Nuevo beato para la Iglesia: P. Bernardo Francisco de Hoyos, S.J.



Nuevo beato para la Mayor Gloria de Dios


En esta ciudad, casi veinte mil personas participaron en la ceremonia, que tuvo lugar en la plaza de Colón, para la beatificación del padre Hoyos, la primera ceremonia de este tipo que tiene lugar en Valladolid.
En la beatificación hoy estuvo presente monseñor Angelo Amato, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, junto a más de cincuenta obispos de toda España, que habían acudido también ayer a acompañar al nuevo arzobispo de Valladolid.
Al narrar la vida del nuevo beato, que murió a los 24 años, monseñor Amato afirmó que “fue un enamorado del Corazón de Jesús, cuya devoción predicó y propagó con todas las fuerzas de su amor y de su celo apostólico".
Su originalidad espiritual, explicó el enviado del Papa fue “la capacidad de acoger, en armonía con la mística ignaciana, la devoción al Sagrado Corazón de Jesús”, culto comenzado en Francia con santa Margarita María de Alacoque.
“Todos los bautizados estamos llamados a la santidad”, afirmó el prelado. “La santidad no debe ser exclusiva de los sacerdotes ni de los consagrados. La santidad de los laicos es hoy más necesaria que nunca para promover un estilo de vida más humano y para introducir en la sociedad terrena aquellas virtudes evangélicas que favorecen el bien y la verdad”.
El Papa Benedicto XVI quiso unirse a la celebración en Valladolid y al concluir el rezo del Regina Caeli en la plaza Granai de Floriana, manifestó “donde Bernardo Francisco de Hoyos, un sacerdote de la Compañía de Jesús, ha sido beatificado esta mañana. Demos gracias a Dios por todos los santos hombres y mujeres que ha dado a su Iglesia”.

Fuente: ZENIT.

Publicamos un resumen de su vida, acceda aquí.
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Homilía: 3º Domingo de Pascua (C)



Lecturas: Hch 5,27-32.40-41; S.29; Ap 5,11-14; Jn 21,1-19



Vivir de Jesús resucitado


P. José R. Martínez Galdeano, S.J.





Evangelio de una riqueza extraordinaria. Lo añade Juan, ya concluido el resto del libro, para corregir una idea equivocada. Todos los apóstoles habían muerto. Sólo él quedaba vivo, aunque fuese ya muy anciano. No pocos pensaban que Jesús le había prometido que estaría vivo hasta que viniese como juez al fin del mundo, que esperaban pronto. Pero Jesús no había dicho tal cosa. Juan corrige esa opinión narrando el hecho y las palabras de Jesús con precisión. Esto quiso Juan, pero Dios lo usó para transmitirnos mucho más. No pudiendo hablar de todo, nos limitamos a un punto: Jesús y nosotros en la Iglesia.

Pedro que dirige, los demás discípulos le siguen, la barca de Pedro, la tarea de la pesca, la pesca abundante siguiendo la orden de Jesús, el desayuno del pan y peces, la conciencia común de la presencia del Maestro, sin decirse nada, las preguntas de Jesús a Pedro, las palabras finales del Señor dándole su autoridad y abriéndole una luz para el futuro, todo este conjunto nos habla de la Iglesia, de su misión, de la presencia de Jesús, del alimento eucarístico, de la autoridad del Papa, de la caridad como fuente de autoridad y de gobierno, del sufrimiento y muerte con Cristo como destino último en este mundo.

Todos los que en la Iglesia bajo la autoridad de Pedro tratamos de ser de veras discípulos de Jesús, somos pescadores y estamos colaborando con su misión. No sólo obramos nuestra salvación sino que contribuimos a que otros también se salven. Cuando actuamos conforme al Evangelio, somos los apóstoles pescadores en la barca de Pedro, haciendo cada uno una tarea en parte igual y en parte diferente, pero colaborando todos en la pesca.

A veces tenemos la impresión de que Jesús no nos acompaña. Parece que no pescamos nada. El sacerdote puede tener la impresión de que a nadie le interesa lo que dice, de que la gente no se esfuerza por ser mejor, de que los fieles se confiesan por rutina, de que Jesús no es más amado. A los padres les parece que, pese a sus oraciones y esfuerzo por dar buen ejemplo y consejos a sus hijos, son más eficaces con la mascota que con ellos. Podríamos así seguir describiendo situaciones en el trabajo, relaciones sociales, los mismos grupos eclesiales. No vemos que Jesús nos acompañe en la Iglesia. Pero no es así. El está, en la orilla, en cada corazón… Y de repente, se oye su voz y viene una gran pesca: Un penitente de años, muchos años y bien arrepentido, una persona que te pide un libro o un consejo espiritual. Aunque no lo parezca, Jesús no abandona nunca a la Iglesia, siempre está con ella. También ahora, por ejemplo, en medio de toda esta tempestad desatada con los escándalos de algunos de sus sacerdotes.

Presente siempre, oculto a veces, otras veces Jesús se hace sentir. El discípulo que ama, que está convencido de que Él le ama y por eso cree ser el preferido, pues sabe que no lo merece, él se da cuenta el primero de que “es el Señor”. Él lo comunica a los demás y hay algunos que, como Pedro, hasta saltan al agua para llegar antes.

Cristo no abandona nunca a la Iglesia, está en ella. Es su cabeza y, si no estuviera unido a ella, la Iglesia, su cuerpo, moriría. El ha resucitado y ha subido al cielo, pero simultáneamente sigue con nosotros. No siempre se hace sentir, pero muchas veces sí. Es importante que ustedes conozcan algunas de las señales de que Jesús está: “Nadie de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor”.

Cuando nosotros actuamos movidos por el Espíritu de Cristo, que hemos recibido en el bautismo y nos ha integrado en la Iglesia, estamos colaborando con ella y con Cristo y estamos ejerciendo de pescadores de almas. Así obramos desde luego cuando oramos y cuando recibimos la eucaristía y demás sacramentos; pero también cuando nos esforzamos por corregir defectos que malogran la calidad de nuestro trabajo y de nuestras relaciones con los demás; y, en general, cuando procuramos hacer del modo más perfecto aquello que debemos hacer y hacemos, pues esa es la voluntad de Dios: que hagamos todo lo que hacemos y sufrimos con amor a Dios y a los demás.

Una vida así es ya una vida sumamente eficaz. Por eso dice San Juan de la Cruz que un acto de amor puro vale más que todas las obras exteriores. Nunca debemos olvidar que Jesús obró la obra de la redención sobre todo en la cruz y que hubiera podido haber predicado menos o hecho algún milagro menos; lo que no podía suprimirse de su misión es su pasión, muerte y resurrección. Esto nos prueba a todos el valor redentor del sufrimiento por Cristo y con Cristo. Es lo más santificador y salvador que cualquiera de nosotros puede ofrecer a Dios. Que nadie olvide esto, sobre todo cuando tenga que pasar algo semejante. El próximo 17 de junio será beatificado en Linares, de España, Manuel Lozano Garrido, “Lolo”. Desde los 22 años inmóvil en silla de ruedas, así 25 años y los últimos 9 años ciego. Los que tienen ancianos, enfermos en sus familias, ábranles las luces de la fe, procuren que ofrezcan su dolor a Dios con Cristo crucificado. Un gran servicio para ellos y para la Iglesia.

La presencia de Cristo se da siempre. Pero a veces parece como que su figura y más su acción se han difuminado. Hay que llamarle. Por eso no me cansaré de exhortarles a la oración. “El que busca halla, al que llama se le abre” (Lc 11,9). Sean personas de oración no sólo en la misa o en la iglesia. Hay que aprender a saludar al Señor, que sabemos que está y nos ama, cuando lo encontramos al comenzar nuestra jornada o entrar al trabajo, a agradecerle cuando algo hemos hecho bien, a saludarle cuando se nos presenta de repente, a pedirle perdón o darle excusas cuando en algo nos hemos equivocado, a pedirle ayuda cuando algo nos resulte difícil o molesto, a solicitar luz para leer la Biblia. Hagan, hermanos, de su jornada un diálogo con Dios. No cabe duda que su vida habrá cambiado y todavía seguirá cambiando. Entonces estarán haciendo realidad lo de San Pedro: “Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero”.


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Apacienta mis ovejas



P. Adolfo Franco, S.J.

Reflexión del Evangelio del Tercer Domingo de Pascua

Juan 21, 1-19



Esta hermosa página del Evangelio de San Juan, encierra muchas enseñanzas, pero además es bastante peculiar. Y es que se añadió, después que se había puesto ya un final al Evangelio. Se ve que el autor de este capítulo 21 del Evangelio de San Juan, consideraba que la enseñanza que se encerraba en esta aparición del Señor era especialmente importante.

Lo que se narra es una escena en que un grupo de apóstoles salen a pescar y por indicaciones de Jesús terminan haciendo una pesca milagrosa; una pesca milagrosa, una vez más. Pero hay algunos aspectos muy especiales en esta pesca y en esta escena. Se trata de una página muy particular en que se quiere poner de relieve el papel especial de San Pedro.

La figura de San Pedro destaca mucho en todo el pasaje: él es el que tiene la iniciativa de salir a pescar; él es que se tira al mar cuando sabe que es el Señor el que está en la orilla esperándoles; él también va a buscar la red y la arrastra hasta la orilla. Y sobre todo él tiene un largo coloquio privado con Jesús, que lo confirma en su puesto de Pastor de la Iglesia, y en que le anuncia la muerte de que va a morir.

Parecería que este pasaje viene a hacer de nexo entre la presencia de Jesús en este mundo (aunque ahora ya resucitado) y el nacimiento de la Iglesia. Diríamos que es una escena en que aparece Jesús trasmitiéndoles toda su misión a Pedro, y con él a los apóstoles.

Es una escena llena de rasgos hermosos: nos presentan a Jesús asando un pescado sin duda para sus apóstoles, y pidiéndoles que le traigan de los peces que ellos acaban de pescar. Un detalle especialmente humano de Jesús resucitado, con los suyos. Primero les ha preguntado cómo ha ido la pesca y cuando se entera (ya lo sabía) que no han pescado nada, les dice dónde están los peces. Y de nuevo se hace una pesca especialmente abundante.

Pero mientras los demás apóstoles están comiendo el pescado asado, Jesús se retira un poco con Pedro. Y le hace la triple pregunta de si lo ama; seguramente para borrar con esto definitivamente el sabor amargo que debía tener Pedro después de la triple negación. Pero no es una simple confesión de amistad. Pues a cada respuesta afirmativa de Pedro, sigue un encargo pastoral: ya que me amas, apacienta mis ovejas. O sea demuéstrame ese amor, cuidando mi Iglesia. Es un asunto de amor, pero de un amor que se muestre en las obras.

Las obras, “apacentar sus ovejas” son la verdadera respuesta que Jesús espera de Pedro. Jesús había hablado muchas veces de la oración estéril, y sin sustento: No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre. El que me ama, guardará mis mandamientos. Y en la carta de Santiago se habla también de la fe sin obras, que es una fe muerta. Y sobre todo San Juan en su primera carta, en que afirma: El que dice que ama a Dios a quien no ve, y no ama a su prójimo a quien sí ve, es un mentiroso.

Después de esta triple afirmación con que Pedro reitera su amor a Jesús. Este le anuncia la prueba más grande que Pedro le dará de su amor: Jesús le anuncia que más adelante entregaría su vida por El, con valentía; ya no volverá el miedo que tuvo la noche de la triple negación. Cuando seas mayor otro te ceñirá y te llevará donde no quieres. Y con esto le decía de qué forma glorificaría a Dios. Así se está planteando la estructura de la Iglesia que nacerá poco tiempo después. Todo debe basarse en el amor a Jesús, sin eso no hay Iglesia. El que más se destaca en la Iglesia debe ser el que más sirva a sus hermanos. La dedicación a los hermanos es asunto fundamental en la pertenencia a la Iglesia. Y finalmente la capacidad de dar la vida por el Señor, como máxima obra de servicio a Jesús y a su Iglesia.



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Agradecemos al P. Adolfo Franco S.J. por su colaboración.

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P. Bernardo Francisco de Hoyos, S.J.



Beatificación de un sacerdote jesuita




El 18 de abril de 2010, a las 10.30 h de la mañana, en la Plaza de Colón y Acera de Recoletos, se realizó la celebración de la Eucaristía en la que se proclamó al P. Bernardo Fco. de Hoyos SJ como nuevo beato de la Iglesia católica.

Presidió la ceremonia Mons. Angelo Amato, Prefecto de la Sagrada Congregación para las Causas de los Santos, en calidad de legado del Papa Benedicto XVI.

Con tal motivo compartimos con ustedes un extracto de la vida del P. Bernardo publicada en la web oficial de su beatificación.



Su vida


Murió muy joven (apenas 24 años). Había nacido en Torrelobatón (21-ago-1711). De allí, con 11 años, pasó a Villagarcía de Campos como colegial. Ingresó después en el noviciado que tenía en esa localidad la Compañía de Jesús, a punto de cumplir los 15, y pasará después por Medina del Campo (estudios de Filosofía) y Valladolid (estudios de Teología y ordenación sacerdotal). Todo, ya se ve, muy poco especial.

En su caso lo especial va por dentro: su vida de fe y amor con Cristo alcanza cotas poco comunes, con un perfil de vida mística semejante al de otros grandes santos (Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, M. Ángeles Sorazu…), viviendo ya con apenas 19 años lo que los teólogos llaman el desposorio espiritual con Jesús, en el contexto de una vida exterior de lo más común.

Es en ese marco donde hay que situar los acontecimientos que le suceden en mayo de 1733, cuando Bernardo cuenta con 21 años: Jesús le introduce en el misterio de su amor redentor por los hombres, y le pide que lo dé a conocer.

A ello dedicará sus energías mientras le dure la vida, pues dos años y medio después contrae unas fiebres malignas, y muere.Su proceso de beatificación no se introducirá hasta 1895, debido a los condicionamientos de la circunstancia histórica (dificultades que atraviesa en ese momento la Compañía de Jesús en España, y su posterior expulsión en 1767, etc.) que coincidieron, además, con los momentos más propicios para que prospere una causa (testigos contemporáneos, investigación directa de los hechos, escritos, etc).

Eso mismo explica por qué ha tardado tanto, pues tras comenzar la fase diocesana del proceso en 1895 y concluirla en 1899, enviando toda la documentación resultante a Roma para que diera comienzo la fase apostólica, la causa solo cobró ritmo a partir de la norma de la Santa Sede para las llamadas “causas históricas” (1930), en los que la falta de testigos contemporáneos se suple con una exhaustiva investigación historiográfica.





Su misión


Bernardo no tuvo misión propia. Le fue dada por el Señor. Una carta de su buen amigo, el también jesuita P. Cardaveraz, poco mayor que él, desencadenará los acontecimientos que le suceden en mayo de 1733 (contaba con apenas 21 años): descubre con asombro un libro donde está escrito mucho de lo que él está viviendo, y unos días después -nos cuenta- recibe del Señor un encargo y una promesa: la promesa, “Reinaré en España, y con más veneración que en otras partes”; y el encargo “que no se me daban a gustar -dice- las riquezas de este Corazón [de Jesús] para mí sólo, sino para que por mí lo gustasen otros”.

Desde entonces no vivirá para otra cosa. Procura la publicación de El Tesoro escondido, primer libro en español sobre el Sagrado Corazón de Jesús, escrito a instancias suyas por su director espiritual, el P. Juan de Loyola SJ; hace traer desde Italia dos moldes con los que imprime y difunde miles de estampas con la Novena; conquista para su causa al misionero popular P. Calatayud SJ, que comienza a fundar en cada pueblo por donde pasa un Cofradía del Sagrado Corazón de Jesús, como fruto precioso de la misión; contacta con obispos y miembros de la familia real para que ayuden a la extensión de este culto, y pidan al Papa la celebración de esta fiesta para España; celebra la primera novena pública al Corazón de Jesús en el Colegio de San Ambrosio...

Aquí comienza la historia de la impresionante difusión del culto al Corazón de Jesús en toda España (la de entonces, que con las regiones de Filipinas y más de medio continente americano, era casi medio mundo), con un resultado asombroso ya en vida de Bernardo, y que no dejará de crecer en lo sucesivo (gran cantidad de cofradías, imágenes, congregaciones, consagración del género humano al Corazón de Jesús…).

El núcleo de este culto se reduce a lo siguiente: Dios ama a cada ser humano. Con una pasión y una riqueza de matices que se ha dejado ver en el amor humano-divino de Jesucristo. Con un deseo inmenso de que yo corresponda a ese amor (consagración), y colabore activamente con él para que otros descubran este amor y correspondan también a él (reparación). Y ese Dios-hombre que nos ama así, está en la Eucaristía, vivo. Allí es donde puedo singularmente encontrarme con él, descubrir su amor, y corresponder a él.

Por eso la figura de Bernardo, su misión, son tremendamente actuales: hoy como nunca el mundo, desengañado de tantos sueños ideológicos y decepcionado de la propia capacidad de imprimir al progreso tecnológico, económico, etc. un rumbo genuinamente humano, necesita descubrir el rostro misericordioso de un Dios que viene a buscarnos, para ayudarnos.


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Tomado de la página web oficial.

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Para más información visite la página oficial de su beatificación:

http://www.padrehoyos.org/01_1_padreHoyos.php


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Apostolado de la Oración: Su Espiritualidad





P. Rodrigo Sánchez - Arjona, S.J.†



Los estatutos nos hablan de un programa de Espiritualidad del Apostolado de la Oración y afirman que este programa tiene como “centro el sacrificio eucarístico” y que consta de “cinco elementos”: el sacrificio de la misa con el ofrecimiento diario; el culto del Corazón de Cristo (consagración y reparación); la devoción a la Santísima Virgen (imitación, intercesión, culto litúrgico), sentir con la Iglesia y asiduarse en la oración.

A estos cinco elementos señalados en los estatutos debe ser añadido por deseo expreso del Papa Pablo VI “un intenso culto al Espíritu Santo que habita en la Iglesia y en los corazones de los fieles, como en su templo, y en ellos ora y da testimonio de la adopción de hijos”.



1º El Sacrificio de la Misa y la ofrenda diaria

El Concilio Vaticano II nos dice que la Misa es “el Memorial de la muerte y resurrección de Cristo” (SC 47). El “Memorial” no es un simple recuerdo sicológico, es ante todo un recuerdo que resucita un hecho pasado, y así la Misa al recordar la muerte y la resurrección del Señor nos las hace presente bajo el símbolo litúrgico del pan y del vino consagrados.

Así, pues, en la celebración eucarística reaparece ante nosotros de forma misteriosa el mismo sacrificio que Jesús ofreció a su Padre en la Cruz. Hay un solo sacrificio, el del Calvario; hay un solo sacerdote, Cristo; y hay una sola víctima, Cristo. El cristiano puede unirse a Cristo y se convierte en sacerdote y víctima del sacrificio redentor.

El Concilio Vaticano II nos ha hablado del sacerdote común de los fieles y nos aconseja a todos los bautizados perseverar en la oración y ofrecemos a nosotros mismos como hostias vivas, santas y gratas a Dios (LG 10).

Nuestros estatutos nos recuerdan íntegro el número siguiente de la Constitución Conciliar Lumen Gentium:

“Cristo une íntimamente a los fieles a su vida y misión y los hace partícipes de su dignidad sacerdotal en un culto espiritual para gloria de Dios y salvación de los hombres. Por esta razón los seglares, como dedicados a Cristo y unidos por el Espíritu Santo, son llamados de modo maravilloso e instridos para producir en sí mayores frutos del Espíritu. Todas sus obras, oraciones y esfuerzos apostólicos, el trato conyugal y familiar, el trabajo cotidiano, el descanso mental y corporal, si se hacen en el Espíritu, las mismas molestias de la vida, si se llevan con paciencia, se convierten en hostias espirituales aceptas a Dios por Jesucristo, las cuales son ofrecidas piadosamente al Padre en la Eucaristía, junto con la oblación de su Cuerpo”. (LG 34)

Esta larga cita del Concilio Vaticano II nos hace ver, cómo el Apostolado de la Oración y su Espiritualidad entroncan perfectamente con las enseñanzas del Concilio. Pues el Apostolado de la Oración nos recuerda que todo cristiano es sacerdote con Cristo “para ofrecer hostias espirituales” por la salvación del mundo entero. Y de esa manera la vida del socio del Apostolado de la Oración se convierte en una especie de Misa Mística, que no se celebra sólo cuando ese socio asiste a la celebración de la Eucaristía, sino que se prolonga durante todo el día como también el sacrificio de Cristo en la Cruz siempre está presente al Padre “por nuestra redención y la de todo el mundo”.

Y como el Concilio Vaticano II enseña, que la participación más perfecta en la Misa es la comunión, nuestros estatutos recomiendan a los socios la comunión frecuente y aún diaria. Y de este modo podremos los oscios del Apostolado de la Oración hacer realidad el consejo dado por el Concilio a todos los fieles:

“Recuerden todos que con el culto público y con la oración, con la penitencia y la libre aceptación de los trabajos y desgracias de la vida, con la que se asemejan a Cristo paciente, pueden llegarse a todos los hombres y ayudar a la salvación del mundo entero” (AA 16)



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La Octava de Pascua




AUDIENCIA GENERAL
DE S.S. BENEDICTO XVI


Plaza de San Pedro

Miércoles 7 de abril de 2010



Queridos hermanos y hermanas:


Hoy, la habitual audiencia general de los miércoles se ve inundada por la alegría luminosa de la Pascua. En estos días la Iglesia celebra el misterio de la Resurrección y vive el gran gozo que deriva de la buena nueva del triunfo de Cristo sobre el mal y la muerte. Una alegría que no sólo se prolonga durante la Octava de Pascua, sino que se extiende durante cincuenta días hasta Pentecostés. Después del llanto y la consternación del Viernes santo, y después del silencio cargado de espera del Sábado santo, he aquí el anuncio estupendo: "¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!" (Lc 24, 34). En toda la historia del mundo, esta es la "buena nueva" por excelencia, es el "Evangelio" anunciado y transmitido a lo largo de los siglos, de generación en generación.

La Pascua de Cristo es el acto supremo e insuperable del poder de Dios. Es un acontecimiento absolutamente extraordinario, el fruto más hermoso y maduro del "misterio de Dios". Es tan extraordinario, que resulta inenarrable en aquellas dimensiones que escapan a nuestra capacidad humana de conocimiento e investigación. Y, aun así, también es un hecho "histórico", real, testimoniado y documentado. Es el acontecimiento en el que se funda toda nuestra fe. Es el contenido central en el que creemos y el motivo principal por el que creemos.

El Nuevo Testamento no describe cómo tuvo lugar la Resurrección de Jesús. Refiere solamente los testimonios de aquellos a los que Jesús en persona se apareció después de haber resucitado. Los tres Evangelios sinópticos nos narran que ese anuncio —¡Ha resucitado!"— lo proclamaron inicialmente algunos ángeles. Es, por tanto, un anuncio que tiene su origen en Dios; pero Dios lo confía en seguida a sus "mensajeros", para que lo transmitan a todos. De modo que son esos mismos ángeles quienes invitan a las mujeres —que habían ido al sepulcro al amanecer— a que vayan en seguida a decir a los discípulos: "Ha resucitado de entre los muertos e irá delante de vosotros a Galilea; allí lo veréis" (Mt 28, 7). De este modo, mediante las mujeres del Evangelio, ese mandato divino llega a todos y cada uno, para que a su vez transmitan a otros, con fidelidad y con valentía, esa misma noticia: una noticia hermosa, alegre y fuente de gozo.

Sí, queridos amigos, toda nuestra fe se basa en la transmisión constante y fiel de esta "buena nueva". Y nosotros, hoy, queremos expresar a Dios nuestra profunda gratitud por las innumerables generaciones de creyentes en Cristo que nos han precedido a lo largo de los siglos, porque cumplieron el mandato fundamental de anunciar el Evangelio que habían recibido. La buena nueva de la Pascua, por tanto, requiere la labor de testigos entusiastas y valientes. Todo discípulo de Cristo, también cada uno de nosotros, está llamado a ser testigo. Este es el mandato preciso, comprometedor y apasionante del Señor resucitado. La "noticia" de la vida nueva en Cristo debe resplandecer en la vida del cristiano, debe estar viva y activa en quien la comunica, y ha de ser realmente capaz de cambiar el corazón, toda la existencia. Esta noticia está viva, ante todo, porque Cristo mismo es su alma viva y vivificante. Nos lo recuerda san Marcos al final de su Evangelio, donde escribe que los Apóstoles "salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban" (Mc 16, 20).

La experiencia de los Apóstoles es también la nuestra y la de todo creyente, de todo discípulo que se hace "anunciador". De hecho, también nosotros estamos seguros de que el Señor, hoy como ayer, actúa junto con sus testigos. Este es un hecho que podemos reconocer cada vez que vemos despuntar los brotes de una paz verdadera y duradera, donde el compromiso y el ejemplo de los cristianos y de los hombres de buena voluntad está animado por el respeto de la justicia, el diálogo paciente, la estima convencida de los demás, el desinterés y el sacrificio personal y comunitario. Lamentablemente, también vemos en el mundo mucho sufrimiento, mucha violencia, muchas incomprensiones. La celebración del Misterio pascual, la contemplación gozosa de la Resurrección de Cristo, que vence al pecado y la muerte con la fuerza del amor de Dios es ocasión propicia para redescubrir y profesar con más convicción nuestra confianza en el Señor resucitado, que acompaña a los testigos de su palabra obrando prodigios junto con ellos. Seremos verdaderamente y hasta el fondo testigos de Jesús resucitado cuando dejemos que se transparente en nosotros el prodigio de su amor; cuando en nuestras palabras y, más aún, en nuestros gestos, en plena coherencia con el Evangelio, se pueda reconocer la voz y la mano de Jesús.

El Señor nos manda, por tanto, a todas partes como testigos suyos. Pero sólo lo seremos a partir y en referencia continua a la experiencia pascual, la que María Magdalena expresa anunciando a los demás discípulos: "He visto al Señor" (cf. Jn 20, 18). En este encuentro personal con Cristo resucitado están el fundamento indestructible y el contenido central de nuestra fe, la fuente fresca e inagotable de nuestra esperanza y el dinamismo ardiente de nuestra caridad. Así nuestra vida cristiana coincidirá completamente con el anuncio: "Es verdad. Cristo Señor ha resucitado". Por tanto, dejémonos conquistar por el atractivo de la Resurrección de Cristo. Que la Virgen María nos sostenga con su protección y nos ayude a gustar plenamente el gozo pascual, para que sepamos llevarlo a nuestra vez a todos nuestros hermanos.


Una vez más, ¡Feliz Pascua a todos!


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Tomado de:



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Para Novios: 5º Parte - Creer siempre en el amor





P. Vicente Gallo, S.J.




Casarse con verdadero amor es importante. Pero más importante todavía es lograr que ese amor se mantenga vivo hasta el final de la vida. Y más importante aún que cada día crezca ese amor en lugar de disminuir y acaso desaparecer. Vivir juntos haciendo crecer siempre el amor de pareja, es un tarea para la que se necesita tener un aprendizaje ya antes de unirse en matrimonio. Es lo que trataremos de lograr en esta publicación.


Observemos que en la vida estamos dando importancia a diversas cosas, que en realidad la tienen, pero que no todas son importantes en el mismo grado. Hay que saber cuál de ellas tiene prioridad sobre las otras, y trabajar por mantener la prioridad puesta en ella. Eso mismo hay que aprenderlo, para saber guardarlo, en la vida de relación de pareja en el matrimonio. Gozar de buena salud; tener suficiencia económica; ver felices a los padres de ambos; ver a los hijos crecer con bienestar y comodidades; los estudios de los hijos para que tengan un buen futuro; tener una casa confortable; tener un automóvil envidia de los amigos; ser estimados ambos en el trabajo y crecer profesionalmente; tener buenas amistades; gozar de buenos fines de semana y las vacaciones; vivir muchos años juntos bien conservados; tener ahorros para lo que viniere; tener siempre buena comida y sin faltar caprichos; verse uno respetado siempre por el otro dentro de la vida en pareja.

Todas ellas son cosas muy importantes. Haciendo un listado con ellas y poniéndose a elegir tres a las que se quiera dar prioridad sobre todas las otras, o pienso que es no es muy fácil. Pero hay una cosa que debe tener prioridad por encima de todas las demás, y que no la he mencionado: “Nuestra relación de amor verdadero en la pareja”. Teniendo cualquiera de todas las restantes, o teniéndolas todas a la vez, si falta el verdadero amor en la relación de pareja, resultará un matrimonio desdichado. Y aunque falte cualquiera de las prioridades a elegir en esa lista, aunque faltaren varias, y aun todas (¡que Dios no lo quiera!); si hay verdadero amor en la vida de relación de la pareja, es ya feliz un matrimonio, a pesar de todo. Cultivar, pues, el verdadero amor en la relación de la pareja, debe ser el principal empeño de cada día, poniendo los medios que sean precisos para lograrlo. Todos los días de la vida, al despertarse para comenzar una jornada, es lo que se debe hacer como prioritario: tomar la decisión de amar al que es tu pareja suceda lo que sucediere. Los hijos mismos: solamente serán felices de veras, si ven lo mucho que sus papás se quieren; y sin ello, no serán felices aunque encuentren en casa todo lo otro que pondríamos en la lista de preferencias. Igual los padres de cada uno: no serán felices si ven el matrimonio de sus respectivos hijos cualquiera de las otras cosas, pero no ven lo mucho que se quieren; igual que se sentirán felices si ven esto, aunque no encuentren en ese matrimonio las otras cosas que hemos mencionado, que también se desea verlas, naturalmente, y en el grado mejor posible.

Serán envidia para los amigos, no por cualquiera de las cosas que ponemos en lista queriendo que no falten; sino viendo que, aunque os faltare cualquiera de ellas, hay en vuestra vida de relación un amor verdaderamente envidiable.

Un camino para lograr que ese amor de pareja sea auténtico y que cada día se acreciente es “El Diálogo”. No cualquier manera de “diálogo”, sino el que produce ser más de veras UNO en lugar de ser cada vez más DOS; y, con ese diálogo, vivir el ser UNO en el gozo de la verdadera INTIMIDAD: pudiendo decirse el uno al otro “¡qué tal suerte he tenido de haberme casado contigo!” Ese DIALOGO, solamente es aquel que consiste en tenerse tal confianza que siempre te atrevas a correr el riesgo de contar al otro algún sentimiento que te embarga, sentimiento de felicidad o sentimiento de tristeza, de temor o de rabia; para decirle a la vez las cosas que estás pensando desde ese sentimiento, y qué comportamientos estás teniendo por sentirte así.

No importa tanto la causa por la que te sientes de esa manera. Lo que importa es la seguridad de que el otro te va a escuchar con el corazón, te va a acoger con amor al decirle cómo te sientes, y que él a su vez te va confidenciar los sentimientos que él tiene y en los que igualmente necesita ser escuchado y acogido. Es tan importante este modo de “diálogo”, que siempre termina con un abrazo, un beso, un gozo único: el de sentirse amado, el gozo de verse valorado poniéndose en él tanta confianza, y el gozo de verse pertenecer al otro amándolo con toda verdad de lo que es amor, a la vez que sintiéndose no precisamente dependiendo del otro sino de veras “persona” autónoma, que libremente ama y que recibe amor sin ser chantajeada por ello.

En la vida de pareja, para ser felices y gustarlo, es necesario que cada día, todos los días de vivir juntos, se dediquen algún rato a experimentar que viven el uno para el otro, que siguen sin olvidarse. Y, a no dudarlo, el mejor modo de dedicarse un rato para vivir juntos, es ese “dialogar” en el que estamos insistiendo. Porque raro será el día, seguramente ninguno, en el que no esté afectada la vida de la pareja por algo que te produce sentimiento de gozo o sentimiento de tristeza, de temor o de cólera, o cualquiera de los sentimientos semejantes.

Recordemos la serie de motivos que vimos en la Charla del día tercero por los cuáles surge en uno de los dos, o en ambos, algún sentimiento que justifica iniciar un “diálogo” para compartirlo con el otro y ser escuchado por él. Recordemos también lo que veíamos en la Charla del segundo día como síntomas que delatan que algo no va bien en la vida de matrimonio, algo en lo que están siendo DOS en vez de UNO, y que hay que atajarlo para que no crezca y termine haciendo desaparecer el amor. Los sentimientos que por esa razón se experimenten, hay que compartirlos en el “diálogo”, y solamente así se los subsana: los sentimientos y el amor amenazado.

Hablando de la necesidad de ese diálogo diario, hay que advertir algunas cosas. Una, que no se ha de plantear ni prometer como una obligación, que sería una atadura pesada; sino como una necesidad, por la que vale la pena dedicarse a ello un rato todos los días, como todos los días se dedica un rato para comer o para hacerse el aseo. Y otra cosa: que no todos los días habrá “sentimientos” fuertes, pero que basta cualquiera de esos sentimientos para justificar el dedicarse un tiempo haciendo el debido “diálogo”; un ratito, no demasiado; para los sentimientos más fuertes que pueden ocurrir, quizás haya que dedicar una tarde de un sábado o de un domingo: quedándose a solas, con los hijos jugando en la calle o dormidos ya, poner la clave para crecer en el amor de pareja, el “diálogo” según el modo que tanto hemos repetido. El momento que sea el más oportuno, y el tiempo que se necesite.

Hay un segundo camino muy importante para crecer en el amor que en la relación de pareja deben mantenerse. Este camino es el “rezar juntos”. Somos cristianos, queremos entender el matrimonio desde la fe cristiana, y desde la fe cristiana hay que cultivarlo. Pues decir “Familia que reza unida, familia que vive unida”, es un aforismo que afirma una gran verdad. Se puede hacer de muchas maneras. Una yendo a Misa todos los domingos, yendo juntos y ojalá de la mano. Otra, comulgando juntos y de la mano, hablando después ambos con Jesús alimento de nuestro amor, y, si se puede hacer buenamente, dialogar algo delante de El. Otra, rezando juntos cada día, al compartir la comida. Otra, rezar juntos al acostarse; o también, después de haber hecho el amor sexualmente. Por supuesto, debe hacerse después de haber tenido una pelea.

Pero hay otra manera de “rezar juntos”, y es a la que especialmente quiero referirme. Me lo recuerda algo que me contó una antigua participante del Encuentro Matrimonial, ahora viuda. En una conversación muy grata, me contó que un día su nietecita se acercó a ella y le dijo con gran sorpresa suya: “Abuelita, estoy muy enojada contigo; vamos a rezar juntas”. Exactamente eso. Cuando un día estéis enojados el uno con el otro, decirse esas palabras y hacerlo; es un remedio muy eficaz contra el enojo. Cuando algún problema está afectando a uno de los dos, o a la vida de relación entre ambos, recurrir a la solución de aquella niña, decirse un “vamos a rezar juntos”, y hacerlo. Es muy buen camino, que no puede fallar, para rehacer el amor, cuando ha quedado maltrecho. Y lo es siempre para crecer en el amor que se desea tener en la vida de pareja.

Todavía hay un tercer camino para crecer en el amor que es sumamente importante. No podemos dejarlo de lado ni por rubor ni por tener reparo en tratarlo: es el tema de la “relación sexual”. Que no es solamente “hacer el sexo”; sino que es “vivir el sexo” cada uno, en la vida de relación, con todos los valores que Dios puso al hacernos sexuados. El esposo, vivir su masculinidad como aporte a la vida de pareja: la fortaleza, la constancia, la audacia en las decisiones y la firmeza en trabajarlas; hasta la rudeza propia del varón a fin de que el amor no decaiga en caricias vanas y melosidades; la fuerza en la que la mujer se apoye para sentirse segura siempre. La esposa debe vivir y aportar su feminidad: la dulzura, la generosidad y el aguante en la ayuda, cuando sobreviene la necesidad o acaso el dolor; la suavidad y finura en el saber acompañarse, los detalles amorosos que sólo la imaginación única de la mujer sabe inventar espontáneamente cuando llega el caso, hasta las lágrimas fáciles cuando se necesita el bálsamo de ellas en la relación de pareja.

Sin embargo, no dejemos en estos aspectos el “vivir el sexo” en la relación. Es también sumamente importante el acto de unirse sexualmente con verdadera pasión de amor. Como lo es la ternura que hay en los besos expresando el amor. Lo que leí en una Revista acerca de los besos: un beso en la frente significa ilusión; en la cabeza, protección; en los ojos, ternura; en la mejilla, afecto; en la boca, amor ardiente; en la nariz, equivocación; en el cuello, pasión; en la mano, cortesía; en los pies, humillación. Igualmente hay que tomar en cuenta que el acto de unión sexual puede tener distintas expresiones, hasta dependiendo del lugar del cuerpo que se quiera utilizar para hacerlo. Y también dependiendo del modo de pedirlo y de recibirlo: con verdadero amor, con simple aceptación, con desagrado o con verdadero rechazo.

No cabe duda que el sentir la Intimidad en el amor, al acabar un satisfactorio “diálogo” sobre los sentimientos, puede terminar con un profundo beso o abrazo; y también acaso con un amoroso acto de unión sexual. Mucho más cuando la Intimidad experimentada es al haber logrado, mediante un amoroso diálogo, la más sincera sanación, después de haberse herido con algún proceder grave, o con alguna tonta inconsecuencia, como suelen ser las más frecuentes heridas, casi siempre involuntarias.

La unión sexual en su función primordial es para procrear, con toda la fuerza de amor con la que hay que unirse a Dios para poner un nuevo ser en la vida. Pero no es sólo para procrear para lo que Dios puso en el hombre y la mujer la tendencia a unirse sexualmente y disfrutar del gozo gratificante, que es Dios también quien lo puso acompañando esa unión. En ese acto de unión sexual Dios se goza, y hace a la pareja partícipe de su gozo divino al ver realizado su sueño cuando creó: al hombre necesitado de la mujer, y a la mujer como respuesta para el hombre; para que en la unión de ambos mediante el amor, los dos fuesen “una sola carne”. Siendo hombre y mujer serían imagen de Dios mismo. Ambos participan del gozo de Dios, y Dios se goza al verlo.

Pero en este acto de donación mutua en el amor, es necesario, como en otros casos, saber dar, saber recibir, saber decir sí, y saber decir no cuando ese acto esté justificado; pues “hacer el amor”, que debería ser la mejor motivación para seguir amándose, puede ser la causa del desamor, o de amarse menos en vez de más. Por no haber sabido emplear esos cuatro verbos a su debido tiempo. Hay que decirse muchas cosas a la hora de realizar el amor; y es necesario saber decírselas, para que el amor sea manifiesto y para que sea un amor verdadero; con palabras o con simples gestos que hablan por sí mismos, los importantes “no verbales”.

No es raro que en parejas, casadas con mucha ilusión, llegue uno de los dos a no sentirse amado, y llegue también a no amar ya al otro; porque a su pedido siempre recibió un no como respuesta. Se llega al mismo caso de desamor cuando el uno sólo sabe pedir y nunca sabe aceptar el no del otro; igual que cuando sólo sabe ofrecer sexo, pero nunca sabe dar al otro tantas otras cosas de las que se siente necesitado o con derecho a ellas; o cuando sabe dar al otro muchas cosas, aun con abundancia, pero nunca le da la satisfacción del sexo, la mayor vivencia de intimidad; o cuando con el sexo no busca hacer al otro feliz, sino solamente gozarlo él mismo. En todo hay que cuidar el modo y la medida.

El acto de unión sexual, puede ser fuente de unión, o puede ser fuente de desunión en la pareja. Por exceso en pedir el sexo, cuando la mujer se siente ya harta del abuso del marido en el querer utilizarla sólo para satisfacer su desmedida pasión. Por la falta de “hacer el amor” sexualmente, cuando el otro puede temer que sea porque ya no se le tiene amor, o que se está satisfaciendo el instinto sexual con otra persona. También, acaso, por el modo de “hacer el amor” sexualmente, con el más craso egoísmo en vez del más generoso amor.

“Corruptio optimi pessima”, decían los latinos, que significa: “la corrupción de lo más bueno, eso es lo más malo”. Pues lo mejor, el acto de unión sexual, si se hace indebidamente, puede convertirse en algo nefasto, ser la causa del peor desamor. Todos estos aspectos acerca del uso del sexo en la vida de pareja, y los sentimientos que el uno o el otro está teniendo, son temas que no deben marginarse, sino estar atentos a ellos para dialogar oportunamente, sin que lo impidan el rubor o el temor de cómo reaccione el otro al plantear ese diálogo. Se comienza diciendo al otro lo mucho que le ama. Y al dialogar, tener en la mente que ese hablar sobre el sexo no es pecado, sino que Dios lo escucha y se complace en ver que se dialoga sobre el amor que en nosotros quiere hallar.


El amor en la vida de relación debe ser nuestra primera prioridad. Quiero rescatar en la memoria las otras cosas importantes que me gustará hallar en nuestro matrimonio; pero que siempre estén por debajo de nuestra relación de amor.


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Agradecemos al P. Vicente Gallo, S.J. por su colaboración.

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Bautistas - 3º Parte: Culto litúrgico, conclusiones del estudio y una nota sobre las Sociedades Bíblicas




Las Sectas en
Latinoamérica

25º Parte



P. Ignacio Garro, S.J.

Profesor del Seminario Arquidiocesano de Arequipa, ex profesor del Seminario de Trujillo.

3º Parte.




6.- CULTO LITÚRGICO


El culto de las iglesias bautistas se concentra principalmente en tres puntos: Predicación. Oración. Himnos.

a.- Predicación: Forma el centro de todo su servicio religioso dominical y es uno de los grandes medios de su proselitismo. Su fin es la instrucción doctrinal de los fieles y la conversión. La materia de la predicación no es uniforme y depende un poco de las circunstancias de lugar y tiempo. A veces atacan a la Iglesia Católica. No se meten en temas de política y de implicación social.

b.- Oración: Los bautistas distinguen entre la oración que se hace en casa y la que tiene lugar en la capilla o en la Iglesia. Aquí tratamos de esta última. Uno de los principales oficios del pastor bautista es ayudar en la oración de los fieles, desde el púlpito recita con pausa oraciones quevan repitiendo los fieles. Los bautistas emplean en sus serivicios religiosos diversos métodos de oración. Unas veces emplean como plegaria pasajes de la Escritura, otras veces son oraciones espontáneas pidiendo perdón por los pecados, otras alabando al Señor, etc.

c.- Himnos: Dentro del servicio religioso de los bautistas tiene gran importancia el canto litúrgico, son himnos cantos en coros formados espontáneamente por los fieles. Son conocidas sus canciones tipo "soul".

A modo de conclusión de esta sección litúrgica hagamos una síntesis de o que los bautistas denominan "Orden del Culto":

1.- Preludio: Mientras los fieles van entrando en el templo y ocupando sus asientos, el órgano va ejecutando algunas piezas religiosas que caldean el ambiente y recuerdan a todos el acto litúrgico al que van a asistir.

2.- Llamado al culto: Entonces entra en la iglesia el pastor, revestido de túnica, estola y acompañado de sus ayudantes, y a veces de todo el coro. Toca al ministro llamar la atención a los fieles sobre lo que va a tener lugar, cosa que se hace por el canto de toda la asamblea.

3.- Invocación: Es el prmer acto oficial del pastor y consiste en invocar las bendiciones de Dios sobre los asistentes. Muchos las improvisan.

4.- Interludio coral: Los fieles, que estaban de pie, se sientan, toman en la mano el libro de cantos y, según la numeración escrita que figura en el altar, acompaña o responde al coro. A veces se recitan salmos o himnos clásicos.

5.- Lectura de la Biblia: Precedido por una corta invocación, el pastor empieza la lectura de algún pasaje bíblico. El pueblo sigue atentamente, en ocasiones se responde personalmente a la lectura o con el coro.

6.- Canto de himnos: Esta es la parte más popular y conocida. Sobre todo los bautistas del Sur, de raza negra cantan muy bien y con mucha devoción.

7.- La oración pastoral: Se trata de una oración del pastor en favor de los fieles. Según algunos autores bautistas: "es el momento en que el ministro alcanza el zenit de su ministerio sacerdotal".

8.- La ofrenda: Tiene lugar en el altar. El pastor, solemnemente puesto en pie y con las manos elevadas, reza una oración, ofreciéndose a sí mismo y a sus fieles al Dios Altísimo. (Esto sustituye al sacrificio de Cristo que ofrecemos a Dios Padre los católicos real y sacramentalmente en la Eucaristía).

9.- El Sermón: El pastor predica unas palabras a tono con el acto litúrgico que allí se celebra. Entre el sermón y el final del culto puede tener lugar la administración del bautismo, o la repartición de la "comunión".

10.- Conclusión: Tiene variedad de formas. Con frecuencia es un himno final. Otras es un acto de silencio y despedida de los fieles.


Las Escuelas Dominicales


Como hemos visto en la exposición de otras sectas protestantes, las escuelas dominicales no son peculiares de los bautistas. Ponen mucho interés en que todos los domingos los niños, jóvenes y adultos, cada uno a su nivel sean instruidos en la palabra de Dios. En estas escuelas es donde aprenden toda la historia de sus iglesias bautistas y ponen mucho empeño en el aspecto proselitista. La constante de sus enseñanzas son: somos iglesias cristianas libres, democráticas, cada fiel es dirigido por el Señor. No tenemos autoridades jerárquicas, etc.



7.- CONCLUSIÓN



De la teología y doctrina bautista casi se pueden repetir todas indicaciones que hemos dado de las anteriores sectas. Es notable la influencia de la teología de la reforma protestante. Tal vez lo que más hay que destacar es el énfasis que ponen en la independencia de las iglesias, su libertad interna y sentido de democracia, en el sentido social y humano de la palabra. Caen en alguna contradicción como hemos visto, por ejemplo, dicen que no tienen ni quieren dogmas, pero tiene el equivalente a los dogmas cuando imponen condiciones en su forma de ser y de actuar. Los Bautistas tienen poca influencia en el Perú. Hemos dado una visión de conjunto lo suficientemente documentada para saber quiénes son y cómo piensan y actúan. Indudablemente que quedan muchos aspectos que detallar y aclarar.

NOTA: Sociedades Bíblicas


En nuestro medio ambiente vemos muchas veces Biblias muy bien editadas, casi siempre en Estados Unidos. ¿De dónde provienen?, ¿quién las promueve? Veamos. Las Sociedades Bíblicas son "sociedades protestantes" que tienen como única finalidad promover y facilitar la lectura de la Biblia. Claro está con la orientación e interpretación de tipo protestante. Para esto han traducido la Biblia, al menos en parte, a casi todas las lenguas más conocidas en el mundo. Las suelen vender a precios ínfimos y a veces las regalan. Sus traducciones son de la versión de Casiodoro de Reina (1569), versión de la Biblia protestante, y revisada por Cipriano Valera (1602) y después con revisiones de 1862, 1909 y 1960. Siempre existe el problema de traducción del pasaje del Anuncio del Angel a Maria, Lc 1,26. La traducción de 1 Cor 2, 27. y Hech. 13, 3. Antes no publicaban los libros deuterocanónicos 119. Ahora algunas Sociedades bíblicas sí publican estos libros deuterocanónicos.

De las Sociedades Bíblicas, la más conocida en nuestro medio ambiente es la "Sociedad Bíblica Americana" que tuvo su origen en 1827 como protesta contra la Sociedad Bíbica Inglesa. Actualmente está radicada en Miami, (Florida) EE.UU. y ha cambiado de nombre . Ahora se denomina "Sociedades Bíblicas Unidas". Editan Biblias y especialmente el Nuevo Testamento con el título "Dios habla al hombre". A continuación copio textualmente el prefacio de una de estas Biblias.

"Las Sociedades Bíblicas Unidas son una fraternidad mundial de Sociedades Bíblicas Nacionales trabajando en más de 150 países. Su propósito es alcanzar a cada persona con la Biblia o alguna parte de ella en el idioma que pueda leer y entender y a un precio que pueda pagar. Las Sociedades Bíblicas Unidas distribuyen más de 300 millones de biblias al año. Le invitamos a participar en este trabajo con sus oraciones y ofrendas. La Sociedad Bíblica en su país le proporcionará con gusto más detalles de sus actividades". (Sociedades Bíblicas Unidas). Apartado 61-281. México D.F.

Otra traducción protestante del Nuevo Testamento que se extendió mucho en nuestro medio ambiente fue "Lo más importante es el amor". Publicado por la "Liga Bíblica Mundial" P.O. Box 11. South Holland, Illinois 60473. EE. UU.

Existen otras muchas, en la misma línea de difusión y de facilitar le lectura de la Biblia. Estas sociedades bíblicas, no están consideradas como propiamente "sectas protestantes". Son asociaciones libres con un fin muy determinado. Estas asociaciones tienen actividades diversas para conseguir medios económicos para poder divulgar lo más posible la Biblia. Cuentan con sistema de contribuciones voluntarias y aportaciones económicas de personas particulares y empresas comerciales.



Referencias



119 Libros Deuterocanónicos: se aplica esta denominación a aquellos libros de la Biblia de cuya canonicidad se dudó en sectores reducidos de la iglesia primitiva, la Iglesia Católica, tras larga deliberación los aceptó como libros revelados. Luego en la reforma Lutero los consideró como no canónicos y los excluyó de la Biblia. Estos libros del A.T. son: Tobías, Judit, Baruc, Sabiduría, Eclesiástico, Libro 1º y 2º de los Macabeos. En el N. T. son: Carta a los Hebreos, Santiago, 2 Pedro, 2 y 3 de Juan, Judas y Apocalipsis.


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Para leer los capítulos anteriores:






Para informarse sobre otras sectas visite la Etiqueta SECTAS

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Agradecemos al P. Ignacio Garro, S.J. por su colaboración.


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Homilía: 2º Domingo de Pascua (C)


Lecturas: Hch 5,12-16; S. 117; Ap 1,9-13.17-19; Jn 20,19-31


Dichosos los que creen

P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J.



Es la tarde del domingo de pascua. El sol ya se ha puesto. En rigor, según la forma de dividir los días, propio de los judíos, ha comenzado ya el lunes, el segundo día de la semana. Están prácticamente todos. De los discípulos sólo falta Tomás. Jesús se ha aparecido a Pedro y todos creen ya que “ha resucitado el Señor”. Llegaron también los dos fugitivos de Emaús y contaron su experiencia con Jesús resucitado. Ellos no eran de los Doce; era imposible; a ellos no todos les creyeron. Estaban discutiendo. Y Jesús se presenta. Algunos no lo pueden creer. San Lucas lo señala bien. La misma maravilla de estarle viendo vivo es tan grande que les resulta un obstáculo y no pueden creerlo.

Cuando se lo cuentan todo a Tomás… ¡es imposible! Si no estaba ya el domingo, tal vez fue porque, muy realista, llegó enseguida a la conclusión de que todo había terminado en un fracaso enorme y que había que tirar por otro lado; tal vez inconscientemente estaba frustrado y molesto por su preterición, pese a ser de los Doce; los sentimientos humanos son a veces muy difíciles de interpretar; en definitiva rechazaba totalmente la posibilidad de la resurrección de Jesús. Sin embargo esta vez permaneció en el grupo –misterios humanos–; eso lo iba a salvar.

Tres verdades de fe aparecen significadas en las apariciones que narra el evangelio de hoy: La resurrección de Cristo y su presencia en la comunidad de los creyentes, esto es en la Iglesia; la conformación de la Iglesia en una sola y única iglesia por la fe de todos en Cristo resucitado; y el poder de la Iglesia para perdonar los pecados en el sacramento de la penitencia.

Los dos últimos versos del texto indican que Juan finaliza aquí su evangelio. Se he escrito para que nosotros creamos en Jesús y creamos que Jesús es el Mesías prometido en el Antiguo Testamento y además es el Hijo de Dios, y por fin para que creyendo tengamos vida en su Nombre, es decir una vida distinta de la meramente humana, una vida que nos hace hijos de Dios para siempre. La fe en Cristo no es una idea mental más, es una vida nueva que penetra y enriquece a toda la persona, si bien su conocimiento llega por la revelación de Dios, en la que se cree y se acepta. El domingo que viene veremos cómo Juan añadió luego otro capítulo, el que es ahora el último.

Este evangelio habla de nuestra fe, la que estamos llamados a practicar todos los días, la fe de los cristianos de a pie, la fe del que está en el grupo, en la Iglesia. Es un regalo de Dios precioso. Con esta fe se tiene una vida nueva, se recibe el Espíritu Santo y se vive de él. De esta fe que comunica el Espíritu Santo habló Juan Bautista, de ella habló Jesús a la mujer samaritana, la prometió Jesús a todo el mundo y particularmente a sus discípulos en la última cena, en el día de la resurrección, como vemos hoy, en la cruz y en la despedida de su presencia corporal visible cuando la Ascensión.

Se trata de vivir la fe. La fe es la virtud que nos inclina a confiar en Dios, aceptando lo que Él nos ha manifestado. Puede aumentar. San Lucas dice que los discípulos pidieron un día a Jesús que les aumentase la fe (17,5). Jesús contesta confirmando la corrección de la pregunta. El mismo Jesús habla de fe grande y pequeña.

“El justo vive de la fe” (Rom 3,11). El aumento de la fe es la primera gracia que nos aporta la vivencia de la resurrección de Jesucristo. Tal vivencia se hace cada vez más viva, más fuerte, porque Dios con su gracia la va haciendo crecer. María Magdalena y las mujeres vieron primero el sepulcro vacío, luego el ángel y luego a Cristo. También los de Emaús escucharon con atención y se dejaron instruir, le invitaron a quedarse y le vieron y tal vez recibieron la Eucaristía. Tomás escuchó, aunque no creyó permaneció con los demás y tuvo la fantástica gracia de que Jesús aceptara su desafío y le venciera. También nosotros hemos resucitado con Cristo (Col 2,12). Y podemos tener conciencia de esta resurrección por la propia experiencia debidamente discernida.

Ustedes saben que en la misa en la que estamos participando Cristo está presente orando con nosotros y ofreciendo al Padre su sacrificio del Calvario. Ustedes pueden unir a ese sacrificio la aceptación de todo lo que les hace sufrir y de todo lo que obran. Háganlo con decisión y sin lamentos, y también con perfección. Ustedes saben que las lecturas y su explicación son palabra de Dios. Si escuchan con la debida atención, si se dejan examinar por ella y caen en la cuenta de los aspectos que incumplen y se duelen por ello y proponen esforzarse en cumplirla con más precisión, es que su fe esta creciendo. Cuando ustedes escuchan los “buenos días” de Dios por la mañana y se los dan a Él, y proponen cumplir su voluntad y le piden su ayuda y la protección del ángel de la guarda, su fe está actuando. Así podríamos ir recorriendo su jornada, sus relaciones familiares, su trabajo, sus dificultades, sus cruces, sus posibles tentaciones, etc. Todo esfuerzo que les sitúe interiormente ante Dios, que les abra a ayudar, servir, consolar, animar a hacer bien su trabajo, a que su esposa, su esposo, sus hijos, sus padres, hermanos, profesores o alumnos, compañeros de trabajo, cualquier persona, se sienta respetado, acogido y valorado, créanme que es un ejercicio de la fe, la hace crecer y manifiesta la razón de su esperanza. Si lo hacen y con la gracia de Dios en tanto y cuanto lo consigan mejor, me atrevo a asegurarles que Jesús ha resucitado y está vivo en ustedes. Por eso pidan ustedes a Dios esa gracia de vivir la resurrección, de crecer en la fe.

En este momento saben todos ustedes que la Iglesia pasa por un momento difícil, debido a pecados de parte de algunos de sus sacerdotes, que no han estado a la altura de las exigencias de su misión. El problema es triste y duro. El Papa sufre, nosotros también. Y no es fácil acertar con las medidas más oportunas para el bien de las almas, que es el fin supremo de la Iglesia, dejando siempre abierto el corazón al hijo pecador para que vuelva. Pero tengamos fe. El sabe sacar de los males bienes. Oremos mucho y ofrezcamos sacrificios por esos sacerdotes, por el Papa. Es posible que Dios lo haya permitido para corregir en la Iglesia una cierta permisividad en la exigencia de la moral sexual ante el bombardeo que ha sufrido y sufre por parte de quienes promueven la supresión de toda limitación moral en este campo y ahora se rasgan las vestiduras de manera que no deja de ser hipócrita.

“La piedra que desecharon los arquitectos, es ahora la piedra angular” (S. 117,22). Cristo resucitado es esa piedra sobre la que se funda nuestra vida. “Estaba muerto y ahora vivo por los siglos de los siglos. No temas”. Basta con creer. El que cree vive ya y vivirá por los siglos.
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Salto de fe



P. Adolfo Franco, S.J.


Reflexión del Evangelio del Segundo Domingo de Pascua
Juan 20, 19-31



Jesús resucitado se manifestó en diversas ocasiones a los suyos, y especialmente a los apóstoles. Juan en este párrafo nos narra dos de sus apariciones a los apóstoles, ocurridas a una semana de distancia, la una de la otra: la primera el mismo día de la resurrección, y la segunda el domingo siguiente, tal día como hoy.

En ambas se manifiesta la dificultad de los apóstoles en creer. Y es que la resurrección no es un hecho como los demás hechos que ocurren a nuestro alrededor. Para los hechos normales basta tener los ojos abiertos y los oídos atentos; basta aplicar nuestras manos al objeto que se nos presenta para percibir que es real; pero la “realidad” de la Resurrección es de otro orden, y no basta el conocimiento normal para llegar a esa “realidad”. Hace falta la fe.

Los apóstoles ven, tocan, y sin embargo no acaban de aceptar. Incluso piensan que es un fantasma el que está delante de ellos. La actitud de Tomás es más dura aún: él pone condiciones para creer: “si yo no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo”. Es la respuesta que nosotros presentamos ante la resurrección de Jesucristo, y ante las verdades sobrenaturales: queremos medirlas con nuestros métodos de conocimiento. Y para pasar de nuestro conocimiento de las realidades habituales al de las “realidades” superiores, a las verdades sobre Dios, hace falta saltar. El salto de la fe, que es un don de Dios. Y hace falta saltar porque el hilo de nuestra lógica nos tiene atados a un espacio pequeño, el espacio que alcanzan nuestros sentidos y nuestra racionalidad; para llegar más allá hace falta saltar.

La resurrección de Jesucristo es el acontecimiento fundamental, es el suceso central, la obra de Dios por excelencia, que da sustento a todo lo que Jesús ha enseñado. San Pablo dirá que si Cristo no ha resucitado, nuestra fe es vana. Si la resurrección no fuera un hecho real, al creer en Cristo creeríamos lo que no existe, fundaríamos nuestra existencia sobre la nada. Pero, Pablo afirma en seguida, que sí, Cristo de verdad ha resucitado.

Hay que considerar también otras riquezas contenidas en estas apariciones: principalmente los dones que Jesús viene a entregar a la Iglesia, y los entrega a la Iglesia depositándolos en los apóstoles: son tres dones principalmente explícitos en esta aparición: La Paz, que deriva de la salvación: es la Paz con Dios, en primer lugar, la paz que había sido rota en el Paraíso por el pecado de Adán: la paz que debemos establecer interiormente y que debemos comunicar.

El segundo don que Cristo les entrega a los apóstoles es su propia misión; El ya ha cumplido la tarea, ha fundado todo, y le ha puesto cimientos: la Iglesia ahora debe ser la continuadora de la obra de Cristo.

Y finalmente les regala el don del Espíritu Santo. Que es la nueva fuerza de que estarán invadidos todos los creyentes, individualmente y sobre todo reunidos en comunidad. Claro que es más que un don, porque es el Espíritu de Dios. Y este Espíritu se manifiesta por el perdón de los pecados: los pecados pueden ser perdonados (quitados de raíz) porque es el Espíritu de Dios el que actúa cuando los apóstoles y sus sucesores dicen: “tus pecados quedan perdonados”. El don del Espíritu vendrá sobre los apóstoles en plenitud el día de Pentecostés, pero ya Jesús resucitado les da un anticipo. Este Espíritu, que es la Tercera Persona de la Santísima Trinidad es el gran don que Cristo ha ido prometiendo a los apóstoles en su despedida: El les revelará todo; y es tan importante para los apóstoles, que hasta hace conveniente que Cristo marche de este mundo al Padre. Este Espíritu es la fuerza purificadora que nos limpiará de nuestros pecados.



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Agradecemos al P. Adolfo Franco S.J. por su colaboración.


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Para Novios: 4º Parte - Sacramento del Matrimonio





P. Vicente Gallo, S.J.




Los cristianos llamamos “Sacramentos” a ritos visibles que significan y dan la gracia de la Salvación que tenemos en Jesucristo. Uno es el Bautismo, el cuál, mediante el agua que, como en el Diluvio, mata la vida que no merecía vivir y da la vida a los que con Noé, siendo justos, merecían ser la humanidad nueva; así en el incorporado a Cristo por la fe en El y ese rito con agua, mata al hombre primero cuya vida es morir, y le da el vivir nuevo por el que vivirá para siempre con Dios hecho hombre “muerto en la Cruz por nuestros pecados y resucitado para nuestra salvación”. Habría que explicarlo debidamente, pero de momento basta la formulación que hacemos.

Otro Sacramento es el Matrimonio. Un hombre y una mujer bautizados, mediante la entrega que se hacen jurándose ante Dios la decisión de amarse para siempre, dan muerte al amor humano tan frágil y caduco, para entrar en el amor con que Dios nos ama, que es un amor que nunca fallará y que ni la muerte podrá romperlo.

En el mundo se llama “amor” a cualquier cosa, a un simple atractivo caluroso, que puede significar una mera ilusión desde la necesidad sentida de tener pareja, un mero deseo de que ese atractivo perdure para siempre, o un vulgar atractivo sexual para satisfacerse a costa del otro. Puede significar también algo más serio. Pero como simple afecto humano que es, inevitablemente carece de verdadera consistencia; puede desvanecerse por cualquier motivo más fuerte que sobreviniere, y de todas maneras es tan caduco que está amenazado por la muerte. ¿Con qué ilusión luchar por algo tan endeble y engañoso? “En adelante, no serviré a quien se puede morir”, dijo un Santo.

Los cristianos, hombre y mujer, entienden las cosas desde la fe; no sólo desde el puro sentimiento. Entienden que ese afecto sentido de atracción mutua para casarse es una llamada de Dios, por la que les manifiesta que les hizo el uno para el otro. Cuando, conociéndose más, ven que así es en efecto, deciden responderle a Dios que sí, que deciden libre y responsablemente tomarse como esposos y mantenerse fieles el uno al otro amándose, respetándose, y ayudándose mutuamente todos los días de su vida.

Entendemos, pues, que esa decisión la toman desde la fe firme por la que conocen que su amor es cosa de Dios; y que por voluntad de El, y no sólo de ellos, deciden tomarse como esposos. Ese amor que se tienen y se juran mantenerlo para siempre, entienden que es el amor mismo de Dios en nuestros corazones. Nuestro corazón, desde el Bautismo, es de Dios, como lo es el amor de Cristo a quien estamos entregados para ser su cuerpo; el amor con el que se sienten llamados a ser esposos, no sólo es obra de Dios, sino que es el amor con el que Dios los ama, y con el que Dios quiere amar a cada uno desde el corazón del otro. Un amor que no sea solamente de palabras o de besos, sino de entrega fiel al otro, respetándose siempre y ayudándose en todo mutuamente. “Amaos unos a otros como Yo os he amado”; “Como el Padre me ha amado a mí así os he amado yo: permaneced en mi amor”, sed prolongadores de mi mismo amor, dice Jesús. “No hay amor más grande que dar la vida por aquel a quien se ama”, añade: no viviendo en adelante para uno mismo, ni a costa del otro; sino dándole vida al otro, desviviéndose uno mismo para que de ello viva el otro.

Porque “amar es entregarse olvidándose de sí, buscando lo que al otro pueda hacerle feliz; qué lindo es vivir para amar, qué grande es tener para dar, dar alegría y felicidad, darse a uno mismo, que eso es amar. Si amas como a ti mismo y te entregas a los demás, verás que no hay egoísmo que no puedas superar; ¡qué lindo es vivir para amar, qué grande es tener para dar, dar alegría y felicidad, darse uno mismo, eso es amar!”. Tú (se señala a él) le juras a Dios que vas a amarla a ella tu esposa, todos los días de tu vida, tanto como la ama Dios. Y tú (se señala a ella) le juras a Dios, no a los hombres, que le vas a amar a él tu esposo, todos los días de tu vida, tanto como Dios le ama. El corazón de cada uno, que es de Dios, será el corazón con el que Dios quiere amar al otro todos los días de vuestra vida. “En las alegrías y en las penas, en lo próspero y adverso, en la salud y en la enfermedad”, en los días o momentos felices y en los penosos, en todas las situaciones. Pero insistiendo en que se promete hacerlo así “todos los días”, no algún día que otro, ni dejando que se pasen muchos días sin hacerlo así. Desde la fe no se dice “hasta el fin de la vida”; porque ni la muerte los separará, sino que a través de ella pasarán a amarse allá para siempre y de la manera más total, sin limitación posible, de verdad y “sin límites”, igual que como los ama Dios, ya de veras.

Ese amor como Dios nos ama, dice San pablo, es comprensivo (como Dios nos comprende siempre y nos ama); y es servicial (no de meras palabras o gestos amorosos, sino de obras de servicio, como Dios nos ama dándonos todo cada día y también cuando hemos pecado); ese amor no tiene envidia (doliéndose uno de que él ama más y el otro le ama menos); ese amor no es arrogante (pavoneándose de amar así); no se hace engreír (ni tampoco engríe al otro, sino que busca lo auténtico); no actúa con bajeza (ni con disimulos que ofenden); no busca el propio interés (“te muestro amor para ver qué saco de ti”); no se irrita (por hastío o por sospechar no sé qué); no toma cuentas del mal (como anotándolo todo en una libreta para un día poder echarlo en cara); no se alegra de la injusticia (gozándose de “te he pescado en una”); sino que se alegra con la verdad (tomando muy buena nota de todo por lo que el otro merece ser de veras amado). El amor disculpa sin límites (sin hallar cosa que no pueda disculpar, juzgando de inocente al otro mientras no se demuestre que es culpable y, aun así, perdonando); cree sin límites (siempre sigue creyendo en el otro); espera sin límites (esperando en el otro aun a pesar de todo); soporta sin límites (sin tirar nunca la toalla, con un “ya no soporto más”); ese es el amor que nunca pasa (el que hace la indisolubilidad matrimonial).

Cualquier otro amor en el que se haya creído y con el que una pareja se une en lo que se llama matrimonio, será un amor sin consistencia. Por mucho que se juren ante un representante del Estado que se amarán para siempre, se tomará constancia de ello aun por escrito; pero llegado el caso en que ya no se amen, esa misma autoridad que los vio casarse, hará constar que se separan dejando de ser matrimonio. Ahora bien: si es a Dios a quien se le ha dicho, comprometiéndose a amarse no con una amor cualquiera sino como los ama Dios a cada uno y a ambos como casados, la palabra dada a Dios no puede retractarse, ni el amar como Dios ama puede dejar de existir. Si se aman como Dios los ama, y lo hacen todos los días de su vida, como a Dios se lo han prometido, ese amor es indisoluble porque no puede dejar de ser verdadero siempre. Y es el amor que de veras hace felices a los dos.

“Maridos, dice San Pablo: amen a sus esposas como Cristo ama a su Iglesia, que se entregó a sí mismo por ella, la purificó y la santificó con la Palabra y mediante el Bautismo del agua. Porque si es cierto que deseaba una Iglesia espléndida, sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada, él mismo debía preparársela y presentársela así para él”. Cristo no encuentra a su Iglesia limpia ni hermosa, ni a vosotros ni a mí; pero nos ama como un esposo a su esposa; la desea a su Iglesia digna de él, “radiante, sin mancha ni arrugas ni cosa parecida, sino hermosa y santa, y él mismo es quien debe preparársela para presentársela así”. Así ha de amar el esposo a su mujer e igual la esposa a su marido: no por hallarse el uno al otro tan perfectos, sino haciéndose siempre perfectos el uno para el otro.

Si es sentencia de Dios “se harán los dos una sola carne”, esposo y esposa deben amarse uno al otro como se ama al propio cuerpo, razona San Pablo: nadie aborrece a su propio cuerpo por lo malo que encuentre en él, sino lo que lo cuida y lo alimenta; como Cristo hace con su Iglesia porque somos parte de su cuerpo. “Este es un misterio grande -concluye San Pablo- que yo lo refiero a Cristo y a su Iglesia; por lo que a vosotros os digo que cada uno ame a su esposa como a sí mismo y la mujer ame así a su marido”. Cada uno de vosotros, desde el Bautismo, sois la Iglesia de Cristo, a la vez que sois Cristo mismo, su Cuerpo, la humanidad que El ha hecho suya. Desde cada uno, Cristo ama a su Iglesia que es el otro; y cada uno es la Iglesia, que corresponde con amor a Cristo que la ama como Esposo enamorado, con verdadero amor de Dios. ¿Se puede dar un enamoramiento mejor? Con ese amor han de vivir en matrimonio los cristianos.

Exactamente esto mismo lo podemos aplicar a nuestra vida los sacerdotes en la relación con nuestra Iglesia, es decir, con aquellos creyentes que Dios nos confía a cada uno para pastorearlos en nombre del único Pastor Cristo. Nuestro celibato, no es efectivamente por la razón de que no tengamos sexualidad definida de hombres o carezcamos de la inclinación normal del sexo. Tampoco es porque consideremos que el casarse para hacer uso del sexo es cosa peor que el renunciar de por vida a ese uso. Sencillamente es porque Cristo nos ha llamado, porque El lo ha querido, para que sirvamos a su causa de la salvación estando en su lugar: “Como el Padre me ha enviado a mí, así os envío yo a vosotros”. Para trabajar en su lugar y en su nombre.

Somos presencia misma de Cristo, “lugar tenientes de Cristo”, dice San Pablo: y así nos han de hallar quienes nos ven. Siendo así “Alter Christus”, “Cristo mismo”, estamos desposados con la Iglesia que El nos confía para amarla y salvarla: esa Iglesia es “nuestra esposa” como lo es de Cristo; Cristo en nosotros será el Esposo fiel de esa Iglesia. Como sacerdote diré a todos en nombre de Dios, vosotros sois esa Iglesia mía, a la que Cristo en mi persona quiere amarla como El vino del Cielo para amarnos. Y los sacerdotes debemos aprender de los esposos cristianos para saber amar a nuestra Iglesia con amor real, como la ama Cristo. Los esposos cristianos, a su vez, deben aprender a amarse como Cristo los ama, viendo a los sacerdotes cómo aman a su Iglesia; con la misma verdad y la misma fidelidad como Cristo ama.

Lamentablemente no suele ocurrir que los esposos aprendan a amarse viendo cómo aman los sacerdotes a su Iglesia, a esos mismos esposos, por ejemplo. Y los sacerdotes tampoco suelen tener mucho interés de aprender a amar a su Iglesia, a quienes se acercan a ellos, viendo cómo se aman los esposos. Les exigen a los esposos que se amen, sí, pero no les enseñan con su ejemplo cómo se ama de la manera como ama Cristo. Aunque así debería ser. Y en el amor que los esposos se tengan, todos quienes los vean deberán poder aprender cómo se ama según su distintivo y su precepto: “Como yo os he amado”. Amándoos de esa manera, los sacerdotes y los esposos seremos presencia de Cristo, que ha de ser hallado en nuestro amor.

Todo lo que hemos reflexionado en esta Charla, seguramente parecerá muy novedoso y desconocido. Pero no dudemos de que es lo fundamental para entender no sólo lo que es el “casarse por la Iglesia”, sino también lo que es el Matrimonio como Sacramento. Más todavía: que el matrimonio es un Sacramento no sólo en el momento en que se casan una pareja de creyentes cristianos, sino que es un Sacramento que ha de vivirse permanentemente, todos los días, y hasta el fin de la vida. Entendiendo también que todas las infidelidades que en el vivir en pareja se puedan tener en esa exigencia de amarse como Dios los ama a cada uno, es pecar contra Dios y es pecar igualmente contra la Iglesia a la que se le da la palabra de amarse siempre y de ese modo. Y que es a la Iglesia, y a Dios mediante ella, a la que hay que pedir perdón, para con ese perdón seguir en la palabra dada de amarse. Es a la Iglesia a la que se deja en mal lugar pecando contra el amor jurado, y la Iglesia a la que se hace Santa con el perdón de Dios.

Cuando en la vida del matrimonio cristiano, en la pareja se ofenden, esos esposos es a Cristo a quien ofenden; al que verdaderamente hieren es a su Amor. Esos esposos, en consecuencia, no sólo tienen que perdonarse siempre, sino sanar la herida que se hicieron el uno al otro. Porque es el Cuerpo de Cristo al que ha sido herido, y es al que se tiene el deber de sanarlo, con la más verdadera sanación. La que consiste, quede bien claro, no solamente en “perdonar” y perdonar de veras, sino en sanar la herida de tal manera que esa herida deje de existir. Como es el perdón de Dios cuando nos perdona. Teniendo siempre en cuenta que el “perdonar de veras” y aun el “sanar de veras”, no es lo mismo que olvidar. Podemos dar por cierto que Jesús no se ha olvidado de que Pedro le negó aquella noche de la Pasión; no lo puede olvidar; pero no sólo le tiene perdonado, sino que desde entonces le ama mucho más. Como tiene que darse en toda sanación.

Somos “cristianos”. No podemos dejar al margen nuestra fe, sino, por el contrario, es en ella en la que debemos basarnos para amarnos de veras tanto como nos ama Dios. Si no se entiende así el Matrimonio, además de que no significaría nada el “casarse por la Iglesia”, no seríamos distintos de los matrimonios no cristianos. No estaríamos haciendo un mundo distinto, un mundo salvado por Cristo, un mundo nuevo y mejor, el que todos deseamos tanto, y el que tanto desea Dios para esta perdida humanidad.

Ser matrimonios cristianos, vivir cada día juntos el Sacramento, es el mejor aporte que se puede dar a la humanidad desde la inquietud social que se tenga como cristianos; porque el mundo será lo que sean los matrimonios, las familias, y se necesita de quién poderlo aprender. Esta es la razón por la que ver al Matrimonio cristiano como SACRAMENTO no es una simple consideración piadosa un tanto marginal; sino lo más importante que se ha de ver al hacerse conscientes del casarse no de cualquier manera firme, sino “casarse por la Iglesia” como suele decirse sin entender lo que eso es. No es “casarse en una Iglesia”, ni creer que es el sacerdote quien los casa; son los novios quienes se casan, ante un sacerdote como testigo, que los recibe en nombre de la Iglesia. Y de veras “se casan por la Iglesia”; siendo Iglesia de Cristo, se casan según su Ley.

Siendo “cristianos”, es decir, “de Cristo”, se da que “Nosotros somos la Iglesia”, la Iglesia de Cristo. Y casarse deberá ser como quienes tienen esa fe de “ser de Cristo”. Pero casarse siendo de Cristo, será para hacer su mismo Cuerpo de Dios, al que nadie puede tener derecho a romperle en sus miembros. Por eso es definitiva la sentencia de Jesús acerca del Matrimonio como lo estableció el Creador desde el principio, cuando “creó al hombre y a la mujer, hombre y mujer los creó”, y consiguientemente “lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre” (Mt 19, 4-6).



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Escribir una carta a tu pareja diciendo las maneras específicas como prometes amar tú al otro todos los días, para ser felices tanto como Dios lo desea para ambos, en ese matrimonio que El soñó cuando les hizo el uno para el otro, y que los destina a ambos a su misma felicidad de Dios.


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Agradecemos al P. Vicente Gallo, S.J. por su colaboración.


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Bautistas - 2º Parte: Teología y Sacramentos



Las Sectas en

Latinoamérica

24º Parte


P. Ignacio Garro, S.J.


Profesor del Seminario Arquidiocesano de Arequipa, ex profesor del Seminario de Trujillo.


2º Parte.



4.- PRINCIPIOS FUNDAMENTALES TEOLOGICOS



Cuando se pretende colocar a los bautistas en el marco general de la teología protestante, surgen serias dificultades. Lo primero es por el número tan amplio de sus iglesias, lo segundo es su principio de que es antiescriturístico fundar la unidad doctrinal de un sistema teológico sirviéndose de "credos elaborados por manos humanas". Sin embargo, ellos mismos tienen el Examen de sus Fórmulas de Fe de Londres (1644. 1677). La Confesión de Hampshire (1833), adoptadas como doctrinas oficial por los bautistas pariculadores,o conservadores. Estos pertenecen a la escuela calvinista. En su tipo de organización eclesiástica son congregacionalistas. Hay que añadir que los bautistas, más que cualquier otro grupo de secta protestante, ha cundido desde finales del siglo pasado una ruptura definitiva con la escuela bautista liberal, de tipo racionalista, en contra de su corriente más fundamentalista y literalista en la interpretación de la Biblia.

Teniendo en cuenta estos datos pasemos a dar unas breves indicaciones sobre los principios básicos de la teología bautista:

1.- Dominio absoluto de Jesucristo que ha revelado su voluntad en la Biblia
2.- Soberanía y libertad plenas del alma humana, dirigida inmediatamente por Dios en todo lo relativo a su vida religiosa.


Siguiendo el más puro estilo protestante, los bautistas se glorían de ser "los hombres de un solo libro": La Biblia. Y dicen:

"La Bblia, es la divina revelación dada por Dios a los hombres, la guía completa e infalible de autoridad en materias de fe y de religíón. Cuanto ella enseña debe ser creído, cuanto ella manda debe de ser obedecido, cuanto ella recomienda debe de ser aceptado como bueno y provechoso, cuanto en sus páginas se condena, debe de ser evitado como malo y peligroso. Por el contrario, nada que no conste en la Biblia puede imponerse en las conciencias como obligatorio bajo el punto de vista religioso" .111

Los bautistas han llevado a extremos insospechados las consecuencias de esta afirmación, rechazando como inaceptable toda formulación de fe que no se base en la palabra revelada de la Biblia. Algo semejante ocurre en lo relativo al principio de la plena libertad individual. En sus escritos se hacen continuamente grandes elogios de esta independencia personal en materias religiosas:

"Los bautistas creemos que toda alma tiene derecho de allegarse a Dios como le plazca. Dios no hace distinción de personas. Por eso negamos a cualqier papa, sacerdote, santo, virgen, institución eclesiástica o cualquiera otra cosa en el cielo o en la tierra que impida el derecho de comunicación del alma con Dios, su Creador. Sólo hay "un mediador entre Dios y los hombres Jesucristo". 112

"Todos los hombres tienen derecho a creer, practicar y enseñar públicamente las opiniones religiosas que les plazca, con tal que no sean contrarias a la moralidad común ni hagan injusticia a los demás". 113

"Hablando estrictamente, dice un bautista liberal, no puede haber herejía en nuestra iglesia puesto que no puede haber ningún credo que suscribir; no hay entre nosotros credos porque, al contrario de lo que ocurre en el híbrido eclesiasticismo de otras denominaciones protestantes, los bautistas se aferran al derecho de la libertad de conciencia, del juicio privado, y de la libre expresión". 114

Y sin embargo, en la experiencia práctica de la vida vemos que estos criterios son muy fáciles de decir, teóricamente hablando, pero en la realidad lleva al mayor subjetivismo y error que uno pueda imaginar, crea una verdadera anarquía doctrinal. Esto lleva a un individualismo enorme y ha arrastrado a una espantosa fragmentación de sus iglesias, provocando la continua separación y división. Si el criterio teológico y doctrinal que ellos manejan fuera auténticamente evangélico debería propiciar la unión entre ellos y entre todos los cristianos, y sin embargo, no es así.

Para los bautistas la única fuente de autoridad es la Biblia. Ponen especial énfasis en el Nuevo Testamento. Así, para ellos, la autoridad suprema y final es Jesucristo el Salvador y Señor de la vida. Y dicen:

"Creemos que la Biblia es la autoridad escrita para guiarnos en conocer la voluntad de Dios, y en saber y creer y cómo portarnos. Vemos en el Nuevo Testamento la fuente para nuestras creencias en cuanto a la doctrina, la Biblia es la base para reunirnos con otros cristianos y buscar la norma de cooperación. Si otros grupos aceptan otras fuentes de autoridad, entonces no hay base para la unión". 115

Es verdad que este principio sólo es aplicable a la autoridad de Cristo en las Sagradas Escrituras. Pero no hemos de olvidar que, en muchos casos, es la iglesia bautista particular la que señala a sus seguidores las normas concretas de interpretación de las Escrituras. Así pues, los bautistas critican que la Iglesia Católica tenga autoridad alguna para dar pautas para la lectura e interpretación de las Escrituras, y a su vez las iglesias bautistas, cada una de ellas como iglesia particular, orientan a sus fieles y dan normas de cómo leer e interpretar la Sagrada Escritura. Nos hallamos, a fin de cuentas, con una nueva autoridad, la de la iglesia particular bautista, que nos enseña y dirige con normas concretas cómo leer la Sagrada Esritura. Con lo cual caen en una gran contradicción, niegan la autoridad apostólica de la Iglesia Católica para sustituirla por la de ellos.



5.- SACRAMENTOS



¿Qué piensan los bautistas acerca del Bautismo? Para los bautistas el bautismo es simplemente una "ordenanza" de Cristo. Sólo tiene validez el bautismo de adultos y según el rito de inmersión (es decir, cuando el fiel sumerge todo su cuerpo en el agua). Ellos alegan que así fue el bautismo de Cristo en el Jordán, 116 Mt 3, 16. O el bautismo del etíope bautizado en el río por el Apóstol Felipe, Hech 8, 26-40. Los bautistas realizan el rito del bautismo por inmersión sólo a los adultos, a aquellos que han llegado a la madurez de hacer una profesión de fe personal y tras una etapa de conversión.

Rechazan el bautismo de los niños, pues dicen que es una "especie de bautismo mágico" que practica la Iglesia Católica. Sin embargo, teniendo en cuenta el instinto tan arraigado en las comunidades cristianas de celebrar y proteger a cualquier niño recién nacido, muchos bautistas, en la actualidad, tiene ahora sus servicios de consagración a los niños. Así expresan el compromiso de los padres y de la comunidad ceryente de asegurar a los niños una formación cristiana y para que a su debido tiempo y maduramente pidan ser bautizados por inmersión. n general, existe un consenso entre las iglesias bautistas acerca de la forma del ritual del bautismo y de celebrarlo por inmersión para sólo adultos. Pero las interpretaciones que hacen del significado del bautismo son muy variadas. Por ejemplo, hay quienes ven en el bautismo una respuesta del hombre a la invitación salvífica de Dios. Es por lo tanto, un acto del hombre no una acción salvífica de Dios. Ellos dicen que la acción salvífica ya vino en Jesucristo. Ahora Dios nos ha dado en Cristo su palabra viva y la promesa de una vida nueva. Dicen, el bautismo es un acto de una aceptación de un adulto en la fe. Así como el matrimonio es una confirmación pública de un amor ya existente y aceptado entre dos personas, así el bautismo es un testimonio externo de una realidad interior. Para ellos, el bautismo no crea una realidad salvífica, sino que simplemente la confiesa públicamente. Este punto de vista para los católicos no es aceptable. Dios nos ha ofrecido la salvación del pecado y una vida nueva en Cristo. Y este mérito de Cristo está depositado en su Iglesia y se le concede a aquel que acepta en la fe a Cristo, con el bautismo Dios nos quita el pecado original, nos hace hijos de Dios, hermanos en Cristo, partícipes de su naturaleza divina, y herederos del cielo. El Bautismo, como toda gracia es ofrecida por Dios a los hombres en el ámbito de la Iglesia y por medio de los siete sacramentos. Así los méritos objetivos que Cristo obtuvo en su muerte y resurrección se aplican subjetivamente en cada nuevo bautizado. Esta es la doctrina católica.

La Cena del Señor, otro sacramento que los bautistas difieren seriamente con los católicos es el de la Cena del Señor, también llamado por nosotros Eucaristía. La Cena del Señor es el término que se utiliza entre los bautistas para referirse a la "ordenanza" que se observa cuando se recuerda el cuerpo quebrantado y la sangre derramada de nuestro Señor. Los bautistas suelen observar la Cena del Señor durante un culto regular en la iglesia local. Cristo encargó a las iglesias la responsabilidad de reunirse entre los cristianos y participar en la Cena como un modo de recordar su sufrimiento y su muerte por los hombres. Es necesario tener la unidad doctrinal y espiritual para poder participar en la cena del Señor, a fin de que tenga significado entre los cristianos. De aquí, ellos deducen que cualquier cristiano de otra iglesia o secta que piensen de diversa manera que ellos no pueden paticipar en la Cena del Señor de los bautistas. Como se ve para los bautistas los elementos de la Cena del Señor son meramente simbólicos y de recuerdo. No hay verdadero sacramento de transubstanciación del pan en su Cuerpo y del vino en su Sangre, como fue en realidad en el día de Jueves Santo y lo es cada vez que se realiza la Santa Misa y así lo enseña la Iglesia Católica.

La Iglesia de Cristo, en ningún campo doctrinal aparecen los bautistas tan radicales como en su concepción de qué cosa es la Iglesia de Cristo. Su concepción de qué es la Iglesia difiere de las restantes iglesias protestantes, no sólo por su estructura y funcionamiento externo sino por la concepción misma de lo que es el Cuerpo Místico de Cristo en la tierra. A juzgar por sus escritos, se diría que la Iglesia, tal y como ellos la conciben, es una institución meramente humana. A veces afirman, de manera alegórica, que Cristo es su cabeza y que vive en ella por medio de su Espíritu. Pero no se avanza más cuando se les presiona para que expliquen mejor sus definiciones y se contentan con decir que:

"no hay pruebas suficientes en el Nuevo Testamento para suponer que Cristo organizara formalmente su Iglesia, aunque se pueda decir que la creara". 117

Esta visión meramente naturalista de qué es la Iglesia de Cristo nos explica en parte el resto de su concepción eclesiológica. Muchos de sus autores reconocen, admitiendo la teoría calvinista, que existe una Iglesia invisible, formada por todos aquellos que tienen fe en Dios y han sido redimidos por Cristo. De ahí, que todo lo institucional y visible de la verdadera Iglesia: Orden Jerárquico, los diversos grados ministeriales: Obispo, Presbítero, Diácono, etc, aparezca a sus ojos como algo accidental y secundario. Ellos propugnan la ausencia de cualquier tipo de Jerarquía, y promueven la total libertad de sus fieles, la ausencia de Credos y Dogmas. Para completar estas teorías los bautistas tienen a mano un instrumento mágico y es la Biblia y la interpretación libre de sus textos. Y así cayendo en contradicción y descartando toda una tradición Apostólica confirmada por la Biblia misma (N.T. cartas de Pablo y Pedro) dando una interpretación ambigua llegan a la afirmación de que la única interpretación correcta conforme a las Sagradas Escrituras es la hallada por los bautistas. Escribe Mullins:

"La inmensa mayoría de las pasajes neotestamentarios usa la palabra Iglesia para indicar una congregación local, compuesta por personas que creen en Jesucristo y que se han juntado para fomentar la vida cristiana, mantener los mandatos y la disciplina y propagar el Evangelio. Jesucristo es el único Señor de la Iglesia. Esta existe para cumplir sus mandatos y no tiene sobre la tierra otra misión que cumplir. No debe formar ninguna clase de alianzas con el Estado... Su gobierno es democrático y autónomo. Cada iglesia es libre e independiente. Ninguna iglesia particular, ni grupo alguno de ellas, tiene autoridad alguna sobre las demás". 118

Los bautistas no tienen obispos ni inspectores oficiales. La iglesia, o congregación local "contrata o despide" al ministro, elige a sus propios oficiales (llamados dáconos y funcionarios) y posee y administra sus propiedades. Por eso los bautistas sostienen que la iglesia local es una "democracia independiente". Para ellos su modelo de vida eclesial, son las primeras iglesias cristianas como las describen Hechos y Pablo en 1Cor, Rom 2.

Para ellos esta autonomía que dan a las iglesias locales no impide que existan Convenciones y Asociaciones libres de iglesias bautistas que así lo determinan y así poder cooperar entre ellas en la propagación del evangelio. Las resoluciones de las Convenciones y Asociaciones no son sino meras recomendaciones no tienen carácter determinativo. Está fuera de su ámbito que, por cualquier medio, se obligue o intimide a cumplir esas recomendaciones. Por otra parte, la cooperación de cualquier iglesia con la Convención es libre y voluntaria, pero por otro lado, si no coopera una iglesia con las demás iglesias, es claro que limitará las posibilidades de la obra de coooperación en llevar el Evangelio a los perdidos. El no cooperar es pecado contra Dios porque El mandó evangelizar el mundo.

El gobierno de las iglesias, para comprender el concepto bautista de gobierno eclesiástico, conviene traer a la memoria las prerrogativas y limitaciones que atribuyen al gobierno de la iglesia. En sus escritos y publicaciones se alude constantemente al carácter "democrático" del gobierno de sus iglesias en oposición al carácter "autocrático" (que atribuyen a la Iglesia Católica), el carácter "episcopaliano" (que atribuyen principalmente a los ortodoxos griegos y anglicanos) y al "presbiterianismo", que funciona a base de pastores, ancianos y diáconos, sometidos al presbiterio, al Sínodo y a la Asamblea General. Ellos, por el contrario, dicen que su régimen eclesiástico es totalmente "popular", en el sentido de que se ha llegado a un igualitarismo casi perfecto en materia de oficiales eclesiásticos y a una participación muy activa del pueblo en todo lo que concierne a los asuntos religiosos de su iglesia.

Los historiadores bautistas insisten en que las palabras Obispos, Presbítero, Diácono, no significan órdenes diversos ministeriales (como dice la Iglesia Católica), sino que son sencillamente "oficios distintos" de personas de la misma categoria religosa y social. Por eso para ellos el pastor tiene una autoridad muy limitada: "no posee magisterio autoritativo, ni poder temporal o espiritual para imponer penas de cualquier género". Su influjo apostólico depende de se personalidad y de la maestría con que trate a sus fieles. Los diáconos se encargan del cuidado de los enfermos y de la administración de los bienes temporales.



Referencias:


111 Hicox, "The New Directory", Pág. 11.
112 "We Southern Baptist", Declarations: Págs: 17 y 18. Y Proposiciones nº IV y VI.
113 Hiscox, Op. Cit. Pág. 12.
114 Foster, "The Finality of the Christian Religion". Chicago, 1909, Pag, 18.
115 J. Giles, "Esto creemos", Pag. 28.
116 Por lo visto los bautistas, ignoran que el bautismo de Cristo en el Jordán, no es un bautismo de iniciación de vida religiosa, (de hecho Jesús no se bautizó para pertenecer a una religión nueva o porque dió un cambio de vida) sino que era un bautismo penitencial dentro del ritual judío, llamado "ablución mayor".
117 "Intercomunion", New York, 1951
118 Citado por, W. O. Carver en "The Baptist Concepction of the Church", New York, 1945, Pag. 71.




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Agradecemos al P. Ignacio Garro, S.J. por su colaboración.

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