Homilía DOMINGO 1º DE ADVIENTO (B)

Lecturas: Is 63,16-17; 64,1.3-8; S 79; 1Cor 1,3-9; Mc 13,33-37

Vigilen, que Él es fiel
P. José Ramón Martínez Galdeano S.J.



Lo han resaltado el Papa y los Padres participantes en el Sínodo de la Palabra: Una de las características necesarias para la lectura inteligente de la Sagrada Escritura es leer la vida iluminada por su luz. El texto de la Escritura hay que proyectarlo sobre nuestra vida y nuestra circunstancia. Entonces es cuando encontramos claridad y fuerza para conocer y cumplir la voluntad de Dios en la situación concreta que se vive. No atenerse a esta regla impide que la lectura de la Biblia sea provechosa y aun la hace aburrida.

Habrán observado que las tres lecturas de hoy enfatizan, destacan, la vigilancia. La primera estimulaba a los judíos desterrados en Babilonia a estar atentos al Señor, que va a llegar para retornarlos a su tierra de Israel. La segunda es un texto en que San Pablo anima a mantenerse fieles a Cristo en la espera de su venida para el juicio final. En el evangelio Jesús insiste que hay que vigilar para que ni la ruina, que anuncia, del templo y Jerusalén ni el Juicio final nos sorprendan descuidados, no haciendo las buenas obras necesarias para nuestra salvación.

La Iglesia usa estos textos para aplicarlos a la actitud con que ahora debemos prepararnos para un gran acontecimiento próximo: la venida de Jesús. Se trata, sí, del recuerdo de la venida de Jesús al mundo hace 2008 años. Ha sido un acontecimiento que ha cambiado el mundo. ¿Qué sería de nosotros, del mundo, si Cristo no hubiera venido?. Sin embargo quedarse en el mero recuerdo histórico no es suficiente.

La riqueza de la Navidad es mucho mayor. La importancia de la Navidad está en primer lugar en que ha hecho de la historia del hombre una “historia de salvación”. Esto significa que Dios es un actor interno dentro de la historia del género humano; no está al margen ni meramente contemplando, sino que ha intervenido ya y sigue interviniendo. Entendamos bien. No se trata de que el Hijo de Dios haya tomado carne en el seno de la Virgen María, haya predicado el Evangelio, haya fundado la Iglesia católica y nos ofrezca toda la riqueza de su obra. Todo eso es verdad, pero nosotros nos preparamos a algo mucho más transcendental, porque es el fin de todo ello. Porque aquella historia de hace 2.000 años se ha de hacer historia en cada uno de nosotros: Cristo ha de nacer, morir, resucitar en cada uno de nosotros. La historia navideña sigue hoy y se repite. Hoy en el interior de cada uno gracias a la Iglesia, que mantiene y amplifica la presencia y acción salvadora de Cristo, Jesús sigue naciendo, sigue proclamando su Evangelio, sigue curando, sigue perdonando, sigue llamando, sigue muriendo y resucitando. Vigilar es estar atentos a todo esto, que Cristo realiza en el espíritu de cada uno.

Cristo resucitado está vivo y sigue actuando en la Iglesia y en nosotros. Vigilar es advertir, darse cuenta de la presencia continua del Espíritu de Cristo y de su acción en nuestra mente y nuestro corazón. Vigilamos si caemos en la cuenta de que el Espíritu de Cristo está presente en nosotros cuando, haciendo un acto de fe en su presencia, le ofrecemos una obra buena hecha de la forma más perfecta posible y con el mayor interés y alegría por ser para él, cuando le pedimos su luz y su ayuda para ello y para lograr hacerlo con el mayor posible para con Dios y con el prójimo. Estamos vigilantes cuando tenemos buen cuidado de que egoísmos, presunciones, orgullo infantil y otros instintos malsanos de nuestra alma los rechazamos en la medida de nuestras posibilidades. Estamos vigilantes cuando la escucha o la lectura de la Palabra es consciente de que sea la Palabra de Dios y nos hace revisar nuestra vida y caer en la cuenta de los puntos en que nos desviamos de su realización, y bajo la luz del Espíritu tratamos de corregirnos. Vigilamos cuando al toque caemos en la cuenta de que hemos fallado en un punto, aun pequeño, en nuestra conducta para que sea completamente como la de Cristo.

El velar que se espera de nosotros, es ansiar corregir defectos y pedir a Dios hacer nuestro lo de Isaías: “Tú, Señor, eres nuestro padre; desde siempre te invocamos como ‘Nuestro redentor’. Señor, ¿por qué permites que nos desviemos de nuestros caminos (es decir que sigamos en defectos y pecados) y endureces nuestro corazón para que no te respetemos? Cambia de actitud por amor a tus siervos y a las tribus que te pertenecen”. Porque el remordimiento tras algo mal hecho es una gracia de Dios para ayudarnos a ser mejores. “¡Ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presencia! Jamás oído oyó ni ojo vio un Dios fuera de ti, que hiciera tanto por el que espera en él. Sales al encuentro del que practica gozosamente la justicia y se acuerda de tus caminos. Estabas enojado, porque habíamos pecado; aparta nuestras culpas y seremos salvos”.

Estemos atentos a lo que Dios hace en nosotros, en los que nos rodean, en toda la Iglesia: “En mi acción de gracias a Dios les tengo siempre presentes por la gracia que Dios les ha dado en Cristo Jesús (se habían convertido por la predicación de Pablo). Pues por él han sido enriquecidos en todo: en el hablar y en el saber. El testimonio de Cristo se ha confirmado en ustedes, hasta el punto de que no les falta ningún don a los que aguardan la manifestación de nuestro Señor Jesucristo. El los mantendrá firmes hasta el final, para que no tengan de qué acusarlos en el día de la venida de nuestro Señor Jesucristo. Porque Dios es fiel, y Él los llamó a vivir en comunión con su Hijo, Jesucristo Señor Nuestro”.

Este año que termina, a nivel de Iglesia hemos recibido al menos dos gracias: El documento de Aparecida del Episcopado Latinoamericano se está estudiando y tratando de aplicar, y el Sínodo de la Palabra, recién terminado, que debemos estudiar y gozar a fondo. También esto es vigilar.

Vigilar es también dar gracias por todo lo que ha hecho en su familia. Y tal vez, por ser tantas, se les olvidaron ya gracias, inspiraciones, descubrimientos de defectos, de riquezas de la fe, de impulsos y adelantos en alguna la virtud. ¿Dios, Jesús, María, la Palabra de Dios no son hoy más conocidos y amados? Tal vez reentraste este año en la Iglesia, descubriste el amor de Jesucristo. Tal vez recibiste el bautismo, la confirmación, el matrimonio. Estamos viviendo una historia de salvación. Dios la lleva adelante por Jesucristo en el Espíritu y por la Iglesia. Demos gracias.

Vigilar es también pedir para que vuelvan los descarriados. Oren por ellos, pidan la gracia de poder decirles esta Navidad una palabra de amor y confianza en Jesús. “¡Él es fiel!”. Que brille su rostro y salve a todos, que venga a visitar su viña, la Iglesia, su propia familia, su propio corazón. “¡Qué magníficas son tus obras, Señor, qué profundos tus designios! El ignorante no los entiende ni el necio se da cuenta” (S. 92). Estemos atentos, muy atentos. “¡Él es fiel!”.

Conferencia

LAICOS: Formación para su apostolado

TEMA:

Historia de la Iglesia 3º Parte
Nacimiento del Mahometismo
Las Cruzadas

P. José Ramón Martínez Galdeano S.J.

Martes 25 de noviembre de 7:00 a 8:00PM

Parroquia San Pedro de LIma
Esquina de Jr. Azángaro y Jr. Ucayali a espalda de la antigüa Biblioteca Nacional.
Donativo S/. 2,00

Historia de la Iglesia












Los Primeros Siglos

P. José Ramón Martínez Galdeano S.J.


El comienzo

Jesús muere el 7 de abril del año 30. Resucita el 9. Pentecostés se puede considerar como el nacimiento de la Iglesia: el 16 de abril. Ese mismo día el Libro de los Hechos de los Apóstoles dice que se incorporaron unos 3000 fieles. Toda la narración de los Hechos está impregnada de entusiasmo. Celebran la Eucaristía (Fracción del Pan), se escucha la Palabra, se ponen cosas en común. Se narran milagros de Pedro, encarcelan y azotan a Pedro y Juan. Nombran los primeros diáconos. Los cristianos son perseguidos, muere Esteban, la iglesia se dispersa y se extiende por Judea y Samaria. El año 34 sucede la conversión de Saulo.

En los años 41 y 42 sucede una nueva persecución donde muere Santiago y encarcelan a Pedro. A partir del año 46 Pablo comienza a viajar extendiendo el evangelio a los pueblos paganos. Comienza por Siria. Pablo llega a Europa en su segundo viaje. Tras su tercer viaje, Pablo es encarcelado, él apela al César y llega a Roma (donde termina la narración de los Hechos). Muy probablemente liberado viajó a España y realizó otro viaje a Oriente. Muere martirizado en Roma.

La primera persecución que realiza el Imperio Romano, fue en el año 64 por disposición de Nerón (que había incendiado Roma) quien acusó a los cristianos de haber incendiado Roma. La gente le creyó, pues la conducta de los cristianos tan diferente y contra ritos paganos les había puesto enfrente.

Pedro llega a Roma, no se sabe la fecha cierta, pero sí se afirma con certeza que muere martirizado hacia el año 67 en Roma.
En el año 68 Jerusalén y Judea se sublevan contra Roma y hacia el año 70 son destruidas por las fuerzas romanas, a partir de ahí ocurre la dispersión judía.


Señales de Crecimiento

En el siglo I, ya eran un buen número de fieles, según el historiador pagano Tácito refiere que ya eran una “grandísima multitud” (señal de rápido crecimiento). Hay comunidades cristianas en Roma, Pompeya y Erculano.

En el siglo II ponderan crecimiento San. Justino, San Ireneo, Tertuliano. Ya hay obispos en casi toda Italia, en Francia y España. Al final del siglo se tiene obispos en Inglaterra (Tertuliano) y en Alemania (Ireneo).

En el siglo III el cristianismo se ha extendido por toda la ribera del Mediterráneo, Siria, Persia, Mesopotamia y la India.


Las Persecuciones

Se cuentan hasta 10 persecuciones. Las leyes persecutorias estuvieron vigentes hasta Constantino (edicto de Milán año 313); fueron exigidas con algunas intermitencias pacíficas (a veces más largas). Roma era tolerante con costumbres y religiones de pueblos sometidos. Entre los perseguidores hubo buenos emperadores (desde el punto de vista político). La causa parece ser en el caso del Cristianismo su resistencia a aceptar las leyes imperiales de divinización y culto de los emperadores.

Domiciano (81 – 96) se empeñó en ser adorado como Dios. Desató la persecución el año 95. Muchos mártires, incluso de la familia imperial como Flavio Clemente y su esposa Flavia Domitila, murieron durante este período.

Trajano (98-117) y Adriano la reactivaron, aunque disminuye la obra policíaca de descubrir cristianos; se aplica la ley cuando ocurren denuncias. En este período mueren martirizados el Papa Clemente, San Onésimo, San Timoteo, San Ignacio de Antioquía.

Marco Aurelio (161-180) fue cultivador del estoicismo. Durante su gobierno murieron martirizados San Justino y San Policarpo, de cuyos martirios se conservan las actas.
Luego de Marco Aurelio siguió un período de paz hasta el año 202. En ese año Septimiano Severo publica un nuevo edicto persecutorio, porque los cristianos no tomaron parte en los sacrificios por su triunfo a los dioses paganos.

Durante el período de persecuciones hubo también apóstatas, bastantes en la de Decio (249-251), pero también hubo muchos mártires.

La última y tal vez la más cruel de todas las persecuciones fue la ocurrida en los gobiernos de Diocleciano y de Maximiano (284-305), y que por la ferocidad con que ocurrió y por el gran número de mártires fue llamada la Era de los Mártires.


Constantino

Con la llegada de Constantino al trono imperial cambian las cosas. Momento decisivo fue la victoria del Puente Milvio sobre su rival Majencio a las puertas de Roma el 28 de octubre del 312.

La tradición narra que, antes de la batalla, tuvo una visión en la que se le presentó el anagrama de Cristo y la cruz oyendo ·Con este signo vencerás”. De hecho Constantino hizo grabar en los estandartes imperiales el monograma de Cristo y la cruz. Con el Edicto de Milán del año 313 termina el período de las persecuciones. Se reconoce a los cristianos la libertad, el derecho a tener lugares de culto y otras instituciones civiles. Posteriormente publicó muchas disposiciones favorables al Cristianismo. La madre de Constantino era cristiana y él mismo se bautizó en el lecho de muerte.


Herejías y problemas

No hay que pensar que no los hubo. Hubo problemas con el reparto de limosnas, que obligaron a Pedro a instituir diáconos.

Pablo tuvo que luchar con los judaizantes; así ocurrió en el Concilio de Jerusalén y se ve en Gálatas. Hay divisiones en Corinto. A los Colosenses les pone en guardia contra vanas filosofías (2,8 ss); a Timoteo le habla de fábulas profanas (1Tim 4,7). San Juan en Apocalipsis y en sus cartas habla de malos obispos y de poca energía contra las herejías.

San Clemente I, Papa quien murió en el año 99, tiene que enfrentar a los ebionitas que niegan la divinidad de Cristo; nazarenos que quieren imponer la ley de Moisés; docetismo para los que la humanidad de Cristo es sólo aparente.

Surgen también escritores paganos anticristianos como Porfirio, Plotino entre otros. Las herejías más importantes fueron:

· Gnosticismo: no hace falta Jesucristo para llegar a lo más alto de la experiencia mística.
· Marcionismo: rechaza todo el Antiguo Testamento.
· Maniqueísmo: hay dos principios opuestos: el bueno y el malo.
· Montanismo: no hay perdón para algunos pecados, sobre todo el homicidio, adulterio y apostasía.
· Milenarismo: Cristo instaurará un reino de mil años y luego vendrá el fin del mundo.
· Novacianismo: más rigorista que el montanismo.
· Adopcionismo: Cristo mero hombre, pero elevado a ser Dios.
· Monarquianismo o sabelianismo: no hay tres personas en Trinidad sino tres modos de presentarse.

El arrianismo
Fue la mayor herejía en la Iglesia primitiva. Surge en el siglo IV. Tiene como principio que el Hijo ha sido creado y él crea luego los demás seres. Los obispos se reunieron en Nicea (325) y condenaron el arrianismo. Sin embargo se propagó mucho. El arrianismo logró que obispos opositores importantes (Osio de Córdoba y San Atanasio de Alejandría) fueran echados de sus sedes. Logró por algún tiempo el favor del poder imperial y así se propagó.


Escritores Cristianos
En primer lugar los evangelios y escritos canónicos (juzgados como inspirados y reglas de fe).
La Didajé o Doctrina de los Doce Apóstoles, que viene a ser un catecismo. Las Didascalias y las Constituciones Apostólicas tienen el mismo estilo. Aparecen escritos apócrifos y surgen escritores cristianos defendiendo el derecho a ser cristianos y combatiendo errores, entre ellos destacan Cuadrato, San Justino el filósofo, San Ireneo, Tertuliano, San Clemente de Alejandría y toda su escuela, Orígenes y la escuela de Antioquía.


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Beatificación del P. Pedro Kibe Kasui SJ y sus 187 compañeros mártires

Entre ellos a los jesuitas P. Julián Nakaura, P. Diego Ryosetu Yuuki y el Hno. Nicolás Keian Fukunag.

Nagasaki (Japón), 21 Nov. 08 (AICA)
El próximo lunes, 24 de noviembre, tendrá lugar en Nagasaki (Japón) la ceremonia de beatificación de 188 mártires japoneses. Los futuros beatos son sacerdotes, religiosos y laicos que sufrieron martirio entre 1603 y 1639. La causa se conoce como “El padre Pedro Kibe Kasui SJ y sus 187 compañeros mártires”; entre ellos otros jesuitas: los sacerdotes Julián Nakaura y Diego Ryosetu Yuuki, y el hermano Nicolás Keian Fukunag.

Se espera que alrededor de 30.000 personas participarán en la ceremonia de beatificación, que tendrá lugar en el Big-N Baseball Stadium de Nagasaki.

La celebración eucarística en la que se elevará a los altares a los 188 mártires del siglo XVII, asesinados entre 1603 y 1639, será presidida por el cardenal Seiichi Peter Shirayanagi, arzobispo emérito de Tokio, con la presencia del cardenal José Saraiva Martins, prefecto emérito de la Congregación para las Causas de los Santos y enviado del Papa para la ocasión.

Además de la totalidad de los obispos del Japón, está prevista la participación de prelados de otros países, entre ellos de Corea, Taiwan y Filipinas.

El domingo día 23, a las 7:30 pm, se celebrará en la Parroquia de Fátima, la Eucaristía con motivo de la beatificación del P. Pedro Kibe sj y compañeros mártires.

Tomado de:

Homilías: Domingo 34 T.O. (A) - SOLEMNIDAD DE CRISTO REY

Lecturas: Ez 34,11-12.15-17; S. 22; 1Cor 15,20-26.28; Mt 25,31-46

El Reino de Jesús y su ley
Homilía por el P.José R. Martínez Galdeano, S.J.



Culmina hoy la serie de domingos del año litúrgico con esta fiesta de Cristo Rey. El próximo domingo comenzará el nuevo año litúrgico con el primer domingo del adviento, que es el período de preparación espiritual para vivir la Navidad de modo que nos haga crecer en Cristo.

La vida cristiana, tanto la individual de cada uno como la grupal de la Iglesia, viene a ser ir asimilando la vida de Jesucristo. Todo lo que somos, nuestro modo de pensar, de sentir y de obrar, debe ir haciéndose como los de Jesús. Dicho de otra forma: El Espíritu de Jesús, que se nos ha comunicado en el bautismo y que continúa inyectándose por los sacramentos y otras obras de la gracia, ha de ser como esas células madre, que se multiplican y transforman el organismo en el que han sido injertadas de modo que partes muertas se revitalicen. De esta forma el cristiano no es que vaya imitando cada vez mejor a Cristo, sino que va haciendo que Cristo mismo vaya apoderándose más de él y así viva en él con más realismo; no es sólo que piensa y obra como Cristo, sino que es Cristo el que piensa y obra en él; es la forma como Cristo se hace vivo y presente en el mundo por el cristiano. De esta manera el fiel, obrando su propia salvación, obra la de los demás.


Esta salvación eterna, obrando la de los demás, es el fin último de la existencia humana. “¿Que le importa al hombre ganar todo el mundo si pierde su alma?”. Es la margarita, la perla preciosa, que merece venderlo todo para poder comprarla. Esta salvación no se puede lograr sino por Jesucristo. “Nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto: Jesucristo” (1Cor 3,11) “y no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por que nosotros debamos salvarnos” (Hch 4,12). De ningún otro hemos de esperar el perdón de los pecados, ni de ningún otro la verdad, ni de ninguno el amor que vence a la muerte, ni de ningún otro la vida que dura hasta la eternidad. Porque sólo Él tiene el poder sobre ese reino, que es suyo, “reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz” (prefacio de misa de Cristo Rey).

Por eso para nosotros Jesucristo lo es todo, es el logro del fin supremo, único y último de la existencia. La Palabra, la que existía desde el principio, la que era Dios, la que hizo todo, la que es la vida y la luz para todos los hombres, se hizo carne, vivió y vive entre nosotros lleno de gracia y de verdad, y de su plenitud infinita hemos recibido y continuamos recibiendo gracia tras gracia; porque la gracia y la verdad nos han llegado y están llegando por Jesucristo (v. Jn 1,1-17).

Que Cristo es nuestro Rey significa también que Él nos proporcionará la fuerza, la capacidad y el espíritu necesarios para conseguir responder a las exigencias del Evangelio; que, habiendo encontrado a Cristo, no necesitamos buscar más, sino saciarnos más y más de su presencia. “Pondré agua en el desierto y ríos en la soledad para dar a beber a mi pueblo elegido” (Is 43,20). Y “el agua que Yo le daré, saltará y le llevará hasta la vida eterna” (Jn 4,14).

Esa agua refrescante que salta hasta la eternidad es el amor; porque “tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único para que todo el crea en Él no perezca” (Jn 3,16); porque “me amó y se entregó a la muerte por mí” (Gal 2,20); porque “hemos creído en el amor; y quien permanece en el amor, permanece en Dios y Dios en él. Y si alguno dice: Amo a Dios y aborrece a su hermano, es un mentiroso, pues el que no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. Y hemos recibido de Él este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano” (1Jn 4,16-21).

Por eso la ley del Reino no puede ser otra: “Este es mi mandamiento: que se amen unos a otros. Amar a Dios y amar al prójimo; porque les aseguro que cada vez que lo hicieron con uno de mis humildes hermanos, conmigo lo hicieron, y si no lo hicieron, tampoco conmigo lo hicieron” (Jn 15,12; Mc 12,30). En esto consiste en sustancia la lucha contra el pecado, “que habita en mí” (Ro 7,17), en que de modo positivo obremos el amor para con Dios y con los demás.

“El Señor es el lote de mi heredad y mi copa. Mi suerte está en su mano. Me ha tocado un lote hermoso, me encanta mi heredad. Por eso se me alegra el corazón, se gozan mis entrañas y mi carne descansa serena. Porque no me entregarás a la muerte, ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción. Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha” (S. 16,5–11). Cristo es lo que nos ha tocado en herencia. Es algo maravilloso. Démonos cuenta, que tenemos que saltar de alegría; que no tenemos que temer nada ni hay peligro; que Él, “el buen pastor, nos acompaña y no nos faltará nada; que nos guiará por el camino justo; que su bondad y su misericordia nos acompañan todos los días hasta que lleguemos a habitar en la casa del Señor por años sin término”.

“De una manera fragmentaria y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por su Hijo” (Hb 1,1-2). Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, es la Palabra única, perfecta e insuperable del Padre. En Él lo dice todo, no habrá otra palabra más que ésta. San Juan de la Cruz, después de otros muchos, lo expresa de manera luminosa, comentando este texto: Porque en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos habló junto y de una vez en esta sola Palabra, porque lo que hablaba antes en partes a los profetas, ya lo ha hablado todo en él, dándonos al Todo, que es su Hijo. Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios, o querer alguna visión o revelación, no sólo haría una necedad, sino haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra alguna cosa o novedad” (C.E.C. 65).

Hagamos, pues, de la vida un acto de amor. Pidámoslo siempre, que Él nos lo quiere conceder y lo concederá.

La teología de la cruz en la predicación de san Pablo

AUDIENCIA GENERAL

DE S.S. BENEDICTO XVI
Miércoles 29 de octubre de 2008


Queridos hermanos y hermanas:


En la experiencia personal de san Pablo hay un dato incontrovertible: mientras que al inicio había sido un perseguidor y había utilizado la violencia contra los cristianos, desde el momento de su conversión en el camino de Damasco, se había pasado a la parte de Cristo crucificado, haciendo de él la razón de su vida y el motivo de su predicación. Entregó toda su vida por las almas (cf. 2 Co 12, 15), una vida nada tranquila, llena de insidias y dificultades. En el encuentro con Jesús le quedó muy claro el significado central de la cruz: comprendió que Jesús había muerto y resucitado por todos y por él mismo. Ambas cosas eran importantes; la universalidad: Jesús murió realmente por todos; y la subjetividad: murió también por mí. En la cruz, por tanto, se había manifestado el amor gratuito y misericordioso de Dios.

Este amor san Pablo lo experimentó ante todo en sí mismo (cf. Ga 2, 20) y de pecador se convirtió en creyente, de perseguidor en apóstol. Día tras día, en su nueva vida, experimentaba que la salvación era "gracia", que todo brotaba de la muerte de Cristo y no de sus méritos, que por lo demás no existían. Así, el "evangelio de la gracia" se convirtió para él en la única forma de entender la cruz, no sólo el criterio de su nueva existencia, sino también la respuesta a sus interlocutores. Entre estos estaban, ante todo, los judíos que ponían su esperanza en las obras y esperaban de ellas la salvación; y estaban también los griegos, que oponían su sabiduría humana a la cruz; y, por último, estaban ciertos grupos de herejes, que se habían formado su propia idea del cristianismo según su propio modelo de vida.

Para san Pablo la cruz tiene un primado fundamental en la historia de la humanidad; representa el punto central de su teología, porque decir cruz quiere decir salvación como gracia dada a toda criatura. El tema de la cruz de Cristo se convierte en un elemento esencial y primario de la predicación del Apóstol: el ejemplo más claro es la comunidad de Corinto. Frente a una Iglesia donde había, de forma preocupante, desórdenes y escándalos, donde la comunión estaba amenazada por partidos y divisiones internas que ponían en peligro la unidad del Cuerpo de Cristo, san Pablo se presenta no con sublimidad de palabras o de sabiduría, sino con el anuncio de Cristo, de Cristo crucificado. Su fuerza no es el lenguaje persuasivo sino, paradójicamente, la debilidad y la humildad de quien confía sólo en el "poder de Dios" (cf. 1 Co 2, 1-5).

La cruz, por todo lo que representa y también por el mensaje teológico que contiene, es escándalo y necedad. Lo afirma el Apóstol con una fuerza impresionante, que conviene escuchar de sus mismas palabras: "La predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan —para nosotros— es fuerza de Dios. (...) Quiso Dios salvar a los creyentes mediante la necedad de la predicación. Así, mientras los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos, necedad para los gentiles" (1 Co 1, 18-23).

Las primeras comunidades cristianas, a las que san Pablo se dirige, saben muy bien que Jesús ya ha resucitado y vive; el Apóstol quiere recordar, no sólo a los Corintios o a los Gálatas, sino a todos nosotros, que el Resucitado sigue siendo siempre Aquel que fue crucificado. El "escándalo" y la "necedad" de la cruz radican precisamente en el hecho de que donde parece haber sólo fracaso, dolor, derrota, precisamente allí está todo el poder del Amor ilimitado de Dios, porque la cruz es expresión de amor y el amor es el verdadero poder que se revela precisamente en esta aparente debilidad. Para los judíos la cruz es skandalon, es decir, trampa o piedra de tropiezo: parece obstaculizar la fe del israelita piadoso, que no encuentra nada parecido en las Sagradas Escrituras.

San Pablo, con gran valentía, parece decir aquí que la apuesta es muy alta: para los judíos, la cruz contradice la esencia misma de Dios, que se manifestó con signos prodigiosos. Por tanto, aceptar la cruz de Cristo significa realizar una profunda conversión en el modo de relacionarse con Dios. Si para los judíos el motivo de rechazo de la cruz se encuentra en la Revelación, es decir, en la fidelidad al Dios de sus padres, para los griegos, es decir, para los paganos, el criterio de juicio para oponerse a la cruz es la razón. En efecto, para estos últimos la cruz es moría, necedad, literalmente insipidez, un alimento sin sal; por tanto, más que un error, es un insulto al buen sentido.

San Pablo mismo, en más de una ocasión, sufrió la amarga experiencia del rechazo del anuncio cristiano considerado "insípido", irrelevante, ni siquiera digno de ser tomado en cuenta en el plano de la lógica racional. Para quienes, como los griegos, veían la perfección en el espíritu, en el pensamiento puro, ya era inaceptable que Dios se hiciera hombre, sumergiéndose en todos los límites del espacio y del tiempo. Por tanto, era totalmente inconcebible creer que un Dios pudiera acabar en una cruz.

Y esta lógica griega es también la lógica común de nuestro tiempo. El concepto de apátheia indiferencia, como ausencia de pasiones en Dios, ¿cómo habría podido comprender a un Dios hecho hombre y derrotado, que incluso habría recuperado luego su cuerpo para vivir como resucitado? "Te escucharemos sobre esto en otra ocasión" (Hch 17, 32), le dijeron despectivamente los atenienses a san Pablo, cuando oyeron hablar de resurrección de los muertos. Creían que la perfección consistía en liberarse del cuerpo, concebido como una prisión. ¿Cómo no iban a considerar una aberración recuperar el cuerpo? En la cultura antigua no parecía haber espacio para el mensaje del Dios encarnado. Todo el acontecimiento "Jesús de Nazaret" parecía estar marcado por la más total necedad y ciertamente la cruz era el aspecto más emblemático.

¿Pero por qué san Pablo, precisamente de esto, de la palabra de la cruz, hizo el punto fundamental de su predicación? La respuesta no es difícil: la cruz revela "el poder de Dios" (cf. 1 Co 1, 24), que es diferente del poder humano, pues revela su amor: "La necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres" (1 Co 1, 25). Nosotros, a siglos de distancia de san Pablo, vemos que en la historia ha vencido la cruz y no la sabiduría que se opone a la cruz. El Crucificado es sabiduría, porque manifiesta de verdad quién es Dios, es decir, poder de amor que llega hasta la cruz para salvar al hombre. Dios se sirve de modos e instrumentos que a nosotros, a primera vista, nos parecen sólo debilidad.

El Crucificado desvela, por una parte, la debilidad del hombre; y, por otra, el verdadero poder de Dios, es decir, la gratuidad del amor: precisamente esta gratuidad total del amor es la verdadera sabiduría. San Pablo lo experimentó incluso en su carne, como lo testimonia en varios pasajes de su itinerario espiritual, que se han convertido en puntos de referencia precisos para todo discípulo de Jesús: "Él me dijo: "Mi gracia te basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza"" (2 Co 12, 9); y también: "Ha escogido Dios lo débil del mundo para confundir lo fuerte" (1 Co 1, 28). El Apóstol se identifica hasta tal punto con Cristo que también él, aun en medio de numerosas pruebas, vive en la fe del Hijo de Dios que lo amó y se entregó por sus pecados y por los de todos (cf. Ga 1, 4; 2, 20). Este dato autobiográfico del Apóstol es paradigmático para todos nosotros.

San Pablo ofreció una admirable síntesis de la teología de la cruz en la segunda carta a los Corintios (cf. 2 Co 5, 14-21), donde todo está contenido en dos afirmaciones fundamentales: por una parte, Cristo, a quien Dios ha tratado como pecado en nuestro favor (v.21), murió por todos (v. 14); por otra, Dios nos ha reconciliado consigo, no imputándonos nuestras culpas (vv.18-20). Por este "ministerio de la reconciliación" toda esclavitud ha sido ya rescatada (cf. 1 Co 6, 20; 7, 23). Aquí se ve cómo todo esto es relevante para nuestra vida. También nosotros debemos entrar en este "ministerio de la reconciliación", que supone siempre la renuncia a la propia superioridad y la elección de la necedad del amor.

San Pablo renunció a su propia vida entregándose totalmente al ministerio de la reconciliación, de la cruz, que es salvación para todos nosotros. Y también nosotros debemos saber hacer esto: podemos encontrar nuestra fuerza precisamente en la humildad del amor y nuestra sabiduría en la debilidad de renunciar para entrar así en la fuerza de Dios. Todos debemos formar nuestra vida según esta verdadera sabiduría: no vivir para nosotros mismos, sino vivir en la fe en el Dios del que todos podemos decir: "Me amó y se entregó a sí mismo por mí".
Tomado de:

Los Mártires de El Salvador


Contexto Histórico:

El pequeño país de El Salvador llevaba unos 15 años en extrema tensión social, Sacerdotes, laicos, religiosos y religiosas habían sido asesinados, entre ellos Rutilio Grande SJ (1997) y Oscar Romero (1980). Años más tarde los jesuitas seguían en el centro del conflicto, fomentando el dialogo y siendo mediadores entre las fuerzas armadas y la guerrilla, entre la principal figura fue Ignacio Ellacuría SJ.

El 16 de noviembre de 1989 fueron asesinados el rector de la Universidad Centroamericana (UCA), el español Ignacio Ellacuría; los sacerdotes de la misma nacionalidad Amando López, Juan Ramón Moreno, Segundo Montes e Ignacio Martín Baró, así como el salvadoreño Joaquín López y López. Junto a los jesuitas fueron asesinadas la cocinera Elba Julia Ramos y su hija Celina, de 16 años.

Hombres de diálogo que frente a la violencia de los extremistas de derecha e izquierda, quisieron ser una tercera fuerza, que emplease la negociación como medio eficaz y salida razonable para lograr la paz nacional. Ellacuria y sus compañeros mediaron infinidad de veces entre ambos bandos, sin dejar de criticar y repudiar las avanzadas violentas. As{i el 16 de noviembre de 1989, una treintena de hombres armados irrumpieron en la casa de los jesuitas acribillándolos a balazos junto con una señora ayudante de la casa y su hija.


Joaquín López y López SJ
“Es bueno dar pan por un día, pero mucho mejor es enseñar a conseguir pan para toda la vida”
"No miremos a nuestros intereses; veamos qué podemos hacer por los hermanos"

Lolo como era conocido familiarmente era el único salvadoreño, nació el 16 de agosto de 1918, 20 años después ingresaba al noviciado de la Compañía de Jesús en El Paso (Texas).

Tras completar sus estudios, se ordena sacerdote en 1950, haciendo su profesión solemne 4 años después. Su vida apostólica transcurrió entre el colegio Externado y Fe y Alegría (obra de la que fue director hasta su muerte).

En 1956 fue uno de los fundadores de la UCA, desde entonces nunca dejó la comunidad universitaria, si bien anduvo dedicado a la educación popular en Fe y Alegría, que tenía 13 escuelas, 12 talleres y 8 mil alumnos; significaban para él la respuesta inmediata necesaria para los agudos problemas educativos de su país, sin restarle importancia a los cambios estructurales que este necesitaba con urgencia.

Hombre tímido, de pocas palabras, pero intenso quehacer, puso sus cualidades de organizador y empresario al servicio de los más pobres de El Salvador. A pesar de padecer un cáncer de próstata siguió trabajando con empeño fin, dando su vida el 16 de noviembre de 1989.


Juan Ramón Moreno Pardo SJ
“Es Dios el que envía, pero es el pueblo al que es enviado, el pueblo real con sus aflicciones y anhelos, dolores y esperanzas, el que configura la forma concreta que la misión deberá tomar”
"Tomar cuerpo real es incorporarse a las luchas y esperanzas de un pueblo en marcha"


Nació en Villafuerte (Navarra, España) el 29 de agosto de 1933. Ingreso a la Compañía de Jesús el 14 de septiembre de 1950. Fue ordenado sacerdote el 14 de junio de 1964 e hizo su profesión solemne el 2 de febrero de 1968 en San Salvador. Estuvo dedicado a labores universitarias relacionadas con la teología, espiritualidad y la pastoral. Su público principal fue el de los sacerdotes, religiosos y religiosas, novicios y estudiantes.

Fue nombrado maestro de novicios en el momento de los grandes cambios para la provincia jesuita de Centroamérica (1969). Fundo el Centro Ignaciano de Centroamérica (CICA) en Panmá y luego en Managua. Inicio la revista Diakonía y fue director del Instituto de Ciencias Religiosas ICR en Managua. Fue el hombre de confianza de un gran público que encontraba en él la profundidad y el consejo que buscaba. La idea de ser párroco rural le atraía y a su regreso a San Salvador en 1985, pidió a su provincial la posibilidad de serlo, sin embargo, tras cumplir las tareas encomendadas en la UCA como bibliotecario del Centro de Reflexión Teológica, quedó allí así le encontraron sus asesinos el 16 de noviembre de 1989.


Segundo Montes Mozo S.J.
"No es tiempo aún de cantar victoria, tampoco es tiempo para la desesperanza"
“estoy seguro de haber vivido entre ellos”

Segundo Montes nació en Valladolid, el 15 de mayo de 1933. Ahí hizo sus primeros estudios y la educación media, entre 1936 y 1950. El 21 de agosto de 1950, Montes ingresó en el noviciado de la Compañía de Jesús de Orduña. Ahí hizo el primer año, pues el segundo (1951) lo hizo en el noviciado de Santa Tecla, bajo la dirección de Miguel Elizondo. Fue ordenado sacerdote en Innsbruck Austria, el 25 de julio de 1963.

La vida de Segundo Montes transcurrió entre el Colegio Externado y la UCA. En el colegio estuvo dos temporadas, entre 1957 y 1960 y entre 1966 y 1976.

Entre 1973 y 1976 fue Rector, precisamente, cuando el colegio pasaba por una profunda crisis de identidad y organización. Pero la crisis no lo asustó. Su fuerte personalidad y su gran energía le ayudaron a dirigir el colegio en aquellos años de cambio. Los largos años pasados en el Colegio Externado lo hicieron muy popular entre los ex alumnos y sus familias. Donde quiera que fuera encontraba conocidos. Casó a muchos de ellos, bautizó a sus hijos e hijas y oyó sus dificultades matrimoniales. Después, cuando la crisis del país polarizó a la sociedad salvadoreña, se le fueron alejando. Sin embargo, durante muchos años, nadie lo acusó ni lo atacó en los panfletos y campos pagados que circularon tan profusamente. Sólo al final de su vida, su nombre comenzó a aparecer en la lista de los jesuitas acusados de ser los responsables de la violencia en El Salvador, de dirigir al FMLN, de servirle de fachada, etc. Su nombre era el tercero en la lista, después del de Ellacuría y Martín-Baró.

En la UCA comenzó como profesor pero, poco a poco, la dinámica universitaria lo fue alejando del colegio. Además de profesor de visiones científicas -una perspectiva filosófica de las ciencias- y sociología, fue Decano de la Facultad de Ciencias del Hombre y de la Naturaleza, entre 1970 y 1976. Entonces, prácticamente en su madurez, decidió hacer un alto y estudiar más

En 1984, las dificultades, el desafío y el ejemplo de algunas comunidades de desplazados y refugiados salvadoreños dentro y fuera del país, por causa de la guerra, despertaron un interés particular y ardiente –tan característico suyo- en él. Desde entonces hasta su muerte, Segundo Montes adquirió una prominencia especial, tanto en El Salvador como en Estados Unidos, por ser el investigador y el analista más importante del fenómeno de los desplazados, los refugiados y también los emigrantes.

Desde principios de la década de los ochenta, Segundo Montes dedicó una parte de sus fines de semana a atender ministerialmente parroquias suburbanas sin sacerdote. Primero estuvo en Calle Real y luego, desde 1984, en la colonia Quezaltepec. En su actividad pastoral, Montes se supo ganar el aprecio de la gente sencilla por su generosidad y su trato franco y abierto.
Su deseo nunca satisfecho por comprender mejor la realidad social salvadoreña lo llevó a estudiar la estratificación social, el patrón de la tenencia de la tierra y los militares. Publicó religiosamente el hallazgo de todos estos estudios, algunos de los cuales utilizó como libros de texto, en las materias que impartía. Su aguda observación lo ayudó a identificar un fenómeno novedoso y bastante curioso, a comienzos de la década de los ochenta: la "pérdida" de los dólares, que los salvadoreños residentes en Estados Unidos enviaban a sus familiares en el El Salvador. Este hecho lo alertó acerca de la importancia de la emigración salvadoreña para la economía nacional.
El domingo 12 de noviembre ya no pudo ir a la colonia. Los combates en la ciudad se lo impidieron. Ese día, la comunidad parroquial había planificado entregarle un reconocimiento, pues compartía con él se sentía orgullosa por el premio recibido en Washington. El domingo siguiente tampoco pudo llegar.


Amando López Quintana SJ
"El amor de Dios se manifiesta en elcariño humano, en la entrega"

Amando López nació en Cubo de Bureba (Burgos, España), el 6 de febrero de 1936. Sus primeros estudios los hizo ahí mismo, pero la secundaria la hizo en Javier. El 7 de septiembre de 1952, entró en el noviciado de la Compañía de Jesús de Orduña, donde estuvo un año. Después, a él también lo enviaron a hacer el segundo año al noviciado de Santa Tecla. En Dublín estudio teología siendo ordenado sacerdote en el mismo lugar el 29 de julio de 1965.
A finales de 1970, cuando los obispos no aceptaron a los dos candidatos para Rector del seminario, propuestos por los superiores de la Compañía de Jesús, éstos sugirieron, como última posibilidad, a Amando López, un doctor en teología recién llegado y sin antecedentes. Impresionados por sus credenciales académicas, los obispos lo aceptaron de inmediato. Su sorpresa fue grande cuando se vio Rector del seminario con tan sólo unos meses en San Salvador.
Dirigió el seminario en los años más turbulentos de su historia, que culminaron con la salida de la Compañía de Jesús, en 1972. Muy poco después de haber sido nombrado Rector, los obispos se sorprendieron por las novedades que éste introdujo en el seminario. Amando López se preocupó por elevar el nivel académico de los estudios, por el bienestar material de los seminaristas y por tratarlos como personas adultas, no como niños o menores de edad. Se rodeó de un equipo joven, bien preparado y abierto a las necesidades humanas, religiosas y pastorales de los seminaristas. Sin embargo, debió discutir con la conferencia episcopal acerca de la teología que debía enseñarse y sobre los profesores más idóneos para hacerlo. Después de largas y amargas discusiones, consiguió que los obispos aumentaran el presupuesto para la alimentación de los seminaristas y, por lo tanto, pudo introducir algunas mejoras. Además, defendió a los seminaristas de algunas decisiones arbitrarias e injustas de sus respectivos obispos. Estos querían que los seminaristas fueran formados de la misma manera que ellos, sin caer en la cuenta de la diferencia en años y mentalidad.
Los seminaristas eran conscientes de las estructuras injustas de la sociedad salvadoreña así como de la connivencia de algunos miembros de la jerarquía. Sus protestas no tardaron en aflorar y en llegar a oídos de los obispos. Estos, por supuesto, reprobaron la toma de conciencia de los seminaristas y se aprestaron a tomar represalias, pero el Rector salió en su defensa. Entonces, la conferencia episcopal comenzó a buscar la manera para sacar a los jesuitas del seminario. La forma como se llevó a cabo la entrega de la institución y su cierre temporal en 1972 minaron la salud de Amando López. Pasó unos meses bastante difíciles, en una de las residencias universitarias de San Salvador. Pese a ello, fue profesor de filosofía en la UCA durante dos años (1973-1974) y superior de la comunidad donde residía.
Tal vez porque no se encontraba muy a gusto en San Salvador después de lo que había tenido que pasar y también porque se necesitaba un Rector, los superiores lo destinaron a dirigir el Colegio Centro América -trasladado a Managua desde hacía varios años-, en 1975. A Amando López el destino debió hacerle ilusión, porque había dejado muchas amistades en Nicaragua y porque el país y su gente le atraían sobremanera.

El carisma de Amando era el don del consejo. Poseía una capacidad natural para escuchar, un corazón grande para acoger y una risa contagiosa para animar.

Ignacio Martín Barro SJ
“Alfabetizarse es sobre todo aprender a leer la realidad circundante y a escribirla en la propia historia”
"Sufrir con sentido es sacrificarse, es SER"
Nació el 7 de noviembre de 1942, en Valladolid (España). Entró en el noviciado de la Compañía de Jesús de Orduña, el 28 de septiembre de 1959. Después, sus superiores lo trasladaron al noviciado de Villagarcía y de ahí lo enviaron al de Santa Tecla, en El Salvador, donde hizo su segundo año de noviciado.
Fue profesor de psicología en la UCA desde 1971 llegando a ser director de dicho departamento, apasionado investigador se caracterizó por su rigor científico coincidiendo generalmente la realidad con sus conclusiones. Reconocido como psicologo social nacional e internacional obtuvo el título de Doctor en dicha materia.
Una de sus principales preocupaciones era proporcionar a sus estudiantes una visión objetiva y amplia del mundo. Simultáneamente entre 1988 y 89 trabajaba como párroco de la comunidad de Jayaque, pueblo campesino incrustado entre las fincas cafetaleras siendo hombre de gran pasión religiosa por los pobres y la justicia, entre ellos experimentaba un cambio notable, se volvía más alegre, reía mucho y se mostraba cariñoso.

Su voz fue la única que distinguió una testigo del asesinato, cuando les gritó a los militares: “esto es una injusticia, ustedes son una carroña”

Ignacio Ellacuria SJ
"Somos libremente parciales en favor de las mayorías populares"
“No es cerrando los ojos o callando las voces de protesta como se resolveran los problemas sociales”

Nació en Portugalete (Vizcaya, España), el 9 de noviembre de 1930. Fue el cuarto de cinco hijos varones del oculista de la ciudad. También fue el cuarto en optar por el sacerdocio. Sus primeros estudios los hizo en Portugalete, pero después su padre lo envió al colegio de los jesuitas de Tudela. Ellacuría era reservado y algo intenso.
Ingresó al noviciado el 14 de septiembre de 1947, en Loyola, el hogar de san Ignacio, el fundador de la Compañía de Jesús. Un año después fue enviado, junto con otros cinco novicios, a fundar el noviciado de la Compañía de Jesús en Santa Tecla (El Salvador). Seguramente, para los seis novicios fue difícil determinar si eran voluntarios o cumplían una orden. Meses antes, el maestro de novicios solicitó voluntarios para ir a Centroamérica. Les pidió que lo pensaran unos días y si sentían que esta misión estaba de acuerdo con su vocación, que escribieran su nombre en un pedazo de papel. El viaje fue largo. Salieron de Bilbao el 26 de febrero de 1949 y llegaron un mes más tarde a Santa Tecla. Sus familias acudieron a la estación a despedirlos. Sin duda, la separación fue muy difícil para todos.
Al frente de la expedición venía el maestro de novicios, Miguel Elizondo. En él, los novicios encontraron un maestro de gran sentido común y espiritualidad profunda.
En septiembre de 1949, los seis novicios pronunciaron sus votos de pobreza, obediencia y castidad. En la década de 1950, los jesuitas de Centroamérica no contaban con un centro de estudio para formar a sus estudiantes, sino que éstos eran enviados a Quito, donde estudiaban humanidades clásicas (dos años) y filosofía (tres años), en la Universidad Católica. Estos cinco años fueron muy importantes para el desarrollo intelectual de Ellacuría y sus compañeros, así como para todos los otros que tuvieron la oportunidad de estudiar en esta institución.
En la UCA comenzó dando clases de filosofía, en 1967. Pronto lo nombraron miembro de la Junta de Directores. Desde 1972 fue Jefe del Departamento de Filosofía. Desde 1976 dirigió la revista Estudios Centroamericanos (ECA) y desde 1979 fue Rector de la UCA y Vicerrector de Proyección Social. Impartió cursos, dirigió seminarios y dictó conferencias en América Latina, Europa y Estados Unidos.

En Ellacuría, la compasión y el servicio fueron cosas últimas. El encuentro con Mons. Romero le proporcionó una ultimidad nueva, la cual se expresó más en su vida que en sus escritos: la gratuidad. Cabe recordar aquí su insistencia en la dimensión ética y práctica de la inteligencia. Le gustaba repetir que había que hacerse cargo de la realidad y cargar con ella, con lo oneroso de ella.

Ellacuría se dejó llevar por la fe de Mons. Romero y por la fe la del pueblo crucificado. Esto es importante, porque el Ellacuría a quien en casi todas las otras cosas le tocaba ir por delante y llevar a otros, en la fe se sentía llevado por otros. En el saberse llevado por la fe de otros, Ellacuría experimentó la gratuidad de la fe en Dios. En definitiva, la fe lo llevó al martirio, y mientras tanto, lo llevó a caminar en la historia. En ese caminar siempre se esforzó por "actuar con justicia", como dice el profeta Miqueas, pero también experimentó la humildad de quienes tienen que habérselas con Dios.
En los últimos años de la década de los sesenta, luchó para abandonar los esquemas desarrollistas y optar por la liberación. Quería poner la estructura universitaria al servicio de la liberación del pueblo salvadoreño, pero siempre desde el modo propio de la universidad.
La UCA fue su vida y su pasión. Pero no porque hiciera de ella un absoluto, sino porque la concibió como un instrumento para servir a la liberación del pueblo salvadoreño. Bajo su dirección e inspiración, la UCA se convirtió en una universidad con un sólido prestigio académico y con una proyección hacia la sociedad eficaz. En el campo académico, estaba convencido de la necesidad de elevar el nivel de la educación superior y para eso impulsó la elaboración de una nueva ley.

La transformación agraria de 1976, impulsada por el régimen militar, lanzó la figura de Ellacuría al ámbito público. Desde entonces, siempre estuvo presente en las grandes crisis del país, a través de sus análisis críticos y sus propuestas creativas. La UCA, aun en contra del parecer de algunos de sus miembros, apoyó el plan de transformación agraria del presidente Molina, porque Ellacuría consideró que, pese a todas sus limitaciones, beneficiaría a las mayorías populares y porque al mismo tiempo era un ataque contra la oligarquía terrateniente. Molina pidió el apoyo de la UCA, pero en el momento decisivo, retrocedió ante la presión de la oligarquía. Entonces, Ellacuría escribió un famoso editorial en ECA, titulado "A sus órdenes mi capital", en el cual denunció que "el gobierno ha cedido, el gobierno se ha sometido, el gobierno ha obedecido. Después de tantos aspavientos de previsión, de fuerza de decisión, ha acabado diciendo, ‘a sus órdenes mi capital’". El editorial le costo a la UCA el subsidio gubernamental y cinco bombas, colocadas por una organización paramilitar de derecha, conocida como Unión Guerrera Blanca. No era esta la primera vez que la proyección social de la UCA molestaba al gobierno. Hubo dos antecedentes. Dos publicaciones. La primera fue un estudio de la huelga de ANDES 21 de Junio y la segunda fue un estudio de las elecciones presidenciales de 1972, donde se quedó probado de manera consistente, la existencia de fraude. Estas publicaciones también le costaron el subsidio gubernamental a la UCA y ambas dieron inicio a la larga serie de libros que ahora conforman el acervo editorial de UCA Editores. Paradójicamente, el coronel Molina fue el presidente que le concedió la nacionalidad salvadoreña a Ellacuría.
La crisis nacional se agravó hasta desembocar en el golpe de Estado del 15 de octubre de 1979, dirigido por los oficiales jóvenes de la Fuerza Armada. La UCA y el mismo Ellacuría apoyaron el movimiento de los militares. El primer gobierno estuvo integrado por destacados académicos de la UCA, entre ellos, su Rector, Román Mayorga, y su Director de Investigaciones, Guillermo Ungo. El gobierno fracasó y la violencia se desató. En marzo de 1980, Mons. Romero cayó víctima del odio. En una de las dos residencias universitarias y en la UCA misma estallaron varias bombas. En la residencia de los jesuitas estallaron dos bombas en menos de 48 horas. La situación se deterioró tanto que, a finales de 1980, poco después del asesinato de los dirigentes de la oposición política de la izquierda, Ellacuría salió del país, bajo la protección de la embajada española. Sus amigos le avisaron que en una reunión de comandantes se había discutido una lista de personalidades que serían asesinadas, entre las cuales se encontraba él. Sin dejar de ser Rector, permaneció fuera de El Salvador hasta abril de 1982.
A raíz del fracaso de la ofensiva del FMLN de enero de 1981, Ellacuría comenzó a madurar dos ideas importantes y estrechamente relacionadas, ninguna de las cuales fue bien comprendida. La primera fue la inviabilidad de la violencia armada como solución de la crisis nacional. La única salida posible era el diálogo de las partes enfrentadas. La segunda fue lo que dio en llamar la tercera fuerza. Su tesis era que ni el gobierno, ni los partidos políticos, ni el ejército, ni la guerrilla podían garantizar los intereses de las mayorías populares, porque todos ellos tenían como prioridad la toma del poder y la defensa de unos intereses muy particulares. Por consiguiente, las mayorías tenían que manifestarse por sí mismas y velar por su propio bienestar. El bien del país radicaba en el bienestar de esas mayorías y, por consiguiente, el conflicto armado debía resolverse teniendo delante este bienestar. Ni la derecha ni la izquierda aceptaron su postura, aunque por razones distintas.
No obstante, Ellacuría mantuvo hasta el final de sus días que la única salida al conflicto armado era la negociación política. De ahí que la ofensiva militar del FMLN de noviembre de 1989 le molestara muchísimo. En realidad estaba muy enojado, porque, en su opinión, esa ofensiva traería más males que bienes. Le pareció que el FMLN se había precipitado y derrochaba las fuerzas que con tanto trabajo había acumulado en los últimos años. Tampoco estaba muy satisfecho con la postura del FMLN en la mesa de negociación tenida en San José (Costa Rica). En su enojo, dijo que exigiría a ambas partes respetar la UCA como terreno neutral. Según él, la neutralidad de la UCA, reconocida por ambas partes, podía convertirse en un precedente importante para el país, puesto que se podría hacer lo mismo con los templos, los hospitales, las escuelas, etc.
La opción universitaria a favor de la liberación de las mayorías empobrecidas estaba haciendo estragos en su salud y su ánimo, así como también en el de los demás. En particular, Ellacuría llevaba tres años muy cansado y padeciendo quebrantos de salud. Se había encerrado en sí mismo, volviéndose callado, serio e incluso hosco. Cumplía con sus responsabilidades administrativas, daba su clase, atendía a visitantes e invitaciones en el exterior, y, además, encontraba tiempo para escribir. En estos últimos años, casi no revisaba lo que escribía, lo entregaba al editor tal como le salía. En esta época última, a su rendimiento como escritor le daba un siete o un ocho. A quien le recomendaba descanso, le respondía que el pueblo no descansaba de la guerra ni de la pobreza. Lo menos que podía hacer era seguir trabajando por su liberación y su paz, sin importarle el mal carácter, la enfermedad o no llegar al final, pues, en este caso, también habría cumplido con su misión.

Elba y Celina Ramos
"No he perdido mi buen humor, siempre lo conservo, aunque vengan tempestades"

Elba nació en el cantón Las Flores (Santiago de María), el 5 de marzo de 1947. Su madre, Santos Ramos, era de Usulután y se dedicaba al negocio de frutas. Su padre, cuyo nombre no aparece en el acta de nacimiento, era administrador de la finca Los Horcones, en Usulután.
A finales de la década de 1960, Elba conoció a su esposo Obdulio, con quien vivió hasta el 16 de noviembre de 1989. El era caporal de la hacienda El Paraíso, en Santa Tecla, y ella trabajaba como doméstica en San Salvador. Durante la cosecha de café, Elba pedía permiso en la casa donde trabajaba para ir a cortar café en El Paraíso. Su cuadrilla era la que Obdulio dirigía. Cuando decidieron vivir juntos, Elba dejó de trabajar fuera de su hogar. Vivieron en una hacienda, en los alrededores de Santa Tecla, cuyo propietario los ayudaba económicamente. En 1970, al morir éste, víctima de uno de los primeros secuestros, Elba y Obdulio abandonaron la propiedad.
Obdulio encontró trabajo como vigilante en la hacienda Las Minas, en Jayaque. Como parte del arreglo, le permitieron sembrar maíz y frijol. Elba lo ayudaba en la milpa, pero ya no iba a la recolección del café. Estando en Las Minas nació Celina Mariset, el 27 de febrero de 1973. Era la tercera hija.Se trasladaron a Acajutla vivían con la madre y la hermana de Elba. Encontraron techo en el hogar de su cuñado. Obdulio consiguió trabajo en los muelles del puerto, mientras ella se dedicaba a vender fruta, en una tienda, en el barrio Los Coquitos.
La violencia los expulsó de Acajutla tres años después, en 1979. La actividad del puerto había disminuido de manera considerable y Obdulio se quedó sin trabajo. Alquilaron un pequeño cuarto con piso de tierra, dividido en la mitad por una cortina, en la colonia Las Delicias, en Santa Tecla. Obdulio, aprovechando sus relaciones con varios administradores de las fincas de los alrededores, encontró trabajo como jardinero, en una residencia de la colonia San Francisco, en San Salvador. Pero en 1985, Obdulio se encontró de nuevo sin trabajo. La familia para la que trabajaba como jardinero abandonó el país por causa de la violencia. Poco después, encontró otro trabajo. Esta vez como vigilante nocturno, en la colonia Acovit, vecina a la colonia Quezatepec, en los suburbios de Santa Tecla.
En ese mismo año, Elba consiguió empleo como cocinera en el teologado de los jesuitas, en Antiguo Cuscatlán. La señora que cuidaba la casa cural de Las Delicias le avisó de esta oportunidad, que no dejó pasar. Cuatro años más tarde, en 1989, Obdulio consiguió un nuevo trabajo. La comunidad universitaria necesitaba un jardinero que se hiciera cargo del inmenso terreno, donde Segundo Montes planificaba sembrar una hortaliza y árboles frutales. Montes le ofreció el trabajo y una casa recién hecha, junto al portón de entrada, en la avenida Einstein. Obdulio aceptó y desde entonces hasta su muerte, cuidó del jardín con gran cariño.
Celina estudió seis años de primaria en la Escuela Luisa de Marillac, en Santa Tecla. El tercer ciclo lo hizo en el Instituto José Damián Villacorta, también en Santa Tecla. En 1989 terminó el primer año de bachillerato comercial, en dicho instituto. Había obtenido una beca de mil colones junto con otras dos compañeras, pero debía obtener buenas calificaciones para poder seguir gozando de ella. Entonces dejó el equipo de baloncesto y no formó parte de la banda de guerra del instituto, dos actividades que la atraían especialmente, porque era muy activa. También dejó la catequesis. De hecho, estaba bastante preocupada, porque tenía dos materias pendientes. A los catorce años, Celina conoció a su novio, quien jugaba en el equipo de baloncesto del instituto. Habían pensado casarse pronto, pero "dependiendo" de lo que dijera "la niña Elba". Habían pensado comprometerse en diciembre de 1989.
El sábado 11 de noviembre, al comenzar la ofensiva, una patrulla del FMLN colocó una bomba en el portón de la residencia universitaria, forzándola. La familia de Obdulio vio desde dentro cuando ponían la bomba y cómo ingresaban al patio. La bomba quebró todos los vidrios de su pequeña casa. Como ya estaba oscuro y ya habían comenzado las escaramuzas, permanecieron tirados en el piso de la casa hasta la mañana del domingo. La noche de ese día ya no durmieron en su casa, ubicada junto al portón, porque tuvieron miedo. Durmieron en una pequeña sala, junto al comedor de la residencia universitaria. El miércoles 15, Elba se llevó ropa para el teologado por si no podía regresar en la tarde y tenía que quedarse a dormir allí. Los teólogos le dijeron que se quedara, pero ella no quiso, porque no quería estar lejos de su esposo. Su fidelidad la llevó a la muerte a ella y a su hija.
Temprano, en la mañana del 16 de noviembre, Obdulio las encontró abrazadas en la muerte. El cuerpo de Elba sobre el de Celina, en un intento inútil por protegerla de las balas. El fue el primero en encontrar en el patio los cuerpos tendidos sin vida de los cuatro jesuitas. Los otros dos estaban dentro de la residencia. Obdulio sobrevivió porque los asesinos no lo vieron. Mudo de horror, se dirigió a la residencia vecina para avisar a los otros jesuitas de lo que había sucedido esa madrugada.
Silencioso y servicial, Obdulio siguió trabajando como jardinero. En el sitio donde encontró los cuerpos de los cuatro jesuitas plantó rosas. En el centro colocó dos rosales amarillos, uno por Elba y otro por Celina. Alrededor de ellos plantó seis rosales rojos. Cuidó de ellos hasta su muerte, ocurrida en 1994. La tristeza y la nostalgia se apoderaron de él. A los visitantes les mostraba con amablidad el jardín de rosas y les explicaba su significado. Presa del miedo, al comienzo se negó a proporcionar mayores detalles a los periodistas; pero después, con el paso del tiempo, fue hablando cada vez más. Perdió el miedo a las cámaras y a los micrófonos, pero siempre se lamentó de lo que calificó como una "ingratitud" inmensa. Murió a causa de una infección mal atendida, pero es probable que tampoco él quisiera seguir viviendo. La vida se había vuelto una carga excesivamente pesada para él. La ingratitud era más de lo que podía soportar.


"... Usted reposa ahora, don Ignacio,con Amando,
el arcángel consejero;con la "fé y alegría" de aquel Lolo;
con Segundo, el de barbas de dios Zeus.
Con Pardito, silente y laboriosoque alcanzó a Dios
en su correr eterno;y con Nacho,
conciencia inquisitivaque ha de encuestar los ángeles del cielo.
Allí descansan de este rudo tiempode congoja,
dolor, llanto y miseriay desde el gran martirio atribulado
defienden a la vida de esta tierra.
Elba y Celina, lirios de este pueblo,
reposan más allá de su silencio:
ellas volvieron a su lar amablea
dormir en la tierra primigenia."
Fragmento de"De la hostia, la sangre y la arboleda"por Francisco Andrés Escobar

Homilías: Domingo 33 T.O. (A)

Lecturas: Prov 31,10-13.19-20.30-31; S. 127; 1Ts 5,1-6; Mt 25,14-30

Como buenos administradores
P.José R. Martínez Galdeano, S.J.


Estamos terminando el año litúrgico. Hoy es el penúltimo domingo. Aprovechando el momento la Iglesia suele volver sistemáticamente a reavivar la reflexión sobre el final de nuestro tiempo en este mundo durante varios domingos. Las fiestas concurrentes han reducido este año estos domingos a solo dos.

Es de fe que al final de la vida hemos de dar cuenta de su empleo a Dios. “Desde allí –desde la Gloria a la derecha del Padre, confesamos en el Credo ya desde los primeros siglos– ha de venir Jesús a juzgar a los vivos y a los muertos”, es decir a todos los hombres. “Está determinado que todo hombre muera una sola vez y después de la muerte el juicio” (Heb 9,27).

Es una verdad no precisamente terrible. Es terrible para el que se empeña en montar su vida “como si Dios no existiera”. Es sumamente consoladora para quien la está viviendo desde el amor a Él con todas sus consecuencias. Ser juzgado por Aquél a quien tanto se ama, como expresó en el lecho de muerte Santa Teresa del Niño Jesús, es de lo más consolador.

La parábola es bastante clara. Tres administradores, tres personas; uno recibe mucho, otro un término medio, ni poco ni mucho, otro muy poco. El mundo no se divide en dos clases: buenos y malos o ricos y pobres. Tres grupos significa que todo el mundo está incluido. Porque tampoco se trata de hacer cosas raras ni extraordinarias. Aquella mujer hacendosa, aquella mujer maravillosa, de mucho más valor que las perlas y riquezas, es una mujer que cumple exactamente con la misión que Dios le ha dado entre los hombres. Así lo dice el libro de los Proverbios. Aquellos administradores tienen que ser eso: administradores, simplemente buenos administradores. Es en este mundo, cumpliendo nuestra misión de hombres, hijos de Dios y hermanos de nuestros hermanos, como hemos de ganar el mundo futuro.

También es claro que los talentos simbolizan todos los bienes recibidos de Dios, sea directamente como los de la naturaleza: la salud, la capacidad intelectual, sea de modo indirecto como los de la familia, de la educación, del éxito en los trabajos, de la suerte. Y no hay que olvidar los talentos sobrenaturales: la fe, los sacramentos, el conocimiento de Jesucristo, la Iglesia, las gracias particulares. Son los bienes que ya has recibido, los que estás recibiendo y los que en su providencia Dios te va a ir dando en el futuro. El talento era una cantidad de plata bien fuerte (aproximadamente 325.000 €). Nadie ha recibido con escasez. Todos han recibido y están recibiendo bastante más de lo estrictamente necesario para salvarse y aun para ser santos, pues ésta es la voluntad de Dios. Y Dios todo lo que permite es para bien de los que ha elegido, es decir todos los hombres, pues por todos ha muerto en la cruz (Ro 8,28; Ga 2,20). Nadie tiene razón válida para no trabajar por su santificación. Si no se salva, él será responsable de su condena.

Las mismas palabras las emplea el Señor para premiar al que ganó cinco talentos con los cinco que administró, que al que logró tres con otros tres. Dios mira no tanto el éxito cuanto el amor que se pone en las obras. A la sierva de Dios Consolata Bretone, clarisa capuchina, que ofrecía al Señor todo lo que hacía por los sacerdotes (sus oraciones y su trabajo de cocinera), le manifestó Jesús: “Son acciones insignificantes. Pero, como tú me las ofreces con tanto amor, concedo a ellas un valor desmedido y las transformo en gracias de conversión, que descienden sobre los hermanos infieles”.

El principio es general. Abraza a toda clase de pobres: en bienes económicos, en bienes intelectuales, corporales, culturales, de sabiduría, de salud, de cualidades humanas. Si algo está claro en la Escritura y en la historia de la Iglesia es que lo normal en las elecciones de Dios sea las de personas sin aparentes posibilidades humanas para ser instrumentos de cosas grandes. Así fue con David, el más pequeño de la familia, que andaba con las ovejas; así con María, en quien miró la humildad de su esclava (Lc 1,48); con los apóstoles; y en nuestros días con Teresa del Niño Jesús, con Santa Faustina Kowalska, con Santa Teresa de Calcuta. Para cada uno de nosotros es muy estimulante. No necesitamos más de lo que tenemos en nada humano para hacer un gran servicio a Dios. Basta que pongamos todo lo nuestro, lo mucho o poco, al servicio de Dios y para ayuda de su templo vivo, que es la Iglesia. Dar nuestro cuadrante, lo que tenemos en nuestra pobreza. Nuestros céntimos en limosnas, en oración, en colaboración personal, en sacrificios por la Iglesia y su obra misionera y apostólica. Al que es fiel en lo poco, mucho se le dará (v. Lc 19,17).

Que nadie, pues, caiga en la tentación, disfrazada de falsa humildad, de enterrar sus talentos, que normalmente son más de uno. El Señor quitó el talento al perezoso y lo entregó al más diligente. Y justificó su decisión: “Al que tiene se le dará y le sobrará, pero al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene.” Al que es generoso, al que no se limita a cumplir con lo mínimo y estrictamente suficiente, al que se esfuerza con entusiasmo, Dios le corresponde ayudándole con más gracia, más dones, más virtudes, más satisfacciones y alegría espiritual aun en esta vida. La afirmación aparece repetida en el evangelio y dicha por Jesús en otro contexto (13,12) y en los tres sinópticos. Esto quiere decir que fue el mismo Jesús quien la repetía.

Cuando yo era profesor, solía decir públicamente a los alumnos los temas que consideraba más importantes y solía preguntar con más frecuencia, para que así no los dejasen de estudiar. Si lo hacían, tenían, pues, más probabilidades de aprobar. Recuerdo a uno que respondió ser el único que no había preparado. No tuve más remedio que jalarlo. Ya sabemos lo que nos van a preguntar. No seamos tan sonzos. Que en nuestro caso no hay subsanación. “A ese empleado inútil échenlo fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes”.
Preparemos nuestro examen. Nos va la vida eterna. Somos tan frágiles, sin embargo, que lo olvidamos con facilidad. Por eso debemos pedirlo con frecuencia en la oración. Como la Iglesia nos lo pone en los labios en nuestra oración a María: “ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”; y también en la plegaria eucarística, después de la consagración: “Ten misericordia de todos nosotros y así con María ... merezcamos compartir la vida eterna y cantar tus alabanzas”. Recurramos también a San José, patrono de la buena muerte. Morir en gracia de Dios es así mismo una gracia especial, que debemos pedir para nosotros y los demás. Y no olvidemos que Dios ha provisto a la Iglesia de un sacramento para prepararnos para el momento de la muerte: la unción de los enfermos. Es un sacramento no para los que están ya en coma o incluso probablemente hayan ya muerto. Es para los que viviendo están en peligro próximo razonable de morir. Cuando se va a sufrir una operación quirúrgica, cuyo resultado es incierto de alguna manera, o se trata de un enfermo grave no se sabe cómo evolucionará, o de un anciano que en cualquier momento puede sufrir una crisis, y así en casos semejantes no teman a llamar al sacerdote para que la persona esté preparada con la gracia del Espíritu a afrontar la muerte con fe y fortaleza cristianas, uniéndose a la muerte de Cristo. Según opinión corriente de los teólogos, quien así acepta su muerte salda la totalidad de la deuda temporal que tendría que pagar en el Purgatorio. No seamos falsa y estúpidamente misericordiosos. Ayudemos a nuestros prójimos a usar bien de todos los talentos que Jesús nos ha concedido a los cristianos y pidamos a nuestros familiares que lo hagan así con nosotros. Ojalá escuchemos aquello: “Pasa al banquete de tu Señor”.

La divinidad de Cristo en la predicación de san Pablo

AUDIENCIA GENERAL
DE S.S. BENEDICTO XVI
Miércoles 22 de octubre de 2008

Queridos hermanos y hermanas:

En las catequesis de las semanas anteriores meditamos sobre la "conversión" de san Pablo, fruto del encuentro personal con Jesús crucificado y resucitado, y nos interrogamos sobre cuál fue la relación del Apóstol de los gentiles con el Jesús terreno. Hoy quiero hablar de la enseñanza que san Pablo nos ha dejado sobre la centralidad del Cristo resucitado en el misterio de la salvación, sobre su cristología. En verdad, Jesucristo resucitado, "exaltado sobre todo nombre", está en el centro de todas sus reflexiones. Para el Apóstol, Cristo es el criterio de valoración de los acontecimientos y de las cosas, el fin de todos los esfuerzos que él hace para anunciar el Evangelio, la gran pasión que sostiene sus pasos por los caminos del mundo. Y se trata de un Cristo vivo, concreto: el Cristo —dice san Pablo— "que me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Ga 2, 20). Esta persona que me ama, con la que puedo hablar, que me escucha y me responde, este es realmente el principio para entender el mundo y para encontrar el camino en la historia.

Quien ha leído los escritos de san Pablo sabe bien que él no se preocupó de narrar los hechos de la vida de Jesús, aunque podemos pensar que en sus catequesis contaba sobre el Jesús prepascual mucho más de lo que escribió en sus cartas, que son amonestaciones en situaciones concretas. Su intencionalidad pastoral y teológica se dirigía de tal modo a la edificación de las nacientes comunidades, que espontáneamente concentraba todo en el anuncio de Jesucristo como "Señor", vivo y presente ahora en medio de los suyos. De ahí la esencialidad característica de la cristología paulina, que desarrolla las profundidades del misterio con una preocupación constante y precisa: ciertamente, anunciar al Jesús vivo y su enseñanza, pero anunciar sobre todo la realidad central de su muerte y resurrección, como culmen de su existencia terrena y raíz del desarrollo sucesivo de toda la fe cristiana, de toda la realidad de la Iglesia.

Para el Apóstol, la resurrección no es un acontecimiento en sí mismo, separado de la muerte: el Resucitado es siempre el mismo que fue crucificado. También ya resucitado lleva sus heridas: la pasión está presente en él y, con Pascal, se puede decir que sufre hasta el fin del mundo, aun siendo el Resucitado y viviendo con nosotros y para nosotros. San Pablo comprendió esta identidad del Resucitado con el Cristo crucificado en el camino de Damasco: en ese momento se le reveló con claridad que el Crucificado es el Resucitado y el Resucitado es el Crucificado, que dice a san Pablo: "¿Por qué me persigues?" (Hch 9, 4). San Pablo, cuando persigue a Cristo en la Iglesia, comprende que la cruz no es "una maldición de Dios" (Dt 21, 23), sino sacrificio para nuestra redención.

El Apóstol contempla fascinado el secreto escondido del Crucificado-resucitado y a través de los sufrimientos experimentados por Cristo en su humanidad (dimensión terrena) se remonta a la existencia eterna en la que es uno con el Padre (dimensión pre-temporal): "Al llegar la plenitud de los tiempos —escribe— envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva" (Ga 4, 4-5).

Estas dos dimensiones, la preexistencia eterna junto al Padre y el descenso del Señor en la encarnación, se anuncian ya en el Antiguo Testamento, en la figura de la Sabiduría. En los Libros sapienciales del Antiguo Testamento encontramos algunos textos que exaltan el papel de la Sabiduría, que existe desde antes de la creación del mundo. En este sentido deben leerse pasajes como este del Salmo 90: "Antes de que nacieran los montes, o fuera engendrado el orbe de la tierra, desde siempre y por siempre tú eres Dios" (v. 2); o pasajes como el que habla de la Sabiduría creadora: "El Señor me creó, primicia de su camino, antes que sus obras más antiguas. Desde la eternidad fui fundada, desde el principio, antes que la tierra" (Pr 8, 22-23). También es sugestivo el elogio de la Sabiduría, contenido en el libro homónimo: "La Sabiduría se despliega vigorosamente de un confín al otro del mundo y gobierna de excelente manera el universo" (Sb 8, 1).

Los mismos textos sapienciales que hablan de la preexistencia eterna de la Sabiduría, hablan de su descenso, del abajamiento de esta Sabiduría, que se creó una tienda entre los hombres. Así ya sentimos resonar las palabras del Evangelio de san Juan que habla de la tienda de la carne del Señor. Se creó una tienda en el Antiguo Testamento: aquí se refiere al templo, al culto según la "Torá"; pero, desde el punto de vista del Nuevo Testamento, podemos entender que era sólo una prefiguración de la tienda mucho más real y significativa: la tienda de la carne de Cristo. Y ya en los libros del Antiguo Testamento vemos que este abajamiento de la Sabiduría, su descenso a la carne, implica también la posibilidad de ser rechazada.

San Pablo, desarrollando su cristología, se refiere precisamente a esta perspectiva sapiencial: reconoce en Jesús a la Sabiduría eterna que existe desde siempre, la Sabiduría que desciende y se crea una tienda entre nosotros; así, puede describir a Cristo como "fuerza y sabiduría de Dios"; puede decir que Cristo se ha convertido para nosotros en "sabiduría de origen divino, justicia, santificación y redención" (1 Co 1, 24.30). De la misma forma, san Pablo aclara que Cristo, al igual que la Sabiduría, puede ser rechazado sobre todo por los dominadores de este mundo (cf. 1 Co 2, 6-9), de modo que en los planes de Dios puede crearse una situación paradójica: la cruz, que se transformará en camino de salvación para todo el género humano.
Un desarrollo posterior de este ciclo sapiencial, según el cual la Sabiduría se abaja para después ser exaltada a pesar del rechazo, se encuentra en el famoso himno contenido en la carta a los Filipenses (cf. Flp 2, 6-11). Se trata de uno de los textos más elevados de todo el Nuevo Testamento. Los exegetas, en su gran mayoría, concuerdan en considerar que este pasaje contiene una composición anterior al texto de la carta a los Filipenses. Este es un dato de gran importancia, porque significa que el judeo-cristianismo, antes de san Pablo, creía en la divinidad de Jesús. En otras palabras, la fe en la divinidad de Jesús no es un invento helenístico, surgido mucho después de la vida terrena de Jesús, un invento que, olvidando su humanidad, lo habría divinizado. En realidad, vemos que el primer judeo-cristianismo creía en la divinidad de Jesús; más aún, podemos decir que los Apóstoles mismos, en los grandes momentos de la vida de su Maestro, comprendieron que era el Hijo de Dios, como dijo san Pedro en Cesarea de Filipo: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16, 16).

Pero volvamos al himno de la carta a los Filipenses. Este texto puede estar estructurado en tres estrofas, que ilustran los momentos principales del recorrido realizado por Cristo. Su preexistencia está expresada en las palabras: "A pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios" (v. 6). Sigue después el abajamiento voluntario del Hijo en la segunda estrofa: "Se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo" (v. 7), hasta humillarse "obedeciendo hasta la muerte y una muerte de cruz" (v. 8). La tercera estrofa del himno anuncia la respuesta del Padre a la humillación del Hijo: "Por eso Dios lo exaltó y le concedió el Nombre que está sobre todo nombre" (v. 9).

Lo que impresiona es el contraste entre el abajamiento radical y la siguiente glorificación en la gloria de Dios. Es evidente que esta segunda estrofa está en contraste con la pretensión de Adán, que quería hacerse Dios, y también está en contraste con el gesto de los constructores de la torre de Babel, que querían edificar por sí solos el puente hasta el cielo y convertirse ellos mismos en divinidad. Pero esta iniciativa de la soberbia acabó en la autodestrucción: así no se llega al cielo, a la verdadera felicidad, a Dios. El gesto del Hijo de Dios es exactamente lo contrario: no la soberbia, sino la humildad, que es la realización del amor, y el amor es divino. La iniciativa de abajamiento, de humildad radical de Cristo, con la cual contrasta la soberbia humana, es realmente expresión del amor divino; a ella le sigue la elevación al cielo a la que Dios nos atrae con su amor.

Además de la carta a los Filipenses, hay otros lugares de la literatura paulina donde los temas de la preexistencia y el descenso del Hijo de Dios a la tierra están unidos entre sí. Una reafirmación de la identificación entre Sabiduría y Cristo, con todas sus implicaciones cósmicas y antropológicas, se encuentra en la primera carta a Timoteo: "Él ha sido manifestado en la carne, justificado en el Espíritu, visto de los ángeles, proclamado a los gentiles, creído en el mundo, levantado a la gloria" (1 Tm 3, 16). Sobre todo con estas premisas se puede definir mejor la función de Cristo como Mediador único, en la perspectiva del único Dios del Antiguo Testamento (cf. 1 Tm 2, 5 en relación con Is 43, 10-11; 44, 6). Cristo es el verdadero puente que nos guía al cielo, a la comunión con Dios.

Por último, sólo una alusión a los últimos desarrollos de la cristología de san Pablo en las cartas a los Colosenses y a los Efesios. En la primera, a Cristo se le califica como "primogénito de toda la creación" (cf. Col 1, 15-20). La palabra "primogénito" implica que el primero entre muchos hijos, el primero entre muchos hermanos y hermanas, bajó para atraernos y hacernos sus hermanos y hermanas. En la carta a los Efesios encontramos la hermosa exposición del plan divino de la salvación, cuando san Pablo dice que Dios quería recapitularlo todo en Cristo (cf. Ef 1, 3-23). Cristo es la recapitulación de todo, lo asume todo y nos guía a Dios. Así nos implica en un movimiento de descenso y de ascenso, invitándonos a participar en su humildad, es decir, en su amor al prójimo, para ser así partícipes también de su glorificación, convirtiéndonos con él en hijos en el Hijo. Pidamos al Señor que nos ayude a conformarnos a su humildad, a su amor, para ser así partícipes de su divinización.
Tomado de

Conferencia

LAICOS: Formación para su apostolado

TEMA:

La Historia de la Iglesia en la Edad Media y el protestantismo

P. José Ramón Martínez Galdeano S.J.


Martes 11 de noviembre de 7:00 a 8:00 PM
Parroquia San Pedro de Lima
Esquina de Jr. Azángaro y Jr. Ucayali a espalda de la antigüa Biblioteca Nacional de la Av. Abancay.

Donación S/.2,00

Homilías: Domingo 31 T.O. (A)

Ez 47,1-2.8-9.12; S. 45; 1Co 3,9.11.16-17; Jn 2,13-22

Templos de Dios con un sacrificio
desde donde sale el sol hasta el ocaso
Homilía por el P. José R. Martínez Galdeano, S.J.
Celebramos hoy la fiesta de la Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán. La Basílica de San Juan de Letrán es una de las siete basílicas mayores de Roma; mayores porque son las basílicas de mayor significación. Su visita, que los peregrinos realizan a Roma desde el siglo cuatro, es obligada para conseguir las indulgencias de jubileos y peregrinaciones. El terreno, donde se edificó esta basílica, fue antes sede de un palacio imperial y fue donado por el Emperador Constantino, primer emperador cristiano, en el siglo cuarto para la construcción de una basílica. Allí puso su residencia el Obispo de Roma y su iglesia vino a ser la iglesia matriz de Roma, es decir la catedral de la diócesis de Roma. Está dedicada a Cristo Salvador. Sin embargo es más conocida con el nombre de san Juan de Letrán, porque tanto Juan Evangelista como Juan Bautista indicaron al Salvador. El nombre oficial es «Archibasilica Sanctissimi Salvatoris». Es la más antigua y la de rango más alto entre las cuatro basílicas mayores o papales de Roma y tiene el título honorífico de "Omnium urbis et orbis ecclesiarum mater et caput" (madre y cabeza de todas las iglesias de la ciudad de Roma y de todo el orbe), por ser la sede episcopal del primado de todos los obispos, el Papa.

Como lo testimonia una de las cartas de San Ignacio de Antioquia, obispo sirio martirizado en Roma muy a comienzos del siglo II (hacia a. 110), y el mismo San Pablo con su carta a los Romanos, comunidad cristiana que ni había fundado ni había visitado y a la que escribe su carta más importante y más cuidadosamente escrita, la Iglesia universal ha considerado a la iglesia de Roma, sede del sucesor de Pedro, como garantía de la fe sin error. La doctrina que venía de ella, era considerada como constitutiva de la fe de la Iglesia. El acuerdo doctrinal con ella vino a ser prueba cierta de ortodoxia, es decir de que su enseñanza coincidía con la de los Apóstoles. Su sede es cabeza de todas las iglesias.

Esta fiesta recuerda y es la fiesta de la legitimidad y de la unidad de la Iglesia, fundada sobre la fe de Pedro, la roca firme, cuya permanencia Cristo garantiza hasta el fin de los siglos. Por eso la unión con Roma asegura a todos los cristianos y a todas las iglesias que nuestro caminar y nuestra doctrina son los que nos legó Jesús mismo. Hoy especialmente y en esta misa avivemos el fervor cuando pidamos por el Papa en la oración de los fieles y por la unidad de la Iglesia y por el Papa en la plegaria después de la consagración.

Pero además de alguna manera también cada uno de nuestros templos son símbolo de esta nuestra Iglesia universal. La Iglesia como templo de Dios es un símbolo repetido en el Nuevo Testamento. También aquel templo del Antiguo Testamento es símbolo de la entonces futura Iglesia de Jesús.

“Destruyan este templo, que yo lo reedifico en tres días”. No entendieron nada. Pero nosotros podemos entender. Nos dice San Pedro: “Acercándose a él (a Cristo), piedra viva, desechada por los hombres, pero elegida, preciosa ante Dios, también ustedes, como piedras vivas”. En el bautismo nos hemos acercado a Cristo resucitado, piedra viva, y hemos recibido de él la participación en su vida divina de Hijo de Dios, siendo hechos a su imagen también hijos de Dios. De esta manera, continúa Pedro, “entren en la construcción de un edificio espiritual– se trata de la Iglesia– para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios por medio de Jesucristo” (1 Pe 2,4-5). La gracia santificante, que se nos dio en el bautismo; se recupera, si perdida, en la confesión; produce los mismos frutos que en Jesucristo y crece con los sacramentos y las buenas obras; la gracia santificante, que pide que nuestras obras y vida sean santas, nos ha convertido en sacerdotes para este mundo, capaces de transformar la pura materia en culto a Dios. Ezequiel vio ese templo, esa Iglesia, como un río cada vez más caudaloso, que hace feraz y llena de riquezas las tierras que cruza. Así es la Iglesia. Debemos saberlo y aprovechar la cercanía de la Iglesia para dar muchos frutos de virtud, de santidad, de apostolado. El Concilio Vaticano II desarrolla muy bien esta verdad: “Los laicos, en cuanto consagrados a Cristo (por el bautismo) y ungidos por el Espíritu Santo (en la confirmación) tienen una vocación admirable y son instruidos para que en ellos se produzcan siempre los más abundantes frutos del Espíritu. Pues todas sus obras, preces y proyectos apostólicos, la vida conyugal y familiar, el trabajo cotidiano, el descanso del alma y del cuerpo, si se realizan en el Espíritu, incluso las molestias de la vida si se sufren pacientemente, se convierten en hostias espirituales, aceptables a Dios por Jesucristo, que en la celebración de la Eucaristía, con la oblación del cuerpo del Señor, ofrecen piadosísimamente al Padre. Así también los laicos, como adoradores en todo lugar y obrando santamente, consagran a Dios el mundo entero” (Vat. II sobre la Iglesia, 34).

Nuestros templos de piedra, esta iglesia de San Pedro, la más maravillosa catedral y la más sencilla de las capillas, son mucho más que aquel templo de Jerusalén. Y lo son no por sus obras de arte, sino porque en ellos está Cristo resucitado en las hostias consagradas que se conservan en el sagrario, en ellos se ofrece a Dios el sacrificio de Cristo que perdona nuestros pecados del mundo, en ellos sigue Cristo escuchando, perdonando, consolando, enseñando, tocando los corazones, siendo el camino, la verdad y la vida.

Es importantísimo que nosotros los católicos, que tenemos fe, la mostremos a todos. Que nuestros fieles, nuestros niños desde niños sean educados para interpretar los signos externos de la presencia de Jesús y que sepan comportarse ante ello. La lámpara del Santísimo aislada, más normalmente de color rojo, en situación aislada de otras luces para que destaque en la sombra, más normalmente en el altar mayor, con frecuencia cercana al tabernáculo, que es el lugar donde se guardan las hostias consagradas, que ya no son pan sino Jesús Dios y hombre verdadero. Esa lamparita denota la presencia de Cristo. Al pasar delante, se debe doblar la rodilla derecha como homenaje ante Dios. Cuántos, también católicos, pasan indiferentes mostrando que no saben nada, que son unos ignorantes de la presencia de Cristo allí. Encuentro muy bien la costumbre de muchos que hacen el saludo con la señal de la cruz, pasando delante de una iglesia. Nos recuerda a todos que “el Verbo se hizo carne y habitó y habita entre nosotros”. Aprendamos, practiquemos, enseñemos a nuestros hijos, niños y jóvenes.

La misa del domingo hará así activar esa nuestra conciencia “sacerdotal”. En todo el mundo ofrecemos los católicos ese sacrificio “desde donde sale el sol hasta el ocaso”. Demos gracias a Dios porque nos hace dignos de poder hacerlo.