yerto.
Riégame este estéril huerto.
Quiébrame esta torva frente.
Ábreme una vena ardiente
de dulce y amargo llanto,
y espanta de mí este espanto
de hallar cegada mi fuente.

Pausa de silencio

Oremos: Cristo, que has venido a este mundo para visitar a todos los que esperan la salvación, haz que nuestra generación reconozca el tiempo de tu visita y tenga parte en los frutos de tu redención. No permitas que por nosotros y por los hombres del nuevo siglo se tenga que llorar porque hayamos rechazado la mano del Padre misericordioso.

A ti, Jesús, nacido de la Virgen, Hija de Sión, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Padre Nuestro, Ave María, Gloria.

Cantos.


Novena Estación
JESÚS CAE POR TERCERA VEZ

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

"Venid a mí todos los que estén cansados y oprimidos y yo los aliviaré. Carguen mi yugo sobre ustedes, y aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso para sus almas" (Mt 11, 28-29)

Ya caíste una, dos veces.
La rota túnica pisas
y aún entre mofas y risas
tendido a mis pies te ofreces.
Yo no sé a quién me pareces,
a quién me aludes así.
No sé qué haces junto a mí,
derribado con tu leño.
Yo no sé si ha sido un sueño
o si es verdad que te vi.

Y yo caigo una, dos, tres,
y otra vez más, y otra, y tantas.
Siempre tus espaldas santas
me sirvieron de pavés.
Ahora siento bien cuál es
la razón de tus caídas.
Sí. Porque nuestras vencidas
almas no te tengan miedo
caes, oh humilde remedo,
y a abrazarte las convidas.

Pausa de silencio

Oremos: Señor Jesucristo, que por tu humillación bajo la cruz has revelado al mundo el precio de su redención, concede a los hombres del tercer milenio la luz de la fe, para que reconociendo en ti al Siervo sufriente de Dios y del hombre, tengamos la valentía de seguir el mismo camino, que, a través de la cruz y el despojo, lleva a la vida que no tendrá fin.

A ti, Jesús, apoyo en nuestra debilidad, honor y gloria por los siglos. Amén.

Padre Nuestro, Ave María, Gloria.

Cantos.


Décima Estación
JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

"Llegados al lugar llamado Gólgota le dieron a beber a Jesús vino mezclado con hiel, pero él, habiéndolo gustado, no quiso beber. Los que lo crucificaron se repartieron sus vestidos a suerte" (Mt. 27,33)

Ya desnudan al que viste
a las rosas y a los lirios.
Martirio entre los martirios
y entre las tristezas triste.
Qué sonrojo te reviste,
cómo tu rostro demudas
ante aquellas manos crudas
que te arrancan los vestidos
de sangre y sudor teñidos
sobre tus carnes desnudas.

Bella lección de pudores
la que en este trance dictas,
tus candideces invictas
coloridas de rubores.
Tú, que has teñido las flores
de tintas tan sonrosadas,
que en las castas alboradas
las nubes vistes de oro,
ay, devuélveme el tesoro
de mis flores marchitadas.

Pausa de silencio

Oremos: Señor Jesús, que con total entrega has aceptado la muerte de cruz por nuestra salvación, haznos a nosotros y a todos los hombres del mundo partícipes de tu sacrificio en la cruz, para que nuestro existir y nuestro obrar tengan la forma de una participación libre y consciente en tu obra de salvación.

A ti, Jesús, sacerdote y víctima, honor y gloria por los siglos. Amén.

Padre Nuestro, Ave María, Gloria.

Cantos.


Undécima Estación
JESÚS ES CLAVADO EN LA CRUZ

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

"Cuando llegaron al lugar llamado Calvario, crucificaron allí a Jesús y a los dos malhechores, uno a la derecha y el otro a la izquierda" (Lc 23,34)

Por fin en la cruz te acuestas.
Te abren una y otra mano,
un pie y otro soberano,
y a todo, manso, te prestas.
Luego entre Dimas y Gestas,
desencajado por crueles
distensiones de cordeles,
te clavan crucificado
y te punzan el costado
y te refrescan de hieles.

Y que esto llegue es preciso
y así todo se consuma,
y, a la carga que te abruma,
el cuello inclinas sumiso.
-Conmigo en el paraíso
serás hoy- al buen ladrón
prometes. Tierna lección
la de tus palabras ciertas.
Toma mis manos abiertas.
Toma mis pies: tuyos son.

Pausa de silencio

Oremos: Cristo elevado, Amor crucificado, llena nuestros corazones de tu amor, para que reconozcamos en tu cruz el signo de nuestra redención y, atraídos por tus heridas, vivamos y muramos contigo, que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo, ahora y por los siglos de los siglos. Amén.

Padre Nuestro, Ave María, Gloria.

Cantos.


Duodécima Estación
JESÚS MUERE EN LA CRUZ

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

"Hacia la hora sexta, las tinieblas cubrieron la tierra hasta la hora nona. El sol se eclipsó y el velo del Templo se rasgó en medio. Y Jesús, con fuerte voz dijo: 'Padre en tus manos encomiendo mi espíritu'. Y al decir esto, expiró" (Lc 23, 44-46)

- Nos arrodillamos y permanecemos en silencio un momento -

Al pie de la cruz María
llora con la Magdalena,
y aquel a quien en la Cena
sobre todos prefería.
Ya palmo a palmo se enfría
el dócil torso entreabierto.
Ya pende el cadáver yerto
como de la rama el fruto.
Cúbrete, cielo, de luto
porque ya la Vida ha muerto.

Profundo misterio. El Hijo
del Hombre, el que era la Luz
y la Vida muere en cruz,
en una cruz crucifijo.
Ya desde ahora te elijo
mi modelo en el estrecho
tránsito. Baja a mi lecho
el día que yo me muera,
y que mis manos de cera
te estrechen sobre mi pecho.

Pausa de silencio

Oremos: Señor Jesucristo, Tú que en el momento de la agonía no has permanecido indiferente a la suerte del hombre y con tu último respiro has confiado con amor a la misericordia del Padre a los hombres y mujeres de todos los tiempos con sus debilidades y pecados, llénanos a nosotros y a las generaciones futuras de tu Espíritu de amor, para que nuestra indiferencia no haga vanos en nosotros los frutos de tu muerte.

A ti, Jesús crucificado, sabiduría y poder de Dios, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Padre Nuestro, Ave María, Gloria.

Cantos.


Decimotercera Estación
JESÚS ES BAJADO DE LA CRUZ Y PUESTO EN LOS BRAZOS DE SU MADRE


V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

"Un hombre llamado José, el cual era del Consejo, hombre bueno y justo, de Arimatea, cuidad judía, quien esperaba también el reino de Dios, que no había estado de acuerdo en la resolución de ellos, en sus actos, fue a ver a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Después lo bajó y lo amortajó en una sábana" (Lc 23, 50-53)


He aquí helados, cristalinos,
sobre el virginal regazo,
muertos ya para el abrazo,
aquellos miembros divinos.
Huyeron los asesinos.
Qué soledad sin colores.
Oh, Madre mía, no llores.
Cómo lloraba María.
La llaman desde aquel día
la Virgen de los Dolores.

¿Quién fue el escultor que pudo
dar morbidez al marfil?
¿Quién apuró su buril
en el prodigio desnudo?
Yo, Madre mía, fui el rudo
artífice, fui el profano
que modelé con mi mano
ese triunfo de la muerte
sobre el cual tu piedad vierte
cálidas perlas en vano.

Pausa de silencio

Oremos: Salve, Regina, Mater misericordiae; vita dulcedo et spes nostra, salve. Ad te clamamus ..., illos tuos misericordes oculos ad nos converte. Et Iesum, benedictum fructum ventris tui, nobis post hoc exilium ostende.

Dios te salve, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra; Dios te salve. A ti llamamos los desterrados hijos de Eva; a ti suspiramos gimiendo y llorando en este valle de lágrimas. Ea, pues, Señora, abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos, y, después de este destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre. ¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen María!

Alcánzanos la gracia de la fe, de la esperanza y de la caridad, para que también nosotros, como tú, sepamos perseverar bajo la cruz hasta al último suspiro.

A tu Hijo, Jesús, nuestro Salvador, con el Padre y el Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos. Amén.

Padre Nuestro, Ave María, Gloria.

Cantos.


Decimocuarta Estación
JESÚS ES SEPULTADO

V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

"José tomó el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia, y lo depositó en su propio sepulcro nuevo, que había hecho cavar en la roca, hizo rodar una piedra grande a la puerta del sepulcro y se retiró". (Mt 27, 59-60)

Fue un José el primer varón
que a Jesús tomó en sus brazos,
y otro José en tiernos lazos
le estrecha de compasión.
Con grave, infinita unción
el sagrado cuerpo baja
y en un lienzo le amortaja.
Luego le da sepultura
y una piedra en la abertura
de la roca viva encaja.

Como póstuma jornada
de tu vía de amargura,
admiro en la sepultura
tu heroica carne sellada.
Señor, ya no queda nada
por hacer. Señor, permite
que humildemente te imite,
que contigo viva y muera,
y en luz no perecedera,
que como Tú resucite.

Pausa de silencio

Oremos: Señor Jesucristo, que por el Padre, con la fuerza del Espíritu Santo, fuiste llevado desde las tinieblas de la muerte a la luz de una nueva vida en la gloria, haz que el signo del sepulcro vacío nos hable a nosotros y a las generaciones futuras y se convierta en fuente viva de fe, de caridad generosa y de firmísima esperanza.

A ti, Jesús, presencia escondida y victoriosa en la historia del mundo, honor y gloria por los siglos. Amén.

Padre Nuestro, Ave María, Gloria.

Cantos.






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Imágenes de la película La Pasión de Cristo, dirigida por Mel Gibson.

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