Homilías: Domingo 7º T.O. (B)

Lecturas: Is 43,18-25; S. 40; 2Cor 1,19-22; Mc 2,1-12

El Cristo en que creemos
P. José Ramón Martínez Galdeano S.J.


Seguimos con la catequesis de San Pedro en Roma. Es ahora el capítulo segundo. El texto que hemos leído dice: “Cuando a los pocos días volvió Jesús a Cafarnaúm”. Es interesante el dato. Jesús empezó su predicación fuerte en Galilea en Cafarnaúm. Estuvo casi una semana, luego se ausentó. Diríamos que no quería ser “secuestrado” por los habitantes de Cafarnaúm. Quería llevar su palabra a otros lugares galileos. En esta gira curó al leproso. Luego regresó. Nuestra traducción litúrgica dice que regreso “a los pocos días”. ¿Cuántos? La traducción de la famosa Biblia de Jerusalén dice: “días después entró de nuevo en Cafarnaúm”. El texto griego podría traducirse por “pasados unos cuantos días”; creo que indica un tiempo no muy largo, pero tampoco demasiada inmediatez; podrían ser diez a treinta días, por ejemplo.

Es interesante este dato para darse cuenta de cómo está escrito el evangelio de Marcos. No quiere ser una historia, es decir una narración cronológica, narrando los sucesos en el orden temporal en que han sucedido. Es, como ya expliqué, una catequesis, que va exponiendo con un cierto orden puntos de fe. Ya dije cómo Marcos está mostrando con los hechos a la persona y misión de Jesús: Jesús, el Hijo de Dios, viene a salvar a los hombres de sus pecados, es decir a salvarlos del Demonio. Y así se muestra desde el principio por la autoridad de la palabra y los milagros. El milagro de hoy viene a ser una preciosa culminación, clarísima además, de toda la narración anterior. No sucede inmediatamente, no se dice nada de las cosas que Jesús dijo e hizo en su viaje, que no sabemos lo que duró ni lo que dijo ni por donde anduvo. Todo eso no interesa ahora al catequista, que es Pedro. Lo que le interesa es proponer desde el principio lo que es Jesús y a qué ha venido.

Tras haber descrito el ambiente de entusiasmo popular con que el pueblo en general recibe el mensaje y milagros de Jesús, en el segundo capítulo se expone la actitud negativa y suspicaz de los poderes sociales de aquel tiempo, sobre todo escribas y fariseos.

Pero además en este milagro Pedro viene a resumir lo que desde el principio debe quedar claro en la mente de sus catecúmenos. El texto da a entender que la casa, su casa, es la de Pedro, de la que ha hablado antes. Es conocida, los arqueólogos la han encontrado, es bastante amplia y cercana a la sinagoga. Al menos en la zona de entrada, en donde Jesús está enseñando, no hay un segundo piso. Los detalles de la narración muestran una vez más al testigo ocular, a Pedro. El tejado son unas maderas, que sostienen unas losetas sueltas que se quitan y ponen fácilmente. Jesús conoce por ciencia superior a la humana, es decir que por ser Dios, la fe de los cuatro portadores, el arrepentimiento de sus pecados por el enfermo y los pensamientos de los letrados, esto es de los escribas, expertos en la Ley. Todo está indicando de alguna manera que Él es Dios. En sus palabras se autodenomina “el Hijo del Hombre”, como el personaje misterioso de la profecía de Daniel, venido del Cielo, a quien “se le dio imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron, cuyo imperio es un imperio eterno, que nunca pasará y cuyo reino no será destruido jamás” (Dan 7,14), y dice que puede perdonar los pecados lo mismo que curar la enfermedad, es decir que tiene el poder de Dios, que es Dios. Y lo demuestra sin más con una orden al paralítico, que además recibió fuerzas para cargar con la camilla a la vista de todos.

Para Pedro este milagro es una prueba clara de lo que afirma ya en el primer verso del evangelio: “Evangelio de Jesucristo Hijo de Dios”. De esta forma con este milagro Pedro (si queremos Marcos) viene a sintetizar el misterio de Jesús: Dios, que se ha hecho hombre para liberar a los hombres de sus pecados.

Este miércoles de ceniza vamos a comenzar la Cuaresma. Es un tiempo en el que la Iglesia nos llama a tomar conciencia de nuestros pecados y a acercarnos a Cristo para obtener su perdón.

Este evangelio nos plantea también a nosotros la cuestión, como a aquellos escribas: ¿En qué Cristo estamos dispuestos a creer? Algunos piensan en un cristo que les asegure dinero, salud, bienestar, tranquilidad en este mundo y en el otro. El Jesús real es el de la Cruz, el que perdona los pecados a los arrepentidos, a los que están decididos a corregir su conducta, el Jesús de las Bienaventuranzas, el que ama hasta dar su vida, el Jesús de los humildes. Es bueno hacerse alguna pregunta. ¿Qué me hace falta para considerarme feliz? ¿Tener más plata, tener amigos poderosos, gozar de la vida...? No buscas a Cristo. Si te topas con Él, imposible que lo reconozcas a menos que des un cambio radical.

Pero si crees y estás arrepentido, aunque hayas pecado, aunque estés paralítico en muchas virtudes, nada puede resistir ante el poder de Cristo. Todo lo demás son trucos y trampas, engañabobos. Yogas, relajaciones orientales u occidentales, drogas, trucos psicológicos... El pecado, el vicio, el desorden moral no lo cura más que el médico de las almas, Jesucristo. Es lo que hemos escuchado en la primera lectura de Isaías, que anuncia a Jesucristo: “Miren que realizo algo nuevo”. ¿Qué es esto nuevo? Son los sacramentos, es el dolor de pecados y faltas, es la compañía de la Iglesia, es la oración humilde que invoca de Dios la gracia del Espíritu Santo para arrepentirse, para huir de la tentación, para perdonar, para dejar el alcohol o la droga, para superar defectos inveterados. “Tú no me invocabas... me avasallabas con tus pecados y me cansabas con tus culpas. Yo, yo era quien por mi cuenta borraba tus crímenes y no me acordaba de tus pecados”. Él, Él es siempre el que se adelanta, el buen pastor que va en busca de la oveja perdida. Todos tenemos alguna faceta en la que andamos perdidos. Vayamos, dejémonos llevar, mirémosle a Él, escuchemos, respondamos, pongámonos de pie, demos gloria a Dios, porque cosas como ésta las vemos ahora diariamente.

La conversión de Rusell Yunt

Testimonio de un ex-protestante convertido al catolicismo.


"Sé fuerte y valiente... el Señor tu Dios estará contigo donde quiera que vayas." (Josué 1:9) Hace años, adopte el verso de Josué 1:9 como mi " verso favorito para la vida." Usted lo puede encontrar en mi saludo de correo de voz, en mi dirección de e-mail, y en la placa de mi coche (JOS 1 9). Poco comprendía entonces cuánta fuerza y coraje necesitaría para el viaje por delante... y para el viaje de regreso a casa.

Traducido por Jorge Baca R.

Estoy agradecido de haber sido educado por unos padres cristianos fieles en una familia muy amorosa. Desde que recuerdo, asistíamos a una pequeña iglesia “Discípulos de Cristo”, en las zonas rurales de Kentucky, donde la familia de papá había adorado a Dios por generaciones. Cuando llegó el momento de aventurarse fuera a la universidad, me inscribí en Campbellsville College (ahora Universidad de Campbellsville), una iglesia Bautista afiliada del Sur, alrededor de dos horas al sur de mi ciudad natal. Allí se reunieron algunos de los mejores cristianos imaginables y descubrí todo tipo de oportunidades para crecer en la fe.

En algún momento de 1999 o 2000, mientras que yo estaba viviendo en Nebraska, compré una copia de Patrick Madrid el libro “Todo amigo de Dios es un amigo mío”, trataba lo que explica la doctrina católica sobre la comunión de los santos. (Creo que fue en un buro de limpieza en una librería.) Sin embargo no lo leí de inmediato,. Eso lo hice después de que mi esposa Bonnie y yo nos habíamos trasladado a Iowa. Un hombre joven y devotamente católico se mudo a vivir en la próxima casa junto a la nuestra. Hasta ese momento, mi comprensión sobre el catolicismo había sido bastante limitada, y quería saber más acerca de la religión de mi vecino.

Terminé el libro de Patrick Madrid, y a continuación, empecé a leer más material Católico. Yo estaba seguro de estar completamente en desacuerdo con la teología catolica, pero para mi sorpresa, los escritores confirmaban mi sentido común y afirmaban mucho de lo que ya habia creído hasta entonces, pero a la vez me preguntaba ¿Podría ser que la Iglesia Católica Romana, con su historia manchada de su misteriosa y rituales, ser realmente cristiana? Después de eso descubrí “Envoy magazine”, una revista de apologética católica, y sorprendido por la verdad, una colección de historias de conversiones a la fe católica. Sabía que muchas personas habían abandonado la Iglesia Católica a otras confesiones, pero no al revés. La gente realmente se convierte al catolicismo? Parecía que si.Una noche después del trabajo, Bonnie deslizó la próxima pieza del rompecabezas en su lugar. El marido de un compañero de trabajo también se había interesado en el catolicismo y estaba considerando la posibilidad de unirse a la Iglesia Católica. Deseosos de comparar notas con alguien, llame a Mike, y encontramos que habían hecho algunos de los mismos descubrimientos. Un domingo por la tarde nos sentamos en el café en Barnes & Noble a discutir teología, y no nos dimos cuenta de que, habían transcurrido cuatro largas horas.

En ese momento, sabía que estaba en serios problemas. Si la Iglesia Católica era realmente la viva iglesia del Nuevo Testamento establecido por Jesús y los apóstoles, ¿cómo permanecer fuera de Ella? Pero… ¿qué pasa con María, el purgatorio, el Papa, la confesión con un sacerdote, las oraciones a los santos, indulgencias, el escándalo de la pedofilia, y todos los otros obstáculos? Tenía que haber un defecto fatal en algún lugar de catolicismo, pero a pesar de que he buscado diligentemente, no he podido encontrarlo.

En cambio, he encontrado que algunas creencias católicas en particular, la sucesión apostólica y la presencia real de Cristo en la Eucaristía, se remontan claramente al primer siglo. Mis descubrimientos me fascinaron y me asustaron . ¿Había ido demasiado lejos Lutero? ¿Habían arrojado al bebe junto con el agua en la tina durante la Reforma? Poco a poco, nuestros amigos y familiares atraparon el viento de mi nuevo interés. Algunos estaban intrigados, otros se horrorizaron. En el verano de 2003, Mike y yo oímos hablar acerca de Conferencia en la Universidad Franciscana de Steubenville Ohio sobre la defensa de la Fe. En un soleado jueves por la tarde nos subimos a la minivan de Mike y se dirigió hacia Ohio en Steubenville, las piezas del rompecabezas realmente sobre la iglesia Católica se reunieron por fin. Regresé a casa sabiendo que la de todas aquellas personas yo podría un día convertirse en católico.

Luego las cosas realmente comenzaron a ocurrir rápidamente. Hubo un acalorado debate una noche en casa de un amigo en Minneapolis, que le llevo a enviarme una larga carta de ocho páginas explicando los errores en mi pensamiento. (Yo respondí con 20-paginas con 73 notas de pie de página) Luego vinieron algunos igualmente intenso e-mails de otro amigo en Omaha. Yo ya había escuchado sólida enseñanza católica para defenderse de todos los argumentos que se ofrecen, aunque al principio no siempre los presente bien.

En cada experiencia hubo un cambio de vida, llega un momento en que uno ya no puede dar marcha atrás, un punto de no retorno. Todas las pruebas indican que la Iglesia Católica, a pesar de las deficiencias de sus miembros en todos los niveles a través de los tiempos, fue la más completa y auténtica manifestación de cristianismo bíblico. También sabía que un retraso en la obediencia no es la obediencia a todos. Me inscribí en un programa de RCIA y entre en la Iglesia en una Misa de Vigilia Pascual el 10 de abril de 2004. A lo largo de mi tiempo de búsqueda y descubrimiento, Bonnie mi esposa pudo mantener su cordura. Dos años más tarde, ella entró en la Iglesia. Esperamos y rogamos que nuestro viaje sea alentar a otros cristianos, católicos y no católicos por igual, especialmente a nuestros amigos y familia. Y no vamos a detenernos de orar hasta que todos hayan hecho el viaje de regreso a casa.

! Casa! ... en mi mente, es una palabra que mejor describe la Iglesia. En las primeras etapas de mi viaje a la iglesia, pasaba todos los días rumbo a mi trabajo por un templo, y me sentía inexplicablemente movido en el interior. Ahora sé que es la presencia eucarística de Cristo llamándome a mí, "Vamos adentro, Russell, no tenga miedo”, usted pertenece aquí, esta es tu casa. Nunca he abandonado el cristianismo de mi vida temprana, en cambio, he encontrado una expresión más profunda de mi cristianismo en lo que considere alguna vez más el lugar mas reprobarle que es la Iglesia Católica Romana. Chesterton lo dijo mejor: "En el momento en que los hombres dejen de tirar en contra de [la Iglesia Católica] sienten un remolcador que los jala. En el momento en que dejen de gritar ¡abajo!, empiezan a escuchar con placer. En el momento en que intentan ser justos con élla, empiezan a ser aficionados de la misma. Pero cuando el afecto ha pasado un cierto punto, comienza a asumir la trágica y amenazante grandeza de una gran historia de amor”. No todos los momentos de mi viaje han sido felices por supuesto. En 2005 me fui de algo seguro, el pago de la buena tarea de trabajar a tiempo completo en una maestría en estudios religiosos en una universidad católica. En lugar de ser más educado en la fe católica, fui hostigado en la clase de estudios del Antiguo Testamento por hablar del Pecado Original, y en otra clase yo era la única persona dispuesta a intervenir en apoyo de "Humane Vitae. (yo podría haber sido el único que la había leído completa.) Ni que decir tuve que salirme de la universidad. Gracias a Dios por la Iglesia católica y amigos que me apoyaron durante ese tiempo! Rezo para que Dios de alguna manera use mi experiencia amarga para el uso de su gloria.

A cualquiera que lea esta lectura en algún lugar a lo largo de la ruta, me permito extender la invitación de regresar a casa. Usted pertenece aquí al igual que yo. Jesús nos ha llamado a una Iglesia una, santa, católica y apostólica. Sus hermanos y hermanas en el Señor están a la espera de recibir con los brazos abiertos. Vamos a casa, la cena está esperando sobre la mesa. "Bienaventurados los que son llamados que el matrimonio hasta la cena del Cordero." (Apocalipsis 19:9)


La gracia y la paz, Russell Yount , Cedar Rapids, Iowa


Dios te siga bendiciendo en abundancia.

Si eres católico.

No olvides que como cristianos que somos, debemos de buscar como renovar nuestra vida en Cristo(Jn 15,1-7) e impulsar nuestro apostolado para traer a mucha gente a los pies de Jesucristo(Mt 28,18-20) y no dejar esa labor a las sectas o iglesias protestantes que no poseen la plenitud de los medios de salvación.
Si eres evangélico, mormón o testigo de Jehová te invito a que conozcas en serio lo que es la fe cristiana (Ef 4,13), la BIblia (2 Tes 2,15) y la Iglesia de Cristo (Ef 5,25). Estudia la historia del cristianismo y ora para que Dios siga actuando en tu vida. Dios te ama y espera en el redil de plenitud que ha dejado: La Iglesia católica(Mt 16,18).
Yo simplemente deseo cumplir la voluntad de Dios en plenitud.(Mt 7,21-23) ¿Y usted...?

Recuerda que debes de luchar por conocer, vivir, predicar, celebrar y defender tu fe para ser un auténtico cristiano.


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Tomado de:

Mensaje del Santo Padre Benedicto XVI para Cuaresma 2009

"Jesús, después de hacer un ayuno durante cuarenta días y cuarenta noches, al fin sintió hambre" (Mt 4,2)


¡Queridos hermanos y hermanas!


Al comenzar la Cuaresma, un tiempo que constituye un camino de preparación espiritual más intenso, la Liturgia nos vuelve a proponer tres prácticas penitenciales a las que la tradición bíblica cristiana confiere un gran valor —la oración, el ayuno y la limosna— para disponernos a celebrar mejor la Pascua y, de este modo, hacer experiencia del poder de Dios que, como escucharemos en la Vigilia pascual, “ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos” (Pregón pascual). En mi acostumbrado Mensaje cuaresmal, este año deseo detenerme a reflexionar especialmente sobre el valor y el sentido del ayuno. En efecto, la Cuaresma nos recuerda los cuarenta días de ayuno que el Señor vivió en el desierto antes de emprender su misión pública. Leemos en el Evangelio: “Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. Y después de hacer un ayuno durante cuarenta días y cuarenta noches, al fin sintió hambre” (Mt 4,1-2). Al igual que Moisés antes de recibir las Tablas de la Ley (cfr. Ex 34, 8), o que Elías antes de encontrar al Señor en el monte Horeb (cfr. 1R 19,8), Jesús orando y ayunando se preparó a su misión, cuyo inicio fue un duro enfrentamiento con el tentador.

Podemos preguntarnos qué valor y qué sentido tiene para nosotros, los cristianos, privarnos de algo que en sí mismo sería bueno y útil para nuestro sustento. Las Sagradas Escrituras y toda la tradición cristiana enseñan que el ayuno es una gran ayuda para evitar el pecado y todo lo que induce a él. Por esto, en la historia de la salvación encontramos en más de una ocasión la invitación a ayunar. Ya en las primeras páginas de la Sagrada Escritura el Señor impone al hombre que se abstenga de consumir el fruto prohibido: “De cualquier árbol del jardín puedes comer, mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comieres de él, morirás sin remedio” (Gn 2, 16-17). Comentando la orden divina, San Basilio observa que “el ayuno ya existía en el paraíso”, y “la primera orden en este sentido fue dada a Adán”. Por lo tanto, concluye: “El ‘no debes comer’ es, pues, la ley del ayuno y de la abstinencia” (cfr. Sermo de jejunio: PG 31, 163, 98). Puesto que el pecado y sus consecuencias nos oprimen a todos, el ayuno se nos ofrece como un medio para recuperar la amistad con el Señor. Es lo que hizo Esdras antes de su viaje de vuelta desde el exilio a la Tierra Prometida, invitando al pueblo reunido a ayunar “para humillarnos —dijo— delante de nuestro Dios” (8,21). El Todopoderoso escuchó su oración y aseguró su favor y su protección. Lo mismo hicieron los habitantes de Nínive que, sensibles al llamamiento de Jonás a que se arrepintieran, proclamaron, como testimonio de su sinceridad, un ayuno diciendo: “A ver si Dios se arrepiente y se compadece, se aplaca el ardor de su ira y no perecemos” (3,9). También en esa ocasión Dios vio sus obras y les perdonó.

En el Nuevo Testamento, Jesús indica la razón profunda del ayuno, estigmatizando la actitud de los fariseos, que observaban escrupulosamente las prescripciones que imponía la ley, pero su corazón estaba lejos de Dios. El verdadero ayuno, repite en otra ocasión el divino Maestro, consiste más bien en cumplir la voluntad del Padre celestial, que “ve en lo secreto y te recompensará” (Mt 6,18). Él mismo nos da ejemplo al responder a Satanás, al término de los 40 días pasados en el desierto, que “no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4,4). El verdadero ayuno, por consiguiente, tiene como finalidad comer el “alimento verdadero”, que es hacer la voluntad del Padre (cfr. Jn 4,34). Si, por lo tanto, Adán desobedeció la orden del Señor de “no comer del árbol de la ciencia del bien y del mal”, con el ayuno el creyente desea someterse humildemente a Dios, confiando en su bondad y misericordia.
La práctica del ayuno está muy presente en la primera comunidad cristiana (cfr. Hch 13,3; 14,22; 27,21; 2Co 6,5). También los Padres de la Iglesia hablan de la fuerza del ayuno, capaz de frenar el pecado, reprimir los deseos del “viejo Adán” y abrir en el corazón del creyente el camino hacia Dios. El ayuno es, además, una práctica recurrente y recomendada por los santos de todas las épocas. Escribe San Pedro Crisólogo: “El ayuno es el alma de la oración, y la misericordia es la vida del ayuno. Por tanto, quien ora, que ayune; quien ayuna, que se compadezca; que preste oídos a quien le suplica aquel que, al suplicar, desea que se le oiga, pues Dios presta oído a quien no cierra los suyos al que le súplica” (Sermo 43: PL 52, 320, 332).

En nuestros días, parece que la práctica del ayuno ha perdido un poco su valor espiritual y ha adquirido más bien, en una cultura marcada por la búsqueda del bienestar material, el valor de una medida terapéutica para el cuidado del propio cuerpo. Está claro que ayunar es bueno para el bienestar físico, pero para los creyentes es, en primer lugar, una “terapia” para curar todo lo que les impide conformarse a la voluntad de Dios. En la Constitución apostólica Pænitemini de 1966, el Siervo de Dios Pablo VI identificaba la necesidad de colocar el ayuno en el contexto de la llamada a todo cristiano a no “vivir para sí mismo, sino para aquél que lo amó y se entregó por él y a vivir también para los hermanos” (cfr. Cap. I). La Cuaresma podría ser una buena ocasión para retomar las normas contenidas en la citada Constitución apostólica, valorizando el significado auténtico y perenne de esta antigua práctica penitencial, que puede ayudarnos a mortificar nuestro egoísmo y a abrir el corazón al amor de Dios y del prójimo, primer y sumo mandamiento de la nueva ley y compendio de todo el Evangelio (cfr. Mt 22,34-40).

La práctica fiel del ayuno contribuye, además, a dar unidad a la persona, cuerpo y alma, ayudándola a evitar el pecado y a acrecer la intimidad con el Señor. San Agustín, que conocía bien sus propias inclinaciones negativas y las definía “retorcidísima y enredadísima complicación de nudos” (Confesiones, II, 10.18), en su tratado La utilidad del ayuno, escribía: “Yo sufro, es verdad, para que Él me perdone; yo me castigo para que Él me socorra, para que yo sea agradable a sus ojos, para gustar su dulzura” (Sermo 400, 3, 3: PL 40, 708). Privarse del alimento material que nutre el cuerpo facilita una disposición interior a escuchar a Cristo y a nutrirse de su palabra de salvación. Con el ayuno y la oración Le permitimos que venga a saciar el hambre más profunda que experimentamos en lo íntimo de nuestro corazón: el hambre y la sed de Dios.

Al mismo tiempo, el ayuno nos ayuda a tomar conciencia de la situación en la que viven muchos de nuestros hermanos. En su Primera carta San Juan nos pone en guardia: “Si alguno que posee bienes del mundo, ve a su hermano que está necesitado y le cierra sus entrañas, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?” (3,17). Ayunar por voluntad propia nos ayuda a cultivar el estilo del Buen Samaritano, que se inclina y socorre al hermano que sufre (cfr. Enc. Deus caritas est, 15). Al escoger libremente privarnos de algo para ayudar a los demás, demostramos concretamente que el prójimo que pasa dificultades no nos es extraño. Precisamente para mantener viva esta actitud de acogida y atención hacia los hermanos, animo a las parroquias y demás comunidades a intensificar durante la Cuaresma la práctica del ayuno personal y comunitario, cuidando asimismo la escucha de la Palabra de Dios, la oración y la limosna. Este fue, desde el principio, el estilo de la comunidad cristiana, en la que se hacían colectas especiales (cfr. 2Co 8-9; Rm 15, 25-27), y se invitaba a los fieles a dar a los pobres lo que, gracias al ayuno, se había recogido (cfr. Didascalia Ap., V, 20,18). También hoy hay que redescubrir esta práctica y promoverla, especialmente durante el tiempo litúrgico cuaresmal.

Lo que he dicho muestra con gran claridad que el ayuno representa una práctica ascética importante, un arma espiritual para luchar contra cualquier posible apego desordenado a nosotros mismos. Privarnos por voluntad propia del placer del alimento y de otros bienes materiales, ayuda al discípulo de Cristo a controlar los apetitos de la naturaleza debilitada por el pecado original, cuyos efectos negativos afectan a toda la personalidad humana. Oportunamente, un antiguo himno litúrgico cuaresmal exhorta: “Utamur ergo parcius, / verbis, cibis et potibus, / somno, iocis et arctius / perstemus in custodia – Usemos de manera más sobria las palabras, los alimentos y bebidas, el sueño y los juegos, y permanezcamos vigilantes, con mayor atención”.
Queridos hermanos y hermanas, bien mirado el ayuno tiene como último fin ayudarnos a cada uno de nosotros, como escribía el Siervo de Dios el Papa Juan Pablo II, a hacer don total de uno mismo a Dios (cfr. Enc. Veritatis Splendor, 21). Por lo tanto, que en cada familia y comunidad cristiana se valore la Cuaresma para alejar todo lo que distrae el espíritu y para intensificar lo que alimenta el alma y la abre al amor de Dios y del prójimo. Pienso, especialmente, en un mayor empeño en la oración, en la lectio divina, en el Sacramento de la Reconciliación y en la activa participación en la Eucaristía, sobre todo en la Santa Misa dominical. Con esta disposición interior entremos en el clima penitencial de la Cuaresma. Que nos acompañe la Beata Virgen María, Causa nostræ laetitiæ, y nos sostenga en el esfuerzo por liberar nuestro corazón de la esclavitud del pecado para que se convierta cada vez más en “tabernáculo viviente de Dios”. Con este deseo, asegurando mis oraciones para que cada creyente y cada comunidad eclesial recorra un provechoso itinerario cuaresmal, os imparto de corazón a todos la Bendición Apostólica.

Vaticano, 11 de diciembre de 2008

Tomado de:
http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/messages/lent/documents/hf_ben-xvi_mes_20081211_lent-2009_sp.html
BENEDICTUS PP. XVI

“Ecología y medio ambiente: tarea pendiente para un desarrollo humano integral, solidario y sostenible” 1º Parte

CONFERENCIA DE LA X SEMANA SOCIAL NACIONAL
13 de noviembre del 2008


Monseñor Pedro Barreto Jimeno, SJ
Arzobispo Metropolitano de Huancayo
Presidente de CEAS






1.- INTRODUCCION

Hace unos días realicé una visita pastoral a la ciudad de La Oroya. Pude comprobar, con mis propios ojos, la grave contaminación ambiental del aire en la que están sumidos sus pobladores. Los propietarios de la fundición polimetálica afirman que están bajando considerablemente las emisiones tóxicas. Sin embargo los pobladores dicen todo lo contrario: “Son irresistibles los gases tóxicos durante la madrugada”.

Existe un Plan de contingencia para limpiar el aire en La Oroya. Esfuerzo realizado de manera conjunta por todos los actores sociales. Sin embargo todo queda en buenas intenciones. Hace mes y medio, por ejemplo, la Empresa inauguró en La Oroya una segunda planta de ácido sulfúrico y hasta hoy no está operativa. Más aún se tiene la seguridad que dicha Empresa importa minerales sucios del extranjero –que no están permitidos fundirlos en sus países de origen- y que sí lo procesan en La Oroya. Nos preguntamos ¿por qué se permite la importación de este tipo de minerales, afectando aún más la vida de la población y el medio ambiente?. El Estado que está llamado a cautelar la vida y la dignidad de los peruanos por mandato de la Constitución, asume pasivamente esta dolorosa realidad.

Si miramos la cuenca del Mantaro vemos que el Lago Chincaycocha o Junín, declarada reserva nacional desde 1974, sigue contaminándose con los relaves mineros que llegan de los ríos San Juan y Anticona. Los Zambullidores y otras especies de aves están en proceso de extinción. Ya no existen las famosas ranas. Y no digamos el Túnel Kingsmill que, desde 1938 descarga, 125,000 m3 de aguas ácidas de la actividad minera, al río Yauli que es afluente del río Mantaro.

Esta situación de contaminación del aire, agua y suelo que sufrimos en la Región central del Perú, no es lamentablemente la única. También la vivimos en otros lugares del Perú (como la Laguna Parón en Ancash, Barranquita en Yurimaguas o Huepetuhe en Puerto Maldonado, Santa Rita de Castilla en Iquitos y Río Corrientes en San José del Amazonas). Además sufrimos en el mundo una grave situación con el llamado “cambio climático”. Su causa –la señala claramente Aparecida- es la “explotación irracional de los recursos naturales” (DA 473) que nos lleva a la crisis ecológica. La percibimos de manera especial en estos años a través de situaciones alarmantes:

•abuso y sobreexplotación de recursos naturales no renovables;
•emisión de gases contaminantes y el consiguiente calentamiento global de la tierra;
•debilitamiento de la capa de Ozono;
•derretimiento de glaciares (Polos, Campos de Hielo);
•contaminación de las aguas (con productos químicos y residuos industriales no tratados, metales pesados, residuos urbanos,…);
•devastación de los suelos y de los bosques (incendios, contaminación,…);

Hoy se ha generalizado una mayor valoración de la naturaleza, percibimos claramente de cuantas maneras el ser humano amenaza y aun destruye su ‘habitat’ natural. En este contexto “la Iglesia agradece a todos los que se ocupan de la defensa de la vida y del ambiente… Está cercana a los campesinos que con amor generoso trabajan duramente la tierra para sacar, a veces en condiciones sumamente difíciles, el sustento para sus familias y aportar a todos los frutos de la tierra. Valora especialmente a los indígenas por su respeto a la naturaleza y el amor a la madre tierra como fuente de alimento, casa común y altar del compartir humano”. (DA 472)

Contemplamos la realidad, con la mirada de Dios y corazón de creyentes, la juzgamos a la luz de los principios y valores del Evangelio y juntos acordamos las líneas de acción para proteger la vida e impedir o minimizar los daños medio ambientales. Sabemos que no todo está perdido y que si unimos nuestros esfuerzos, podemos cuidar y recuperar “nuestra casa común”.

1.- La tierra, nuestra “casa común” está enferma.

El Papa Juan Pablo II, hace veintiún años, desde la Zona austral de Chile, en Punta Arenas, el 4 de abril de 1987, señaló proféticamente: “Desde el Cono Sur del Continente Americano y frente a los ilimitados espacios de la Antártida, lanzó un llamado a todos los responsables de nuestro planeta para proteger y conservar la naturaleza creada por Dios; no permitamos que nuestro mundo sea una tierra cada vez más degradada y degradante” (DA, 87)

Veinte años después, Informe (27.11.2007) “La lucha contra el cambio climático: Solidaridad frente a un mundo dividido," del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), ofrece un panorama descarnado de las amenazas que implica el calentamiento global a toda la humanidad. Según este informe, el mundo avanza hacia un “punto de inflexión” que podría afectar a los países más pobres y a sus ciudadanos más vulnerables en condiciones de desventaja cada vez peores y dejar a millones de personas enfrentadas a la malnutrición, a la escasez de agua, a amenazas ecológicas y a pérdidas en sus medios de sustento. Y añadía: lo que hagamos o dejemos de hacer ahora repercutirá en los próximos 100 años, afectando las vidas de las generaciones futuras de manera irreversible y de forma diferente las diversas regiones del planeta.

La conciencia mundial de esta preocupación por la problemática ambiental la recoge las Naciones Unidas al haber declarado este 2008 el Año del Medio Ambiente.

Recientemente la Carta de Zaragoza (14 de septiembre del 2008) considera “Que el agua y los ecosistemas de la Tierra deben ser preservados y protegidos” y recomienda: “Que se establezcan compromisos y normas para la mitigación de los efectos negativos causados por el cambio climático…” (A4)

Vivimos en un mundo donde la globalización neoliberal en lo económico, empuja al utilitarismo, al consumismo, y atraviesa toda la cultura; donde al parecer todo se debe someter a las leyes del mercado, el de la “oferta – demanda”. La realidad se cosifica, y a todo se pone precio. Lo económico se vuelve el motor central, y la persona deja de ser centro del sentido, trascendencia y solidaridad de la vida y de la sociedad. Es urgente insistir que “como en todos los campos de la actividad humana, la globalización debe regirse también por la ética, poniendo todo al servicio de la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios” (Benedicto XVI, DI 2).

América Latina, no es el continente más pobre del planeta, pero sí el de la peor distribución del ingreso, que aumenta la inequidad social, el sub – empleo, el desempleo y la marginación para la mayoría de la población. Esta situación es denunciada reiteradamente por la Iglesia como un pecado social y que Aparecida los llama seres humanos “sobrantes” y “desechables”.

Este es el desafío siempre actual y urgente del llamado del Papa Juan Pablo II a “globalizar la solidaridad” a nivel mundial, especialmente en el orden económico y ambiental. Porque el poder político se supedita a lo económico por encima de la vida y el cuidado de los bienes de la creación. Por eso “los pobres han de ser capacitados para protegerse en una economía globalizada y ante las exigencias del bien común internacional” (Cf. Iglesia en América, 55) .

La humanidad de hoy carece de utopías movilizadoras. La política no es capaz de generar un desarrollo alternativo al actual, que ponga en el centro de sus intereses a la persona humana buscando el bien común. El ansia de figuración política y la codicia del dinero llevan a la corrupción del tejido social, de los poderes del Estado y de la gestión empresarial.

Con mucha precisión los Obispos latinoamericanos señalan en el documento de Aparecida:

“La riqueza natural de América Latina experimenta hoy una explotación irracional que va dejando una estela de dilapidación, e incluso de muerte, por toda nuestra región.

En todo ese proceso tiene una enorme responsabilidad el actual modelo económico que privilegia el desmedido afán por la riqueza, por encima de la vida de las personas y los pueblos y del respeto racional de la naturaleza.

La devastación de nuestros bosques y de la biodiversidad mediante una actitud depredatoria y egoísta, involucra la responsabilidad moral de quienes la promueven, porque pone en peligro la vida de millones de personas y en especial el hábitat de los campesinos e indígenas…

América Latina tiene necesidad de progresar en su desarrollo agro-industrial para valorizar las riquezas de sus tierras y sus capacidades humanas al servicio del bien común, pero no podemos dejar de mencionar los problemas que causa una industrialización salvaje y descontrolada de nuestras ciudades y del campo que va contaminando el ambiente con toda clase de desechos orgánicos y químicos.

Lo mismo hay que alertar respecto a las industrias extractivas de recursos que, cuando no proceden a controlar y contrarrestar sus efectos dañinos sobre el ambiente circundante, producen la eliminación de los bosques, la contaminación del agua y convierten las zonas explotadas en inmensos desiertos” (DA, 473).

Desde mi experiencia pastoral de escuchar a las personas, especialmente campesinos, puedo afirmar que el principal problema de la Cuenca del Mantaro es la contaminación del agua, aire y suelo ocasionada principalmente por las industrias extractivas. Los otros factores de contaminación son los residuos urbanos y el uso indiscriminado de los agroquímicos.

Con la contaminación del suelo por las lluvias ácidas, ocurre un efecto cíclico. Las aguas del río Mantaro son usadas por los agricultores del Valle del Mantaro para regar sus terrenos de cultivo, contaminando así la producción agrícola.

En el Perú gozamos de la octava mayor extensión forestal del orbe. Contamos con grandes reservas pesqueras, recursos de hidrocarburos y minerales (actualmente sólo se está explotando el 3% de esos recursos). Poseemos el 85 % de la diversidad biológica mundial y una diversidad genética de más de 128 variantes cultivadas de productos agrícolas. Somos el reservorio del 70% de los glaciares tropicales, hoy en franco proceso de deshielo, como un efecto del calentamiento global.

Con estas riquezas naturales y ambientales el Perú es considerado entre los 12 países megadiversos del mundo. Esta rica biodiversidad es fuente de alimentos, fibras, productos farmacéuticos y de otros bienes que permiten mejorar la calidad de vida de nuestros pueblos (Cfr. Análisis Ambiental del Perú: Retos para un desarrollo sostenible del Banco Mundial, Capítulo XVI de Recursos Naturales, de mayo del 2007).

Estamos agradecidos a Dios por las maravillas que nos ha concedido, Por eso decimos con cierto orgullo que “Dios es peruano”. Pero todo eso puede cambiar radicalmente si no pasamos a la acción conjunta para revertir de alguna manera el creciente deterioro medio ambiental que experimentamos. Si no estamos dispuestos a cambiar hábitos contaminantes, si no creemos que hay que cuidar el agua y la tierra, el aire, los ríos y bosques, estamos negando el desarrollo sostenible para las nuevas generaciones de la humanidad.



Continuará.

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Para visitar la 2º Parte:
http://formacionpastoralparalaicos.blogspot.com/2009/03/ecologia-y-medio-ambiente-tarea.html

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Agradecemos a Roberto Tarazona por compartir esta Conferencia.

Homilías - Cargó con nuestras enfermedades - Domingo 6º T.O. (B)




P. José Ramón Martínez Galdeano, S.J.

Lecturas: Lev 13,1-2.44-46; S. 31; 1Cor 10,31-11,1; Mc 1,40-45


El evangelio de Marcos es la trascripción de la catequesis de San Pedro en Roma. Es una primera catequesis para recién bautizados y catecúmenos, que en su gran mayoría eran de pocas letras y aun esclavos. Trata las verdades más fundamentales: Quién es Jesús, su mensaje y su misión salvadora. Lo hace recordando los hechos de Jesús y seleccionando las ideas más comprensibles.

Estamos en el capítulo primero. Se ha referido a Juan Bautista, conocido por todos; ha aludido sin apenas detalles al bautismo de Jesús y a los 40 días de oración y tentaciones; luego Pedro ha narrado, ahora sí con más detalle, su propia vocación, la de su hermano y la de Santiago y Juan. Da la impresión de que su catequesis quiere dar de lo que él mismo ha vivido; pide se le dé la autoridad del testigo presencial: él mismo estuvo, vio y oyó, sabe lo que dice, dice la verdad y debe ser creído.

Inmediatamente narra lo que podíamos calificar como un “boom” de evangelización. Jesús se ha lanzado. Con autoridad y perentoriamente llama a la conversión y a creer y lo hace con la palabra y con curaciones milagrosas. Estamos en los primeros días de Cafarnaúm, el primer sábado y la primera vez que va a esa sinagoga. Muy pocos le conocen. Admira la contundencia con que habla. Da la casualidad de que esta presente un endemoniado, que se subleva con energía. Lo calla con una palabra y expulsa al demonio. La impresión es enorme. La noticia se divulga. Luego viene la sanación inmediata de la suegra de Pedro. Y apenas se pone el sol, terminado el descanso del sábado, mientras todavía se puede ver, enfermos y endemoniados (el texto los junta) vienen en tropel para curarse. En la mañana siguiente escapa de Cafarnaúm para seguir haciendo lo mismo en otras ciudades. La curación del leproso sucede en estos días.

Un leproso. Ya expliqué el domingo pasado la relación entre pecado y enfermedad. La muerte y la enfermedad, que encamina a ella, es consecuencia del pecado, aunque no siempre personal, y Cristo en la cruz, con el aspecto asqueroso de un leproso del que se retira la mirada (Is 53,4), sufre el castigo de nuestros pecados. San Mateo, que escribe para judíos conocedores de la Escritura, cuando narra este esfuerzo evangelizador, dice expresamente que Jesús cumplía el texto de Isaías: “Tomando nuestras flaquezas y cargando con nuestras enfermedades” (Mt 8,17). De la lepra como castigo de Dios por un pecado se habla en la Biblia varias veces: caso de María, la hermana de Moisés, del rey Ozías, del siervo de Eliseo, Guejazi. La lepra existe todavía, la carne se pudre en vida. Hasta hace 50 años no tenía curación. Para evitar su contagio el Gobierno Norteamericano mantuvo aislados a numerosos leprosos hasta bien entrado el siglo 20 en la isla de Molokay (Islas Hawaii). Allí se contagió y murió el Santo Damián de Veuster.

En la Biblia con la medicina apenas en sus comienzos se llaman lepra a muchas afecciones de la piel; de todas maneras su curación era difícil, larga, a veces imposible. La constataban los sacerdotes, cosa normal en un pueblo religioso para el que la vida es dar culto a Dios. El enfermo estaba impuro y no podía participar del culto ni de la vida social.

La narración del milagro demuestra por los detalles al testigo presencial, a Pedro: El enfermo se acerca (lo que no podría hacer), se pone de rodillas y suplica. Demuestra que no espera otro remedio. “Si quieres, puedes limpiarme”. Tiene fe en el poder de Jesús (que en Israel no puede venir sino de Dios). “Limpiarme”: la lepra mancha, el pecado también. “Sintiendo lástima”: Varias veces aparece este sentimiento en Jesús; tiene lástima del enfermo, del leproso, del hambriento, del pecador. “Extendió la mano, lo tocó. Dijo: quiero, queda limpio. La lepra se fue inmediatamente, quedó limpio. Lo despidió insistiendo en que no lo dijera a nadie, sólo que cumpliese con lo prescrito por la ley, pues debía reintegrarse a la sociedad y al culto.

Los milagros de Jesús fueron una realidad. Los evangelios hablan de al menos 30 milagros. Y Juan añade al final de su evangelio que hizo otros muchos. Y no se puede negar el valor histórico de los evangelios. Los milagros existieron; y existen en la Iglesia. Hoy hay milagros. Pueden leer “Los milagros de Lourdes” de Ediciones Palabra con algunos de los de Lourdes. Se podrían añadir otros como los exigidos para cada canonización y cada beatificación. La mayor parte quedan en silencio o son poco conocidos. Pero siguen existiendo y en abundancia. Lo prometió Jesucristo, los ha habido desde los tiempos de los apóstoles, los sigue habiendo hoy. Y es bueno que así sea.

Cierto que ocupan un lugar secundario detrás de la Revelación y la fe. Porque lo fundamental es creer en Jesús y obrar conforme a esa fe. Pero el milagro es un signo de fe. Subraya que Jesús es Dios, porque puede hacer maravillas, que es verdaderamente el Salvador, que Dios es misericordioso. Es un testimonio de fe, es medio para aumentarla, es signo de salvación y de la presencia y poder del Reino de Dios. No siendo lo más esencial, no son extrínsecos ni están fuera de la Revelación sino que son parte de ella, realizan la salvación que proclaman, son anticipo, signo y garantía de la fuerza de la gracia de Dios. Finalmente tienen una dimensión racional y son prueba de la validez del mensaje. Así la Palabra y la acción reveladora de Dios producen sus efectos cuando los milagros son acogidos en clima de fe y adhesión religiosa.

Esta actividad de Jesús, casi desaforada, a favor de la Palabra y de las curaciones de enfermos, está preciosamente comentada en el Catecismo: «Jesús acompaña sus palabras con numerosos milagros, prodigios y signos, que manifiestan que el Reino está presente en Él. Ellos atestiguan que Jesús es el Mesías anunciado (Lc 7,18-23). Los signos que lleva a cabo Jesús testimonian que el Padre le ha enviado (Jn 5,36; 10,25). Invitan a creer en Jesús (Jn 10,38). Concede lo que le piden a los que acuden a Él con fe. Por tanto los milagros fortalecen la fe en Aquel que hace las obras de su Padre: éstas testimonian que Él es el Hijo de Dios (Jn 10,31-38). Pero también pueden ser ocasión de escándalo (Mt 11,6). No pretenden satisfacer la curiosidad ni los deseos mágicos. A pesar de tan evidentes milagros, Jesús es rechazado por algunos; incluso se le acusa de obrar movido por los demonios. Al liberar a algunos hombres de los males terrenos del hambre, de la injusticia (Lc 19,8), de la enfermedad y de la muerte, Jesús realizo unos signos mesiánicos; no obstante, no vino para abolir todos los males aquí abajo (Lc 12,13s; Jn 18,36), sino a liberar a los hombres de la esclavitud más grave, la del pecado (Jn 8,34-36), que es el obstáculo en su vocación de hijos de Dios y causa de todas sus servidumbres humanas. La venida del Reino de Dios es la derrota del reino de Satanás. “Si por el Espíritu de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios” (CIC 547-550)».

Y dado que la misión de la Iglesia es la misma de Cristo, porque así se la ha dado, es coherente que la Iglesia, además del poder de la palabra, tenga el de los milagros. «La compasión de Cristo hacia los enfermos y sus numerosas curaciones de dolientes de toda clase son un signo maravilloso de que Dios ha visitado a su pueblo (Lc 7,16) y que el Reino de Dios está muy cerca. Jesús no tiene solamente poder para curar, sino también de perdonar los pecados: vino a curar al hombre entero, alma y cuerpo; es el médico que los enfermos necesitan. Su compasión hacia todos los que sufren llega hasta identificarse con ellos: “Estuve enfermo y me visitasteis” (Mt25,36). Su amor de predilección para con los enfermos no ha cesado a lo largo de los siglos de suscitar la atención muy particular de los cristianos hacia todos los que sufren en su cuerpo y en su alma. Esta atención dio origen a infatigables esfuerzos por aliviar a los que sufren. Conmovido por tantos sufrimientos, Cristo no solo se deja tocar por los enfermos, sino que hace suyas sus miserias: El tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades. Sus curaciones eran signos de la venida del Reino de Dios. Anunciaban una curación radical: la victoria sobre el pecado y la muerte por su Pascua. En la Cruz, Cristo tomó sobre sí todo el peso del mal y quitó el pecado del mundo, del que la enfermedad no es sino una consecuencia. Por su pasión y su muerte en la Cruz Cristo dio un sentido nuevo al sufrimiento: desde entonces éste nos configura Él y nos une a su pasión redentora. Cristo invita a sus discípulos a seguirle tomando a su vez su cruz. Siguiéndole adquieren una nueva visión sobre la enfermedad y sobre los enfermos. Jesús los asocia a su vida pobre y humilde. Les hace participar de su ministerio y de compasión y de curación. El Señor resucitado renueva este envío y lo confirma con los signos que la Iglesia realiza invocando su nombre. Estos signos manifiestan de una manera especial que Jesús es verdaderamente “Dios que Salva” (Mt 1,21). “Sanen a los enfermos” (Mt 10,8). La Iglesia ha recibido esta tarea del Señor e intenta realizarla tanto mediante los cuidados que proporciona a los enfermos, como por la oración de intercesión con la que los acompaña. Cree en la presencia vivificante de Cristo, médico de las almas y de los cuerpos. Esta presencia actúa particularmente a través de los sacramentos y de manera especial por la Eucaristía pan que da la vida eterna y cuya conexión con la salud corporal insinúa San Pablo” (CIC 1503-1509)».

“El justo vive de la fe”. No tengamos miedo en pedir milagros por los enfermos. Los que tienen ancianos y enfermos en su casa, los que se sienten llamados a visitarlos, sepan que es un ministerio maravilloso en la Iglesia y no duden en sacrificar otras actividades a favor de la caridad y el apostolado que aparentemente son importantes. La oración y el dolor de un enfermo aceptados y ofrecidos con fe hacen más bien a la salvación de los hombres que muchas otras obras más brillantes. Dios ha suscitado organizaciones religiosas enteras para este apostolado en la Iglesia y las seguirá suscitando. Ser llamado a este ministerio es una gracia apostólica. Acepten esta vocación. Visitar enfermos, cuidar enfermos, orar por ellos, consolarlos, pedir su curación incluso por milagros. Aumentará su fe y les llevará muy adelante en la santidad.






Voz de audio: Guillermo Eduardo Mendoza Hernández.
Legión de María - Parroquia San Pedro, Lima. 
Agradecemos a Guillermo por su colaboración.

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P. José Ramón Martínez Galdeano, jesuita
Director fundador del blog


Homilías - Orar en la enfermedad y por los enfermos - Domingo 5º T.O. (B)



P. José Ramón Martínez Galdeano S.J.

Lecturas: Job 7,1-4.6-7; S 146, 1-6; 1Cor 9,16-19.22-23; Mc 1,29-39

La enfermedad es un mal de todos los tiempos y para todos los hombres. La Biblia la enfoca desde el solo punto de vista de religioso y lo esencial es ¿qué significa la enfermedad para el hombre que sufre? El Antiguo Testamento en una cultura, donde todo depende de la causalidad divina (Dios es en definitiva causa de todo), no se puede ver la enfermedad sino como un golpe de Dios, que hiere al hombre. “Me ha herido la mano de Dios” –dice Job (19,21).

Pero también –aunque siempre en dependencia de Dios– se puede ver en la enfermedad la mano de seres superiores, de demonios, de Satán. “Y Satán se marchó e hirió a Job con llagas malignas desde la planta del pie a la coronilla” (Job 2,7).

Es así espontáneo ver un nexo entre enfermedad y pecado. La enfermedad es consecuencia del pecado. Porque Dios creó al hombre para la felicidad (Gen 2) y la enfermedad, contraria a ella, no entró en el mundo sino como consecuencia del pecado (Gen 3,16–19). Por eso en las oraciones por la curación se pide perdón de los pecados: “Mis culpas sobrepasan mi cabeza, son un peso superior a mis fuerzas. Yo confieso mi culpa, me aflige mi pecado. No me abandones, Señor; Dios mío, no te quedes lejos; ven aprisa a socorrerme, Señor mío, mi salvación” (S. 38,5.19.22-23).

Sin embargo el Antiguo Testamento distingue en la enfermedad que a veces aflige a justos, como a Job y Tobías, que puede ser una prueba de fidelidad. El punto cumbre de esta interpretación está en la profecía de Isaías del siervo doliente, que tan claramente representa a Jesús en la cruz (Is 53). El dolor del justo inocente adquiere el valor de expiación en compensación por los pecados de los hombres todos. Cuando el justo doliente haya tomado sobre sí todas nuestras enfermedades, seremos curados gracias a sus llagas. “Despreciable y desecho de hombres, varón de dolores, despreciable, no le tuvimos en cuenta. Y con todo eran nuestras enfermedades las que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba. Nosotros le tuvimos por azotado, herido de Dios y humillado. Él ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. El soportó el castigo que nos trae la paz y con sus heridas hemos sido curados. Todos nosotros como ovejas erramos, cada uno marchó por su camino y el Señor descargó sobre él la culpa de todos nosotros”. Pero no acaba ahí la historia: “Quiso Dios destrozarlo con sufrimientos. Si se entrega a sí mismo en expiación, verá descendencia, alargará sus días y lo que quiera el Señor se cumplirá por su mano. Por sus desdichas justificará mi siervo a muchos y soportará sus culpas. Por eso le daré su parte entre los grandes y como vencedor se apoderará del botín” (Is 53,3–12). Entonces en un mundo así, liberado del pecado, deben desaparecer las consecuencias del pecado. “Entonces se despegarán los ojos de los ciegos y las orejas de los sordos se abrirán. Entonces saltará el cojo como un ciervo y la lengua del mudo lanzará gritos de júbilo” (Is 35,5s).

Jesús realiza el símbolo del siervo y todas las demás profecías mesiánicas. Dada la relación entre el pecado y la enfermedad, no es de extrañar que Jesús cure masivamente a enfermos. Jesús ve en la enfermedad una consecuencia del pecado, un signo del poder de Satán sobre los hombres. “Ésta, a la que Satán ató hace ya 18 años” – dice Jesús refiriéndose a una mujer encorvada que curó (Lc 13,16). La enfermedad, pues, es un símbolo del pecador, que está espiritualmente ciego, sordo, paralítico, presa del Demonio. La enfermedad es un signo del pecado y de su poder en el mundo, aunque a veces no sea personal. Por eso Jesús cura. Porque ha venido a salvar al hombre de su pecado. Sus curaciones manifiestan su poder y su misión, y que el Reino de Dios por fin ha llegado y está entre ustedes. No es que la enfermedad vaya ya a desaparecer del mundo, porque hasta que llegue el momento final, existirán en el mundo el trigo y la cizaña, el bien y el pecado, pero a partir de Jesús el Reino de Dios es más fuerte que Satán. Pero Jesús a ninguno reprendió por pedir su curación y curó sin que se lo pidieran (al paralítico de la piscina, al ciego de nacimiento). Y los milagros de curación muestran que Jesús es más fuerte que Satán y que el pecado; que el Reino de Dios está presente: “Si por el Espíritu de Dios expulso Yo los demonios, es que ha llegado a Ustedes el Reino de Dios”(Mt 12,28).Y esa es la señal que dio Jesús a los discípulos del Bautista y a todos los que quisieron escucharle: “Vayan y digan a Juan lo que escuchan y ven: Los ciegos ven y los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Noticia. ¡Y dichoso aquel que no se escandalice de mí!” (Mt 11,4–11).

Este poder lo tiene también la Iglesia. “En mi nombre expulsarán demonios… impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien” (Mc 16,17-18). Cualquier fiel pide un favor a un santo y muchas veces se le concede. Hay santuarios, de María especialmente, en donde el Señor parece hacer alarde de este gracia de curación y de perdón que ha dado a la Iglesia.

¿Qué nos está diciendo esto? Que Cristo sigue en la actitud que vemos tenía en el Evangelio. Que quiere curar, que con las curaciones hace ver que el Reino de Dios está entre nosotros. Por consiguiente que es bueno pedir no solo el perdón de los pecados, sino también las curaciones, y no sólo de defectos morales sino también de enfermedades. Y no nos preocupemos de lo que puedan decir los incrédulos. Tampoco Jesús curaba a todos sin excepción. Es bueno orar cuando estamos enfermos y orar por la curación de los enfermos. Ya expliqué cómo esta oración ayuda a tener presente a Dios con frecuencia. Acompañemos a los enfermos, consolemos a los enfermos, cuidemos a los enfermos, ayudémosles a soportar sus sufrimientos con fe, a ofrecerlos a Dios como su propio sacrificio por sus pecados y por los de todo el mundo. Así aprendemos a hacerlo nosotros mismos cuando tenemos que sufrir. Procuremos que los enfermos se alimenten de la eucaristía, al menos en algunas grandes fiestas, y que reciban la Santa Unción a tiempo. Hemos de procurar que todo ese inmenso tesoro de sufrimientos, de paciencia, de dolor les sirva a ellos para aumentar su fe, su esperanza y su amor a Cristo, uniéndose al sacrificio de la cruz, y a toda la Iglesia. Porque así sirven a la obra de toda la Iglesia, cuyo momento cumbre es la muerte de Cristo crucificado y el ofrecimiento de cada misa, en la que la Iglesia recuerda, renueva y se une con María al pie de la cruz.






Voz de audio: Guillermo Eduardo Mendoza Hernández.
Legión de María - Parroquia San Pedro, Lima. 
Agradecemos a Guillermo por su colaboración.

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P. José Ramón Martínez Galdeano, jesuita
Director fundador del blog



Homilías - No nos dejes caer en la tentación - Domingo 4º T.O. (B)



P. José Ramón Martínez Galdeano S.J.
Lecturas: Dt 18,15-20; S.94; 1Cor 7,32-35; Mc1,21-28   

En el Antiguo Testamento la presencia del Demonio es muy esporádica. Pero el Nuevo Testamento presenta la obra y misión de Jesús como radicalmente contraria. Los tres sinópticos lo constatan desde el comienzo mismo de la vida pública. Antes de empezar, ya en el desierto Jesús es tentado. San Marcos, quien redacta la catequesis de Pedro a los catecúmenos y recién bautizados de Roma, reduce los cuarenta días de oración y penitencia en el desierto a esto: “permaneció en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás; estaba entre los animales y los ángeles le servían” (1,13). Sólo se señalan la soledad, la comunicación con los ángeles y la lucha contra Satán. Estamos al comienzo, en el capítulo primero de San Marcos; es probablemente el primer sábado de la estancia de Jesús en Cafarnaún. Jesús ha hablado unas cuantas veces por las calles y ha suscitado mucha atención; hay que recordar que Juan Bautista lleva removiendo los corazones desde hace varios meses y muchos le han oído. Se esperan acontecimientos; hasta una embajada fue enviada desde Jerusalén para interrogar a Juan sobre su mesianidad. 

 Como buen israelita el sábado Jesús va a la sinagoga. Llegado el momento, el jefe de la sinagoga ofrece el rollo de la Escritura a un voluntario que lo lea y comente. Jesús se adelanta, recibe el libro, lo lee, lo comenta. “Se quedaron asombrados de su enseñanza; no era como la de los letrados”, como la de siempre. ¿Cómo era? Enseñaba “con autoridad”. Mientras los escribas, al comentar la Escritura, se limitaban a citar de memoria las opiniones aprendidas en alguna escuela de Jerusalén, Jesús tenía sus propias opiniones y las exponía con firmeza y como las verdaderas. El modelo es el del sermón del monte: “Han oído ustedes” tal y tal cosa…, “pero yo les digo…”. También allí se concluye con la misma fórmula: “les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas” (Mt 7,29). 

La autoridad de Jesús recordaba a la de los profetas y gustaba a la gente piadosa, pues ya eran muchos los años en que no habían aparecido profetas. Por fin Juan el Bautista; ahora éste, Jesús. ¿No estaba para llegar, por fin, el Mesías? 

Pero entre los “maestros”, los “intérpretes oficiales de la Ley”, los que habían estudiado en Jerusalén y gozaban de prestigio y autoridad levantaba suspicacias. Si su ciencia no se aceptase, su ascendiente social y su autoridad peligraban. Vacilaba la tierra bajo sus pies. 

Dios quiso que en esta ocasión la cosa se complicase aún más. Había entre la gente un endemoniado. En aquel tiempo, con pocos conocimientos de medicina, bastantes enfermedades se atribuían a la posesión del Demonio. Su curación no deja de ser un milagro. Pero en este caso los síntomas demuestran que se trataba de una posesión diabólica real. Porque “se puso a gritar: ¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios”. Un mero enfermo no se porta así. No ha sido azuzado ni molestado desde fuera. Esa actitud espontánea viene de algo en la persona de Jesús que siente como muy negativo para él. Se siente amenazado, y de muerte: “¿Has venido a acabar con nosotros?”. Conoce de Jesús mucho más que los demás: “Sé quién eres: el Santo de Dios”, y conoce algo muy interior y profundo. Los signos son que nos encontramos ante un poseído verdadero del Demonio. 

La presencia del Demonio en la vida de Jesús no nos ha de extrañar. El Demonio existe. Así lo ha enseñado la Iglesia desde el principio. Así lo enseña hoy la Iglesia afirmando que su existencia es verdad de fe, por ejemplo en el Catecismo de la Iglesia Católica. Dice: “La Iglesia y la Tradición de la Iglesia ven en este ser un ángel caído, llamado Satán o Diablo (Jn 8,44; Ap 12,9). La Iglesia enseña que primero fue un ángel bueno, creado por Dios. El Diablo y los otros demonios fueron creados por Dios con una naturaleza buena, pero ellos se hicieron a sí mismos malos (Conc. de Letrán, año 1215). Encontramos un reflejo de esta rebelión en las palabras del tentador a nuestros primeros padres: Serán como Dioses (Gn 3,5). El Diablo es ‘pecador desde el principio’ (1Jn 3,8), ‘padre de la mentira’ (Jn 8,44). La Escritura atestigua la influencia nefasta de aquel a quien Jesús llama ‘homicida desde el principio’ (Jn 8,44) y que incluso intentó apartarlo de la misión recibida del Padre (Mt 4,1-11). ‘El hijo de Dios se manifestó para deshacer las obras del diablo (1Jn 3,8). La más grave en consecuencias de estas obras ha sido la seducción mentirosa que ha inducido al hombre a desobedecer a Dios” (CIC 392-394). Hace unos años hubo algunos teólogos, que negaron tal existencia. Se equivocaron. En todas las diócesis debe haber algún sacerdote encargado de hacer los exorcismos. Y ha sucedido que en las zonas en que aumentó el número de los no creyentes en la existencia de los demonios, aumentó el número de los poseídos. De mi experiencia les puedo decir que de los países que yo he visitado, es Dinamarca el que cuenta con más comercio sobre esoterismo, espíritus y demonios, lo que contradice la vanidad con que los niegan con la boca. 

El Demonio nos da miedo. Es ciertamente poderoso y busca nuestra ruina. Sin embargo en los evangelios, como en el caso de hoy, ante Cristo se acoquina. En esta expulsión del Demonio hay que notar que Jesús no hace cosas raras, gestos crípticos, con frecuencia ridículos, palabras misteriosas ni mágicas. Lo que usa son expresiones de mando, de manifestación de autoridad: Cállate, sal. Existe el Demonio. Tiene poder. Pero ante Cristo tiembla. Y también ante los representantes de Cristo. Es una señal del poder de la Iglesia. 

El Demonio puede actuar posesionándose del cuerpo y aun de las mismas facultades de una persona. En esos momentos no actúa la persona. Es lo que pasa en el caso de hoy. Entonces debe intervenir un sacerdote designado para ello por el Obispo de la comunidad cristiana. 

Pero esto es más bien raro. Lo normal es la tentación. A los que van mejorando, a los que van esforzándose por llevar una vida cristiana cada vez mejor, enseña San Ignacio que el Demonio, cuando tienta, lo hace dándoles una sensación como de oscuridad interior, tristeza, pereza, miedo para el bien, para que aflojen en su esfuerzo. Es bueno reflexionar sobre este asunto. Es un grave error dejar entonces la oración, el compromiso, la frecuencia de sacramentos, etc. San Ignacio aconseja lo que en el deporte se dice, que “la mejor defensa es el ataque”: No tener miedo, procurar aumentar la confianza en Dios y el fervor en obrar bien. Seguir de la misma forma; redoblar la oración, el espíritu de sacrificio y la caridad. Es lógico entonces que el Demonio se retire, pues, contra lo que pretendía, lo que provoca son buenas obras y hechas con fervor. 

En la oración de Jesús, el Padre Nuestro, se piden “no nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del malo”. El Catecismo explica que el sentido primario de esta petición es personal, es la liberación de los engaños del malo por excelencia, del Diablo. 

San Marcos acaba su evangelio con estas palabras de Jesús: “Éstas son las señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien… Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban” (Mc 16,17-20)




Voz de audio: Guillermo Eduardo Mendoza Hernández.
Legión de María - Parroquia San Pedro, Lima. 
Agradecemos a Guillermo por su colaboración.

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P. José Ramón Martínez Galdeano, jesuita
Director fundador del blog